viernes, 31 de agosto de 2012

ESTADO ESPAÑOL: "Ocupa el Congreso" comienza ha inquietar al Estado.




correovermello-noticias
Madrid, 31.08.12

La iniciativa de la plataforma "En Pie" de hacer una llamada a "tomar" el Congreso de los Diputados ha generado que tanto el poder Ejecutivo como el Legislativo de la monarquía franquista empiezan a manifestar su inquietud sobre esta acción, que sus convocantes califican de pacifica y simbólica.
La Delegada del Gobierno en la comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, acuso a violentos grupos de extrema izquierda y también de extrema derecha de estar detras de esta movilización convocada para el próximo 25 de septiembre y afirmo que se trata de un golpe de Estado encubierto. El día anterior el Presidente de la Cortes, manifestó su preocupación y pidió que se blindara con un fuerte dispositivo policial "disuasorio" la sede legislativa a la vez que recordaba que era un delito tipificado tratar de bloquear el Congreso cuando esta en sesión.
Fuentes de la plataforma convocante han afirmado que el objetivo de 'Ocupa el Congreso' es una "ocupación simbólica del espacio de decisión" y  por lo que descartan notificar o pedir permiso para dicha movilización.
El programa de la plataforma estaria centrado en las siguientes diez propuestas:

1) Una forma de organización política fundamentada en la república, por sus principios de libertad, justicia, igualdad, equidad y soberanía popular y por ser la base donde puedan converger todas las corrientes democráticas en igualdad de condiciones.
2) Un reparto equitativo de la riqueza.
3) El respeto inquebrantable a los derechos humanos.
4) La convicción de la necesidad de conciencia de clase como forma de lucha frente a la oligarquía financiera.
5) La igualdad real de derechos entre las personas de ambos géneros.
6) La educación universal, gratuita y de calidad, tanto en el ciclo básico como en el universitario.
7) Un sistema sanitario, universal y gratuito para todos los ciudadanos.
8) Un sistema basado en la aconfesionalidad, en el que se respete la libertad religiosa.
9) La justicia y reparación histórica a las víctimas de la dictadura franquista, así como a toda persona que haya sido juzgada y criminalizada por sus ideas políticas.
10) Un sistema económico al servicio de los seres humanos que evite el enriquecimiento de unas minorías.

GALIZA: Movilización en apoyo de Sta. Cruz de Barillas.




correovermello-noticias
A Coruña, 30.08.12
Ayer, frente al Ayuntamiento de esta ciudad gallega, tubo lugar una movilización organizada por colectivos de mujeres, con el apoyo de la coordinadora A Coruña en Loita y la participación de miembros del CC del PCm-Galiza, del MpB o de otras organizaciónes, para denunciar la presión a la que son sometidas las mujeres en la localidad guatemalteca de Sta. Cruz de Barillas, por parte de los soldados y de matones contratados por empresas hidroelectricas españolas que pretenden la construccion de una central hido-electrica en terrenos de la comunidad y que sus pobladores, en su mayoria de etnia Maya rechazan.
Despues de unos graves incidentes en los que fue asesinado un dirigente local por sicarios de la empresa Hidralia Energia, el gobierno del general Pérez Molina, declaró el estado de emergencia y la militarización de la zona, cercana a la frontera del estado mexicano de Chiapas.
Luego de leer por diversas compañeras un comunicado, se realizo una marcha "ensangrentada" que recorrio diversas calles de la ciudad para concluir frente a la vivienda del antiguo alcalde de la ciudad Francisco Vazquez, que fue socio de los hermanos Castro Valdivia dueños de la empresa Hidralia.
Hace unos meses la coordinadora A Coruña en Loita organizo una concentación de repudio frente a la cede central de Hidralia Energia en A Coruña (Galicia)

Una sola chispa puede incendiar la pradera. (5 enero 1930) Mao Tse-tung


Mao Tse-tung

UNA SOLA CHISPA PUEDE
INCENDIAR LA PRADERA


 Obras Escogidas de Mao Tse-tung EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS
PEKIN 1968
Primera edició;n 1968 Tomo I, pp. 125-38.
© Transcrito para el Internet por Rafael Masada, Masada97@aol.com
Las indicaciones del HTML por David Romagnolo, djr@cruzio.com (Mayo de 1998)


    Parte de los camaradas de nuestro Partido aún no saben cómo apreciar correctamente la situación actual, ni cuáles son las acciones que esta situación exige de nosotros. Aunque están convencidos de que es inevitable un auge revolucionario, no creen que pueda surgir pronto. Por consiguiente, no aprueban el plan para conquistar Chiangsí y sólo están de acuerdo con las acciones guerrilleras errantes en las tres zonas en los límites entre Fuchién, Kuangtung y Chiangsí. Además, no están profundamente convencidos de la necesidad de establecer el Poder rojo en las zonas guerrilleras, ni, en consecuencia, de la necesidad de consolidar y extender este Poder rojo a fin de promover el auge de la revolución en todo el país. Al parecer, consideran inútil dedicarse al duro trabajo de establecer el Poder en momentos en que el auge revolucionario está lejano todavía; pretenden ampliar nuestra influencia política recurriendo a un método más fácil: las acciones guerrilleras errantes y, una vez cumplida enteramente o hasta cierto punto la labor de ganarse a las masas en todo el país, iniciar un levantamiento armado en toda China, levantamiento que, con la participación del Ejército Rojo, desembocaría en una gran revolución de amplitud nacional. Esta teoría sobre la necesidad de ganarse primero a las masas a escala nacional y en todas partes, y establecer después el Poder, no corresponde a las condiciones reales de la revolución china. Su origen es principalmente la falta de una comprensión clara del hecho de que China es una semicolonia que se disputan muchos países imperialistas. Si se llega a entender esto con claridad, se comprenderá, en primer lugar, por qué es China el único país en el mundo que experimenta un fenómeno tan insólito como es

    * Carta escrita por el camarada Mao Tse-tung para criticar ciertas ideas pesimistas que existían en aquel tiempo dentro del Partido. pág. 126 el de las prolongadas e intrincadas guerras en el seno de las clases dominantes, por qué estas guerras se agudizan y se extienden día a día, y por qué no ha habido jamás un régimen unificado en el país. En segundo lugar, se comprenderá lo grave que es el problema campesino y, en consecuencia, por qué las insurrecciones en el campo se han desarrollado con tal amplitud que abarcan hoy todo el país. En tercer lugar, se comprenderá la justeza de la consigna: Por un Poder democrático obrero-campesino. En cuarto lugar, se comprenderá otro fenómeno insólito -- igualmente desconocido fuera de China y surgido en relación con el fenómeno inusitado de las prolongadas e intrincadas guerras en el seno de las clases dominantes de China --, el de la existencia y desarrollo del Ejército Rojo y los destacamentos guerrilleros y, junto con ellos, la existencia y desarrollo de pequeñas zonas rojas rodeadas por el régimen blanco. En quinto lugar, se comprenderá también que en la China semicolonial, la creación y desarrollo del Ejército Rojo, los destacamentos guerrilleros y las zonas rojas, es la forma más alta de la lucha campesina dirigida por el proletariado, el resultado inevitable del desarrollo de la lucha campesina en una semicolonia y, sin duda alguna, el factor más importante para promover el auge revolucionario en todo el país. Y en sexto lugar, se comprenderá asimismo que con la política de simples acciones guerrilleras errantes no se puede cumplir la tarea de promover el auge revolucionario a escala nacional, en tanto que es indudablemente correcta la política
    adoptada por Chu Te y Mao Tse-tung, y también por Fang Chi-min[1], que consiste en crear bases de apoyo, establecer el Poder de manera sistemática, realizar en profundidad la revolución agraria, engrosar las fuerzas armadas populares siguiendo el proceso de formar primero destacamentos cantonales de guardias rojos, luego territoriales, después distritales, posteriormente fuerzas locales del Ejército Rojo y, por último, un Ejército Rojo regular, y extender el Poder a modo de oleadas, etc. Sólo así se puede infundir fe a las masas revolucionarias de todo el país, tal como lo hace la Unión Soviética respecto al mundo entero. Sólo así se puede ocasionar inmensas dificultades a las clases dominantes reaccionarias, sacudir sus cimientos y precipitar su desintegración interna. Y sólo así se puede crear efectivamente un Ejército Rojo, que servirá de instrumento principal para la gran revolución venidera. En una palabra, sólo así se puede promover el auge de la revolución.
    Los camaradas que padecen del mal de la precipitación revolucionaria sobrestiman las fuerzas subjetivas de la revolución[2] y
    pág. 127 subestiman las fuerzas de la contrarrevolución. Semejante apreciación nace principalmente del subjetivismo, e indudablemente terminará conduciendo al camino del putchismo. Por otra parte, la subestimación de las fuerzas subjetivas de la revolución y la sobreestimación de las fuerzas de la contrarrevolución constituyen también una apreciación inadecuada, que producirá inevitablemente resultados negativos, aunque de otro orden. Por consiguiente, al juzgar la situación política de China, es necesario comprender los siguientes puntos esenciales : 1. A pesar de que las fuerzas subjetivas de la revolución china san débiles en la actualidad, lo es también toda la organización (el Poder, las fuerzas armadas, los partidos, etc.) de las clases dominantes reaccionarias, organización que se basa en la atrasada y frágil estructura social y económica de China. Así se explica por qué la revolución no puede estallar inmediatamente en los países de Europa occidental, donde, aunque actualmente las fuerzas subjetivas de la revolución son quizá algo más poderosas que en China, las clases dominantes reaccionarias tienen un poderío muchas veces superior al que poseen las clases dominantes reaccionarias de nuestro país. Y aunque en China las fuerzas subjetivas de la revolución son ahora débiles, sin duda la revolución avanza hacia su auge más rápidamente que en Europa occidental, porque aquí las fuerzas de la contrarrevolución son relativamente débiles también. 2. Después de la derrota de la revolución en 1927, las fuerzas subjetivas de la revolución han quedado, en efecto, considerablemente debilitadas. Es muy poco lo que resta de ellas, y resulta natural que aquellos camaradas que juzgan las cosas sólo por las apariencias tengan ideas pesimistas. Pero si se examina la esencia de las cosas, se ve un cuadro completamente distinto. Aquí viene al caso un antiguo proverbio chino: "Una sola chispa puede incendiar la pradera." En otras palabras, nuestras fuerzas, aunque muy pequeñas ahora, se desarrollarán con gran rapidez. En las condiciones de China, su desarrollo no sólo es posible, sino prácticamente inevitable. Esto lo demostraron completamente el Movimiento del 30 de Mayo y la Gran Revolución que le siguió. Al tratar un asunto, debemos examinar su esencia y considerar su apariencia sólo como guía que nos conduce a la entrada, y, una vez que cruzamos el umbral, debemos captar la esencia. Este es el único método de análisis seguro y científico. 3. En forma similar, al evaluar a las fuerzas de la contrarrevolución, de ninguna manera debemos ver sólo su apariencia, sino examinar su esencia. En el período inicial del establecimiento de nuestro pág. 128 régimen independiente en los límites entre Junán y Chiangsí, algunos camaradas creyeron de buena fe en la incorrecta apreciación que hizo entonces el Comité Provincial del Partido en Junán, y consideraron que nuestro enemigo de clase no valía un centavo. "Sumamente tambaleante" y "totalmente presa de pánico", dos expresiones que todavía nos causan risa, fueron las que utilizó en aquel tiempo (de mayo a junio de 1928) el Comité Provincial de Junán para valorar a Lu Ti-ping[3], gobernante de dicha provincia. Tales apreciaciones condujeron inevitablemente al putchismo en el terreno político. Pero durante los cuatro meses que van de noviembre de 1928 a febrero de 1929 (antes del estallido de la guerra entre Chiang Kai-shek y los caudillos militares de Kuangsí[4]), cuando enfrentábamos a la tercera "campaña conjunta de aniquilamiento"[5]del enemigo contra las montañas Chingkang, algunos camaradas plantearon la siguiente cuestión: "¿cuánto tiempo podremos mantener flameando la bandera roja?" En realidad, la lucha entre Inglaterra, los Estados Unidos y el Japón en China se había vuelto entonces muy desembozada y habían madurado las condiciones para una guerra intrincada entre Chiang Kai-shek, los caudillos militares de Kuangsí y Feng Yu-siang. Este era, en esencia, el momento en que la marea contrarrevolucionaria comenzaba a bajar y la marea revolucionaria, a crecer de nuevo. Sin embargo, durante ese período existían ideas pesimistas no sólo en el Ejército Rojo y en las organizaciones locales del Partido, sino que incluso el Comité Central se dejó engañar por las apariencias y adoptó un tono pesimista. La carta de febrero del Comité Central[6] es una prueba del análisis pesimista que se hacía entonces en el Partido. 4. La actual situación objetiva todavía puede desorientar fácilmente a los camaradas que sólo ven las apariencias y no penetran en la esencia. Especialmente los que trabajan en el Ejército Rojo, cuando sufren una derrota, cuando están rodeados o acosados por poderosas fuerzas enemigas, a menudo, sin quererlo, generalizan y exageran su situación momentánea, particular y local, como si globalmente fuera poco brillante la situación de todo el país y del mundo entero, y vagas y remotas las perspectivas de victoria de la revolución. En su observación de las cosas, estos camaradas se aferran a las apariencias y pasan por alto la esencia, porque no han efectuado un análisis científico de la esencia de la situación general. A la pregunta de si surgirá pronto en China un auge revolucionario, se puede dar una respuesta precisa sólo después de haber examinado en detalle si realmente están en desarrollo las diversas contradicciones que con-
    pág. 129 ducen a este auge. Dado que, en el plano internacional, se desarrollan las contradicciones entre los países imperialistas, entre estos países y sus colonias y entre los imperialistas y el proletariado de sus propios países, los imperialistas sienten con mayor apremio la necesidad de disputarse a China. A medida que se intensifica la disputa entre los imperialistas por adueñarse de China, se desarrollan simultáneamente en el territorio chino tanto la contradicción entre el imperialismo y toda la nación china como las contradicciones de los imperialistas entre sí, por lo cual se producen guerras intrincadas cada vez más extensas y violentas entre las distintas camarillas de gobernantes reaccionarios de China, y se desarrollan diariamente las contradicciones entre éstas. Las contradicciones entre las distintas camarillas de gobernantes reaccionarios -- las guerras intrincadas entre los caudillos militares -- van acompañadas del aumento de los impuestos, lo que conduce a la agudización diaria de la contradicción entre las grandes masas de contribuyentes y los gobernantes reaccionarios. La contradicción entre el imperialismo y la industria nacional china va acompañada del hecho de que esta última no puede obtener concesiones del primero, lo cual agudiza la contradicción entre la burguesía y la clase obrera de China: los capitalistas chinos tratan de encontrar una salida a través de la desenfrenada explotación de los obreros, y éstos les oponen resistencia. La agresión comercial de los países imperialistas, la explotación por parte del capital mercantil chino, el aumento de los impuestos por el gobierno, etc., traen consigo una profundización aún mayor de la contradicción entre la clase terrateniente y el campesinado, es decir, se agrava la explotación por medio del arriendo de la tierra y la usura, y crece el odio de los campesinos hacia los terratenientes. A causa de la presión de las mercancías extranjeras, del agotamiento de la capacidad adquisitiva de las grandes masas de obreros y campesinos y del aumento de los impuestos por el gobierno, los comerciantes en productos nacionales y los productores independientes se ven empujados cada vez más a la quiebra. Como el gobierno reaccionario incrementa ilimitadamente sus tropas, pese a la escasez de provisiones y fondos para mantenerlas y como, a consecuencia de ello, las guerras se hacen cada día más frecuentes, las masas de soldados sufren constantes privaciones. Debido al aumento de los impuestos estatales, a la creciente carga de los arriendos e intereses exigidos por los terratenientes y a la diaria ampliación de los desastres de la guerra, el hambre y el bandolerismo se han extendido por todo el país y las grandes masas campesinas y los pobres de la pág. 130 ciudad se encuentran en una situación en la que apenas pueden subsistir. A causa de la carencia de fondos para el sostenimiento de escuelas, muchos alumnos temen no poder continuar sus estudios; debido al carácter atrasado de la producción, muchos estudiantes graduados no tienen esperanzas de encontrar empleo. Comprendiendo todas estas contradicciones, sabremos en qué desesperada situación y en qué caótico estado se encuentra China, y veremos que inevitablemente y muy pronto surgirá el auge de la revolución dirigida contra los imperialistas, los caudillos militares y los terratenientes. Toda China está llena de leña seca, que arderá pronto en una gran llamarada. El proverbio, "Una sola chispa puede incendiar la pradera", es una descripción apropiada de cómo se desarrollará la situación actual. Basta echar una mirada a las huelgas obreras, las insurrecciones campesinas, los motines de soldados y las huelgas estudiantiles, que están desarrollándose en muchos lugares, para darse cuenta de que esa "sola chispa", sin duda alguna, no tardará en "incendiar la pradera". La idea general de lo expuesto anteriormente estaba contenida ya en la carta del Comité del Frente al Comité Central, fechada el 5 de abril de 1929, en la que se decía:
      "En su carta [del 9 de febrero de 1929] el Comité Central ha hecho una apreciación demasiado pesimista de la situación objetiva y de nuestras fuerzas subjetivas. La tercera campaña de 'aniquilamiento' lanzada por el Kuomintang contra las montañas Chingkang marcó el punto culminante de la marea contrarrevolucionaria. Pero allí se detuvo y desde entonces se han iniciado el gradual descenso de esta marea y el progresivo ascenso de la marea revolucionaria. La capacidad combativa y organizativa del Partido, a pesar de haberse debilitado tanto como lo señala el Comité Central, se recobrará con gran rapidez y pronto desaparecerá la pasividad entre sus cuadros, con el descenso gradual de la marea contrarrevolucionaria. Las masas nos seguirán sin duda alguna. La política de matanza[7] sólo sirve para 'empujar los peces hacia las aguas profundas[8], y el reformismo, a su vez, ha dejado de atraer a las masas. Sin duda, las ilusiones de las masas con respecto al Kuomintang se desvanecerán muy pronto. En la situación que va a surgir, ningún otro partido podrá competir con el Partido Comunista en la conquista de las masas. La línea política y la línea de organización trazadas por el VI Congreso
      pág. 131 Nacional del Partido[
      9] son correctas: la revolución en la etapa actual es democrática, y no socialista; la tarea actual del Partido [aquí debería haberse agregado: 'en las grandes ciudades'] consiste en ganarse a las masas y no en organizar insurrecciones inmediatas. Pero, la revolución se desarrollará con gran rapidez, y debemos adoptar una actitud positiva en la propaganda y la preparación para las insurrecciones armadas. En la caótica situación actual, podremos dirigir a las masas sólo a base de consignas y actitud positivas. Igualmente, sólo adoptando tal actitud, el Partido podrá recuperar su capacidad de combate. [. . .] La dirección del proletariado constituye la única clave para la victoria de la revolución. Asentar al Partido sobre una base proletaria y establecer células en las empresas industriales de los centros urbanos, son en este momento importantes tareas en el terreno organizativo; pero al mismo tiempo, el desarrollo de la lucha en el campo, el establecimiento del Poder rojo en pequeñas zonas, la creación y engrosamiento del Ejército Rojo son, antes que nada, los principales requisitos para ayudar a la lucha en las ciudades y promover el auge revolucionario. Por consiguiente, es erróneo renunciar a la lucha en las ciudades; pero, en nuestra opinión, también se equivocará todo miembro del Partido que tema el desarrollo de la fuerza campesina, creyendo que la revolución será perjudicada si esa fuerza supera a la obrera. Pues en la China semicolonial, la revolución fracasa inevitablemente cuando la lucha campesina no cuenta con la dirección de los obreros, pero jamás se perjudica porque la fuerza de los campesinos se torne, en el curso de la lucha, mayor que la de los obreros."
    En cuanto al problema de la táctica de acción del Ejército Rojo, la carta dio la siguiente respuesta:
      "A fin de preservar el Ejército Rojo y movilizar a las masas, el Comité Central nos propone dividir las fuerzas en unidades muy pequeñas, dispersarlas por el campo y alejar de las filas a Chu Te y Mao Tse-tung, ocultando así los grandes blancos al enemigo. Esta es una idea apartada de la realidad. Ya en el invierno de 1927, planeamos dividir nuestras fuerzas en compañías o batallones para que actuaran independientemente, dispersarlas por el campo, movilizar a las masas por medio de las tácticas guerrilleras y evitar convertirnos en blanco del enemigo; esto lo pusimos en práctica en numerosas ocasiones, pero siempre fraca-
    pág. 132
      samos. Las causas son: 1) A diferencia de los destacamentos locales de guardias rojos, la mayoría de los soldados de las fuerzas regulares del Ejército Rojo no son nativos de la localidad. 2) La división de las fuerzas en pequeñas unidades da como resultado una dirección débil e incapacidad para enfrentar circunstancias adversas, lo cual conduce fácilmente a la derrota. 3) Es fácil que las pequeñas unidades dispersas sean derrotadas por separado. 4) Cuanto más adversas son las circunstancias, tanto mayor es la necesidad de que las fuerzas se concentren y que los dirigentes luchen con firmeza, porque sólo así se puede conseguir la unidad interna y hacer frente al enemigo. Sólo en circunstancias favorables es aconsejable dividir las fuerzas para operaciones guerrilleras, y sólo entonces los dirigentes no tienen tanta necesidad, como en circunstancias adversas, de permanecer con sus tropas todo el tiempo."
    Las consideraciones arriba expuestas tienen un defecto: los argumentos que se invocan contra la división de las fuerzas son todos de carácter negativo, y esto está muy lejos de ser suficiente. He aquí la razón positiva en favor de la concentración de las fuerzas: sólo la concentración nos permitirá aniquilar unidades enemigas relativamente grandes y ocupar poblados. Sólo después de haber aniquilado unidades enemigas relativamente grandes y ocupado poblados, podremos movilizar a las masas en gran escala y establecer el Poder en zonas que abarquen varios distritos colindantes. Sólo así podremos llamar la atención de las poblaciones próximas y lejanas (esto es lo que se llama extender la influencia política) y contribuir efectivamente a la promoción del auge revolucionario. Por ejemplo, tanto el Poder que creamos el año antepasado en los límites entre Junán y Chiangsí, como el Poder creado en el Oeste de Fuchién el año pasado[10], fueron el resultado de nuestra política de concentración de las fuerzas. Este es un principio general. Pero, ése dan o no casos en que es necesario dividir las fuerzas? Sí, se dan. En la carta del Comité del Frente al Comité Central se habla de las tácticas guerrilleras del Ejército Rojo, incluida la división de las fuerzas dentro de un radio reducido:

