MOVIMIENTO INDÍGENA DEL ECUADOR RUMBO AL ETNOCACERISMO
Una de las estrategias que tiene el revisionismo y el oportunismo es el
de espolear o el de privilegiar ciertos elementos de identidad
subjetivos al interior de las masas.
Establecer vínculos de género, religiosos, étnico-culturales, entre otros, orientados con argumentos, discursos y propuestas políticas, ha permitido minar la necesaria unidad y/o alianzas de clase que debe existir al interior de los explotados y oprimidos del país.
Poco se discute en el país sobre la composición de clase que tiene nuestra sociedad. Se habla de la existencia de 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas; del derecho que tienen ciertas minorías a manifestar su sexualidad, la lucha de género; en otros casos, de las reivindicaciones de la mujer desde la perspectiva del feminismo burgués, del derecho de la naturaleza y luchas por otorgarle derechos a los animales. Es decir, se habla y se reivindica cualquier cosa menos los derechos de la clase. De todas formas, es entendible, de esta manera se fragmenta el movimiento popular, las masas, se las divide, se las empuja a luchar por reivindicaciones que cada vez más las alejan de sus verdaderos objetivos y eso beneficia sustancialmente a quienes detentan el poder.
Hoy se pone sobre el tapete de la discusión política el aparente rol determinante que ha desempeñado el movimiento indígena en la revuelta popular del octubre.
La premisa de otorgar al movimiento indígena capacidades organizativas y de lucha pasa por arrancar la representatividad campesina que tiene verdaderamente esta población. ¿que se consigue con esto?, alejar o quitar al proletariado su aliado “natural” en una sociedad como la nuestra, semifeudal, donde el rol del campesinado es decidor a la hora de materializar la revolución democrático burguesa de nuevo tipo.
Se mistifica y sobredimensiona las expresiones culturales del movimiento indígena. Se observa la cultura por fuera o encima de la base; adquiere características idealistas. Sucedió en la rebelión de octubre donde al grito de “ya vienen los indios”, muchos sectores de la población se mostraron asustados y se blindaron militarmente (caso de Guayaquil y barriadas burguesas de Quito y otras ciudades que se armaron de guardias, grupos de defensa, etc.), donde además se resaltaba la presencia de los guerreros Iwias, una fuerza militar y paramilitar que se supone aguantaban de mejor manera la represión de los aparatos represivos del Estado; que podían avanzar haciendo caso omiso de los gases, tolerando estoicamente los impactos de bala o saltando barricadas de 2 metros para combatir a la policía con largas lanzas de guerra; es decir, una suerte de superhombres que vinieron de la selva a salvar al pueblo del oprobio.
Claro, lo que no dicen es que ese movimiento está conducido por dirigentes que ya tienen agendas electorales propias y que anidan de manera aleatoria en todos los partidos políticos del país, desde la izquierda hasta la derecha más rancia y conservadora; que esos portentosos combatientes Iwias (diablos de la selva) son una unidad del ejército burgués terrateniente que participa en operaciones contrainsurgentes, que son un puntal esencial en el combate a las FARC y otros grupos guerrilleros en la frontera amazónica, o que de hecho, hace años, fueron utilizados en las campañas de exploración e intimidación de las masas campesinas con pretexto de neutralizar a los maoístas en el norte del país.
No podemos negar que al interior del movimiento indígena existe una identidad compartida que compacta, que consolida. La lengua, es esencial, la historia, la indumentaria, el territorio, la cultura, funciona, pero a la vez mimetiza otro tipo de relaciones de clase que divorcia antagónicamente a unos de otros de una manera abyecta y que ha sido aceptada en base a un magro costumbrismo.
Un indígena que tiene un tractor es “patrón” de sus peones que no tienen sino su fuerza de trabajo para venderla o entregarla a cambio de una porción del producto cosechado, o de un jornal poco menos que miserable.
Un indígena dueño de 50 hectáreas sumerge a otros indígenas en un régimen de explotación inmisericorde y hasta cruento.
Un indígena que tiene 20 cabezas de ganado lechero es el patrón en relación a sus peones que no tienen tierra o ganado. Los dirigentes de la Conaie saben bien de eso.
