Las tareas de la izquierda revolucionaria ante Podemos y otras opciones electorales
Lo
que algunos pensaron que era un aguacero de primavera se ha
transformado en un ciclón político. La última encuesta del CIS muestra
que, más allá de análisis rigurosos acerca de los poderosos apoyos
mediáticos de la formación de Pablo Iglesias y de su debilidad
programática, que la sitúa en el mismo espacio político que IU, Podemos
tiene la capacidad de trastocar el escenario electoral.
El principio del fin de la Transición
El
voto recibido por esa organización en las elecciones europeas, junto a
la gran abstención, al crecimiento del voto en blanco, al ascenso de IU,
ERC y Bildu, rubricaron el principio del fin del bipartidismo y con él
de los pilares que – mediante la alternancia en el gobierno de PP y PSOE
– han venido sustentando el engranaje político desde la Transición
La
inusitada precipitación con que se hizo y la mal disimulada resistencia
del ex rey reveló el desasosiego que cunde en las filas del poder –
PSOE incluido, por supuesto - ante un cambio de escenario político,
cada día más probable, con Podemos como protagonista y, sobre todo
porque revela el profundo rechazo popular a un bipartidismo que ya nos
es capaz de engañar a través de la alternancia a las mayorías sociales.
Lo
que me interesa realizar aquí es avanzar en el análisis de las tareas
de la izquierda coherente, a partir de importantes trabajos realizados –
como el de Vicente Sarasa1 –
escrito en el mes de febrero de este año, y por tanto antes de las
elecciones europeas, que sitúa con claridad la posición de la línea
revolucionaria ante lo que ya se identificaba como un nuevo escenario
político-electoral.
Tras
el terremoto político del 25 de mayo, urge abrir líneas de debate, y de
posible coincidencia con organizaciones revolucionarias, no tanto sobre
la formación Podemos en sí u otras, sino sobre lo que expresa el apoyo
popular que concitan, con el objetivo de identificar con claridad las
tareas que nos esperan a quienes sabemos que nos acercamos a periodos
críticos en los que la clase obrera y los pueblos nos jugamos la derrota
o la victoria.
Podemos y el agotamiento de IU
Podemos
es, entre otras cosas, la expresión político-electoral del agotamiento
de una IU que, a pesar de las cabriolas políticas de los últimos tiempos
hablando de “procesos constituyentes” y otros movimientos “desde
abajo”, ha demostrado desde hace años su incapacidad para abanderar
cualquier proceso de ruptura creíble con el engranaje de poder que ahora
es percibido por las masas como un lastre. El peso de la traición del
PCE en la Transición, la inquebrantable alianza de la Coalición con el
aparato de CC.OO. - ni siquiera rota tras su complicidad fáctica con las
contrarreformas del PSOE y del PP – su sistemático alineamiento con la
aberración antidemocrática de las políticas “antiterroristas” y su
colaboración en políticas privatizadoras y de especulación urbanística –
corrupción incluida – de la que es botón de muestra su voto en el
Ayuntamiento de Madrid apoyando la recalificación de la Ciudad Deportiva
del Real Madrid, la incapacitan para ser considerada como izquierda
coherente.
IU,
ante la presión del poder, siempre se ha situado en lo “políticamente
correcto” y en la práctica ha demostrado que su estrategia real era
intentar gobernar con el PSOE a toda costa. El resultado es que buena
parte de su electorado ha considerado que es “más de lo mismo” y por lo
tanto incapaz de servir para echar a los responsables de tanto desastre.
Desde la movilización social a la apuesta por el poder político para echarles de una vez.
El
voto masivo a Podemos – y el que probablemente reciban otras
formaciones como la que lidera Ada Colau o otras – es la manifestación
de la apuesta política de las luchas sociales: conquistar el poder
político a través de las urnas para echar a “la casta” al basurero de la
historia. Ese es el objetivo común fundamental de quiénes les votaron y
les votarán y para ello poco importa el programa.
Es
más que probable que formaciones electorales como Podemos, Municipalia,
Guanyem Barcelona u otras, cosechen importantes éxitos en la medida que
representan la desesperación ante la ausencia de futuro, sobre todo de
la juventud, y el hartazgo de sectores populares ante la corrupción
político-empresarial generalizada de quienes les niegan lo más
indispensable para vivir.
Tras
la potente movilización que supuso el 15M en gran parte del Estado, que
sin programa político claro exigía a los gobernantes que escucharan al
pueblo, las Marchas de la Dignidad encarnaron un ascenso en el nivel de
lucha y de organización que apuntaba un programa de ruptura – el No al
Pago de la Deuda – y que exigía a los gobiernos de la Troika que se
fueran. Los cerca de dos millones de personas de todos los puntos del
Estado que abarrotaron las calles de Madrid no fueron suficientes para
echarles. Aunque se dio un importante paso que señala el camino para la
construcción unitaria de poder popular en muchos barrios y pueblos, la
percepción en la calle fue, una vez más, de impotencia.
