Traducción
Enrique Chiappa
Desde
cuando la sociedad se dividió en clases, siendo una dominante y otra dominada,
el Estado surgió como necesidad para impedir que tal antagonismo eliminase la
misma sociedad. Así, el Estado se impuso, independientemente de la voluntad de
los hombres y mujeres, como instrumento especial de represión de la clase
dominada por la clase dominante. Para encubrir tal realidad, la clase dominante
impuso la idea del Estado por encima de toda la sociedad, colocando sus
intereses como los intereses de toda la sociedad. Para tal efecto se irguió la
figura del Estado como guardián de sus ordenamientos como si fuese el de toda
la sociedad.
Le
tocó a la clase dominada, ya que la vieja orden establecida era la responsable
por su explotación y consecuente opresión, sublevarse contra ella. Orden y
desorden, viejo y nuevo, construcción y destrucción son unidades cuyos aspectos
contrarios y opuestos son interdependientes, que luchan y se suceden continua,
inevitable e indefinidamente como movimiento de la materia y como parte de la
historia y sociedad humanas.
Sin
destrucción no puede haber construcción: destrucción ya trae en sí construcción.
Del desorden, nuevo orden.
Espartaco
lideró la rebelión de los esclavos de Roma para destruir el orden esclavista.
Lo mismo aconteció con las guerras campesinas dirigidas por la burguesía para
acabar con el orden feudal y con las revoluciones socialistas para dar fin al
orden capitalista.
Todas
estas revueltas, rebeliones y revoluciones fueron consideradas, por las clases
dominantes en su época, a lo largo de los milenios, como desórdenes, y por los
explotados como destrucción del viejo orden de explotación y opresión por un
nuevo orden.
En
la historia de Brasil, desde cuando los portugueses invadieron este territorio
y aquí establecieron un ordenamiento mercantil-feudal-esclavócrata,
verificamos, en contrapartida, las revueltas de los pueblos indígenas como la
Confederación de los Tamoios y de los esclavos negros, con destaque para el
Quilombo de los Palmares liderado por Zumbi.
Tuvimos
aún revueltas y rebeliones de liberación como las lideradas por Felipe dos
Santos, Tiradentes, Frei Caneca, Cipriano Barata y otros, y también guerras campesinas
como Trombas y Formoso, Canudos, Contestado, Caldeirão, Porecatu, entre otras.
Forman
parte de los desórdenes, también, rebeliones militares como las de 5 de Julio,
de las cuales resultó la Columna Prestes-Miguel Costa, el mayor movimiento
armado rebelde de la historia del país y uno de los mayores de contestación del
orden establecido de la historia de Américas.
Los
500 años de formación de la Nación brasileña están hechos de estos órdenes y
desórdenes. Todos estos levantamientos forman parte de la ley del pueblo de
luchar y fracasar, luchar nuevamente y fracasar otra vez, volver a luchar hasta
alcanzar la victoria, antípoda de la ley de los imperios de causar disturbios y
fracasar, causar disturbios nuevamente y fracasar otra vez, volver a causar
disturbios y fracasar definitivamente.
En
el Brasil de hoy sigue imponiéndose el ya secular ordenamiento semicolonial y
semifeudal, responsable por la explotación y opresión de nuestro pueblo y abuso de la Nación por el imperialismo, la gran burguesía
y el latifundio. Contra este orden, como en el pasado, siguen levantándose los
campesinos y el pueblo pobre en las ciudades.
Delante
del podrecimiento acelerado del viejo orden, saludemos los nuevos desórdenes de
los campesinos, de las capas más profundas de la clase obrera, de la juventud
combatiente, de las mujeres del pueblo del campo y de la ciudad, de los
habitantes de las favelas y de las periferias, finalmente, de las masas
populares empobrecidas de nuestro rico e inmenso Brasil, que en sus manifestaciones
pueden escribir: ¡VIVA EL DESORDEN, LA REBELIÓN SE JUSTIFICA!
¡Abajo
la vieja y corrupta democracia! ¡Por la NUEVA DEMOCRACIA y el NUEVO BRASIL!
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