      "Las tácticas que hemos extraído de la lucha durante los últimos tres años son realmente distintas de todas las otras tácticas, antiguas o modernas, chinas o extranjeras. Gracias a nuestras tácticas, la movilización de las masas para la lucha se realiza en una escala siempre creciente, y ningún enemigo, por
      pág. 133 poderoso que sea, podrá habérselas con nosotros. Las nuestras son tácticas guerrilleras, que consisten principalmente en los siguientes puntos :
      Estas tácticas son como manejar una red; debemos ser capaces de tenderla o recogerla en cualquier momento. La tendemos para ganarnos a las masas, y la recogemos para hacer frente al enemigo. Tales son las tácticas de que nos hemos servido durante los últimos tres años."
    Aquí "tender la red" significa dividir nuestras fuerzas dentro de un radio reducido. Así, por ejemplo, cuando tomamos por primera vez la capital del distrito de Yungsin, en los límites entre Junán y Chiangsí, dividimos los 29.ƒ y 31.ƒ Regimientos dentro de los límites de dicho distrito. Otro ejemplo, cuando tomamos por tercera vez Yungsin, dividimos nuestras fuerzas despachando el 28.ƒ Regimiento a la frontera de Anfu, el 29.ƒ a Lienjua y el 31.ƒ a la frontera de Chían. Un ejemplo más, en abril y mayo del año pasado, nuestras fuerzas se dividieron en los distritos del Sur de Chiangsí y, en julio, en los distritos del Oeste de Fuchién. En cuanto a la división de las fuerzas en un amplio radio, sólo es posible bajo dos condiciones: que las circunstancias sean más o menos favorables y que el organismo dirigente sea relativamente fuerte. Pues la división de nuestras fuerzas tiene por objetivo asegurarnos mayores posibilidades para ganarnos a las masas, realizar en profundidad la revolución agraria, establecer el Poder y ampliar las filas del Ejército Rojo y las fuerzas armadas locales. Es preferible no dividir las fuerzas si resulta imposible alcanzar tales objetivos, o si, lo que es peor, existe la posibilidad de que la división conduzca a la derrota y al debilitamiento del Ejército Rojo, como sucedió en agosto del año antepasado, cuando dividimos nuestras fuerzas en la Región Fronteriza de Junán-Chiangsí para pág. 134 atacar Chenchou. Pero, si existen las dos condiciones arriba mencionadas, es indudable que debemos dividir las fuerzas, porque en este caso la división es más ventajosa que la concentración. La carta de febrero del Comité Central no fue correcta en su espíritu, y ha ejercido una mala influencia sobre una parte de los camaradas del Partido en el 4.ƒ Cuerpo de Ejército. En esa época, el Comité Central emitió, además, una circular en la que afirmaba que no estallaría necesariamente la guerra entre Chiang Kai-shek y los caudillos militares de Kuangsí. Pero desde entonces, las apreciaciones y directivas del Comité Central han sido correctas en lo fundamental. Ya ha emitido otra circular para corregir la que contenía aquella evaluación inadecuada. Aunque no ha rectificado dicha carta dirigida al Ejército Rojo, en sus directivas ulteriores ya no se observa el mismo tono pesimista y su punto de vista sobre las acciones del Ejército Rojo coincide ahora con el nuestro. Todavía subsiste, sin embargo, la mala influencia que ha ejercido la carta del Comité Central sobre una parte de los camaradas. Por lo tanto estimo que aún sigue siendo necesario aclarar esta cuestión. El plan para conquistar la provincia de Chiangsí en el término de un año fue propuesto también en abril del año pasado por el Comité del Frente al Comité Central, y luego se adoptó en Yutu una decisión a este respecto. Las razones aducidas entonces y que se exponían en la carta al Comité Central eran las siguientes:
      "Las tropas de Chiang Kai-shek y las de los caudillos militares de Kuangsí se están aproximando unas a otras en la zona de Chiuchiang, y una gran batalla está a punto de estallar. A consecuencia de la reanudación de la lucha de las masas, unida al crecimiento de las contradicciones entre los gobernantes reaccionarios, probablemente surgirá pronto un auge revolucionario. Al planear nuestro trabajo en estas circunstancias, consideramos que, en las provincias del Sur, las fuerzas armadas de la burguesía compradora y de los terratenientes de Kuangtung y Junán son demasiado grandes, y además, en Junán, debido a los errores putchistas cometidos por la organización del Partido, hemos perdido casi por completo nuestra base de masas, tanto dentro como fuera del Partido. Pero la situación es diferente en las provincias de Fuchién, Chiangsí y Chechiang. En primer lugar, las fuerzas armadas del enemigo en estas tres provincias son las más débiles. En Chechiang sólo hay una reducida guarnición
      pág. 135 provincial a las órdenes de Chiang Po-chen (12)
      En Fuchién, aunque hay catorce regimientos bajo cinco comandos, la brigada de Kuo Feng-ming ya ha sido puesta fuera de combate; las tropas de Chen Kuo-jui y Lu Sing-pang[13] están integradas por bandidos y tienen poca capacidad de combate, y las dos brigadas de infantería de marina acampadas a lo largo de la costa no han entrado nunca en acción e indudablemente tampoco tienen gran capacidad de combate. Sólo las tropas de Chang Chen[14] son, en cierta medida, capaces de combatir, pero, según el análisis hecho por el Comité Provincial del Partido en Fuchién, únicamente dos regimientos de esas tropas tienen una capacidad de combate relativamente elevada. Además, en Fuchién reina ahora un estado de completo caos y desunión. En Chiangsí hay dos agrupaciones, la de Chu Pei-te[15] y la de Siung Shi-jui[16], que constan en total de dieciséis regimientos; allí las fuerzas armadas son superiores a las de Fuchién o Chechiang, pero muy inferiores a las de Junán. En segundo lugar, se han cometido menos errores putchistas en esas tres provincias. No conocemos muy bien el caso de Chechiang, pero sí sabemos que las organizaciones del Partido y su base de masas en Chiangsí y Fuchién son más fuertes que en Junán. Por lo que atañe a Chiangsí, en su parte norte, todavía tenemos cierta base en Tean, Siushui y Tungku; en su parte oeste, el Partido y los destacamentos de guardias rojos aún conservan su fuerza en Ningkang, Yungsin, Lienjua y Suichuan; en el Sur, nuestras perspectivas son aún más brillantes, ya que la fuerza de los 2ƒ y 4.ƒ Regimientos del Ejército Rojo está creciendo día a día en los distritos de Chían, Yungfeng y Singkuo; las tropas del Ejército Rojo al mando de Fang Chi-rnin no han sido liquidadas en modo alguno. De esta manera se ha creado una situación de cerco a Nanchang. Por la presente proponemos al Comité Central: durante el largo período de guerras entre los caudillos militares del Kuomintang, disputar a Chiang Kai-shek y a los caudillos militares de Kuangsí la provincia de Chiangsí, así como el Oeste de Fuchién y el Oeste de Chechiang; aumentar los efectivos del Ejército Rojo en estas tres provincias y crear allí un régimen independiente popular, dándonos corno plazo un año para el cumplimiento de este plan."
    Lo que hubo de erróneo en la proposición para la conquista de Chiangsí fue que se fijó como límite el plazo de un año. En cuanto a pág. 136 la posibilidad de la conquista de Chiangsí, la proposición se basaba no sólo en las condiciones de la provincia misma, sino también en las perspectivas de la pronta aparición de un auge revolucionario en todo el país. Porque si no hubiéramos estado convencidos de que surgiría pronto un auge revolucionario, no habríamos podido, de ningún modo, llegar a la conclusión de que se podría conquistar Chiangsí en el término de un año. El defecto de esa proposición fue que fijó indebidamente el plazo de un año, e imprimió así cierto matiz de impaciencia a la palabra "pronto" en la afirmación de que "surgirá pronto un auge revolucionario". Por lo demás, merecen particular atención las condiciones subjetivas y objetivas existentes en Chiangsí. Aparte de las condiciones subjetivas, ya expuestas en la carta al Comité Central, se pueden señalar ahora con claridad tres condiciones objetivas. En primer lugar, la economía de Chiangsí es principalmente feudal, la fuerza de la burguesía comercial es relativamente débil, y las fuerzas armadas de los terratenientes son más débiles que en ninguna otra provincia del Sur. En segundo lugar, Chiangsí no tiene sus propias tropas provinciales y siempre ha estado guarnecida por tropas de otras provincias. Traídas para el "exterminio de los comunistas" o "exterminio de los bandidos", estas tropas no están familiarizadas con las condiciones existentes en la localidad; y además, como su interés en estas operaciones es mucho menor que el que podrían tener tropas de la propia provincia, suelen mostrar poco entusiasmo. Y en tercer lugar, a diferencia de Kuangtung, que está cerca de Hongkong y se halla bajo el control de Inglaterra en casi todos los aspectos, Chiangsí se encuentra relativamente lejos de la influencia del imperialismo. Una vez comprendidos estos tres puntos, podremos explicarnos por qué en Chiangsí las insurrecciones en el campo están más extendidas y las unidades del Ejército Rojo y las guerrillas son más numerosas que en ninguna otra provincia. ¿Cómo interpretar la palabra "pronto" en la afirmación de que "surgirá pronto un auge revolucionario"? Muchos camaradas se hacen la misma pregunta. Los marxistas no son adivinos. Deben y pueden señalar sólo el rumbo general del desarrollo futuro y los cambios venideros; no deben ni pueden fijar en forma mecánica el día y la hora. Sin embargo, cuando digo que surgirá pronto un auge revolucionario en China, de ningún modo me refiero a algo que, según dicen algunos, "tiene la posibilidad de surgir", algo ilusorio, inalcanzable y absolutamente desprovisto de significado práctico. El auge revolucionario es como un barco en el mar, del cual se divisa ya desde la costa la punta del mástil; es como el sol naciente, cuyos rayos luminosos se ven a lo lejos en el Oriente desde la cumbre de una alta montaña; es como una criatura que va a nacer y se agita impaciente en el vientre de la madre.