Echarles es ahora el principal objetivo para cada vez más gente.
¿Basta con echarles con el voto?
Los
cambios en el poder político electoral no afectan esencialmente a la
médula del poder real. Tampoco implican necesariamente modificaciones de
fondo en la correlación de fuerzas que, para que se consoliden,
requieren de avances decisivos en el nivel de organización del pueblo. Y
éstos, con la extensión suficiente, aún no se han producido.
Ante
el riesgo de estos cambios pudieran dar lugar a políticas contrarias a
sus intereses – más insoportables aún en tiempos de crisis - las
oligarquías del Estado y de la UE tienen dos opciones preventivas. O
bien desnaturalizar y domesticar a los nuevos dirigentes, vía sobornos o
amenazas de todo tipo, o bien impedir que lleguen al poder mediante
gobiernos de coalición, de tecnócratas o directamente por medio de un
golpe de Estado.
Los
ejemplos de corrupción o amenazas a dirigentes políticos son
interminables, pero quiero destacar aquí dos casos de organizaciones de
la izquierda europea integrantes del mismo Grupo en el Parlamento
Europeo que Podemos e IU: la griega Siryza y la alemana Die Linke.
En
el primer caso y tras haber mantenido una ambigüedad calculada en
relación con su propuesta de salir del Euro y de la UE, su líder Alexis
Tsipras aseguró su permanencia en la Eurozona cinco días antes de las
últimas elecciones[1]; de la misma forma aseguró que mantendría a Grecia
en la OTAN y que no habría desmantelamiento de las bases militares de
EE.UU.
Las
presiones sobre Die Linke se produjeron ante la posibilidad de que su
ascenso electoral le permitiera gobernar en determinados länders con el
SPD y se concretaron en necesidad de eliminar su apoyo a la causa
palestina para pasar a apoyar el “derecho de Israel a defenderse” y
evitar así ser acusada de “antisemita”. En un comunicado de 2011 la
organización citada afirmaba: “No participaremos en iniciativas sobre el
conflicto de Oriente Medio que hacen llamamientos por la solución de un
Estado para Palestina e Israel, o por la implementación de boicots
contra productos israelíes, o incluso, en la Flotilla de este año hacia
Gaza"[2].
Acerca
de la corrupción y la traición que implica, que tiene un efecto
destructivo incomparablemente mayor sobre la izquierda que sobre la
derecha, no es necesario poner más ejemplos, pero sí realizar una
reflexión imprescindible ante uno de los riesgos más grandes de las
nuevas experiencias político-electorales: creer que la historia empieza
con ellas y que su inocencia – asegurada en cuanto que no han tocado
poder – es un talismán imperecedero.
Muy
al contrario, la memoria de nuestra historia como clase obrera y como
pueblos es indispensable. En la Transición y posteriormente, muchos
líderes políticos y sindicales, con años de cárcel a sus espaldas, o se
corrompieron, o no fueron capaces de impedir que los intereses de las
clases dominantes se impusieran. El resultado más dramático no fue sólo
la victoria de los enemigos de clase, sino la destrucción de las
organizaciones a las que representaban.
Por
lo tanto, ¿quién asegura que la capacidad de corrupción del poder hacia
dirigentes concretos de Podemos u otros, no se ejerza y triunfe, cómo
ha sucedido hasta ahora?. La pregunta imprescindible es: ¿Cómo vamos a
impedir que esa triste historia se reproduzca? Los y las que
traicionaron a su clase y a sus pueblos también eran jóvenes y también
representaban “el cambio” y “la transformación social”.
No pagar la Deuda y construir el poder del pueblo.
Hay
una única respuesta válida. Sólo el poder del pueblo organizado es
capaz de oponerse a la enorme fuerza de la presión de los intereses
económicos que pretenden realizarse a costa de lo que sea. Y esto vale
tanto para preservar a las y a los representantes políticos de la
corrupción y la traición que implica, o para que quien se deje sobornar,
no lo haga impunemente.
En
cuanto a los contenidos de los programas de gobierno de ayuntamientos,
CC.AA. o Estado hay una condición general que es requisito
imprescindible para cualquier otra: Negarse al pago de la Deuda[3]. Es
preciso que cualquier programa político anteponga la satisfacción de las
necesidades sociales a los objetivos de reducción de la Deuda y del
Déficit[4] que se incluyeron en el nuevo artículo 135 de la
Constitución, que impone la UE a través del Tratado de Estabilidad
(TSCG) y el Estado mediante la Ley 2/2012.