Y así la estratificación se va desdoblando hasta la nada, donde quedan los más miserables de los miserables que viven en medio de la más absurda opresión y explotación.
Y lo hemos dicho, la sola condición de indígenas no dice nada respecto de las responsabilidades de luchar en contra de la opresión, la explotación y mucho menos, en favor de la decidida lucha por enterrar las relaciones de producción semifeudal en el campo.
Los oportunistas y ciertos sectores de la pequeña burguesía, se dieron modos de fetichizar el llamamiento a conmemorar los 500 de resistencia indígena. Esta fetichización permitió poner sobre el tapete de discusión de la composición el problema indígena desde una visión antropológica burgués que en nada se compadecía del verdadero problema que tenían en su seno los pueblos y minorías nacionales.
Se dio el levantamiento de 1990 conocido como el del Inti Raymi. Los indígenas se toman por 10 días la iglesia de Santo Domingo, era el gobierno de Rodrigo Borja (burguesía burocrática) pidiendo la solución de 60 conflictos de tierras, todos comprometidos con la problemática petrolera. De igual manera, bregaron por tratar de que el Estado asuma una declaratoria de ser pluricultural, pluriétnico y multinacional.
La marcha de los pueblos amazónicos desde el Puyo a Quito en 1992. En esta oportunidad se pretendía el reconocimiento territorial Quichua, Shiwiar y Achuar, asentados en la provincia de Pastaza, así como también persistir, ante el mismo régimen (Rodrigo Borja) con el carácter del estado. Luis Macas aprovecha todo este movimiento y se abre protagonismo electoral que lo llevaría a ser candidato presidencial, vicepresidencial, parlamentario, asambleísta y hoy aliado del régimen de Moreno.
Estos levantamientos si bien es cierto surtieron algún efecto, siempre tuvieron dos mediadores entre el movimiento indígena y el gobierno: la iglesia y organismos internacionales como la ONU. 500 años y no se terminaba por comprender el rol de la iglesia católica en el país.
En 1994 tuvo más relevancia, decidida lucha en contra de la Ley de Desarrollo Agrario que a la larga desestructuró la propiedad comunal de las tierras. Luis Macas, Rafael Pandam, Nina Pacari y Valerio Grefa consolidan posiciones políticas. Todos terminan vinculados a distintos partidos políticos y en medio de las representaciones oficiales gubernamentales. Embajadores, ministros, etc.
En 1997 los indígenas pliegan a la huelga nacional que terminó con la destitución de Bucaram. En el 2000 participan en las luchas en contra de la dolarización. Todo quedó en manos de los militares, particularmente de Gutiérrez servil a la burguesía compradora. Nina Pacari fue nombrada Canciller y las delegaciones diplomáticas pobladas de otros dirigentes de igual cuantía.
Obviamente que todos estos levantamientos dieron algunos resultados de importancia no sólo para el movimiento indígena sino para todo el pueblo, pero prevaleció la reforma quedando intocados problemas fundamentales. En los hechos, el sumario es limitado. Desde 1990 al 2019 igual, se desmembraron los territorios indígenas, se amplió la frontera petrolífera en la Amazonía, en otros lugares a las madereras y a la gran minería. Se profundizó la semifeudalidad y al frente quedaron todos, absolutamente todos los dirigentes indígenas desparramados en los partidos políticos de variopinto, igual, todos serviles y lacayos de la gran burguesía y de los grandes terratenientes.
De todas formas, sin que los dirigentes del movimiento indígena lo hayan manifestado, atrás de su discurso ecléctico, racista, cultural, se dibuja claramente una propuesta egtnocacerista que promueve un proyecto político panandinista, de una aparente sociedad andina/amazónica “inmutable” en el tiempo, que conserva su génesis social a lo largo de los siglos; que promueve la unidad de las nacionalidades indígenas en torno a la idea de un estado pluricultural y multiétnico expuesto como un proyecto nacionalista que por su propia esencia es incapaz de resolver el problema del desarrollo de las fuerzas productivas y menos aún, de las relaciones de reproducción y las contradicciones antagónicas que existen en su seno.
En la movilización de otubre se evidenció este proyecto y cómo choca de frente con otras formas de organización que tiene el pueblo. Es más, cómo esta organización se muestra utilitaria e instrumentalizada por el viejo Estado, la dictadura de grandes burgueses y grandes terratenientes para neutralizar las luchas del pueblo.
