martes, 13 de octubre de 2015

Una versión marxista de la historia de Ceilán . Capítulo 1: El Antiguo Ceilán (Traducido por RBC)

 
La Red de Blogs Comunistas está traduciendo con la colaboración de varios camaradas el libro Una visión marxista de la historia de Ceilán, de N. Shanmutathasan, pues lo consideramos de gran importancia para dar a conocer la historia de la lucha de clases en Sri Lanka y entender su situación en la actualidad. 
El autor se lo dedicó a su nieto, "con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta".

Así que el libro es también un repaso a los errores del movimiento comunista de aquel país, enmarcados en la historia y por los conflictos del movimiento comunista internacional y, por supuesto, en el contexto asiático y del desarrollo, fortalecimiento y extensión del marxismo-leninismo y las aportaciones esenciales del camarada Mao Tse Tung.

El libro está editado por el Partido Comunista de Sri Lanka, cuyos camaradas fueron los que nos lo dieron a conocer y nos aconsejaron su traducción.

El Índice de la obra es el siguiente:

ÍNDICE
Capítulo I El antiguo Ceilán
Capítulo II La llegada de los europeos
Capítulo III La I Guerra Mundial y lo que siguió
Capítulo IV La emergencia del neocolonialismo
Capítulo V La era Bandaranaike
Capítulo VI Análisis de los acontecimientos de 1971 en Ceilán
Capítulo VII Conclusión

Publicamos en esta entrada el Capítulo 1:

***
UNA VISIÓN MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN

N. SHANMUGATHASAN (Escrito en prisión)

“La imparcialidad es o ignorancia de necios o ardid de bribones”
Esta segunda edición está dedicada a Satyan, mi nieto de un año, con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta (Diciembre de 1974)
CÁPITULO I: EL ANTIGUO CEILÁN

Como se puede comprobar en cualquier libro de geografía o de historia, Ceilán es una isla, cuya forma se ha comparado con un mango o una perla, situada al Sur del punto más meridional del subcontinente indio. Tan sólo veinte millas separan a Ceilán de la India. De hecho, algunos historiadores de imaginación desbordante han comparado a Ceilán con una perla colgada del collar indio.
Desde antaño se ha puesto de relieve esta proximidad de Ceilán a la India, porque si algún factor geográfico ha influido en la historia y la política cingalesas más que cualquier otro, ése ha sido su cercanía a la India, de la que Ceilán ha heredado sus pueblos, sus lenguas, sus religiones, sus civilizaciones, sus conquistadores y también numerosas ideas políticas.
De la India llegó a Ceilán, en el siglo VI a. C. (alrededor del año 543), la figura en gran medida mítica de Vijaya acompañado de sus seguidores, fundando lo que se ha dado en llamar la raza cingalesa, lo cual no quiere decir que no hubiera vida estable asentada en Ceilán antes de ese periodo. Al menos así lo afirman los datos históricos.
El famoso viajero chino Fa Hien, que visitó Ceilán en el año 412 d. C., cuenta que Ceilán “carecía originariamente de habitantes y que sus únicos moradores eran demonios y dragones. Mercaderes de distintos países llegaron a Ceilán a comerciar. En sus tratos, los demonios no aparecían en persona, sino que se limitaban a dejar a la vista sus valiosas mercancías con el precio indicado. Los mercaderes compraban los productos según los importes marcados y se los llevaban. Como resultado de estas visitas, hombres de otros países, enterados de la afabilidad de las gentes, acudieron allí en tropel, formando así un gran reino.”
Este relato permite acaso conjeturar que los habitantes originarios de Ceilán debieron de ser menos civilizados que los indo-arios que invadieron más tarde el país. Pero, al menos, parece que lo eran lo bastante como para fijar los precios de las mercancías que intercambiaban con los comerciantes extranjeros, probablemente árabes.
De todo ello cabe deducir que Ceilán ha tenido una existencia civilizada durante más de 3.000 años y que los antepasados de los actuales habitantes de la isla llegaron de la India en el siglo VI a. C. Parece también probable que los pobladores originarios, de ascendencia indo-aria, provinieran del norte de la India (posiblemente tanto del este como del oeste) a diferencia de los de origen dravídico, que llegaron del sur de la India mucho después.
Según parece, los primeros reyes cingaleses mantuvieron relaciones con el Imperio romano desde el siglo I d. C. y con la corte china desde el siglo IV d. C.
Todo ello demuestra que somos herederos de una antigua civilización que mantuvo relaciones con las del antiguo Egipto, Roma y China. Pero tampoco debemos olvidar que, aunque esta civilización contó en su haber con logros notables –el más destacado de ellos, el maravilloso sistema de irrigación por medio de embalses gigantescos, construido por los primeros reyes cingaleses–, se basaba en la explotación feudal, bajo la cual padeció todo el pueblo. Todo ello debería llevarnos no a volver la vista a las antiguas glorias de nuestra civilización –pasatiempo favorito de los políticos burgueses para distraer la atención del pueblo de las tareas inmediatas–, sino a mirar hacia delante, a un futuro mucho más brillante basado en la abolición de toda forma de explotación.