                                                                               NOTAS
      [1] El camarada Fang Chi-min, natural del distrito de Yiyang, provincia de Chiangsí, miembro del Comité Central elegido en el VI Congreso Nacional del Partido Comunista de China, fue fundador de la zona roja en el Noreste de Chiangsí y creador del 10.ƒ Cuerpo de Ejército del Ejército Rojo. En 1934, partió hacia el Norte de China al mando de los destacamentos de vanguardia del Ejército Rojo para la resistencia contra los invasores japoneses. En enero de 1935 fue hecho prisionero en un combate con las tropas contrarrevolucionarias del Kuomintang. En julio del mismo año murió heroicamente en Nanchang. [pág. 126] [2] Con la expresión "fuerzas subjetivas de la revolución", el camarada Mao Tse-tung se refiere aquí a las fuerzas organizadas de la revolución. [pág. 126] [3] Caudillo militar del Kuomintang, fue en 1928 gobernador de la provincia de Junán. [pág. 128] [4] Se trata de la guerra librada en marzo y abril de 1929 entre los caudillos militares kuomintanistas: la camarilla de Chiang Kai-shek en Nankín y la camarilla de Li Tsung-yen y Pai Chung-si en Kuangsí. [pág. 128] [5] Se refiere a la tercera ofensiva de los caudillos militares kuomintanistas de Junán y Chiangsí contra la base de apoyo del Ejército Rojo en las montañas Chingkang, desde fines de 1928 hasta comienzos de 1929. [pág. 128] [6] Se refiere a la carta del Comité Central del Partido Comunista de China dirigida al Comité del Frente, fechada el 9 de febrero de 1929. Su contenido se expone en líneas generales en la carta del Comité del Frente al Comité Central, con fecha del 5 de abril de 1929, citada en el presente artículo. Trataba principalmente sobre la apreciación de la situación de entonces y la táctica de acción del Ejército Rojo. Ante los inadecuados puntos de vista presentados en la carta del Comité Central, el Comité del Frente manifestó en su respuesta opiniones distintas. [pág. 128] [7] Se refiere a los medios sangrientos a los que recurría la contrarrevolución frente alas fuerzas revolucionarias del pueblo. [pág. 130] [8] Cita del Mencio. Mencio compara al tirano que con sus brutalidades empuja al pueblo a buscar un soberano benévolo, con la nutria que "empuja los peces hacia las aguas profundas". [pág. 130] [9] Se refiere al VI Congreso Nacional del Partido Comunista de China, celebrado en julio de 1928. El Congreso indicó que, después de la derrota de 1927, la revolución china continuaba siendo, por su carácter, una revolución democrático-burguesa antiimperialista y antifeudal, y que era inevitable un nuevo auge revolucionario; pero, como este nuevo auge revolucionario no había surgido todavía, la línea general para la revolución en aquel tiempo consistía en ganarse a las masas. El VI Congreso barrió con el capitulacionismo de derecha de Chen Tu-siu, aparecido en 1927, y también sometió a crítica el putchismo "izquierdista" que se manifestó en el Partido a fines de 1927 y comienzos de 1928. [pág. 131] pág. 138 [10] En 1929, el Ejército Rojo emprendió una expedición hacia el Este, desde las montañas Chingkang hasta la provincia de Fuchién, donde creó una nueva base de apoyo revolucionaria, y estableció el Poder revolucionario popular en los distritos de Lungyen, Yungting y Shangjang, en el Oeste de dicha provincia. [pág. 132] [11] Se refiere a las bases de apoyo revolucionarias relativamente sólidas, establecidas por el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos. [pág. 133] [12] Entonces comandante de las Fuerzas de Preservación del Orden del Kuomintang en la provincia de Chechiang. [pág. 135] [13] Conocidos bandidos de la provincia de Fuchién, cuyas Fuerzas fueron incorporadas al ejército del Kuomintang. [pág. 135] [14] Jefe de una división de las tropas del Kuomintang. [pág. 135] [15] Caudillo militar del Kuomintang, entonces gobernador de la provincia de Chiangsí. [pág. 135] [16] Entonces jefe de una división de las tropas del Kuomintang acantonadas en la provincia de Chiangsí. [pág. 135]

    jueves, 30 de agosto de 2012

    PERÚ: Genocida Hurtado acusa a altos mandos. ( La Pr1mera)




    “Usted estaba al tanto de lo que realizaban las patrullas, y cuando se daban incursiones en los centros poblados y uno de sus subalternos no registraba el real número de bajas, solo se le daba una sanción disciplinaria, pero no penal. No ha habido condena ninguna en aquellos años por desapariciones”, dijo Hurtado en careo con Sotero Navarro programado por la Sala Penal Especial que preside Ricardo Brousset.

    El exoficial de inteligencia, por su parte, negó lo dicho por Hurtado, aunque reconoció excesos durante la guerra contra Sendero Luminoso. Asimismo trató de apelar al sentimentalismo del mayor en retiro para evitar que lo siga involucrando en delitos de lesa humanidad.

    “Usted fue un buen subteniente y nosotros somos soldados que no debemos estar acá frente a frente. El Estado nos abandonó y estuvimos abandonados allá en Ayacucho. Quizá hubo excesos pero estuvimos ahí cumpliendo una misión”, afirmó Sotero Navarro.

    De esa manera, Hurtado continuó acusando a sus superiores de haber permitido una política de exterminio contra campesinos inocentes, entre ellos niños y ancianos. En su primera confrontación con el general EP (r) Wilfredo Mori Orzo, excomandante General de la II División de Infantería y exjefe del Comando Político Militar de Huamanga en 1985, Hurtado le exigió que asuma su responsabilidad.

    “Ya es tiempo que tenga el aplomo y asuma su responsabilidad. Usted permitió que la guerra se lleve bajo esos procedimientos. Usted tiene que amarrarse los pantalones porque su unidad permitió procedimientos ilegales…”, manifestó Hurtado.


    Henry CamposRedacción/ La Primera

    GALIZA: Que é o nacionalismo? Un artigo do Ateneu Proletario Galego.-

    O presente artigo do Ateneu Proletarío Galego nos foi enviado por correo vermello.




    Que é o nacionalismo?

    Eu nom gosto dechamarme nacionalista. Nacionalista só, nom aclara nada, é como dizer classista sem mais. De que classe? Nacionalista burguês chauvinista? Nacionalista dum povo trabalhador que sofre a opressom nacional e luita por conquistar o poder político e construir a Pátria socialista? Nacionalista espanhol ou a sua negaçom, nacionalista galego? Esta é a chave. O nacionalismo é um conceito histórico, depende do carácter de classe que seja opressor ou liberador. Depende da situaçom concreta seremos ou nom nacionalistas.
    Os comunistas cubanos ou vietnamitas sem dúvida que som patriotas ao defenderem com unhas e dentes a sua soberania. Observai como respeitam a Pátria nova socialista, a bandeira, o hino, ou como tenhem consciência da sua identidade nacional.

     Por isso prefirimos na Galiza o termo independentismo. Ainda que nom hai dúvida que somos consecuentemente nacionalistas na forma e no fundo. Porque é na prática política e nom na semántica como se definem as/os revolucionárias/os. E porque é no contexto que a palavra se enche de conteúdo.

    Aos espanholistas tamém lhes podemos chamar nacionalistas. Da mesma maneira que aos membros dum clube de golf mui “exclusivo”, podemos dizer que é classista. Classista burguês e nacionalista espanhol nestes exemplos.

    Como comunistas galegas somos nacionalistas e temos que ser independentistas, a nom ser que nom entendamos nada do mundo no que vivemos.

    Um comunista galego que nom seja independentista é como um comunista sulafricano que nom fora anti-aparthait, um sem-sentido.



    Silfrido N.

    miércoles, 29 de agosto de 2012

    PERÚ: La policia asesina a dos campesinos en Huánuco.





    correovermello-noticias
    Lima, 29.08.12
    La policía disparo contra una manifestación de centenares de campesinos opuestos a los planes de erradicación de las plantas de coca, matando a dos campesinos e hiriendo a un numero indeterminado de los mismos informan diarios capitalinos.
    Las noticias son confusas pues otras fuentes informan de tres asesinados y mas de quince heridos, cuando centenares de campesinos, en el distrito de Rupa Rupa, provincia de Leoncio Prado, trataron de impedir la acción del personal del CORAH y la policía respondió disparando sobre los mismos.
    Las fuerzas represivas del Frente Policia Huallaga, afirman que fueron atacados con armas de fuego y piedras, afirmaciones que desmienten testigos presenciales.






    martes, 28 de agosto de 2012

    O 18 Brumário de Luis Bonaparte. Karl Marx (1ª parte)

    O 18 Brumário de Luis Bonaparte

    Karl Marx

    Capítulo I

    Hegel observa em uma de suas obras que todos os fatos e personagens de grande importância na história do mundo ocorrem, por assim dizer, duas vezes. E esqueceu-se de acrescentar: a primeira vez como tragédia, a segunda como farsa. Caussidière por Danton, Luís Blanc por Robespierre, a Montanha de 1845-1851 pela Montanha de 1793-1795, o sobrinho pelo tio. E a mesma caricatura ocorre nas circunstâncias que acompanham a segunda edição do Dezoito Brumário! Os homens fazem sua própria história, mas não a fazem como querem; não a fazem sob circunstâncias de sua escolha e sim sob aquelas com que se defrontam diretamente, legadas e transmitidas pelo passado. A tradição de todas as gerações mortas oprime como um pesadelo o cérebro dos vivos. E justamente quando parecem empenhados em revolucionar-se a si e às coisas, em criar algo que jamais existiu, precisamente nesses períodos de crise revolucionária, os homens conjuram ansiosamente em seu auxilio os espíritos do passado, tomando-lhes emprestado os nomes, os gritos de guerra e as roupagens, a fim de apresentar e nessa linguagem emprestada. Assim, Lutero adotou a máscara do apóstolo Paulo, a Revolução de 1789-1814 vestiu-se alternadamente como a república romana e como o império romano, e a Revolução de 1848 não soube fazer nada melhor do que parodiar ora 1789, ora a tradição revolucionária de 1793-1795. De maneira idêntica, o principiante que aprende um novo idioma, traduz sempre as palavras deste idioma para sua língua natal; mas só quando puder manejá-lo sem apelar para o passado e esquecer sua própria língua no emprego da nova, terá assimilado o espírito desta última e poderá produzir livremente nela.

    O exame dessas conjurações de mortos da história do mundo revela de pronto uma diferença marcante. Camile Desmoulins, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleão, os heróis, os partidos e as massas da velha Revolução Francesa, desempenharam a tarefa de sua época, a tarefa de libertar e instaurar a moderna sociedade burguesa, em trajes romanos e com frases romanas. Os primeiros reduziram a pedaços a base feudal e deceparam as cabeças feudais que sobre ela haviam crescido. Napoleão, por seu lado, criou na França as condições sem as quais não seria possível desenvolver a livre concorrência, explorar a propriedade territorial dividida e utilizar as forcas produtivas industriais da nação que tinham sido libertadas; além das fronteiras da França ele varreu por toda parte as instituições feudais, na medida em que isto era necessário para dar à sociedade burguesa da França um ambiente adequado e atual no continente europeu. Uma vez estabelecida a nova formação social, os colossos antediluvianos desapareceram, e com eles a Roma ressurrecta - os Brutus, os Gracos, os Publícolas, os tribunos. os senadores e o próprio César. A sociedade burguesa, com seu sóbrio realismo, havia gerado seus verdadeiros intérpretes e porta-vozes nos Says, Cousins, Royer-Coilards, Benjamm Constants e Guizots; seus verdadeiros chefes militares sentavam-se atrás das mesas de trabalho e o cérebro de toucinho de Luís XVIII era a sua cabeça política.
    Inteiramente absorta na produção de riqueza e na concorrência pacífica, a sociedade burguesa não mais se apercebia de que fantasmas dos tempos de Roma haviam velado seu berço. Mas, por menos heróica que se mostre hoje esta sociedade, foi não obstante necessário heroísmo, sacrifício, terror, guerra civil e batalhas de povos para torná-la uma realidade. E nas tradições classicamente austeras da república romana, seu5 gladiadores encontraram os ideais e as formas de arte, as ilusões de que necessitavam para esconderem de si próprios as limitações burguesas do conteúdo de suas lutas e manterem seu entusiasmo no alto nível da grande tragédia histórica. Do mesmo modo, em outro estágio de desenvolvimento, um século antes, Cromwell e o povo inglês haviam tomado emprestado a linguagem, as paixões e as ilusões do Velho Testamento para sua revolução burguesa. Uma vez alcançado o objetivo real, uma vez realizada a transformação burguesa da sociedade inglesa, Locke suplantou Habacuc.
    A ressurreição dos mortos nessas revoluções tinha, portanto, a finalidade de glorificar as novas lutas e não a de parodiar as passadas; de engrandecer na imaginação a tarefa a cumprir, e não de fugir de sua solução na realidade; de encontrar novamente o espírito da revolução e não de fazer o seu espectro caminhar outra vez.
    De 1848 a 1851 o fantasma da velha revolução anda em todos os cantos: desde Marrast, o républicain en gants jaunes(1), que se disfarça no velho Bailly, até o aventureiro de aspecto vulgar e repulsivo que se oculta sob a férrea máscara mortuária de Napoleão. Todo um povo que pensava ter comunicado a si próprio um forte impulso para diante, por meio da revolução, se encontra de repente trasladado a uma época morta, e para que não possa haver sombra de dúvida quanto ao retrocesso, surgem novamente as velhas datas, o velho calendário, os velhos nomes, os velhos éditos que já se haviam tornado assunto de erudição de antiquário, e os velhos esbirros da lei que há muito pareciam defeitos na poeira dos tempos. A nação se sente como aquele inglês louco de Bedlam vivendo na época dos antigos faraós e lamentando-se diariamente do trabalho pesado que deve executar como garimpeiro nas minas de ouro da Etiópia, emparedado na prisão subterrânea, uma lâmpada de luz mortiça presa à testa, o feitor dos escravos atrás dele com um longo chicote, e nas saídas a massa confusa de mercenários bárbaros, que não compreendem nem aos forçados das minas e nem se entendem entre si, pois não falam uma língua comum. "E me impuseram tudo isto" - suspira o louco - "a mim, um cidadão inglês livre, para que produza ouro para os faraós!" "Para que pague as dívidas da família Bonaparte" - suspira a nação francesa. O inglês, enquanto esteve em seu juízo perfeito, não podia livrar-se da idéia fixa de conseguir ouro. Os franceses, enquanto estiveram empenhados em uma revolução, não podiam livrar-se da memória de Napoleão, como provaram as eleições de 10 de dezembro. Diante dos perigos da revolução, ansiavam por voltar à abundância do Egito; e o 2 de Dezembro de 1851 foi a resposta. Não só fizeram a caricatura do velho Napoleão, como geraram o próprio velho Napoleão caricaturado, tal como deve aparecer necessariamente em meados do século XIX.