La lucha de los “blancos” contra “indios” cumplió con el rol de simplificar las reivindicaciones que tenía la clase y el pueblo en relación a las medidas económicas que planteaba Moreno:
En un reciente discurso que le puso en aprietos a su emisor, Jaime Vargas, dirigente indígena de la Conaie, hablaba de que los indígenas deberían tener su propio ejército. Desde luego, ese ejército no podía ser otro que esa larga fila de reservistas militares con los que cuenta las FFAA del país que cumplen roles circunstanciales en la lucha contrainsurgente, sino también un importante papel en el manejo del sistema integrado de inteligencia de la reacción en las comunidades indígenas, fundamentalmente en la Amazonía y las provincias de Carchi-Esmeraldas. Un ejército que ya funciona con comisiones básicamente estructuradas encargadas de cobrar deudas solapando la usura; preservar la propiedad privada en los territorios indígenas; castigar a los trabajadores “vagos” quienes por hambre le roban una cabeza de ganado a los grandes ganaderos; que hacen de policía represiva estatal en las comunidades, o que en las movilizaciones últimas se encargaban de capturar a quienes realizaban una lucha más radical utilizando violencia revolucionaria, etc., etc. Pero igual, sirve a los propósitos del oportunismo que puede echar mano del discurso para consolidar posiciones separatistas desde la convocatoria racial. Los indígenas quieren su propio estado, para indígenas. Las clases dominantes de Guayaquil también quieren su propio Estado, siempre han reivindicado su necesidad de independencia del resto del país, y lo hacen sobre la base del mismo discurso racial, pues ahí, dicen ellos, es dónde está el poder de los no indios, sino de los blancos.
Y los dirigentes indígenas elevados a la cualidad de héroes saben manejar el escenario. Maestros del populismo que ha devenido en un populismo esencial. Discurso y acción radical; se comprime, se encierra y no permeabiliza el ingreso a su seno a otras corrientes políticas e ideológicas que incomoden o eventualmente puedan debilitar el poder de estos lazarillos, de la estructura feudal de la comuna, de la comunidad, que en los hechos no comparte comunitariamente la propiedad de la tierra, de los medios de producción, sino que la fragmentan en beneficio de la nueva versión de curacas expuesta en sus dirigentes, en los letrados o de los nuevos terratenientes o socios menores de las corporaciones mineras.
Mariátegui fue muy claro al abordar el problema del indígena en relación al problema de la tierra; si bien esta tiene una connotación mágica, esta configuración cosmogónica no está marcada por su “raza”, sino por su base material, la tierra.
“Es una raza de costumbre y alma agraria”, decía Mariátegui, sin embargo, la composición del movimiento indígena en el país ya no comparte -necesariamente-esa base, la tierra, sino que es dispersa. Las relaciones de producción feudal y semifeudal poco a poco desvinculó a los indígenas de la tierra para dar paso al latifundio, y los que quedaron vinculados a ésta, lo han hecho en condiciones claramente feudales o semifeudales, es decir, los engulló en sus oscuras relaciones de producción.
Artesanos, pequeños, medianos y grandes productores de leche; artesanos, pequeños, medianos y grandes socios de la producción maderera, minera. Artesanos, pequeños, medianos y grandes productores en la industria textil. Pequeños, medianos y grandes grupos económicos ligados al turismo, al comercio, ya sea desde la faceta comunitaria como la particular. Y evidentemente, también campesinos sin tierra, o con poca y mala calidad de estas; campesinos que tienen que lidiar con mineros, madereros, empresas petroleras, delincuentes, en fin, un escenario complejo que por su propio movimiento profundiza las relaciones de producción semifeudal.
El indígena ecuatoriano ya no es el indígena de la segunda mitad del siglo pasado cuyo centro de lucha no era la “nación” o la cultura, sino básica y únicamente el problema de la tenencia o conquista de la tierra; evolucionó; hoy tiene roles concretos y diferentes en la sociedad y sus organizaciones apuntalan esos roles.