Ceilán es una isla tropical, situada algo al norte del Ecuador. Su superficie es de 25.481 millas cuadradas. La distancia de norte a sur es de 270 millas, mientras que de este a oeste mide 40. La isla está dividida abruptamente en dos por una cordillera que ocupa la parte centro-meridional de Ceilán y que se eleva, en su punto más alto, hasta los 8.292 pies del pico Piduruthalagala. Como resultado del monzón del suroeste, que tiene lugar por lo general entre mayo y septiembre, y trae abundantes lluvias, las regiones central y suroccidental reciben las mayores precipitaciones, por lo que a menudo se las denomina como la zona húmeda de Ceilán. La cordillera constituye una especie de línea divisoria de las aguas. A la parte que se encuentra al noreste de la cadena montañosa la alimenta el monzón del noreste, que dura de octubre a abril. Las precipitaciones durante este monzón son menos intensas y a la zona afectada generalmente se la designa como la zona seca.
La zona seca ocupa la mayor parte de Ceilán e históricamente es la zona más importante porque fue la cuna de la civilización cingalesa. Aunque a día de hoy sigue estando menos densamente poblada que la zona húmeda, la zona seca es la parte de la isla donde floreció la temprana civilización de los cingaleses. Como ha señalado el doctor Paranavitana, “fue aquí donde los cingaleses se asentaron en los primeros tiempos y fue aquí donde, posteriormente, construyeron sus ciudades y monumentos religiosos”. También indica que “la productividad de esas zonas aumentó gracias a un complicado sistema de irrigación que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo VII y fue restaurado por Parakrama Bahu I en la segunda mitad del siglo XII.”
El doctor Paranavitana ha señalado que “los indo-arios que llegaron a Ceilán y lo colonizaron conocían los rudimentos del cultivo del arroz y de las técnicas de irrigación. A partir de aquellos conocimientos básicos y elementales se desarrollaron más adelante las grandes obras de ingeniería del antiguo reino cingalés, a saber, la construcción progresiva de un colosal y complejo sistema interrelacionado de presas, canales y cisternas que transvasaba las aguas de ríos que corrían en diferentes direcciones. Ningún sistema semejante en magnitud o complejidad existía en la India contemporánea.”
Los reyes cuyos nombres están más íntimamente unidos al gran legado de nuestro pasado son Pandukabbaya, que puso en marcha la construcción de embalses, Mahasena (276-303 d. C.), llamado “el Constructor de Embalses”, durante cuyo reinado se dio un considerable empuje a la ciencia y la práctica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación, fruto del cual fue la construcción de los primeros depósitos colosales (el más famoso de ellos, el embalse de Minneriya), y Parakrama Bahu el Grande, que llevó dicho sistema a su perfección. Merece la pena citar las famosas palabras de Parakrama Bahu I, que, según se dice, pronunció siendo gobernante de Mayarata, antes, pues, de que unificara Ceilán. Según parece, dijo: “En el reino sobre el que se extiende mi poder hay, además de muchas tierras donde crece la cosecha gracias, sobre todo, al agua de la lluvia, pocos campos que dependan de ríos con caudal continuo o de grandes depósitos de agua. A las muchas dificultades a que ha de hacer frente mi reino cooperan también las montañas, la espesa selva y las vastas tierras pantanosas. Ciertamente, en un país así, ni una sola gota de agua de lluvia debe llegar al océano sin que le haya sido de utilidad al hombre. Excepto en las minas, de donde se extraen piedras preciosas, oro, etc., en los demás sitios es menester hacerse cargo de la ordenación de los campos.”
Una vez convertido en soberano único de Lanka, se dice que mandó construir o restaurar 3.910 canales, 163 embalses de gran tamaño y 2.376 menores. Una proeza inigualable. El mayor proyecto fue, sin embargo, la construcción del llamado Mar de Parakrama, “formado al represar el río Kara (Amban) en Angamadilla y transvasar las aguas hacia el embalse por Angamadilla Ala. También recibía agua del lago Giritala por medio de un canal que conectaba otros dos embalses.”
Cabe señalar en este punto que este complejo y brillante sistema de irrigación, testimonio de la destreza de los antiguos cingaleses en materia de ingeniería, fue la base de todas las glorias de la antigua civilización de Ceilán, tanto en el periodo Anuradhapura como en el Polonnaruwa. La ruina de este sistema de irrigación –provocada por las invasiones extranjeras y las discordias internas a las que nos referiremos más adelante– marcó el inicio del declive de la antigua civilización cingalesa.
Aunque Ceilán puede dividirse, geográficamente, en una zona seca y otra húmeda, políticamente, en la antigüedad, estaba dividido en tres territorios: (l) Rajarata, que era, básicamente, toda la zona seca al oeste del río Mahaweli, el más largo de Ceilán, con capital en Anuradhapura; (2) Ruhunu-ratta, que es la zona situada al este de Mahaweli, más todas las regiones meridionales que comprenden los distritos de Batticolo, Monaragala, Hambantota, Matara y Galle, con Tissamaharama como capital; y (3) Malaya-dese, que aproximadamente corresponde al interior del país.