    A revolução social do século XIX não pode tirar sua poesia do passado, e sim do futuro. Não pode iniciar sua tarefa enquanto não se despojar de toda veneração supersticiosa do passado. As revoluções anteriores tiveram que lançar mão de recordações da história antiga para se iludirem quanto ao próprio conteúdo. A fim de alcançar seu próprio conteúdo, a revolução do século XIX deve deixar que os mortos enterrem seus mortos. Antes a frase ia além do conteúdo; agora é o conteúdo que vai além da frase.
    A Revolução de Fevereiro foi um ataque de surpresa, apanhando desprevenida a velha sociedade, e o povo proclamou esse golpe inesperado como um feito de importância mundial que introduzia uma nova época. A 2 de dezembro, a Revolução de Fevereiro é escamoteada pelo truque de um trapaceiro, e o que parece ter sido derrubado já não é a monarquia e sim as concessões liberais que lhe foram arrancadas através de séculos de luta. Longe de ser a própria sociedade que conquista para si mesma um novo conteúdo, é o Estado que parece voltar à sua forma mais antiga, ao domínio desavergonhadamente simples do sabre e da sotaina. Esta é a resta que dá ao coup de main(2) de fevereiro de 1848 o coup de tête(3) de dezembro de 1851. O que se ganha facilmente se entrega facilmente. O intervalo de tempo, porém, não passou sem proveito. Entre os anos de 1848 e 1851 a sociedade francesa supriu - e por um método abreviado, por ser revolucionário - estudos e conhecimentos que em um desenvolvimento regular, de lição em lição, por assim dizer, teriam tido que preceder a Revolução de Fevereiro se esta devesse constituir mais do que um estremecimento da superfície. A sociedade parece ter agora retrocedido para antes do seu ponto de partida; na realidade, somente hoje ela cria o seu ponto de partida revolucionário, isto é, a situação, as relações, as condições sem as quais a revolução moderna não adquire um caráter sério.
    As revoluções burguesas, como as do século XVIII, avançam rapidamente de sucesso em sucesso; seus efeitos dramáticos excedem uns aos outros; os homens e as coisas se destacam como gemas fulgurantes; o êxtase é o estado permanente da sociedade; mas estas revoluções têm vida curta; logo atingem o auge, e uma longa modorra se apodera da sociedade antes que esta tenha aprendido a assimilar serenamente os resultados de seu período de lutas e embates. Por outro lado, as revoluções proletárias, como as do século XIX, se criticam constantemente a si próprias, interrompem continuamente seu curso, voltam ao que parecia resolvido para recomeçá-lo outra vez, escarnecem com impiedosa consciência as deficiências, fraquezas e misérias de seus primeiros esforços, parecem derrubar seu adversário apenas para que este possa retirar da terra novas forças e erguer-se novamente, agigantado, diante delas, recuam constantemente ante a magnitude infinita de seus próprios objetivos até que se cria uma situação que toma impossível qualquer retrocesso e na qual as próprias condições gritam:

    Hic Rhodus, hic salta!
    Aqui está Rodes, salta aqui!
    Quanto ao resto, qualquer observador medianamente competente, mesmo que não tivesse seguido passo a passo a marcha dos acontecimentos na França, deve ter pressentido que a revolução estava fadada a um terrível fiasco. Bastava ouvir os jactanciosos latidos de vitória com que os senhores democratas se congratulavam pelas conseqüências milagrosas que esperavam dos acontecimentos do segundo domingo de maio de 1852. O segundo domingo de maio de 1852 tornara-se em suas cabeças uma idéia fixa, um dogma, como na cabeça dos quiliastas o dia em que Cristo deveria ressurgir e que assinalaria o começo da era milenar. Como sempre, a fraqueza se refugiara na crença nos milagres, imaginava o inimigo vencido, quando tinha sido afastada apenas em imaginação, e perdia toda compreensão do presente em uma glorificação passiva do que o futuro reservava e dos feitos que guardava in petto mas que não considerava oportuno revelar ainda. Os heróis que procuram refutar sua comprovada incapacidade oferecendo-se apoio mútuo e reunindo-se em um bloco haviam amarrado suas trouxas, recolhido suas coroas de louros adquiridas a crédito e estavam nesse momento empenhados em descontar no mercado de letras de cambio as repúblicas in partibus para as quais já tinham, no silêncio de suas almas modestas, previdentemente organizado o corpo governamental. O 2 de Dezembro os surpreendeu como um raio em céu azul e os povos que, em períodos de depressão pusilânime, deixam de boa vontade sua apreensão anterior ser afogada pelos que gritam mais alto, terão talvez se convencido de que já se foi o tempo em que o grasnar dos gansos podia salvar o Capitólio.
    A Constituição, a Assembléia Nacional, os partidos dinásticos, os republicanos azuis e vermelhos, os heróis da África, o trovão vibrado da tribuna, a cortina de relâmpagos da imprensa diária, toda a literatura, os políticos de renome e os intelectuais de prestígio, o código civil e o código penal, a liberte, égalité, fraternité e o segundo domingo de maio de 1852 - tudo desaparecera como uma fantasmagoria diante da magia de um homem no qual nem seus inimigos reconhecem um mágico. O sufrágio universal parece ter sobrevivido apenas por um momento, a fim de fazer, de próprio punho, o seu último testamento perante os olhos do mundo inteiro e declarar em nome do próprio povo: Tudo o que existe merece perecer.
    Não é suficiente dizer, como fazem os franceses, que a nação fora tomada de surpresa. Não se perdoa a uma nação ou a uma mulher o momento de descuido em que o primeiro aventureiro que se apresenta as pode violar. O enigma não é solucionado por tais jogos de palavras; é apenas formulado de maneira diferente. Não se conseguiu explicar ainda como uma nação de 36 milhões de habitantes pôde ser surpreendida e entregue sem resistência ao cativeiro por três cavalheiros de indústria.
    Recapitulemos em linhas gerais as fases que atravessou a revolução francesa de 24 de fevereiro de 1848 a dezembro de 1851.
    Três períodos principais se destacam: o período de fevereiro; de 4 de maio de 1848 a 28 de maio de 1849, o período da Constituição da República, ou da Assembléia Nacional Constituinte; de 28 de maio de 1849 a 2 de dezembro de 1851, o período da República Constitucional ou da Assembléia Nacional Legislativa.
    O primeiro período, de 24 de fevereiro - data da queda de Luís Filipe - até 4 de maio de 1848 - data da instalação da Assembléia Constituinte ou seja, o período de fevereiro propriamente dito, pode ser chamado o prólogo da revolução. Seu caráter foi oficialmente expressado pelo fato de que o governo por ele improvisado apresentou-se como um governo provisório e, assim como o governo, tudo que era proposto, tentado ou enunciado durante esse período era proclamado apenas provisório. Nada e ninguém se atrevia a reclamar para si o direito de existência ou de ação real. Todos os elementos que haviam preparado ou feito a revolução - a oposição dinástica, a burguesia republicana, a pequena burguesia democrático-republicana e os trabalhadores social-democratas - encontram provisoriamente seu lugar no governo de fevereiro.
    Não podia ser de outra maneira. O objetivo inicial das jornadas de fevereiro era uma reforma eleitoral, pela qual seria alargado o círculo dos elementos politicamente privilegiados da própria classe possuidora e derrubado o domínio exclusivo da aristocracia financeira. Quando estalou o conflito de verdade, porém, quando o povo levantou as barricadas, a Guarda Nacional manteve uma atitude passiva, o exército não ofereceu nenhuma resistência séria e a monarquia fugiu, a república pareceu ser a seqüência lógica. Cada partido a interpretava a seu modo. Tendo-a conquistado de armas na mão, o proletariado imprimiu-lhe sua chancela e proclamou-a uma república social. Indicava-se, assim, o conteúdo geral da revolução moderna, conteúdo esse que estava na mais singular contradição com tudo que, com o material disponível, com o grau de educação atingido pelas massas, dadas as circunstâncias e condições existentes, podia ser imediatamente realizado na prática. Por outro lado, as pretensões de todos os demais elementos que haviam colaborado na Revolução de Fevereiro foram reconhecidas na parte de leão que obtiveram no governo. Em nenhum período, portanto, encontramos uma mistura mais confusa de frases altissonantes e efetiva incerteza e imperícia, aspirações mais entusiastas de inovação e um domínio mais arraigado da velha rotina, maior harmonia aparente em toda a sociedade e mais profunda discordância entre seus elementos. Enquanto o proletariado de Paris deleitava-se ainda ante a visão das amplas perspectivas que se abriam diante de si e se entregava a discussões sérias sobre os problemas sociais, as velhas forças da sociedade se haviam agrupado, reunido, concertado e encontrado o apoio inesperado da massa da nação: os camponeses e a pequena burguesia, que se precipitaram de golpe sobre a cena política depois que as barreiras da monarquia de julho caíram por terra.
    O segundo período, de 4 de maio de 1848 até fins de maio de 1849, é o período da constituição, da fundação da república burguesa.
    Imediatamente após as jornadas de fevereiro não só viu-se a oposição dinástica surpreendida pelos republicanos, e estes pelos socialistas, como toda a França foi surpreendida por Paris. A Assembléia Nacional, que se reunira a 4 de maio de 1848, sendo o resultado de eleições nacionais, representava a nação. Era um protesto vivo contra as presunçosas pretensões das jornadas de fevereiro e devia reduzir os resultados da revolução à escala burguesa. O proletariado de Paris, que compreendeu imediatamente o caráter dessa Assembléia Nacional, tentou em vão, a 15 de maio, poucos dias depois de sua instalação, anular pela força a sua existência, dissolvê-la, desintegrar novamente em suas partes componentes, o organismo por meio do qual o ameaçava o espírito reacionário da nação. Como se sabe, o 15 de Maio não teve outro resultado senão o de afastar Bianqui e seus camaradas, isto é, os verdadeiros dirigentes do partido proletário da cena pública durante todo o ciclo que estamos considerando.
    À monarquia burguesa de Luís Filipe só pode suceder uma república burguesa, ou seja, enquanto um setor limitado da burguesia governou em nome do rei, toda a burguesia governará agora em nome do povo. As reivindicações do proletariado de Paris são devaneios utópicos, a que se deve por um paradeiro. A essa declaração da Assembléia Nacional Constituinte o proletariado de Paris respondeu com a Insurreição de junho, o acontecimento de maior envergadura na história das guerras civis da Europa. A república burguesa triunfou. A seu lado alinhavam-se a aristocracia financeira, a burguesia industrial, a classe média, a pequena burguesia, o exército, o lúmpen proletariado organizado em Guarda Móvel, os intelectuais de prestígio, o clero e a população rural. Do lado do proletariado de Paris não havia senão ele próprio. Mais de três mil insurretos foram massacrados depois da vitória e quinze mil foram deportados sem julgamento. Com essa derrota o proletariado passa para o fundo da cena revolucionária. Tenta readquirir o terreno perdido em todas as oportunidades que se apresentam, sempre que o movimento parece ganhar novo impulso, mas com uma energia cada vez menor e com resultados sempre menores. Sempre que uma das camadas sociais superiores entra em efervescência revolucionária o proletariado alia-se a ela e, consequentemente, participa de todas as derrotas sofridas pelos diversos partidos, umas depois das outras. Mas esses golpes sucessivos perdem sua intensidade à medida que aumenta a superfície da sociedade sobre a qual são distribuídos. Os dirigentes mais importantes do proletariado na Assembléia e na imprensa caem sucessivamente, vítima dos tribunais, e figuras cada vez mais equívocas assumem a sua direção. Lança-se em parte a experiências doutrinárias, bancos de intercâmbio e associações operárias, ou seja, a um movimento no qual renuncia a revolucionar o velho mundo com ajuda dos grandes recursos que lhe são próprios, e tenta, pelo contrário, alcançar sua redenção independentemente da sociedade, de maneira privada, dentro de suas condições limitadas de existência, e, portanto, tem por força que fracassar. Parece incapaz de descobrir novamente em si a grandeza revolucionária ou de retirar novas energias no vínculos que criou, até que todas as classes contra as quais lutou em junho estão, elas próprias, prostradas ao seu lado. Mas pelo menos sucumbe com as honras de uma grande luta histórico-universal; não só a França mas toda a Europa treme diante do terremoto de junho, ao passo que as sucessivas derrotas das classes mais altas custam tão pouco que só o exagero descarado do partido vitorioso pode fazê-las passar por acontecimentos, e são tanto mais ignominiosas quanto mais longe do proletariado está o partido derrotado.
    A derrota dos insurretos de junho preparara e aplainara, indubitavelmente, o terreno sobre a qual a república burguesa podia ser fundada e edificada, mas demonstrara ao mesmo tempo que na Europa as questões em foco não eram apenas de "república ou monarquia".
    Revelara que aqui república burguesa significava o despotismo ilimitado de uma classe sobre as outras. Provara que em países de velha civilização, com uma estrutura de classes desenvolvida, com condições modernas de produção, e com uma consciência intelectual na qual todas as idéias tradicionais se dissolveram pelo trabalho de séculos - a república significava geralmente apenas a forma política da revolução da sociedade burguesa e não sua forma conservadora de vida, como por exemplo nos Estados Unidos da América, onde, embora já existam classes, estas ainda não se fixaram, trocando ou permutando continuamente os elementos que as constituem em um fluxo contínuo, onde os modernos meios de produção, em vez de coincidir com uma superpopulação crônica, compensam, pelo contrário, a relativa escassez de cabeças e de braços, e onde, finalmente, o febril movimento juvenil da produção material, que tem um novo mundo para conquistar, não deixou nem tempo nem oportunidade de abolir a velha ordem de coisas.
    Durante as jornadas de junho todas as classes e partidos se haviam congregado no partido da ordem, contra a classe proletária, considerada como o partido da anarquia, do socialismo, do comunismo. Tinham "salvo" a sociedade dos "inimigos da sociedade". Tinham dado como senhas a seu exércitos as palavras de ordem da velha sociedade - "propriedade, família, religião, ordem - e proclamado aos cruzados da contra-revolução: "Sob este signo Vencerás" A partir desse instante, tão logo um dos numerosos partidos que se haviam congregado sob esse signo contra os insurretos de junho tenta assenhorear-se do campo de batalha revolucionário em seu próprio interesse de classe, sucumbe ante o grito: "Propriedade, família religião, ordem." A sociedade é salva tantas vezes quantas se contrai o círculo de seus dominadores e um interesse mais exclusivo se impõe ao mais amplo. Toda reivindicação ainda que da mais elementar reforma financeira burguesa, do liberalismo mais corriqueiro, do republicanismo mais formal, da democracia mais superficial, é simultaneamente castigada como um "atentado à sociedade" e estigmatizada como "socialismo". E, finalmente, os próprios pontífices da "religião e da ordem" são derrubados a pontapés de seus trípodes píticos, arrancados de seus leitos na calada da noite, atirados em carros celulares, lançados em masmorras ou mandados para o exílio; seu templo é totalmente arrasado, suas bocas trançadas, suas penas quebradas, sua lei reduzida a frangalhos em nome da religião, da propriedade, da família e da ordem. Os burgueses fanáticos pela ordem são mortos a tiros nas sacadas de suas janelas por bandos de soldados embriagados, a santidade dos seu lares é profanada, e suas casas são bombardeadas como diversão em nome da propriedade, da família, da religião e da ordem. Finalmente, a ralé da sociedade burguesa constitui a sagrada falange da ordem e o herói Crapulinski se instala nas Tulherias como o "salvador da sociedade".

