viernes, 22 de agosto de 2014

¿Conceptos nuevos o desmemoria histórica? Un articulo del compañero Miguel Alonso.




¿Conceptos nuevos o desmemoria histórica?
Miguel Alonso / correovermello

Uno de los instrumentos de la hegemonía (del  Poder) del  Estado, como dictadura al servicio de una clase como señala Marx, es su capacidad de falsear la historia, de educar en la ignorancia  a las nuevas generaciones para así poder manipularlas mejor.
No es casual o simple estupidez, el escaso espacio en los currículos educacionales de la filosofía o de la historia o su sutil denigración como carentes de importancia en el futuro profesional de las estudiantes y estudiantes.
Recordemos a Lenin cuando afirmaba; “Usted se vuelve un comunista cuando enriquece su mente con todos los tesoros creados por la humanidad.”
Los estudios se presentan no como una investigación científica, por lo tanto como un simple inicio, sino como garantes de títulos jerarquizados de supuesto conocimiento, casi inmutable, (una visión metafísica o mecánica) para competir en el mercado de trabajo (algo así como los atletas en las olimpiadas)  y todo ello definido, aunque se trate de obviar, por la posición de clase del alumnado.
El empobrecimiento del  lenguaje, parejo al de los conceptos ideológicos, al del pensamiento, produce una embrutecedora especialización seudo técnica, que se presenta como necesaria por la complejidad de los conocimientos.
Paralelo a esto vemos un discurso reduccionista  dirigido a las masas. No se trata de profundizar en las contradicciones de clase, se trata de definir,  desde la dicotomía metafísica, “buenos y malos”” los de arriba y los de abajo””los ricos y los pobres.” No se habla de pueblo,  hablan de “la gente” o los “ciudadanos”. Todo ello sacado de los manuales anglosajones de sociología post-moderna que ignora intencionadamente el marxismo o lo relega al baúl de los recuerdos.
Refutar estas falacias sofistas, es también un blanco de la lucha de clases en el terreno cultural. 

La meritocracia de los las sobradamente preparados.  

Ahora,  en este momento, asistimos a una “profesionalización técnica” de la política. No basta con tener una ideología, hay que tener un título universitario de politólogo, sociólogo,  etc… Anteriormente,  fue la profesión de abogado la que ostentaba esta categoría para la burguesía democrática,  Este discurso elitista fue roto por los procesos revolucionarios, nacidos de la Revolución de Octubre, que sitúan la lucha de clases y el carácter de clase de la política, en el centro del debate.
Ahora los “nuevos técnicos” se presentan como expertos “objetivos” al margen de la lucha de clases y por tanto no son “de derechas ni de izquierdas.” Son  sobradamente preparados y rodeados de un halo de "imparcialidad ética".
¿Pero qué imparcialidad puede existir  en una sociedad dividida en clases sociales como la capitalista?
¿Acaso el tomar posición, de forma consecuente, junto a las masas populares oprimidas y explotadas, no es asumir que la revolución, como instrumento de liberación de una amplia mayoría, es  el único camino para la construcción de una nueva sociedad?
¿Quién puede creer, si se para a pensar,  que los privilegiados van abandonar los privilegios por codigos “éticos” e “imparciales” o con simples papeles en una urna?
Esa es la misma moralina cristiana que  lleva engañando  durante muchos años a las masas oprimidas y explotadas. No es un discurso novedoso, es la vieja cantinela social-demócrata y su espejismo del “estado de bienestar”.
¿Para quién es el bienestar en una sociedad en la que una pequeña clase explota a las demás y posee todos los medios de producción y sus riquezas?
La realidad es compleja y llena de contradicciones, pero una, solo una, es la principal y es la clave para las demás, por mucho que lo traten de ocultar los renegados revisionistas  o los eclécticos post-modernos de la llamada “nueva izquierda”
Seria para reírse de tanta impostura y egocentrismo desmedido si no representaran un serio enemigo de las posiciones del proletariado revolucionario, pues su discurso es capaz de engañar a un importante sector de las masas, todavía  cautiva de la hegemonía ideológica  de la burguesía y de sus valores.
¡Hay que denunciar a los traficantes que juegan con las ilusiones del pueblo!

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