Nunca se ha llevado a cabo un estudio geológico de Ceilán en profundidad. No obstante, desde la antigüedad, Ceilán ha sido famoso por sus bancos de perlas de Mannar y por sus caracolas sagradas (Turbinella pyrum). Además de ello, siempre fue célebre su abundancia de piedras preciosas, en especial de rubíes y zafiros, que, según parece, como resultado de la acción erosiva del agua sobre las cumbres de las montañas, terminaron al alcance de la mano del hombre. Dichas montañas son de origen geológico muy antiguo y, según se dice, otrora fueron 10.000 pies más altas de lo que son hoy. Por esta razón, se llamó a Ceilán en otro tiempo Ratnadipa, la “isla de gemas”.
Parece que desde la antigüedad ha habido en Ceilán yacimientos de mineral de hierro. Otros minerales apreciados que se encuentran en la isla son el grafito (plombagina), la piedra caliza, la arcilla, la ilmenita y la monacita. Ceilán siempre fue famoso por sus especias. Estudios geológicos más recientes sugieren la existencia de petróleo en el noreste de Ceilán.
Desgraciadamente, las fuentes de la historia temprana de Ceilán son escasas. En su mayor parte, casi todo lo que conocemos de la primera historia de Ceilán procede de la Mahawamsa y de su continuación, la Culawamsa. La Mahawamsa es una crónica histórica que sólo a partir del siglo V d. C. fue puesta por escrito, durante el reinado de Dhatusena, por un sabio sacerdote budista, de nombre Mahanama, que era tío del propio rey. Todas sus fuentes estaban constituidas por documentos preservados por la comunidad monástica (sangha) de Mahavira. El relato histórico prosiguió bajo las mismas pautas durante el reinado de Parakrama Bahu, relato que posteriores eruditos fueron recopilando periódicamente hasta finales del siglo XVIII.
Aunque los cingaleses se sientan con frecuencia orgullosos de dicha antigua crónica histórica y a pesar de su innegable valor como fuente de la historia de Ceilán, su imparcialidad ofrece dudas. Tiene el inconveniente de haber sido escrita por un miembro de la sangha en una época en que ésta se había convertido en influyente consejo de los reyes. La tendencia natural era, pues, alabar a aquellos reyes que apoyaron a la sangha y hablar despectivamente de los que no.
Lo que sucede cuando un monje se convierte en historiador es que la religión y la historia terminan por confundirse. El resultado es que ese tipo de relatos, como el que afirma que Buda, antes de fallecer, había confiado la seguridad de Lanka a Sakra porque sabía que su doctrina se implantaría finalmente en dicha isla, y que Sakra, al recibir el mandato de Buda, invocó a Vishnu y le encomendó la protección de Ceilán, lo que ocurre, como decíamos, es que tales leyendas tienden a ser aceptadas como hechos reales e históricos. De la misma manera, algunos historiadores budistas consideran un hecho histórico que Buda visitó Ceilán tres veces durante su vida y que, en una de esas ocasiones, dejó la huella de su pie en el pico de Adán. El único historiador que ha demostrado la suficiente objetividad científica y el coraje de rebatir estos cuentos es el doctor Paranavitana, indicando que también en otros países budistas circulan leyendas similares.
Esta situación se agravó aún más como consecuencia de una escisión que se produjo en el seno de la propia sangha. En todo lo relativo a cuestiones doctrinales y disciplinarias, los sacerdotes budistas de Ceilán aceptaban la autoridad de Mahavira, considerada, desde un primer momento, como la iglesia budista establecida. La primera ruptura tuvo lugar durante el reinado de Vattagamani Abhaya (103-102 a. C. y 89-77 a. C.). La nueva secta recibió el nombre de Abhayagiri por el del maestro de quien adoptó su interpretación de la doctrina budista. Más tarde, otro grupo se escindió de la secta Abhayagiri, que fue el que tuvo su sede en el monasterio de Jetavan, construido por Mahasena.
A pesar de ciertas diferencias textuales e interpretativas, estas tres sectas pertenecían a la escuela Theravada, la más tradicional dentro del budismo. Cabe indicar, en cualquier caso, que antes de que comenzase la predicación del budismo en Ceilán, éste, tras la muerte de su fundador, ya se había dividido en dieciocho sectas distintas.
Sin embargo, para entonces, un nuevo movimiento iba ganando terreno entre los budistas de la India. El doctor S. Paranavitana explicó la nueva filosofía en los siguientes términos: “El ideal de los bhikkus de la escuela Theravada, así como de las sectas budistas más antiguas, era alcanzar el nirvana como discípulo o sravaka, lo que conducía a la salvación individual de éste. El maestro del nuevo movimiento proclamó que el ideal más noble para un budista debía ser, como para el propio Sidarta Gautama, convertirse en un Bodhistava, procurando la salvación de toda la humanidad; es decir, se trataba no de llegar a ser arhats en esta vida, sino budas en el futuro. A este ideal lo calificaron de vía superior, el Mahayana, mientras que a la vida consagrada a la propia salvación individual la estigmatizaron como vía inferior, el Hinayana.”