En este punto resulta oportuno citar el papel que jugaron las comunidades indígenas ashaninkas en el Perú en la estrategia de lucha anti revolucionaria del viejo Estado. Formaron las llamadas “rondas campesinas”, se pusieron del lado de las FFAA genocidas del Perú, lo hicieron no solo como guías en la selva, sino como combatientes que no solo ejecutaban a miembros del PCP, a sus colaboradores, sino a los mismos miembros de su etnia que veían con “buenos ojos” a los camaradas del PCP, obviamente asumieron posición y lo hicieron por el viejo Estado. Entonces, por ser indígenas ¿no debían ser combatidos? Hoy, esas mismas comunidades están adscritas al proyecto etnocacerista de los hermanos Humala, ex militares represivos, y sus oscuros sueños nacionalistas.
Es cómodo en la coyuntura política vivificar al movimiento indígena, es más, resulta rentable políticamente plegar y fortalecer sus reivindicaciones nacionalistas, sin embargo, siempre, siempre será oportunismo, y los comunistas no pueden, ni por táctica, asumir esas posiciones.
El problema del indígena pobre sin tierra es el problema de la tierra; el problema del campesinado pobre es el problema de la tierra, ese es el denominador común, el verdadero elemento de identidad que tienen los sin tierra, esto es independientemente de su composición étnica, y eso es lo que hay que atender, abordar y bregar por solucionar: la tierra para el que la trabajan, pero no solo eso, sino que la calidad de tierra sea buena para el campesino y que ese trabajo se desenvuelva por fuera de relaciones de producción semifeudales, es lo que corresponde para el período democrático burgués de nuevo tipo.
Es cómodo y hasta rentable políticamente vivificar al movimiento indígena, pero eso es reaccionario, oportunista, deben prevalecer los criterios de clase, reconocer entre los indígenas a los obreros, al campesinado pobre, al artesano pobre que trabaja con herramientas propias de la feudalidad; ese es el verdadero valor de clase que hace al indígena diferente uno de otro, y obvio, combatir al indígena reaccionario, revisionista y oportunista que se muestra prácticamente en toda su dirigencia.
Estamos con los indígenas que tienen claro que el problema central es el de la tierra, el de la semifeudalidad y que visualizan de manera consciente de que sólo con la revolución democrática de nuevo tipo, Nueva Democracia, será posible enterrar la semifeudalidad que hoy por hoy concentra las mejores tierra en manos privadas, en el Estado (que no es lo mismo, pero es igual porque sirve a grandes terratenientes), en las grandes empresas mineras, petrolíferas, agrícolas, madereras y turísticas. Para el ejercicio, una sola empresa turística ligada a los más grandes terratenientes del país tiene concesionada 26 mil hectáreas al hacendado Cobo, que bajo la figura de preservación del habitad maneja un programa turístico llamado Yanahurco dónde además se crían toros de lidia.
Estamos con los indígenas obreros, los que tienen la ideología del proletariado y que saben que su responsabilidad descansa en llevar o conducir el programa de la revolución agraria que no es otra cosa que la Revolución de Nueva Democracia donde la dirección ideológica del proletariado es clave y garantía de su continuidad al socialismo entendido única y exclusivamente como dictadura del proletariado.
¡LA TIERRA PARA EL QUE LA TRABAJA!
¡POR LA REVOLUCIÓN AGRARIA!
¡MUERTE AL LATIFUNDISMO!
¡A DESENMASCARAR AL OPORTUNISMO EN FILAS DEL MOVIMIENTO INDÍGENA!
¡A DESATAR LA REVOLUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA ¡
¡ENTERRAR LA SEMIFEUDALIDAD Y LA SEMICOLONIEDAD!
¡APLASTAR AL OPORTUNISMO Y AL REVISIONISMO!
¡MUERTE AL IMPERIALISMO!
Establecer vínculos de género, religiosos, étnico-culturales, entre otros, orientados con argumentos, discursos y propuestas políticas, ha permitido minar la necesaria unidad y/o alianzas de clase que debe existir al interior de los explotados y oprimidos del país.