El
asunto es central porque el pago de la Deuda y el cumplimiento de los
objetivos de reducción del Déficit, impiden cualquier soberanía política
y determina la práctica desaparición de los servicios públicos. Además
el entramado normativo citado contempla incluso la disolución de
gobiernos democráticamente elegidos si no se cumplen los objetivos de
reducción del gasto público en plazos determinados. ¿Eso quiere decir
que es imposible no pagar la Deuda? Ni mucho menos. Significa que frente
a unos marcos legales (europeo y estatal) que actúan como corazas y que
niegan de hecho el poder político – puesto que no le dejan el menor
margen de maniobra – sólo el poder del pueblo podrá permitir decir a un
gobernante , como hizo Thomas Sankara a los bancos acreedores: “No les
pago porque si yo no les pago ustedes no se mueren. Y si yo les pago, mi
pueblo se muere”[5]
La
cuestión de fondo que hay que enfrentar es otra que una hipotética
victoria por la vía electoral. Sin negarla, porque es posible que se
produzca.
La
tarea de la izquierda coherente no es zanjar la cuestión calificando a
Podemos, o a cualquier otra alternativa electoral, de “pequeño
burguesa”, esperando que el pueblo la reconozca como alternativa
revolucionaria.
Es
preciso intervenir en los diferentes marcos de organización popular,
incluidos los político-electorales como los citados, con la inteligencia
suficiente como para situarnos en el nivel de conciencia y experiencia
del pueblo trabajador señalando las líneas rojas que en el plano
estrictamente político son indispensables para enfrentar los tiempos
duros que nos esperan. Es posible la intervención pedagógica que
cuestione el discurso “ciudadanista”, cuando se impone la ofensiva más
dura de la burguesía en todos los frentes dirigida contra las masas
proletarizadas. Es necesario contribuir a que, desde la experiencia
concreta, el pueblo trabajador perciba que sólo desde la construcción de
la independencia de clase, es posible enfrentar a “la casta”.
La
creciente politización de la gente, y su necesidad de comprensión que
las devastadoras consecuencias de la crisis sobre sus vidas, abre el
camino para desvelar que no se trata de situarse ante “el agotamiento
del Pacto de la Transición” sino de desenmascarar el propio Pacto y a
sus artífices como responsables de la construcción de la estructura
corrupta de poder político, empresarial y sindical – y en conjunto – de
todos los aparatos del Estado que llevan el código genético de la
Dictadura.
Existe
el caldo de cultivo para intervenir sobre la desmemoria que sustentó y
perpetúa todo ese engranaje y por experiencia puedo decir que – sobre
todo la juventud – está reclamando llenar con planteamientos de
identidad de clase ese vacío que le hace vulnerable ante cualquier
oportunismo. La evidencia de que no hay espacio político para
alternativas sociales o de derechos laborales en el marco de la UE, la
necesidad de salir de la OTAN o la indispensable solidaridad
internacionalista frente al imperialismo más brutal que ha parido el
capitalismo, son principios políticos indispensables que es preciso
introducir, con criterios de oportunidad y la suficiente inteligencia,
en los debates.
Al
tiempo que Red Roja plantea la necesidad de intervenir en estos
procesos, descarta la participación directa de sus militantes en las
diferentes candidaturas, sobre todo porque todas las fuerzas son pocas
para dedicarlas a la tarea fundamental de avanzar en la organización y
el poder del pueblo.
El objetivo prioritario es crear Comités y Asambleas de pueblos y barrios,
integrados por todas las organizaciones y movimientos que representen
las luchas legítimas del pueblo en cada lugar, y sobre la base de los
Comités de las Marchas de la Dignidad, allí donde sea posible: con
quienes combaten en el movimiento obrero, en el movimiento antifascista,
con los movimientos por la vivienda, la sanidad, la educación, por los
centros sociales ocupados, etc, con la finalidad de extender, fortalecer
y ampliar sus luchas. Y es preciso incluir el No al Pago de la Deuda en
primer lugar de cualquier programa u objetivo de movilización.
La
gran tarea es, pues, acompañar la toma de conciencia de la gente que
inevitablemente se enfrentará a la evidencia de que el mecanismo
electoral no asegura nada y que comprenda que, además de votar a quien
le plazca, lo esencial es avanzar en la constitución del poder real del
pueblo. El riesgo de que opciones fascistas aniden en sobre el terreno
abonado del fracaso de ilusiones electorales como las citadas es real y
no podemos ignorarlo.
El
objetivo de la construcción del poder de la clase obrera y del pueblo
trabajador no es una hermosa frase, ni una consigna huera. Hay que
prepararlo y fortalecerlo – lucha a lucha – en el seno de las mismas
estructuras que están surgiendo, para estar en condiciones de enfrentar
el verdadero combate por el poder político real que, inevitablemente, no
será electoral.
8 de agosto de 2014
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