Es indudable que este cisma en la iglesia budista fue similar en algunos aspectos al que la reforma protestante provocó en el seno de la iglesia católica romana. Como en el caso de los protestantes, la escuela budista Mahayana era más liberal y, por tanto, progresista, lo que atrajo a sus filas a los filósofos más avanzados. En el caso de Ceilán, es importante destacar que la doctrina Mahayana contó con discípulos en el monasterio de Abhayagiri, siendo tenazmente combatida por la escuela de Mahavira, que se convirtió en el baluarte de la escuela tradicional del budismo Theravada.
De ese modo, la escuela de Mahavira difundió las enseñanzas de los budistas “meridionales” de Ceilán, Birmania, Siam y Camboya, en tanto que desde el monasterio de Abhayagiri se irradiaron las doctrinas “septentrionales” de Cachemira, Tíbet y China, aprendidas del indio Vaituliya.
La encendida pugna que, como consecuencia de las diferencias doctrinales, estalló entre los monasterios de Mahavira y Abhayagiri constituye el principal obstáculo para una correcta interpretación de la historia temprana de Ceilán. Y es que en el curso de aquel acalorado debate, que en ocasiones adoptó la forma de persecución sin cuartel de la secta oponente y que se inició en el reinado de Voharaka Tissa (215-237 d. C.), las crónicas conservadas en el monasterio de Abhayagiri resultaron quemadas y destruidas, de tal modo que la victoria de la escuela de Mahavira o tradicional fue completa y su versión de la historia de Ceilán es la que impera a día de hoy.
Sin duda alguna, la mayor influencia que conoció Ceilán en su historia temprana fue la introducción del budismo durante el reinado de Devanampiya Tissa (250-210 a. C.). No es propósito de este trabajo valorar la influencia del budismo sobre Ceilán o su historia. Pero no se puede soslayar el hecho de que si las enseñanzas de Buda sirvieron para que el gran emperador indio Asoka, en el siglo III a. C., se diese cuenta de la locura de la violencia tras la conquista de Kalinga, renunciase a ella y, a partir de entonces, consagrase sus energías a la difusión de la nueva fe no sólo en la India, sino también en los países de alrededor, nada parecido llegaron a sentir los conversos de última hora de Ceilán. De Duttugemunu a Parakrama Bahu, así como posteriormente, todos y cada uno de los reyes cingaleses recurrieron a la violencia en pos de su ambición de subir al trono. En casi todos los casos contaron con los parabienes de la sangha. Reyes como Parakrama Bahu emprendieron también invasiones extranjeras, contra la India o Birmania, ¡y también, sin duda, con todas las bendiciones de la sangha!
…Por tanto, ¿tenemos derecho a hablar de la influencia del budismo en Ceilán? ¿O de Ceilán como arca del budismo en su forma más pura?
El budismo en Ceilán tuvo, ciertamente, otros efectos. Más que la llegada de los primeros pobladores indo-arios, fue el advenimiento del budismo lo que llevó la cultura del continente indio a Ceilán: el arte de la escritura, la arquitectura, la escultura, la literatura, etc. El hecho de que la cultura india penetrara en nuestra isla con la llegada del budismo ha llevado a ciertos círculos a hablar de una civilización budista y ha impulsado la tendencia a identificar la civilización de los cingaleses con el budismo. Y así, hoy en día, se puede oír hablar a políticos chovinistas sobre “el país, la religión y la lengua”. ¿Es posible tal identidad? ¿Existe tal cosa, algo parecido a una civilización budista? Defender dicho supuesto equivale a negar que haya budistas que no sean cingaleses o a quienes haya influido el budismo. Por civilización debe entenderse el modo de vida de un pueblo y el conjunto de valores al que se ha ahormado en el curso de su existencia. Son muchas las influencias que dan forma a ese devenir. Por ello, hablar de civilización en términos de religión significa introducir un concepto divisorio que no augura nada bueno si de lo que se trata, como parece aceptar todo el mundo, es de desarrollar y fundir en una sola nación a pueblos multirraciales, plurirreligiosos y multilingües.
Tampoco hay, además, base para tal identificación. El budismo fue esencialmente una rebelión de la clase principesca o kshatriya contra la dominación social de la clase de los brahmanes. Buda pertenecía a la casta de los kshatriyas y dirigió esa revuelta. Es así como se explican los aspectos antibrahmánicos y ateos del budismo. Sin embargo, las enseñanzas de Buda quedaron sometidas a profundos cambios en poco tiempo, lo que motivó la aparición de dieciocho sectas diferentes incluso antes de que el budismo llegase a Ceilán. La causa fue, quizá, que el siglo VI. a. C. era una época aún muy temprana para una doctrina atea.