    Capítulo II

    Retomemos o fio dos acontecimentos.
    A história da Assembléia Nacional Constituinte a partir das jornadas de junho é a história do domínio e da desagregação da fração republicana da burguesia, da fração conhecida pelos nomes de republicanos tricolores, republicanos puros, republicanos políticos, republicanos formalistas etc.
    Sob a monarquia burguesa de Luís Filipe essa fração formara a oposição republicana oficial e era, consequentemente, parte integrante reconhecida do mundo político de então. Tinha seus representantes nas Câmaras e uma considerável esfera de ação na imprensa. Seu órgão parisiense, o National, era considerado tão respeitável, em seu gênero, como o Journal des Débats. Seu caráter correspondia à posição que ocupava sob a monarquia constitucional. Não era uma fração da burguesia unida por grandes interesses comuns e destacadas das outras por condições específicas de produção. Era um grupo de burgueses de idéias republicanas - escritores, advogados, oficiais e funcionários de categoria que deviam sua influência às antipatias pessoais do país contra Luís Filipe, à memória da velha república, à fé republicana de um grupo de entusiastas, e sobretudo ao nacionalismo francês, cujo ódio aos acordos de Viena e à aliança com a Inglaterra eles atiçavam constantemente.
    Grande parte dos partidários com que contava o National durante o governo de Luís Filipe eram devidos a esse imperialismo camuflado, que pôde consequentemente enfrentá-lo mais tarde, durante a república, como um inimigo mortal na pessoa de Luís Bonaparte. Combatia a aristocracia financeira da mesma forma que todo o resto da oposição burguesa. As polêmicas contra o orçamento, que estavam, na França, estreitamente ligadas à luta contra a aristocracia financeira, proporcionavam uma popularidade demasiado barata e material para editoriais puritanos demasiado abundante para não ser explorado. A burguesia industrial estava-lhe agradecida por sua servil defesa do sistema protecionista francês, que ele aceitava, porém, mais por razões nacionais do que no interesse da economia nacional; a burguesia, como um todo, estava-lhe agradecida por suas torpes denúncias contra o comunismo e o socialismo. Quanto ao mais, o partido do National era puramente republicano, ou seja, exigia que a dominação burguesa adotasse formas republicanas ao invés de monárquicas e, principalmente, exigia a parte do leão nesse domínio. Relativamente às condições dessa transformação não tinha um plano claro de ação. O que, pelo contrário, parecia-lhe claro como a luz do dia e era publicamente admitido nos banquetes reformistas dos últimos tempos do reinado de Luís Filipe era a sua impopularidade entre os democratas pequenos burgueses e, em particular, perante o proletariado revolucionário. Esses republicanos puros - os republicanos puros são assim - estavam já a ponto de se contentar no momento com a regência da duquesa de Orléans, quando irrompeu a Revolução de Fevereiro e seus representantes mais conhecidos foram apontados para postos no Governo Provisório. Desde o início contavam, naturalmente, com o apoio da burguesia e com a maioria na Assembléia Nacional Constituinte, elementos socialistas do Governo Provisório foram imediatamente excluídos da Comissão Executiva formada pela Assembléia Nacional por ocasião de sua instalação, e o partido do National aproveitou a deflagração da insurreição de junho para dissolver também a Comissão Executiva, e livrar-se assim de seus rivais mais próximos, os republicanos pequenos burgueses ou republicanos democratas (Ledru-Rollin etc.). Cavaignac o general do partido republicano burguês que comandara a batalha de junho, tomou o lugar da Comissão Executiva, com poderes quase ditatoriais. Marrast, ex-redator-chefe do National, tornou-se o presidente perpétuo da Assembléia Nacional Constituinte, e os ministérios, bem como todos os demais postos importantes, caíram em mãos dos republicanos puros.
    A fração republicano-burguesa, que há muito se considerava a herdeira legítima da monarquia de julho, viu assim excedidas suas mais caras esperanças; alcançou o poder, não, porém, como sonhara, sob o governo de Luís Filipe, através de uma revolta liberal da burguesia contra o trono, e sim através de um levante do proletariado contra o capital, levante esse que foi sufocado a tiros de canhão. O que imaginara como o acontecimento mais contra-revolucionário. O fruto caiu-lhe nas mãos, mas caído da árvore do conhecimento e não da árvore da vida.
    O domínio exclusivo dos republicanos burgueses durou apenas de 24 de junho a 10 de dezembro de 1848. Resumiu-se na elaboração da Constituição republicana e na proclamação do estado de sítio em Paris.
    A nova Constituição era, no fundo, apenas a reedição, em forma republicana, da Carta constitucional de 1830. O limitado cadastro eleitoral da monarquia de julho, que excluía do domínio político mesmo uma grande parte da burguesia, era incompatível com a existência da república burguesa. Em vez dessas restrições, a Revolução de Fevereiro proclamara imediatamente o sufrágio universal e direto. Os republicanos burgueses não puderam desfazer esse ato. Tiveram que contentar-se com acrescentar uma cláusula instituindo a obrigatoriedade de pelo menos seis meses de residência no distrito eleitoral. A velha organização da administração, do sistema municipal, do sistema jurídico, militar etc., permaneceu intacta ou, onde foi modificada pela Constituição, a modificação atingia o rótulo, não o conteúdo, o nome, não a coisa em si.
    O inevitável estado-maior das liberdades de 1848, a liberdade pessoal, as liberdades de imprensa, de palavra, de associação de reunião, de educação, de religião etc., receberam um uniforme constitucional que as fez invulneráveis. Com efeito, cada uma dessas liberdades é proclamada como direito absoluto do cidadão francês, mas sempre acompanhada da restrição à margem, no sentido de que é ilimitada desde que não esteja limitada pelos "direitos iguais dos outros e pela segurança pública" ou por "leis" destinadas a restabelecer precisamente essa harmonia das liberdades individuais entre si e com a segurança pública. Por exemplo:
    "Os cidadãos gozam do direito de associação, de reunir-se pacificamente e desarmados, de formular petições e de expressar suas opiniões, quer pela imprensa ou por qualquer outro modo. O gozo desses direitos não sofre qualquer restrição, salvo as impostas pelos direitos iguais dos outros e pela segurança pública. (Capítulo II, § 8, da Constituição Francesa.) "O ensino é livre. A liberdade de ensino será exercida dentro das condições estabelecidas pela lei e sob o supremo controle do Estado.
    " (Ibidem, § 9.) "O domicílio de todos os cidadãos é inviolável, exceto nas condições prescritas na lei." (Capítulo II, § 3.) Etc. etc. A Constituição, por conseguinte, refere-se constantemente a futuras leis orgânicas que deverão pôr em prática aquelas restrições e regular o gozo dessas liberdades irrestritas de maneira que não colidam nem entre si nem com a segurança pública. E mais tarde essas leis orgânicas foram promulgadas pelos amigos da ordem e todas aquelas liberdades foram regulamentadas de tal maneira que a burguesia no gozo delas, se encontra livre de interferência por parte dos direitos iguais das outras classes. Onde são vedadas inteiramente essas liberdades "aos outros" ou permitido o seu gozo sob condições que não passam de armadilhas policiais, isto é feito sempre apenas no interesse da "segurança pública", isto é, da segurança da burguesia, como prescreve a Constituição. Como resultado, ambos os lados invocam devidamente, e com pleno direito, a Constituição: os amigos da ordem, que ab-rogam todas essas liberdades, e os democratas, que as reivindicam. Pois cada parágrafo da Constituição encerra sua própria antítese, sua própria Câmara Alta e Câmara Baixa, isto é, liberdade na frase geral, ab-rogação da liberdade na nota à margem. Assim, desde que o nome da liberdade seja respeitado c impedida apenas a sua realização efetiva - de acordo com a lei, naturalmente - a existência constitucional da liberdade permanece intacta, inviolada, por mais mortais que sejam os golpes assestados contra sua existência na vida real.
    Esta Constituição, tornada inviolável de maneira tão engenhosa, era, contudo, como Aquiles, vulnerável em uni ponto; não no calcanhar, mas na cabeça, ou por outra, nas duas cabeças em que se constituiu: de um lado, a Assembléia Legislativa, de outro, o Presidente. Um exame da Constituição revelará que só os parágrafos onde é definida a relação do Presidente com a Assembléia Legislativa são absolutos, positivos, não contraditórios, e sem tergiversação possível. Pois os republicanos burgueses tratavam, aqui, de garantir sua posição. Os parágrafos 45 a 70 da Constituição acham-se redigidos de tal maneira que a Assembléia Nacional tem poderes constitucionais para afastar o Presidente, ao passo que este só inconstitucionalmente pode dissolver a Assembléia Nacional, suprimindo a própria Constituição. Ela mesma provoca, portanto, a sua violenta destruição. Não só consagra a divisão dos poderes, tal como a Carta de 1830, como a amplia a ponto de transformá-la em uma contradição insustentável. O jogo dos poderes constitucionais, como Guizot denominava as contendas parlamentares entre o Poder Legislativo e o Executivo, é, na Constituição de 1848, constantemente jogado va-banquenot4. De um lado estão 750 representantes do povo, eleitos por sufrágio universal e reelegíveis; constituem uma Assembléia Nacional incontrolável, indissolúvel, indivisível, uma Assembléia Nacional que desfruta de onipotência legislativa, decide em última instância sobre as questões de guerra, de paz e tratados comerciais, possui, só ela, o direito de anistia e, por seu caráter permanente, ocupa perpetuamente o proscênio. Do outro lado está o Presidente, com todos os atributos do poder real, com autoridade para nomear e exonerar seus ministros independentemente da Assembléia Nacional, com todos os recursos do Poder Executivo em suas mãos, distribuindo todos os postos e dispondo, assim, na França, da existência de pelo menos um milhão e meio de pessoas, pois tantos são os que dependem das 500 mil autoridades e funcionários de todas as categorias. Tem atrás de si todo o poder das forças armadas. Goza do privilégio de conceder indulto individual aos criminosos, suspender a Guarda Nacional, destruir, com o beneplácito do Conselho de Estado, os conselhos gerais, cantonais e municipais eleitos pelos próprios cidadãos. A iniciativa e a direção de todos os tratados com países estrangeiros são faculdades reservadas a ele. Enquanto a Assembléia permanece constantemente em cena exposta às críticas da opinião pública, o Presidente leva uma vida oculta nos Campos Elíseos, com o Artigo 45 da Constituição diante dos olhos e gravado no coração, a gritar-lhe diariamente: Frére, il faut mourir!(5) Teu poder cessa no segundo domingo do lindo mês de maio, no quarto ano após a tua eleição! Tua glória terminará então, a peça não é representada duas vezes, e se tens dívidas, cuida a tempo de saldá-las com os 600 mil francos que a Constituição te concede, a menos que prefiras ser recolhido a Clichy na segunda-feira seguinte ao segundo domingo do lindo mês de maio! - Assim, enquanto a Constituição outorga poderes efetivos ao Presidente, procura garantir para a Assembléia Nacional o poder moral. À parte o fato de que é impossível criar um poder moral mediante os parágrafos de uma lei, a Constituição mais uma vez se anula ao dispor que o Presidente seja eleito por todos os franceses, através do sufrágio direto. Enquanto os votos da França são divididos entre os 750 membros da Assembléia Nacional, são aqui, pelo contrário, concentrados em um único indivíduo. Enquanto cada representante do povo representa apenas este ou aquele partido, esta ou aquela cidade esta ou aquela cabeça de ponte, ou até mesmo a mera necessidade de eleger algum dos 750 candidatos, sem levar na devida consideração nem a causa nem o homem, ele é o eleito da nação e o ato de sua eleição é o trunfo que o povo soberano lança uma vez em cada quatro anos. A Assembléia Nacional eleita está em relação metafísica com a Nação ao passo que o Presidente eleito está em relação pessoal com ela. A Assembléia Nacional exibe realmente, em seus representantes individuais, os múltiplos aspectos do espírito nacional, enquanto no Presidente esse espírito nacional encontra a sua encarnação. Em comparação com a Assembléia ele possui uma espécie de direito divino; é Presidente pela graça do povo.
    Tétis, a deusa do mar, profetizara a Aquiles que ele morreria na flor da juventude. A Constituição que, como Aquiles, tinha seu ponto fraco, tinha também como Aquiles o pressentimento de que morreria cedo. Bastava que os republicanos puros empenhados na elaboração da Constituição baixassem o olhar do paraíso de sua república ideal e olhassem este mundo profano, para perceberem como a arrogância dos monarquistas, dos bonapartistas, dos democratas, dos comunistas, bem como seu próprio descrédito, cresciam diariamente à medida que sua grande obra de arte legislativa chegava ao término, sem que para isso Tétis tivesse que sair do mar e vir comunicar-lhes o seu segredo. Tentaram fugir ao destino por meio de um dispositivo constitucional, através do § 111, segundo o qual toda moção visando à revisão da Constituição tinha que ser apoiada pelo menos por três quartos dos votantes, em três debates sucessivos, entre os quais devia haver sempre um mês de intervalo, e que exigia ademais, que pelos menos 500 membros da Assembléia Nacional participassem da votação. Com isto fizeram apenas a tentativa desesperada de exercer, como minoria a que profeticamente já se viam reduzidos - um poder que naquele momento, quando dispunham de maioria parlamentar e de todos os recursos da autoridade governamental, escapava-lhes dia a dia das mãos.
    Finalmente a Constituição, em um parágrafo melodramático, se confia "à vigilância e ao patriotismo de todo o povo francês e de cada cidadão francês", depois de ter anteriormente confiado os "vigilantes" e "patriotas", em um outro parágrafo, aos cuidados mais ternos e dedicados da Alta Corte de justiça, a Haute Court, expressamente criada para isso.