Poco se discute en el país sobre la composición de clase que tiene nuestra sociedad. Se habla de la existencia de 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas; del derecho que tienen ciertas minorías a manifestar su sexualidad, la lucha de género; en otros casos, de las reivindicaciones de la mujer desde la perspectiva del feminismo burgués, del derecho de la naturaleza y luchas por otorgarle derechos a los animales. Es decir, se habla y se reivindica cualquier cosa menos los derechos de la clase. De todas formas, es entendible, de esta manera se fragmenta el movimiento popular, las masas, se las divide, se las empuja a luchar por reivindicaciones que cada vez más las alejan de sus verdaderos objetivos y eso beneficia sustancialmente a quienes detentan el poder.
Hoy se pone sobre el tapete de la discusión política el aparente rol determinante que ha desempeñado el movimiento indígena en la revuelta popular del octubre.
La premisa de otorgar al movimiento indígena capacidades organizativas y de lucha pasa por arrancar la representatividad campesina que tiene verdaderamente esta población. ¿que se consigue con esto?, alejar o quitar al proletariado su aliado “natural” en una sociedad como la nuestra, semifeudal, donde el rol del campesinado es decidor a la hora de materializar la revolución democrático burguesa de nuevo tipo.
Se mistifica y sobredimensiona las expresiones culturales del movimiento indígena. Se observa la cultura por fuera o encima de la base; adquiere características idealistas. Sucedió en la rebelión de octubre donde al grito de “ya vienen los indios”, muchos sectores de la población se mostraron asustados y se blindaron militarmente (caso de Guayaquil y barriadas burguesas de Quito y otras ciudades que se armaron de guardias, grupos de defensa, etc.), donde además se resaltaba la presencia de los guerreros Iwias, una fuerza militar y paramilitar que se supone aguantaban de mejor manera la represión de los aparatos represivos del Estado; que podían avanzar haciendo caso omiso de los gases, tolerando estoicamente los impactos de bala o saltando barricadas de 2 metros para combatir a la policía con largas lanzas de guerra; es decir, una suerte de superhombres que vinieron de la selva a salvar al pueblo del oprobio.
Claro, lo que no dicen es que ese movimiento está conducido por dirigentes que ya tienen agendas electorales propias y que anidan de manera aleatoria en todos los partidos políticos del país, desde la izquierda hasta la derecha más rancia y conservadora; que esos portentosos combatientes Iwias (diablos de la selva) son una unidad del ejército burgués terrateniente que participa en operaciones contrainsurgentes, que son un puntal esencial en el combate a las FARC y otros grupos guerrilleros en la frontera amazónica, o que de hecho, hace años, fueron utilizados en las campañas de exploración e intimidación de las masas campesinas con pretexto de neutralizar a los maoístas en el norte del país.
No podemos negar que al interior del movimiento indígena existe una identidad compartida que compacta, que consolida. La lengua, es esencial, la historia, la indumentaria, el territorio, la cultura, funciona, pero a la vez mimetiza otro tipo de relaciones de clase que divorcia antagónicamente a unos de otros de una manera abyecta y que ha sido aceptada en base a un magro costumbrismo.
Un indígena que tiene un tractor es “patrón” de sus peones que no tienen sino su fuerza de trabajo para venderla o entregarla a cambio de una porción del producto cosechado, o de un jornal poco menos que miserable.
Un indígena dueño de 50 hectáreas sumerge a otros indígenas en un régimen de explotación inmisericorde y hasta cruento.
Un indígena que tiene 20 cabezas de ganado lechero es el patrón en relación a sus peones que no tienen tierra o ganado. Los dirigentes de la Conaie saben bien de eso.
Y así la estratificación se va desdoblando hasta la nada, donde quedan los más miserables de los miserables que viven en medio de la más absurda opresión y explotación.
Y lo hemos dicho, la sola condición de indígenas no dice nada respecto de las responsabilidades de luchar en contra de la opresión, la explotación y mucho menos, en favor de la decidida lucha por enterrar las relaciones de producción semifeudal en el campo.
Los oportunistas y ciertos sectores de la pequeña burguesía, se dieron modos de fetichizar el llamamiento a conmemorar los 500 de resistencia indígena. Esta fetichización permitió poner sobre el tapete de discusión de la composición el problema indígena desde una visión antropológica burgués que en nada se compadecía del verdadero problema que tenían en su seno los pueblos y minorías nacionales.