El hinduismo resistió en lo posible y, aunque derrotado al principio, consiguió reabsorber al budismo en su seno. Éste es el motivo de que el budismo desapareciera en la India. También en Ceilán se percibía la influencia del hinduismo, favorecido por la costumbre de los reyes cingaleses, descendientes del mítico Vijaya, de ir al sur de la India a buscar a su reina. Éstas, lo cual es perfectamente lógico, traían consigo a sus dioses hindúes, que terminaron por ser admitidos en el panteón budista. De este modo, la adoración de Vishnu se convirtió en una práctica aceptada por el budismo de Ceilán. Cuando se visitan las ruinas del palacio de Nissanka Malla en Polonnaruwa, se pueden ver los restos de dos templos frente al palacio. Uno era el templo budista en el que oraba el rey. El otro era un templo dedicado a Vishnu donde rezaba su reina india. Con el tiempo, Vishnu acabó siendo admitido en el primero de dichos templos. Hoy en día, prácticas tan absolutamente hindúes como la danza kavadi se han convertido en una práctica budista. Todos hemos oído decir que Sirimavo Bandaranaike1 participa en la danza kavadi en el celebérrimo templo de Lunawa, que frecuenta la alta sociedad. ¡El espectáculo habría repugnado a Buda y debería repugnar a cualquier budista auténtico!
Así, no pocas influencias que creemos budistas están en realidad tomadas del hinduismo. En las cortes de la mayoría de los primeros reyes cingaleses, incluso durante el periodo Polonnaruwa, en que el budismo fue la religión oficial, los brahmanes ocupaban un lugar destacado como sacerdotes y desempeñaban gran variedad de funciones, como la unción del rey el día de su coronación, la determinación de las fechas de acontecimientos importantes, etc.
Sin embargo, hubo una influencia negativa del budismo que no podemos soslayar. Desde muy pronto en la historia de Ceilán, a partir de Vattagamani (103-102 a. C. y 89-77 a. C.), los reyes cingaleses introdujeron la práctica de donar tierras a los monasterios para que la sangha obtuviera ingresos, lo cual está en completa contradicción con los principios del budismo, pues los miembros de la sangha no debían tener ningún tipo de apego a los bienes materiales. Vattagamani pretendió con dicha práctica recompensar a los sacerdotes que le ayudaron mientras estuvo en el exilio. A su vez, otros reyes la continuaron para ganarse el favor de la sangha. Al concederle beneficios materiales, se produjo un aumento del número de sus miembros, quienes comenzaron a tener garantizada una buena vida, lo cual está en las antípodas de las enseñanzas de Buda. De ese modo, estos sacerdotes se convirtieron en parásitos sociales que no sólo no hacían ningún trabajo productivo, sino que recibían todo lo que necesitaban. El aumento de su número produjo inevitablemente un efecto adverso en la economía. De hecho, algunos estudiosos han aducido este factor como una de las razones explicativas del final del periodo Polonnaruwa.
La secta Mahayana no corrió esta misma suerte porque los sacerdotes de esta orden se dedicaban a trabajos manuales de carácter productivo.
Por lo tanto, lo más correcto sería hablar de una civilización cingalesa, resultado de la fusión de la cultura india con la cultura precingalesa de la isla, que recibió la influencia tanto del budismo como del hinduismo y, más tarde, del cristianismo, aunque la influencia budista sea la dominante.
La segunda influencia más relevante en la historia de Ceilán fueron las invasiones extranjeras a las que estuvo reiteradamente sometida isla, a saber: las procedentes del sur de la India, durante el primer periodo, y las invasiones europeas, al final. El hecho de que sólo una estrecha franja de agua, fácil de cruzar, separe a Ceilán de la India, convirtió en irresistible la tentación de someter también a Ceilán cada vez que un poderoso reino de la India meridional subyugaba a sus rivales en el continente. De igual manera, cada vez que hubo un reino cingalés fuerte y unido “se produjeron invasiones desde la isla e injerencia en la política continental”.
El periodo de la historia india en que Ceilán hubo de hacer frente a las mayores amenazas de invasión fue cuando los príncipes de las dinastías de Chera, Chola y Pandya estuvieron en el apogeo de su poder en el sur del continente. No obstante, las invasiones procedentes del sur de la India parecen haber sido una constante desde los albores de la historia de Ceilán. La historia del primer gran rey cingalés, Duttugemunu, es la historia de la liberación de Ceilán de la dominación tamil.
La siguiente amenaza grave de invasión de Ceilán se produjo a comienzos del siglo XI, cuando la dinastía Chola se encontraba en su época de mayor esplendor. En ese momento, el reino de Chola logró conquistar y ocupar Ceilán durante más de cincuenta años. Según parece, la lucha sin cuartel por la supremacía en el sur de la India prosiguió entre los reinos de Chera (Kerala), Chola y Pandya. El reino de Ceilán se convirtió en el cuarto beligerante por el poder en la región. Parece ser que, a su vez, el reino malayo de Srivijaya, una gran potencia marítima –como lo fue también el reino de Chola–, se sumó a esta carrera por el poder en los siglos XI y XII, convirtiéndose en un firme aliado de Ceilán.