    Esta era a Constituição de 1848, que a 2 de dezembro de 1851 não foi derrubada por uma cabeça, mas caiu por terra ao contato de um simples chapéu; esse chapéu, evidentemente, era um tricórnio napoleônico.
    Enquanto os republicanos burgueses se entrelinham, na Assembléia, em criar, discutir e votar essa Constituição, fora da Assembléia Cavaignac mantinha o estado de sítio em Paris. O estado de sítio foi a parteira da Assembléia Constituinte em seus trabalhos de criação republicana. Se a Constituição foi subseqüentemente liquidada por meio de baionetas, é preciso não esquecer que foi também por baionetas, e estas voltadas contra o povo, que teve de ser protegida no ventre materno e trazida ao mundo. Os precursores dos "respeitáveis republicanos" haviam mandado seu símbolo, a bandeira tricolor, em uma excursão pela Europa. Eles próprios, por sua vez, produziram um invento que percorreu todo o Continente mas que retornava à França com amor sempre renovado, até que agora adquirira carta de cidadania na metade de seus departamentos - o estado de sítio. Um invento esplêndido, empregado periodicamente em todas as crises ocorridas durante a Revolução Francesa. O quartel e o bivaque, porém, que eram assim postos periodicamente sobre a cabeça da sociedade francesa a fim de comprimir-lhe o cérebro e reduzi-la à passividade; o sabre e o mosquetão, aos quais era periodicamente permitido desempenhar o papel de juizes e administradores, de tutores e censores, brincar de polícia e servir de guarda-noturno; o bigode e o uniforme, periodicamente proclamados como sendo a mais alta expressão da sabedoria da sociedade e como seus guardiães - não deviam acabar forçosamente o quartel e o bivaque, o sabre e o mosquetão, o bigode e o uniforme, tendo a idéia de salvar a sociedade de uma vez para sempre, proclamando seu próprio regime como a mais alta forma de governo e libertando completamente a sociedade civil do trabalho de governar a si mesma? O quartel e o bivaque, o sabre e o mosquetão, o bigode e o uniforme tinham forçosamente que acabar tendo essa idéia, com tanto mais razão quanto poderiam então esperar também melhor recompensa por esses serviços mais importantes, ao passo que através de um mero estado de sítio periódico e de passageiros salvamentos da sociedade a pedido desta ou daquela fração burguesa, conseguiam pouca coisa de sólido, exceto alguns mortos e feridos e algumas caretas amigáveis por parte dos burgueses. Não deveriam finalmente os militares jogar um dia o estado de Sítio em seu próprio interesse e em seu próprio benefício, sitiando ao mesmo tempo as bolsas burguesas? Além disso, seja dito de passagem, é preciso não esquecer que o Coronel Bernard, o mesmo presidente da comissão militar que, sob Cavaignac, ajudara a deportar sem julgamento 15 mil insurretos, estava novamente à frente das comissões militares que atuavam em Paris.
    Se, com o estado de sítio na capital francesa, os respeitáveis e puros republicanos plantaram o viveiro em que haviam de crescer os pretorianos do 2 de dezembro de 1851, são, por outro lado, dignos de louvor porque, em vez de exagerarem o sentimento nacional, como foi o caso de Luís Filipe, agora que dispunham do poder nacional, rastejavam diante dos países estrangeiros e, em vez de libertar a Itália, deixaram que fosse reconquistada pelos austríacos e napolitanos. A eleição de Luís Bonaparte como presidente, em 10 de dezembro de 1848, pôs fim à ditadura de Cavaignac e à Assembléia Constituinte.
    O § 44 da Constituição declara: "O Presidente da República Francesa não deverá ter perdido nunca sua cidadania francesa." O primeiro presidente da República Francesa, L.N. Bonaparte, tinha não só perdido sua cidadania francesa, não só fora um agente especial dos ingleses, mas era até naturalizado suíço.
    Tratei em outra passagem do significado da eleição de 10 de dezembro. Não voltarei ao assunto aqui. Será suficiente observar que foi uma reação dos camponeses, que tinham tido que pagar as custas da Revolução de Fevereiro, contra as demais classes da nação, uma reação do campo contra a cidade. Esta reação encontrou grande apoio no exército, ao qual os republicanos do National não haviam dado nem glória nem remuneração adicional, entre a alta burguesia, que saudou Bonaparte como uma ponte para a monarquia, entre os proletários e pequenos burgueses, que o saudaram como um flagelo para Cavaignac. Terei oportunidade mais adiante de examinar mais detalhadamente a relação dos camponeses com a Revolução Francesa.
    O período compreendido de 20 de dezembro de 1848 à dissolução da Assembléia Constituinte em maio de 1849, abrange a história do ocaso dos republicanos burgueses. Após terem fundado uma república para a burguesia, expulsado do campo de luta o proletariado revolucionário e reduzido momentaneamente ao silêncio a pequena burguesia democrática, são eles mesmos postos de lado pela massa da burguesia, que com justa razão reclama essa república como sua propriedade. Essa massa era, porém, monárquica. Parte dela, latifundiários, dominara durante a Restauração e era, portanto, legitimista. A outra parte, os aristocratas da finança e os grandes industriais, havia dominado durante a monarquia de julho e era, consequentemente, orleanista. Os altos dignitários do exército, da universidade, da igreja, da justiça, da academia e da imprensa podiam ser encontrados dos dois lados, embora em proporções várias. Aqui, na república burguesa, que não ostentava nem o nome de Bourbon nem o nome de Orléans, e sim o nome de Capital, haviam encontrado a forma de governo na qual podiam governar conjuntamente. A insurreição de junho já os unira no "partido da ordem".
    Era agora necessário, em primeiro lugar, afastar o núcleo de republicanos burgueses que ocupavam ainda as cadeiras da Assembléia Nacional. Na mesma proporção em que esses republicamos puros haviam sido brutais em seu emprego da força física contra o povo, eram agora covardes, dissimulados, desanimados e incapazes, de lutar na hora da retirada, quando se tratava de assegurar seu republicanismo e seus direitos legislativos contra o Poder Executivo e os monarquistas. Não preciso relatar aqui a história ignominiosa de sua dissolução. Não sucumbiram; desapareceram. Sua história terminou para sempre, e tanto dentro como fora da Assembléia, figuram no período seguinte apenas como recordações, recordações que parecem reviver sempre que o mero nome república está novamente em causa e sempre que o conflito revolucionário ameaça descer ao nível mais baixo. Posso observar de passagem que o jornal que deu seu nome a esse partido, o National, foi convertido ao socialismo no período seguinte.
    Antes de terminarmos com este período precisamos ainda lançar um olhar retrospectivo aos dois poderes, um dos quais aniquilou o outro a 2 de dezembro de 1848 até a dissolução da Assembléia Constituinte. Referimo-nos a Luís Bonaparte, de um lado, e ao partido dos monarquistas coligados, o partido da ordem, da alta burguesia, do outro.
    Ao ascender à presidência Bonaparte formou imediatamente um ministério com base no partido da ordem, à frente do qual colocou Odilon Barrot, o velho dirigente, nota bene, da fração mais liberal da burguesia parlamentar. O Sr. Barrot havia finalmente conseguido a pasta ministerial cujo espectro o perseguia desde 1930 e, melhor ainda, a chefia do ministério; não, todavia, como imaginara sob Luís Filipe, como o dirigente mais avançado da oposição parlamentar, mas sim com a tarefa de liquidar um Parlamento e como aliado dos seus piores inimigos, os jesuítas e os legitimistas. Trouxe finalmente a noiva para casa, mas só depois de prostituída. O próprio Bonaparte parecia ter-se apagado completamente. Esse partido agia por ele.
    Logo na primeira reunião do conselho de ministros foi resolvida a expedição a Roma que, concordou-se, seria feita à revelia da Assembléia Nacional, da qual seriam arrancadas as verbas necessárias sob falsos pretextos. Assim, começaram burlando a Assembléia Nacional e conspirando secretamente com os poderes absolutistas do estrangeiro contra a república romana revolucionária. Foi do mesmo modo e por meio das mesmas manobras que Bonaparte preparou o seu golpe do 2 de Dezembro contra o Legislativo realista e sua república Constitucional. É preciso não esquecer que o mesmo partido que formou o ministério de Bonaparte a 20 de dezembro de 1848 constituía a maioria da Assembléia Nacional Legislativa a 2 de dezembro de 1851.
    Em agosto a Assembléia Constituinte decidira só dissolver-se depois de ter elaborado e promulgado toda uma série de leis orgânicas que deveriam complementar a Constituição. A 6 de janeiro de 1849 o partido da ordem fez com que um deputado de nome Rateau apresentasse moção propondo que a Assembléia interrompesse a discussão das leis orgânicas e decidisse sobre sua própria dissolução. Não só o ministério, chefiado por Odilon Barrot, mas todos os membros monarquistas da Assembléia Nacional, indicaram nesse momento, em termos imperiosos, que a dissolução era necessária para a restauração do crédito, para a consolidação da ordem, para pôr fim aos indefinidos arranjos provisórios e estabelecer uma situação definitiva; que a Assembléia impedia a atuação do novo governo e procurava prolongar sua existência apenas com intuitos malévolos; que o país estava farto dela. Bonaparte tomou nota de todas essas invectivas contra o Poder Legislativo, a 2 de dezembro de 1851 demonstrou aos parlamentares que havia aproveitado a lição. Voltou contra eles seus próprios argumentos.
    O ministério Barrot e o partido da ordem foram mais longe. Fizeram com que de toda a França fossem dirigidas petições à Assembléia Nacional, nas quais se requeria amavelmente que levantasse acampamento.
    Levaram, assim, as massas desorganizadas do povo à luta contra a Assembléia Nacional, expressão constitucionalmente organizada do povo.
    Ensinaram Bonaparte a apelar para o povo contra as assembléias parlamentares. Finalmente, a 29 de janeiro de 1849, chegou o dia no qual a Assembléia Constituinte deveria decidir sua própria dissolução.
    Encontrou o edifício em que se realizavam suas sessões ocupado pelos militares; Changarnier, o general do partido da ordem, em cujas mãos se concentrava o comando supremo da Guarda Nacional e das tropas de linha, realizou em Paris uma grande revista de tropas, como se uma batalha estivesse iminente, e os monarquistas coligados declararam ameaçadoramente à Assembléia Constituinte que seria empregada a forca caso ela se mostrasse pouco dócil. A Assembléia mostrou-se dócil e ganhou apenas o brevíssimo período adicional de vida que negociara.
    Que foi o 29 de janeiro senão o golpe de Estado de 2 de dezembro de 1851, realizado desta vez pelos monarquistas juntamente com Bonaparte contra a Assembléia Nacional republicana? Esses senhores não perceberam, ou não quiseram perceber, que Bonaparte se valeu do 29 de janeiro de 1849 para fazer com que uma parte das tropas desfilasse diante dele nas Tulherias e aproveitou avidamente essa primeira convocação do poder militar contra o poder parlamentar para evocar Calígula. Eles, naturalmente, viam apenas o seu Changarnier.
    Um dos motivos que levaram especialmente o partido da ordem a encurtar pela força a duração da vida da Assembléia Constituinte foram as leis orgânicas suplementares à Constituição, tais como a lei do ensino, a lei sobre o culto religioso etc. Para os monarquistas coligados era da maior importância que eles próprios elaborassem essas leis, evitando que fossem feitas pelos republicanos que já se mostravam desconfiados. Entre essas leis orgânicas, entretanto, havia também uma lei regulamentando as responsabilidades do presidente da República. Em 1851 a Assembléia Legislativa ocupava-se precisamente da redação dessa lei quando Bonaparte impediu esse golpe com o golpe de 2 de dezembro. Que não teriam dado os monarquistas coligados em sua campanha parlamentar de inverno de 1851 para terem à mão já pronta esta Lei Sobre a Responsabilidade Presidencial e elaborada, ademais, por uma Assembléia republicana desconfiada e hostil!
    Depois que a Assembléia Constituinte havia ela própria desmantelado sua última arma a 29 de janeiro de 1849, o ministério Barrot e os amigos da ordem perseguiram-na até a morte, não deixaram por fazer nada que pudesse humilhá-la e arrancaram de sua desesperada debilidade leis que custaram o derradeiro resquício de respeito aos olhos do público.
    Bonaparte, ocupado com sua idéia fixa napoleônica, foi suficientemente atrevido para explorar publicamente essa degradação do poder parlamentar. Pois quando a 8 de maio de 1849 a Assembléia Nacional aprovou um voto de censura do ministério em vista da ocupação de Civitavecchia por Oudinot e ordenou-lhe que reduzisse a expedição romana ao objetivo proposto, Bonaparte na mesma noite publicou no Moniteur uma carta a Oudinot, na qual se congratulava com ele por suas proezas heróicas e, em contraste com os escribas parlamentares, assumiu já a posse de generoso protetor do exército. Isto provocou sorrisos dos monarquistas que o consideravam apenas como enganado por eles. Finalmente, quando Marrast, o presidente da Assembléia Constituinte, acreditou por um momento que a segurança da Assembléia Nacional estava em perigo e, confiando na Constituição, requisitou um coronel com seu regimento, o coronel negou-se a atender, invocou a disciplina e recomendou que Marrast apelasse para Changarnier; este repeliu com desprezo o pedido, observando que não gostava de baionetas inteligentes. Em novembro de 1851 quando os monarquistas coligados quiseram iniciar a luta decisiva contra Bonaparte, tentaram introduzir por meio de seu célebre Projeto dos Questores o princípio da requisição direta de tropas pelo presidente da Assembléia Nacional. Um de seus generais, Leflô, subscrevera o projeto. Em vão Changarnier votou a favor da proposta e Thiers rendeu homenagem à previdência da antiga Assembléia Constituinte. O ministro da Guerra, Saint-Arnaud, respondeu-lhe como Changarnier respondera a Marrast - o que lhe valeu a aclamação dá Montanha!
    Foi assim que o próprio partido da ordem, quando não constituía ainda a Assembléia Nacional, quando era ainda apenas o ministério, estigmatizou o regime parlamentar. E brada aos céus quando o 2 de Dezembro de 1851 baniu esse regime da França!