Se dio el levantamiento de 1990 conocido como el del Inti Raymi. Los indígenas se toman por 10 días la iglesia de Santo Domingo, era el gobierno de Rodrigo Borja (burguesía burocrática) pidiendo la solución de 60 conflictos de tierras, todos comprometidos con la problemática petrolera. De igual manera, bregaron por tratar de que el Estado asuma una declaratoria de ser pluricultural, pluriétnico y multinacional.
La marcha de los pueblos amazónicos desde el Puyo a Quito en 1992. En esta oportunidad se pretendía el reconocimiento territorial Quichua, Shiwiar y Achuar, asentados en la provincia de Pastaza, así como también persistir, ante el mismo régimen (Rodrigo Borja) con el carácter del estado. Luis Macas aprovecha todo este movimiento y se abre protagonismo electoral que lo llevaría a ser candidato presidencial, vicepresidencial, parlamentario, asambleísta y hoy aliado del régimen de Moreno.
Estos levantamientos si bien es cierto surtieron algún efecto, siempre tuvieron dos mediadores entre el movimiento indígena y el gobierno: la iglesia y organismos internacionales como la ONU. 500 años y no se terminaba por comprender el rol de la iglesia católica en el país.
En 1994 tuvo más relevancia, decidida lucha en contra de la Ley de Desarrollo Agrario que a la larga desestructuró la propiedad comunal de las tierras. Luis Macas, Rafael Pandam, Nina Pacari y Valerio Grefa consolidan posiciones políticas. Todos terminan vinculados a distintos partidos políticos y en medio de las representaciones oficiales gubernamentales. Embajadores, ministros, etc.
En 1997 los indígenas pliegan a la huelga nacional que terminó con la destitución de Bucaram. En el 2000 participan en las luchas en contra de la dolarización. Todo quedó en manos de los militares, particularmente de Gutiérrez servil a la burguesía compradora. Nina Pacari fue nombrada Canciller y las delegaciones diplomáticas pobladas de otros dirigentes de igual cuantía.
Obviamente que todos estos levantamientos dieron algunos resultados de importancia no sólo para el movimiento indígena sino para todo el pueblo, pero prevaleció la reforma quedando intocados problemas fundamentales. En los hechos, el sumario es limitado. Desde 1990 al 2019 igual, se desmembraron los territorios indígenas, se amplió la frontera petrolífera en la Amazonía, en otros lugares a las madereras y a la gran minería. Se profundizó la semifeudalidad y al frente quedaron todos, absolutamente todos los dirigentes indígenas desparramados en los partidos políticos de variopinto, igual, todos serviles y lacayos de la gran burguesía y de los grandes terratenientes.
De todas formas, sin que los dirigentes del movimiento indígena lo hayan manifestado, atrás de su discurso ecléctico, racista, cultural, se dibuja claramente una propuesta egtnocacerista que promueve un proyecto político panandinista, de una aparente sociedad andina/amazónica “inmutable” en el tiempo, que conserva su génesis social a lo largo de los siglos; que promueve la unidad de las nacionalidades indígenas en torno a la idea de un estado pluricultural y multiétnico expuesto como un proyecto nacionalista que por su propia esencia es incapaz de resolver el problema del desarrollo de las fuerzas productivas y menos aún, de las relaciones de reproducción y las contradicciones antagónicas que existen en su seno.
En la movilización de otubre se evidenció este proyecto y cómo choca de frente con otras formas de organización que tiene el pueblo. Es más, cómo esta organización se muestra utilitaria e instrumentalizada por el viejo Estado, la dictadura de grandes burgueses y grandes terratenientes para neutralizar las luchas del pueblo.