Entre los mencionados reinos se desarrolló automáticamente una política de equilibrio de poderes. Al más poderoso le mantenía a raya la alianza de todos los demás. Era, en muchos aspectos, el mismo tipo de política que siguió Gran Bretaña en Europa durante la época napoleónica. Los reyes cingaleses participaron plenamente en esas guerras y en el juego de equilibrio de poderes. Como resultado, tropas de Ceilán tomaron parte en las guerras de conquista del sur de la India, apoyando a uno u otro de los rivales que aspiraban a la supremacía. Más de un príncipe de Pandya subió al trono gracias a la intervención de un ejército cingalés. Asimismo, en ocasiones fue Ceilán el objeto de invasiones y conquistas desde el sur de la India.
Es un error imaginar que dichas guerras, invasiones y conquistas lo eran entre naciones. En aquellos tiempos no había intereses nacionales en juego. El concepto de nacionalidad sólo surgió tras el desarrollo del capitalismo. Todos los príncipes involucrados en estas guerras eran príncipes feudales que, en su mayoría, pertenecían a la misma dinastía o estaban emparentados por matrimonio. En su mayor parte, eran tropas mercenarias las que libraban las guerras. Todos los estudiantes de historia de Ceilán recuerdan que el ejército con el que Mogollana derrotó a Kasyappa y le permitió acceder al trono de Lanka fue un ejército mercenario procedente de la India.
Estas guerras entre príncipes feudales del sur de la India y Ceilán guardan semejanza con las que tuvieron lugar entre la nobleza feudal de Francia e Inglaterra, como la Guerra de los Cien Años. No fueron guerras entre nación y nación o entre país y país. La atribución de sentimientos nacionales a lo que no eran sino guerras entre señores feudales no tiene otro propósito, en esta hora, más que alentar el chovinismo. Es llamativo que en la crónica Mahawansa no se pueda encontrar ni una sola palabra en contra de Elara o de su reinado. A pesar de ello, el hecho de que no fuera budista se utiliza para mover a la antipatía del pueblo en su contra, algo casi inimaginable en aquellos días.
Debe tenerse en cuenta que, bajo el feudalismo, un rey o un noble cingalés se sentían más próximos a un rey o a un noble tamil que a un cingalés siervo o campesino. Para ellos, la raza o la lengua eran cuestiones sin la menor importancia. Lo fundamental era el estatuto de cada cual en el seno de la sociedad feudal. Por ese motivo muchos de los reyes cingaleses se casaron con reinas del sur de la India. Tanto es así que a Parakrama Bahu, considerado el más grande de los reyes de Ceilán, apenas si se le puede llamar cingalés. Su padre fue un príncipe de Pandya. Sólo su madre era cingalesa, pero ni siquiera el padre de ésta era de Ceilán. La razón por la que Parakrama Bahu ascendió al trono fue que los cingaleses, en aquel tiempo, seguían la línea materna de sucesión. De igual manera, Bhuvaneka Bahu VI fue un príncipe tamil, el príncipe Sapumal, que conquistó Jaffna para Parakrama Bahu VI y contrajo matrimonio con la hija de este último.
Y fue éste también el motivo de que los últimos reyes de Ceilán procedieran del sur de la India. La causa no fue en este caso una invasión, sino una decisión adoptada por los notables de Kandy. El último rey de los cingaleses, Sri Wickrama Rajasinghe, erróneamente considerado tamil, era hijo de una princesa de Andhra y de Pilimatalawa, notable de Kandy. La lengua empleada en su corte era el tamil. No está de más recordar, en ese sentido, que la Convención de Kandy de 1815 está firmada en idioma tamil por todos los nobles de Kandy signatarios, excepto Keppetipola. El antepasado de Sirimavo Bandaranaike, Ratwatte Dissawa, también la firmó en dicha lengua. No parece haberles incomodado tal cuestión. Los vínculos feudales unían a la nobleza cingalesa y a la tamil contra el pueblo, integrado en su mayoría por campesinos.
Fueron los gobernantes británicos quienes se percataron de la posibilidad de hacer pasar las rivalidades feudales por animosidad nacional entre cingaleses y tamiles con el fin de mantener separados a la India y Ceilán, y divididos a los cingaleses y los tamiles de la isla. En este sentido, se puede decir que han tenido bastante éxito, en especial gracias al apoyo de los chovinistas locales de ambos lados.
Es necesario asimismo indicar que del mismo modo que había guerras continuas entre los reyes del sur de la India y los de Ceilán, también se producían permanentemente guerras internas entre pretendientes cingaleses al trono. Las regiones de Rajarata, Ruhunu y Malaya-dese tuvieron con frecuencia gobernantes independientes que, a su vez, trataban de convertirse en el soberano único de Ceilán. Parakrama Bahu I hubo de afrontar una costosa guerra civil que a punto estuvo de arruinar el país antes de que pudiera unificar la isla bajo su mandato.