    Capítulo III

    A Assembléia Legislativa Nacional reuniu-se a 28 de maio de 1849. A 2 de dezembro de 1851 foi dissolvida. Esse período cobre a vida efêmera da república constitucional ou república parlamentar.
    Na primeira Revolução Francesa o domínio dos constitucionalistas é seguido do domínio dos girondinos e o domínio dos girondinos pelo dos jacobinos. Cada um desses partidos se apoia no mais avançado. Assim que impulsiona a revolução o suficiente para se tornar incapaz de levá-la mais além, e muito menos de marchar à sua frente, é posto de lado pelo aliado mais audaz que vem atrás e mandado à guilhotina. A revolução move-se, assim, ao longo de uma linha ascensional.
    Com a Revolução de 1848 dá-se o inverso. O partido proletário aparece como um apêndice do partido pequeno-burguês democrático. É traído e abandonado por esse a 16 de abril, a 15 de maio e nas jornadas de junho. O partido democrata, por sua vez, se apoia no partido republicano burguês. Assim que consideram firmada a sua posição os republicanos burgueses desvencilham-se do companheiro inoportuno e apoiam-se sobre os ombros do partido da ordem. O partido da ordem ergue os ombros fazendo cair aos trambolhões os republicanos burgueses e atira-se, por sua vez, nos ombros das forças armadas. Imagina manter-se ainda sobre estes ombros militares, quando, um belo dia, percebe que se transformaram em baionetas. Cada partido ataca par trás aquele que procura empurrá-lo para a frente e apoia pela frente naquele que o empurra para trás. Não é de admirar que nessa postura ridícula perca o equilíbrio e, feitas as inevitáveis caretas, caia por terra em estranhas cabriolas. A revolução move-se, assim, em linha descendente. Encontra-se nesse estado de movimento regressivo antes mesmo de ser derrubada a última barricada de fevereiro e constituído o primeiro órgão revolucionário.
    O período que temos diante de nós abrange a mais heterogênea mistura de contradições clamorosas: constitucionalistas que conspiram abertamente contra a constituição; revolucionários declaradamente constitucionalistas; uma Assembléia Nacional que quer ser onipotente e permanece sempre parlamentar; uma Montanha que encontra sua vocação na paciência e se consola de suas derrotas atuais com profecias de vitórias futuras; realistas que são patres conscripti(6) da república e que são forçados pela situação a manter no estrangeiro as casas reais hostis, de que são partidários, e a manter na França a república que odeiam; um Poder Executivo que encontra sua força em sua própria debilidade e sua respeitabilidade no desprezo que inspira; uma república que nada mais é do que a infâmia combinada de duas monarquias, a Restauração e a monarquia de julho, com rótulo imperialista; alianças cuja primeira cláusula é a separação; lutas cuja primeira lei é a indecisão; agitação desenfreada e desprovida de sentido em nome da tranqüilidade, os mais solenes sermões sobre a tranqüilidade em nome da revolução; paixões sem verdade, verdades sem paixões, heróis sem feitos heróicos, história sem acontecimentos; desenvolvimento cuja única força propulsora parece ser o calendário, fatigante pela constante repetição das mesmas tensões e relaxamentos; antagonismos que parecem evoluir periodicamente para um clímax, unicamente para se embotarem e desaparecer sem chegar a resolver-se; esforços pretensiosamente ostentados e terror filisteu ante o perigo de o mundo acabar-se, e ao mesmo tempo as intrigas mais mesquinhas e comédias palacianas representadas pelos salvadores do mundo que, em seu laisser aller(7) recordam mais do que o dia do juízo final os tempo da Fronda - o gênio coletivo oficial da França reduzido a zero pela estupidez astuciosa de um único indivíduo; a vontade coletiva da nação, sempre que se manifesta por meio do sufrágio universal, buscando sua expressão adequada nos inveterados inimigos dos interesses das massas, até que finalmente a encontra na obstinação de um flibusteiro. Se existe na história do mundo um período sem nenhuma relevância, é este. Os homens e os acontecimentos aparecem como Schlemihls invertidos, como sombras que perderam seus corpos. A revolução paralisa seus próprios portadores, e dota apenas os adversários de uma força apaixonada. Quando o "espectro vermelho", continuamente conjurado e exorcizado pelos contra-revolucionários, finalmente aparece, não traz à cabeça o barrete frígio da anarquia, mas enverga o uniforme da ordem, os culotes vermelhos.
    Vimos que o ministério nomeado por Bonaparte, no dia de sua ascensão, 20 de dezembro de 1848, era um ministério do partido da ordem, da coligação legimitista e orleanista. Esse ministério Barrot-Falloux sobrevivera à Assembléia Constituinte republicana, cujo termo de vida cortara de um modo mais ou menos violento, e encontrava-se ainda ao leme. Changarnier, o general dos monarquistas coligados, continuou a reunir em sua pessoa o comando geral da Primeira Divisão do Exército e da Guarda Nacional de Paris. Finalmente, as eleições gerais haviam assegurado ao partido da ordem uma ampla maioria na Assembléia Nacional. Os deputados e pares de Luís Filipe defrontaram-se aqui com uma hoste sagrada de legitimistas, para os quais muitos dos votos da nação haviam-se transformado em cartões de ingresso para o teatro político. A representação bonapartista era por demais escassa para poder formar um partido parlamentar independente. Apareciam apenas como mauvaise queue(8) do partido da ordem. O partido da ordem encontrava-se, assim, de posse do poder governamental, do exército e do Poder Legislativo, em suma, de todo o poder estatal; fora moralmente fortalecido pelas eleições gerais, que fizeram aparecer o seu domínio como sendo a expressão da vontade do povo, e pelo simultâneo triunfo da contra-revolução em todo o continente europeu.
    Nunca um partido iniciou sua campanha com tantos recursos ou sob auspícios tão favoráveis.
    Os republicanos puros naufragados verificaram que estavam reduzidos a um grupo de cerca de 50 homens na Assembléia Legislativa Nacional, chefiados pelos generais africanos Cavaignac, Lamoricière e Bedeau. O grande partido da oposição, entretanto, era constituído pela Montanha, o partido social-deomocrata adotara no Parlamento este nome de batismo.
    Comandava mais de 200 dos 750 votos da Assembléia Nacional e era, por conseguinte, pelo menos tão poderoso quanto qualquer das três frações partido da ordem tomadas isoladamente. Sua inferioridade numérica em comparação com toda a coligação monarquista parecia estar compensada por circunstâncias especiais. Não só as eleições departamentais demonstraram que ele havia conquistado um número considerável de partidários entre a população rural como contava em suas fileiras com quase todos os deputados eleitos por Paris; o exército fizera profissão de fé democrática elegendo três suboficiais, e o líder da Montanha, Ledru-Rollin, em contraste com todos os representantes do partido da ordem, fora elevado à nobreza parlamentar por cinco departamentos, que haviam concentrado nele a sua votação. Em vista dos inevitáveis choques entre os monarquistas e de todo o partido da ordem com Bonaparte, a 28 de maio de 1849 a Montanha parecia ter diante de si todos os elementos de êxito. Quinze dias depois perdia tudo, inclusive a honra.
    Antes de prosseguirmos com a história parlamentar desta época tornam-se necessárias algumas observações a fim de evitar as concepções errôneas tão comuns a respeito do caráter geral da época que temos diante de nós. Aos olhos dos democratas, o período da Assembléia Legislativa Nacional caracterizava-se pelo mesmo problema vivido durante a Assembléia Constituinte: a simples luta entre republicanos e monarquistas. Resumiam, entretanto, o movimento propriamente dito em uma só palavra: "reação" - noite em que todos os gatos são pardos e que lhes permite desfiar todos os seus lugares-comuns de guarda-noturno. E, certamente, à primeira vista, o partido da ordem revela um emaranhado de diferentes facções monarquistas, que não só intrigam uma contra a outra, cada qual tentando elevar ao trono o seu próprio pretendente e excluir o da facção contrária, como se unem todas no ódio comum e nas investidas comuns contra a "república". Em contraste com essa conspiração monarquista, a Montanha, por seu lado, aparece como representante da "república". O partido da ordem parece estar perpetuamente empenhado em uma "reação", dirigida contra a imprensa, o direito de associações e coisas semelhantes, uma reação nem mais nem menos como a que sucedeu na Prússia, e que, com na Prússia, é exercida na forma de brutal interferência policial por parte da burocracia, da gendarmaria e dos tribunais. A Montanha, por sua vez, está igualmente ocupada em aparar esses golpes, defendendo assim os "eternos direitos do homem", como todos os partidos supostamente populares vêm fazendo, mais ou menos, há um século e meio. Quando, porém, se examina mais de perto à situação e os partidos, desaparece essa aparência superficial que dissimula a luta de classes e a fisionomia peculiar da época.
    Os legitimistas e os orleanistas, como dissemos, formavam as duas grandes facções do partido da ordem. O que ligava estas facções aos seus pretendentes e as opunha uma à outra seriam apenas as flôres-de-lís e a bandeira tricolor, a Casa dos Bourbons e a Casa de Orléans, diferentes matizes do monarquismo? Sob os Bourbons governara a grande propriedade territorial, com seus padres e lacaios; sob os Orléans, a alta finança, a grande indústria, o alto comércio, ou seja, o capital, com seu séquito de advogados, professores e oradores melífluos. A monarquia legitimista foi apenas a expressão política do domínio hereditário dos senhores de terra, como a monarquia de julho fora apenas a expressão política do usurpado domínio dos burgueses arrivistas. O que separava as duas facções, portanto, não era nenhuma questão de princípios, eram suas condições materiais de existência, duas diferentes espécies de propriedade, era o velho contraste entre a cidade e o campo, a rivalidade entre o capital e o latifúndio. Que havia, ao mesmo tempo, velhas recordações, inimizades pessoais, temores e esperanças, preconceitos e ilusões, simpatias e antipatias, convicções, questões de fé e de princípio que as mantinham ligadas a uma ou a outra casa real - quem o nega? Sobre as diferentes formas de propriedade, sobre as condições sociais, maneiras de pensar e concepções de vida distintas e peculiarmente constituídas. A classe inteira os cria e os forma sobre a base de suas condições materiais e das relações sociais correspondentes.
    O indivíduo isolado, que as adquire através da tradição e da educação, poderá imaginar que constituem os motivos reais e o ponto de partida de sua conduta. Embora orleanistas e legitimistas, embora cada facção se esforçasse por convencer-se e convencer os outros de que o que as separava era sua lealdade às duas casa reais, os atos provaram mais tarde que o que impedia a união de ambas era mais a divergência de seus interesses. E assim como na vida privada se diferencia o que um homem pensa e diz de si mesmo do que ele realmente é e faz, nas lutas históricas deve-se distinguir mais ainda as frases e as fantasias dos partidos de sua formação real e de seus interesses reais, o conceito que fazem de si do que são na realidade. Orleanistas e legitimistas encontram-se lado a lado na república, com pretensões idênticas. Se cada lado desejava levar a cabo a restauração de sua própria casa real, contra a outra, isto significava apenas que cada um dos dois grandes interesses em que se divide a burguesia - o latifúndio e o capital - procurava restaurar sua própria supremacia e suplantar o outro. Falamos em dois interesses da burguesia porque a grande propriedade territorial, apesar de suas tendências feudais e de seu orgulho de raça, tornou-se completamente burguesa com o desenvolvimento da sociedade moderna.
    Também os tories na Inglaterra imaginaram por muito tempo entusiasmar-se pela monarquia, a igreja e as maravilhas da velha Constituição inglesa,. até que a hora do perigo arrancou-lhes a confissão de que se entusiasmam apenas pela renda territorial.
    Os monarquistas coligados intrigavam-se uns contra os outros pela imprensa, em Ems, em Claremont, fora do Parlamento. Atrás dos bastidores envergavam novamente suas velhas librés orleanistas e legitimistas e novamente se empenhavam nas velhas disputas. Mas diante do público, em suas grande representações de Estado, como grande partido parlamentar, iludem suas respectivas casas reais com simples mesuras e adiam in infinitum a restauração da monarquia.
    Exercem suas verdadeiras atividades como partido da ordem, ou seja, sob um rótulo social, e não sob um rótulo político; como representantes do regime burguês, e não como paladinos de princesas errantes; como classe-burguesa contra as outras classes e não como monarquistas contra republicanos. E como partido da ordem exerciam um poder mais amplo e severo sobre as demais classes da sociedade do que jamais haviam exercido sob a Restauração ou sob a monarquia de julho, um poder que, de maneira geral, só era possível sob a forma de república parlamentar, pois apenas sob esta forma podiam os dois grandes setores da burguesia francesa unir-se e, assim, pôr na ordem do dia o domínio de sua classe, em vez do regime de uma facção privilegiada desta classe. Se, não obstante, como partido da ordem, insultavam também a república e manifestavam a repugnância que sentiam por ela, isto não era devido apenas a recordações monarquistas. O instinto ensinava-lhes que a república, é bem verdade, torna completo seu domínio político, mas ao mesmo tempo solapa suas fundações sociais, uma vez que têm agora de se defrontar com as classes subjugadas e lutar com elas sem qualquer mediação, sem poderem esconder-se atrás da coroa, sem poderem desviar o interesse da nação com as lutas secundárias que sustentavam entre si e contra a monarquia. Era um sentimento de fraqueza que os fazia recuar das condições puras do domínio de sua própria classe e ansiar pelas antigas formas, mais incompletas, menos desenvolvidas e portanto menos perigosas, desse domínio. Por outro lado, cada vez que os monarquistas coligados entram em conflito com o pretendente que se lhes opunha, com Bonaparte, cada vez que julgam sua onipotência parlamentar ameaçada pelo Poder Executivo, cada vez, portanto, que têm que exibir o título político de seu domínio, apresentam-se como republicanos e não como monarquistas, desde o orleanista Thiers, que adverte a Assembléia Nacional de que a república é o que menos os separa, até o legitimista Berryer que, a 2 de dezembro de 1851, cingindo uma faixa tricolor, arenga o povo reunido diante da prefeitura do décimo distrito em nome da república. É claro que um eco zombeteiro responde-lhe: Henrique V! Henrique V!
    Contra a burguesia coligada fora formada uma coalizão de pequenos burgueses e operários, o chamado partido social democrata. A pequena burguesia percebeu que tinha sido mal recompensada depois das jornada e junho de 1848, que seus interesses materiais corriam perigo e que as garantias democráticas que deviam assegurar a efetivação desses interesses estavam sendo questionadas pela contra-revolução. Em vista disto aliou-se aos operários. Por outro lado, sua representação parlamentar, a Montanha, posta à margem durante a ditadura dos republicanos burgueses, reconquistara na segunda metade do período da Assembléia Constituinte sua popularidade perdida com a luta contra Bonaparte e os ministros monarquistas. Concluíra uma aliança com os dirigentes socialistas. Em fevereiro de 1849 a reconciliação foi comemorada com banquetes. Foi elaborado um programa comum, organizados comitês eleitorais comuns e lançados candidatos comuns.
    Quebrou-se o aspecto revolucionário das reivindicações sociais do proletariado e deu-se a elas uma feição democrática; despiu-se a forma puramente política das reivindicações democráticas da pequena burguesia e ressaltou-se seu aspecto socialista. Assim surgiu a social-democracia. A nova Montanha, resultado dessa combinação, continha, além de alguns figurantes tirados da classe operária e de alguns socialistas sectários, os mesmos elementos da velha Montanha, mas, mais fortes numericamente. Em verdade, ela se tinha modificado no curso do desenvolvimento, com a classe que representava. O caráter peculiar da social-democracia resume-se no fato de exigir instituições democrático-republicanas como meio não de acabar com dois extremos, capital e trabalho assalariado, mas de enfraquecer seu antagonismo e transformá-lo em harmonia. Por mais diferentes que sejam as medidas propostas para alcançar esse objetivo, por mais que sejam enfeitadas com concepções mais ou menos revolucionárias, o conteúdo permanece o mesmo. Esse conteúdo é a transformação da sociedade por um processo democrático, porém uma transformação dentro dos limites da pequena burguesia. Só que não se deve formar a concepção estreita de que a pequena burguesia, por princípio, visa a impor um interesse de classe egoísta. Ela acredita, pelo contrário, que as condições especiais para sua emancipação são as condições gerais sem as quais a sociedade moderna não pode ser salva nem evitada a luta de classes. Não se deve imaginar, tampouco, que os representantes democráticos sejam na realidade todos shopkeepers (lojistas) ou defensores entusiastas destes últimos. Segundo sua formação e posição individual podem estar tão longe deles como o céu da terra. O que os toma representantes da pequena burguesia é o fato de que sua mentalidade não ultrapassa os limites que esta não ultrapassa na vida, de que são consequentemente impelidos, teoricamente, para os mesmos problemas e soluções para os quais o interesse material e a posição social impelem, na prática, a pequena burguesia. Esta é, em geral, a relação que existe entre os representantes políticos e literários de uma classe e a classe que representam.