Como consecuencia de esas continuas guerras, se estableció un reino tamil en el norte de la isla. Otro de sus efectos fue la fusión de las culturas del sur de la India y cingalesa. Al margen de las fases de lucha, también hubo otras de una notable coexistencia y cooperación entre indios meridionales y cingaleses. En la mayoría de los periodos históricos del Ceilán precolonial era posible encontrar en el reino cingalés a sacerdotes, artesanos, soldados mercenarios (en el periodo Polonnaruwa hubo un regimiento llamado Velaikkaras o “guardias tamiles” que actuaba como escolta del rey), comerciantes, etc. –además de las ya mencionadas invasiones de las alcobas reales–, procedentes del sur de la India. Sin su influencia nada de esto podría haber existido.
Capítulo diferente es el que hubo de afrontar Ceilán con las sucesivas invasiones de naciones europeas a partir de principios del siglo XVI. Se trataba de una civilización distinta y de unos pueblos cuyos hábitos, costumbres, idiomas y religión diferían considerablemente de los de los cingaleses. Su economía era, además, mucho más poderosa y contaban con la ventaja añadida de la posesión de pólvora que, aunque inventada en China, se empleaba ahora para subyugar a los pueblos de Oriente.
Las invasiones europeas introdujeron a Ceilán en el mundo de los barcos de vapor, de los ferrocarriles, el telégrafo, las telecomunicaciones, el automóvil y el avión. También nos trajeron conocimientos avanzados, especialmente las ciencias.
Pero también provocaron la destrucción de la economía feudal natural que existía por entonces en Ceilán, implantando una economía colonial basada en el dinero. Con las invasiones europeas se redoblaron la explotación de las clases populares y el saqueo de nuestros recursos naturales hasta un extremo inimaginable hasta entonces. Las clases altas de nuestro pueblo se convirtieron en serviles imitadores de una cultura extraña, ajena a su propio entorno y que les fue impuesta por los conquistadores. Con el tiempo, se iba a producir un movimiento para revertir esa tendencia. Pero eso es ya historia moderna.
No es propósito de este trabajo ofrecer una descripción detallada de la historia de Ceilán, sino tan sólo insistir en aquellos aspectos más importantes que han tenido un efecto duradero sobre el desarrollo posterior del país.
La historia de Ceilán se puede dividir en los siguientes periodos: (1) el periodo Anuradhapura, (2) el periodo Polonnaruwa, (3) el periodo posterior a Polonnaruwa hasta el reino de Kotte, (4) el periodo colonial y (5) el periodo neocolonial.
La historia temprana de Ceilán es en gran medida la de los diferentes reyes que intentaron unificar la isla bajo su reinado. Aunque no nos interesa la lista de dichos reyes, mencionaremos a algunos de los más destacados.
El primer rey que debe mencionarse es Pandukabhaya. En su reinado se construyó el primer embalse del sistema de irrigación, iniciándose, de esa manera, una política que no sólo iba a dar celebridad a Ceilán, sino también la base de su prosperidad durante bastante más de mil años. Los reyes que sucedieron a Pandukabhaya convirtieron Anuradhapura en su capital, ciudad que da nombre a este periodo histórico.
Durante el reinado de Devanampiya Tissa (250-210 a. C.) se produjo la introducción del budismo en Ceilán por iniciativa del emperador indio Asoka, quien, supuestamente, envió a la isla como misioneros a su hijo Mahinda y a su hija Sanghamitta. Según se afirma, Mahinda insistió en que un sacerdote cingalés debería ser la cabeza de la iglesia budista de Ceilán. De ese modo, se formó una iglesia nacional y los budistas de Ceilán, mucho tiempo más tarde, se libraron de tener que jurar fidelidad a una iglesia extranjera, la católica romana.
El que es considerado como rey más importante de este periodo, Duttugemunu, liberó Ceilán de la dominación tamil. Pero fue Mahasena (276-303 d. C.), a quien se llegó a conocer como “el Constructor de Embalses”, el rey que iba a influir en la futura prosperidad de todo el país durante décadas. Como ya hemos mencionado, durante su reinado tuvo lugar un gran salto adelante en la práctica científica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación. De hecho, fue en su época cuando se realizaron los primeros embalses colosales. Se le atribuye la construcción de 16 y de un gran canal. Entre los embalses de su época cabe citar los de Minneriya, con una superficie de 4.670 acres, Kavudulu, Huruluwewa, Kanavava, Mahakanandaravava, cerca de Mihintale, Mahagalkadavala, etc. El proyecto Elahara-Minneriya-Kavudulu, que se culminó durante su reinado, se considera un hito trascendental en la historia de los sistemas de irrigación de Ceilán.
Dhatusena (459-477 d. C.) construyó el famoso embalse de Kalawewa. Su hijo Kasyappa (477-495 d. C.) adquirió fama al erigir la fortaleza de Sigiriya, donde hoy se puede contemplar uno de los, quizá, más bellos legados del pasado remoto de Ceilán: los frescos de Sigiriya. Kasyappa debió de ser un gran mecenas de las artes y, según parece, en su corte floreció la cultura de diferentes países.
El periodo Anuradhapura llegó a su fin alrededor del año 1000 d. C. con la conquista de Ceilán por el reino de Chola, la captura de Mahinda V y su muerte en cautiverio en 1029.
Siguió a continuación más de medio siglo de ocupación del reino de Chola. El rey que liberó Ceilán de dicha ocupación y lo unificó bajo su cetro fue Vijayabahu I (1055-1110). Fue él quien trasladó la capital a Polonnaruwa, probablemente por ofrecer mayor seguridad frente a las invasiones del sur de la India. De ahí recibe su nombre este periodo de la historia de la isla. El periodo Polonnaruwa representa probablemente el apogeo en el desarrollo de la antigua civilización cingalesa: Ceilán unificado bajo el más grande de los reyes cingaleses, Parakrama Bahu, llamado, precisamente, el Grande, y los ejércitos cingaleses campando a sus anchas por el sur de la India y Birmania.
Cabe señalar que Parakrama Bahu I construyó una flota para la invasión de Birmania, de donde se puede deducir la existencia de una industria de construcción naval en Ceilán en esa época.
Ya hemos indicado que el sistema de irrigación en Ceilán alcanzó su cénit durante el reinado de Parakrama Bahu I. No es necesario volver sobre estos hechos. No existen testimonios de nuevas obras importantes de irrigación tras su fallecimiento. Menos de diez años después de su muerte, acaecida en 1186, se había iniciado ya el ocaso del reino cingalés. Antes de finales del siglo siguiente, el complejo y colosal sistema de irrigación, universalmente considerado como la mayor creación del pueblo cingalés, yacía en ruinas.
La causa del hundimiento y destrucción de la antigua civilización cingalesa se debió al derrumbe de la compleja organización social y administrativa que había sido necesaria para la construcción y el mantenimiento del enorme sistema de irrigación, base de la productividad y prosperidad de estas regiones.
Los notables locales encargados de suministrar la mano de obra para mantener en funcionamiento el sistema de irrigación eran conocidos como “kulinas”, quienes contaban con el conocimiento especializado y la experiencia necesaria para dirigir las administraciones públicas, incluidas las tareas de conservación de las obras del mencionado sistema.
Las invasiones extranjeras y los desórdenes internos dieron al traste con dichas actividades y los “kulinas” huyeron a otras zonas, lo que provocó el hundimiento de todo el sistema.
De toda evidencia, las glorias del reinado de Parakrama Bahu I se alcanzaron a costa de la más terrible explotación del pueblo. Parece ser que incrementó los tributos e impuso, al servicio del Estado, el trabajo obligatorio y gratuito, redoblando además su dureza. Según parece, quienes no pagaban tales impuestos eran encarcelados. De hecho, en la crónica Culawansa se dice que sus sucesores, Vijayabahu II y Nissankamalla, liberaron “a muchas personas oprimidas por los castigos excesivos e ilegales infligidos por el rey Parakrama Bahu el Grande, impuestos en violación de las costumbres de los antiguos soberanos…”
El periodo Polonnaruwa concluyó, como el periodo Anuradhapura, con una guerra civil seguida de una nueva conquista extranjera de la isla. Esta vez se trató del príncipe Magha, procedente de Kalinga. En la actualidad, se tiende a pensar que Kalinga era una región de Malasia y no de la India. Esta invasión, y la consiguiente ocupación, parece haber sido una de las más crueles sufridas por Ceilán.
Cuando los príncipes de Dambadeniya liberaron la mayor parte de Ceilán, trasladaron la capital a Dambadeniya, de donde se movió más tarde a Gampola, luego a Rayigama y finalmente a Kotte, donde estaba emplazada cuando los portugueses entraron en escena en 1505. Durante este periodo nació el reino de Jaffna, gobernado por la dinastía de los Aryacakravarti, destruido en el reinado de Parakrama Bahu VI, pero de cuya existencia se vuelve a tener noticia en época portuguesa.
En este periodo tuvo también lugar el singular episodio de un rey cingalés de Kotte hecho prisionero por los chinos y llevado preso a China. Tal cosa fue lo que le sucedió a Vira Alakeswara, rey de Kotte, en el año 1411 cuando el tercer emperador Ming, Cheng Tsu (Yung Le) gobernaba aquel país. La hazaña se atribuye al eunuco Cheng Ho. El rey preso fue puesto en libertad en China y se designó a otro rey, presumiblemente Parakrama Bahu VI, para que gobernara Ceilán bajo soberanía china. Se dice que Parakrama Bahu VI, que reinó en la isla entre 1412 y 1467, visitó China en 1416 y en 1421. El último tributo de que se tiene noticia enviado a China data de 1459.
El reinado de Parakrama Bahu VI de Kotte parece que fue el último de cierto mérito antes de que la marea de la invasión europea se tragara Ceilán.

1 Sirimavo Bandaranaike (1916-2000) fue primera ministra de Sri Lanka en los periodos 1960-1965, 1970-1977 y 1994-2000

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