    Depois desta análise, é evidente que se a Montanha lutava continuamente contra o partido da ordem em prol da república e dos chamados direitos do homem nem a república nem os direitos do homem constituíam seu objetivo final, da mesma maneira por que um exército ao qual se quer despojar de suas armas e que resiste não entrou em luta, com o objetivo de conservar a posse de suas armas.
    Logo que se reuniu a Assembléia Nacional, o partido da ordem provocou a Montanha. A burguesia sentia agora a necessidade de acabar com a pequena burguesia democrática, assim como um ano atrás compreendera a necessidade de ajustar contas com o proletariado revolucionário.
    Apenas, a situação do adversário era diferente. A força do partido proletário estava nas ruas, ao passo que a da pequena burguesia estava na própria Assembléia Nacional. Tratava-se, pois de atraí-los para fora da Assembléia Nacional, para as ruas, e fazer com que eles mesmos destroçassem sua força parlamentar antes que o tempo e as circunstâncias pudessem consolidá-la. A Montanha precipitou-se de corpo e alma na armadilha.
    O bombardeio de Roma pelas tropas francesas foi a isca que lhe atiraram. Violava o artigo 5 da Constituição, que proibia qualquer declaração de guerra por parte do Poder Executivo sem o assentimento da Assembléia Nacional, e em resolução de 8 de maio a Assembléia Constituinte expressara sua desaprovação à expedição romana. Baseado nisso, a 11 de junho de 1849 Ledru-Rollin apresentou um projeto de impeachment contra Bonaparte e seus ministros. Exasperado pelas alfinetadas de Thiers, deixou-se na realidade arrastar ao ponto de ameaçar defender a Constituição por todos os meios, inclusive de armas na mão. A Montanha levantou-se como um só homem e repetiu esse apelo às armas. A 12 de junho a Assembléia Nacional rejeitou o projeto de impeachment e a Montanha deixou o Parlamento. Os acontecimentos de 13 de junho são conhecidos: a proclamação lançada por uma ala da Montanha declarando Bonaparte e seus ministros "fora da Constituição!"; a passeata da Guarda Nacional democrática que, desarmada como estava, dispersou-se ao defrontar as tropas de Changarnier etc. etc. Uma parte da Montanha fugiu para o estrangeiro; outra parte foi citada pelo Supremo Tribunal de Bourges, e uma resolução parlamentar submeteu os restantes à vigilância de bedel do presidente da Assembléia Nacional. O estado de sítio foi novamente declarado em Paris e a ala democrática da Guarda Nacional dissolvida. Quebrou-se, assim, a influência da Montanha no Parlamento e a força da pequena burguesia em Paris.
    Lyon, onde o 13 de junho dera a senha para uma sangrenta insurreição operária foi, juntamente com os cinco departamentos adjacentes, declarada igualmente sob estado de sítio, situação que perdura até o presente momento.
    A maior parte da Montanha abandonara sua vanguarda na hora difícil, recusando-se a assinar a proclamação. A imprensa desertara, apenas dois jornais ousando publicar o pronunciamento. A pequena burguesia traiu seus representantes, pelo fato de a Guarda Nacional ou não aparecer ou, onde apareceu, impedir o levantamento de barricadas. Os representantes, por sua vez, ludibriaram a pequena burguesia, pelo fato de que os seus pretensos aliados do exército não apareceram em lugar nenhum. Finalmente, em vez de ganhar forças com o apoio do proletariado, o partido democrático infetara o proletariado com sua própria fraqueza e, como costuma acontecer com os grandes feitos dos democratas, os dirigentes tiveram a satisfação de poder acusar o "povo" de deserção, e o povo a satisfação de poder acusar seus dirigentes de o terem iludido.
    Raramente fora uma ação anunciada tão estrepitosamente como a iminente campanha da Montanha, raramente um acontecimento fora alardeado com tanta segurança ou com tanta antecedência como a vitória inevitável da democracia. É mais do que certo que os democratas acreditam nas trombetas diante de cujos toques ruíram as muralhas de Jericó. E sempre que enfrentam as muralhas do despotismo procuram imitar o milagre. Se a Montanha queria vencer no Parlamento, não devia ter apelado para as armas. Se apelou para as armas no Parlamento, não devia ter-se comportado nas ruas de maneira parlamentar. Se a demonstração pacífica tinha um caráter sério, então era loucura não prever que teria uma recepção belicosa. Se se pretendia realizar uma luta efetiva, então era uma idéia esquisita depor as armas com que teria que ser conduzida esta luta. Mas as ameaças revolucionárias da pequena burguesia e de seus representantes democráticos não passam de tentativas de intimidar o adversário. E quando se vêem em um beco sem saída, quando se comprometeram o suficiente para tornar necessário levar a cabo suas ameaças, fazem-no então de maneira ambígua, que evita principalmente os meios de alcançar o objetivo, e tenta encontrar pretextos para sucumbir. A estrepitosa abertura que anunciou a contenda perde-se em um murmúrio pusilânime assim que a luta tem que começar; os atores deixam de se levar a sério e a peça murcha lamentavelmente, como um balão furado.
    Nenhum partido exagera mais os meios de que dispõe, nenhum se ilude com tanta leviandade sobre a situação como o partido democrático. Como uma ala do exército votara em seu favor, a Montanha estava agora convencida de que o exército se levantaria ao seu lado. E em que situação? Em uma situação que, do ponto de vista das tropas, não tinha outro significado senão o de que os revolucionários haviam-se colocado ao lado dos soldados romanos, contra os soldados franceses. Por outro lado, as recordações de junho de 1848 ainda estavam muito frescas para provocar outra coisa que não fosse a profunda aversão do proletariado à Guarda Nacional e a completa desconfiança dos chefes das sociedades secretas em relação aos dirigentes democráticos. Para superar essas diferenças era necessário que grandes interesses comuns estivessem em jogo. A violação de um parágrafo abstrato da Constituição não poderia criar esses interesses. Não fora a Constituição violada repetidas vezes, segundo afirmavam os próprios democratas? Não haviam os periódicos mais populares estigmatizado essa Constituição como sendo obra desconchavada de contra-revolucionários? Mas o democrata, por representar a pequena burguesia, ou seja, uma classe de transição na qual os interesses de duas classes perdem simultaneamente suas arestas, imagina estar acima dos antagonismos de classes em geral. Os democratas admitem que se defrontam com uma classe privilegiada mas eles, com todo o resto da nação, constituem o povo. O que eles representam é o direito do povo; o que interessa a eles é o interesse do povo. Por isso, quando um conflito está iminente, não precisam analisar os interesses e as posições das diferentes classes. Não precisam pesar seus próprios recursos de maneira demasiado crítica. Tem apenas que dar o sinal e o povo, com todos os seus inexauríveis recursos, cairá sobre os opressores. Mas se na prática seus interesses mostram-se sem interesse e sua potência, impotência, então ou a culpa cabe aos sofistas perniciosos, que dividem o povo indivisível em diferentes campos hostis, ou o exército estava por demais embrutecido e cego para compreender que os puros objetivos da democracia são o que há de melhor para ele, ou tudo fracassou devido a um detalhe na execução, ou então um imprevisto estragou desta vez a partida. Haja o que houver, o democrata sai da derrota mais humilhante, tão imaculado como era inocente quando entrou na questão, com a convicção recém-adquirida de que terá forçosamente que vencer, não porque ele e seu partido deverão abandonar o antigo ponto de vista, mas, pelo contrário, porque as condições tem que amadurecer para se porem de acordo com ele.
    Não se deve imaginar, por conseguinte, que a Montanha, dizimada e destroçada como estava, e humilhada pelo novo regulamento parlamentar, estivesse especialmente desconsolada. Se o 13 de Junho removera seus dirigentes, tinha, por outro lado, aberto vaga para homens de menor envergadura, que se sentiam desvanecidos com esta nova posição. Se sua impotência no Parlamento já não deixava lugar a dúvida, tinham agora o direito de limitar suas atividades a rasgos de indignação moral e ruidosa oratória. Se o partido da ordem simulava ver encarnados neles os últimos representantes oficiais da revolução e todos os horrores da anarquia, podiam mostrar-se na realidade ainda mais insípidos e modestos. Consolaram-se, entretanto, pelo 13 de junho, com esta sentença profunda: Mas se ousarem investir contra o sufrágio universal, bem, então lhes mostraremos de que somos capazes! Nous verrons!(9)
    Quanto aos montagnards(10) que haviam fugido para o estrangeiro, basta observar aqui que Ledru-Rollin, em vista de ter conseguido arruinar irremediavelmente, em menos de 15 dias, o poderoso partido que chefiava - via-se agora chamado a formar um governo francês in partibus, que à medida que caía o nível da revolução e os maiorais oficiais da França oficial diminuíam de tamanho, sua figura à distancia, fora do campo de ação, parecia crescer em estatura; que podia figurar como pretendente republicano para 1852, e que dirigia circulares periódicas aos valáquios e a outros povos, nas quais os déspotas do continente eram ameaçados com as façanhas dele e de seus confederados. Estaria Proudhon inteiramente errado quando gritou a esses senhores: Vous n 'étes que des blagueurs?(11)
    A 13 de junho o partido da ordem não tinha apenas destroçado a Montanha: tinha efetuado a subordinação da Constituição às decisões majoritárias da Assembléia Nacional. E compreendia a república da seguinte maneira: que a burguesia governa aqui sob formas parlamentares, sem encontrar, como na monarquia, quaisquer barreiras tais como o veto do Poder Executivo ou o direito de dissolver o Parlamento. Esta era uma república parlamentar, como a cognominou Thiers. Mas se a burguesia assegurou a 13 de junho sua onipotência dentro do Parlamento, não tornara ao mesmo tempo o próprio Parlamento irremediavelmente fraco diante do Poder Executivo e do povo, expulsando a bancada mais popular? Entregando numerosos deputados, sem maiores formalidades, por intimação dos tribunais, ela aboliu suas próprias imunidades parlamentares. O regulamento humilhante a que submeteu a Montanha exaltava o presidente da República na mesma medida em que degradava os representantes do povo. Denunciando uma insurreição em defesa da carta constitucional como um ato de anarquia visando à subversão do regime, vedou a si própria a possibilidade de recorrer à insurreição no caso de o Poder Executivo violar contra ela a Constituição. E, por ironia da história, o general que por ordem de Bonaparte bombardeou Roma e forneceu, assim, o motivo imediato da revolta constitucional de 13 de junho, aquele mesmo Oudinot, seria o homem que o partido da ordem, suplicante e inutilmente, apresentaria ao povo a 2 de dezembro de 1851 como o general que defendia a Constituição contra Bonaparte. Outro herói do 13 de junho, Vieyra, que fora elogiado da tribuna da Assembléia Nacional pelas brutalidades que cometera nas redações de jornais democráticos à frente de um bando da Guarda Nacional pertencente aos altos círculos financeiros - este mesmo Vieyra fora iniciado na conspiração de Bonaparte e contribuiu essencialmente para privar a Assembléia Nacional, na hora de sua morte, de qualquer proteção por parte da Guarda Nacional.
    O 13 de junho tem ainda outro significado. A Montanha havia querido forçar o impeachment de Bonaparte. Sua derrota foi, portanto, uma vitória direta de Bonaparte, seu triunfo pessoal sobre seus inimigos democratas. O partido da ordem conquistou a vitória; Bonaparte tinha apenas que embolsá-la. Foi o que fez. A 14 de junho podia ler-se nos muros de Paris uma proclamação em que o presidente, relutantemente, como que a contragosto, compelido pela simples força dos acontecimentos, emerge de seu isolamento claustral e, afetando virtude ofendida, queixa-se das calúnias de seus adversários e, embora pareça identificar sua pessoa com a causa da ordem, antes identifica a causa da ordem com sua pessoa.
    Além disso, a Assembléia Nacional havia, é bem verdade, aprovado subseqüentemente a expedição contra Roma, mas Bonaparte assumira a iniciativa da questão. Depois de reinstalar o pontífice Samuel no Vaticano, podia esperar entrar nas Tulherias como novo rei David. Conquistara o apoio dos padres.
    A revolta de 13 de junho limitou-se, como vimos, a uma passeata pacífica. Lauréis guerreiros não podiam, portanto, ser conquistados em sua repressão. Contudo, em uma época dessas, tão pobre de heróis e acontecimentos, o partido da ordem transformou esta batalha incruenta em uma segunda Austerlitz. Da tribuna e na imprensa elogiava-se o exército como o poder da ordem, em contraste com as massas populares, que representavam a impotência da anarquia, e se exalava Changarnier como o "baluarte da sociedade", ilusão em que ele próprio veio finalmente a acreditar. Subrepticiamente, porém, os corpos de tropa que pareciam duvidosos foram transferidos de Paris, os regimentos em que as eleições haviam produzido os resultados mais democráticos foram banidos da França para a Argélia, os espíritos turbulentos existentes entre as tropas foram relegados a destacamentos penais e, por fim, o isolamento entre a imprensa e o quartel e entre o quartel e a sociedade burguesa foi efetuado de maneira sistemática.
    Chegamos aqui ao ponto decisivo da história da Guarda Nacional francesa. Em 1830 ela tivera ação decisiva na queda da Restauração. Sob Luís Filipe abortaram todas as rebeliões nas quais a Guarda Nacional colocou-se ao lado das tropas. Quando nas jornadas de fevereiro de 1848 ela manteve uma atitude passiva diante da insurreição e urna atitude equívoca para com Luís Filipe, este considerou-se perdido e, efetivamente, estava perdido. Arraigou-se assim a convicção de que a revolução não poderia triunfar sem a Guarda Nacional nem o exército vencer contra ela. Era a superstição do exército sobre a onipotência burguesa. As jornadas de junho de 1848, quando toda a Guarda Nacional, juntamente com as tropas de linha, sufocou a insurreição, haviam reforçado essa superstição. Depois que Bonaparte assumiu o poder, a posição da Guarda Nacional foi, de certo modo, enfraquecida pela união inconstitucional, na pessoa de Changarnier, do comando de suas forças com o comando da Primeira Divisão do Exército.
    Assim como o comando da Guarda Nacional aparecia aqui como atributo do comandante-geral do exército, a própria Guarda Nacional parecia ser um mero apêndice das tropas de linha. Finalmente, a 13 de junho seu poder foi quebrado, e não só por sua dissolução parcial, que daí por diante repetiu-se periodicamente por toda a França, até que dela restaram apenas meros fragmentos. A manifestação de 13 de junho fora, sobretudo, uma manifestação da Guarda Nacional democrática. Não tinham, .é verdade, empunhado armas contra o exército, e sim envergado apenas sua farda; precisamente nessa farda, porém, estava o talismã. O exército convenceu-se de que esse uniforme era um pedaço de lã como qualquer outro. Quebrou-se o encanto. Nas jornadas de junho de 1848 a burguesia e a pequena burguesia, na qualidade de Guarda Nacional, se tinham unido ao exército contra o proletariado; a 13 de junho de 1849 a burguesia fez dispersar a Guarda Nacional pequeno-burguesa pelo exército; a 2 de dezembro de 1851 desapareceu a própria Guarda Nacional burguesa e Bonaparte limitou-se a registrar esse fato quando subseqüentemente assinou o decreto de sua dissolução. A burguesia destruiu assim sua derradeira arma contra o exército, mas teve de fazê-lo em um momento no qual a pequena burguesia não mais a seguia como vassalo e sim levantava-se diante dela como rebelde, como de maneira geral teria forçosamente que destruir com suas próprias mãos todos os seus meios defesa contra o absolutismo, tão logo se tornasse ela própria absolutista.
    Enquanto isso, o partido da ordem celebrava a reconquista do poder que parecia ter-lhe escapado em 1848, apenas para voltar em 1849 sem limite algum, e celebrava-a por meio de invectivas contra a república e a Constituição, com maldições contra todas as revoluções presentes, passadas e futuras, inclusive as organizadas por seu próprio dirigente e por meio de leis que amordaçavam a imprensa, destruíam o direito de associação e faziam do estado de sítio uma instituição regular, orgânica.
    A Assembléia Nacional suspendeu então seus trabalhos desde meados de agosto até meados de outubro, depois de ter designado uma comissão permanente para representá-la durante o período de recesso. Durante esse recesso, os legitimistas conspiraram em Ems, os orleanistas em Claremont, Bonaparte por meio de excursões principescas, e os Conselhos Departamentais nas deliberações sobre a revisão da Constituição - incidentes que geralmente ocorrem nos períodos de recesso da Assembléia Nacional e que só comentarei quando constituírem acontecimentos. Basta acrescentar aqui que a Assembléia Nacional agiu impoliticamente desaparecendo de cena durante longos intervalos e deixando que aparecesse à frente da república uma única e mesmo assim triste figura, a de Luís Bonaparte, enquanto para escândalo do público o partido da ordem fragmentava-se em seus componentes monarquistas e entregava-se às suas divergências internas sobre a Restauração monárquica. Tantas vezes emudecia durante esses recessos o barulho confuso do Parlamento e seus membros dissolviam-se pela nação, quantas se tornava indubitavelmente claro que só faltava uma coisa para completar o verdadeiro caráter dessa república: tornar permanente o recesso e substituir a Liberté, Égalité, Fraternité, pelas palavras inequívocas: Infantaria, Cavalaria, Artilharia!