La lucha de los “blancos” contra “indios” cumplió con el rol de simplificar las reivindicaciones que tenía la clase y el pueblo en relación a las medidas económicas que planteaba Moreno:
En un reciente discurso que le puso en aprietos a su emisor, Jaime Vargas, dirigente indígena de la Conaie, hablaba de que los indígenas deberían tener su propio ejército. Desde luego, ese ejército no podía ser otro que esa larga fila de reservistas militares con los que cuenta las FFAA del país que cumplen roles circunstanciales en la lucha contrainsurgente, sino también un importante papel en el manejo del sistema integrado de inteligencia de la reacción en las comunidades indígenas, fundamentalmente en la Amazonía y las provincias de Carchi-Esmeraldas. Un ejército que ya funciona con comisiones básicamente estructuradas encargadas de cobrar deudas solapando la usura; preservar la propiedad privada en los territorios indígenas; castigar a los trabajadores “vagos” quienes por hambre le roban una cabeza de ganado a los grandes ganaderos; que hacen de policía represiva estatal en las comunidades, o que en las movilizaciones últimas se encargaban de capturar a quienes realizaban una lucha más radical utilizando violencia revolucionaria, etc., etc. Pero igual, sirve a los propósitos del oportunismo que puede echar mano del discurso para consolidar posiciones separatistas desde la convocatoria racial. Los indígenas quieren su propio estado, para indígenas. Las clases dominantes de Guayaquil también quieren su propio Estado, siempre han reivindicado su necesidad de independencia del resto del país, y lo hacen sobre la base del mismo discurso racial, pues ahí, dicen ellos, es dónde está el poder de los no indios, sino de los blancos.
Y los dirigentes indígenas elevados a la cualidad de héroes saben manejar el escenario. Maestros del populismo que ha devenido en un populismo esencial. Discurso y acción radical; se comprime, se encierra y no permeabiliza el ingreso a su seno a otras corrientes políticas e ideológicas que incomoden o eventualmente puedan debilitar el poder de estos lazarillos, de la estructura feudal de la comuna, de la comunidad, que en los hechos no comparte comunitariamente la propiedad de la tierra, de los medios de producción, sino que la fragmentan en beneficio de la nueva versión de curacas expuesta en sus dirigentes, en los letrados o de los nuevos terratenientes o socios menores de las corporaciones mineras.
Mariátegui fue muy claro al abordar el problema del indígena en relación al problema de la tierra; si bien esta tiene una connotación mágica, esta configuración cosmogónica no está marcada por su “raza”, sino por su base material, la tierra.
“Es una raza de costumbre y alma agraria”, decía Mariátegui, sin embargo, la composición del movimiento indígena en el país ya no comparte -necesariamente-esa base, la tierra, sino que es dispersa. Las relaciones de producción feudal y semifeudal poco a poco desvinculó a los indígenas de la tierra para dar paso al latifundio, y los que quedaron vinculados a ésta, lo han hecho en condiciones claramente feudales o semifeudales, es decir, los engulló en sus oscuras relaciones de producción.
Artesanos, pequeños, medianos y grandes productores de leche; artesanos, pequeños, medianos y grandes socios de la producción maderera, minera. Artesanos, pequeños, medianos y grandes productores en la industria textil. Pequeños, medianos y grandes grupos económicos ligados al turismo, al comercio, ya sea desde la faceta comunitaria como la particular. Y evidentemente, también campesinos sin tierra, o con poca y mala calidad de estas; campesinos que tienen que lidiar con mineros, madereros, empresas petroleras, delincuentes, en fin, un escenario complejo que por su propio movimiento profundiza las relaciones de producción semifeudal.
El indígena ecuatoriano ya no es el indígena de la segunda mitad del siglo pasado cuyo centro de lucha no era la “nación” o la cultura, sino básica y únicamente el problema de la tenencia o conquista de la tierra; evolucionó; hoy tiene roles concretos y diferentes en la sociedad y sus organizaciones apuntalan esos roles.
En este punto resulta oportuno citar el papel que jugaron las comunidades indígenas ashaninkas en el Perú en la estrategia de lucha anti revolucionaria del viejo Estado. Formaron las llamadas “rondas campesinas”, se pusieron del lado de las FFAA genocidas del Perú, lo hicieron no solo como guías en la selva, sino como combatientes que no solo ejecutaban a miembros del PCP, a sus colaboradores, sino a los mismos miembros de su etnia que veían con “buenos ojos” a los camaradas del PCP, obviamente asumieron posición y lo hicieron por el viejo Estado. Entonces, por ser indígenas ¿no debían ser combatidos? Hoy, esas mismas comunidades están adscritas al proyecto etnocacerista de los hermanos Humala, ex militares represivos, y sus oscuros sueños nacionalistas.
Es cómodo en la coyuntura política vivificar al movimiento indígena, es más, resulta rentable políticamente plegar y fortalecer sus reivindicaciones nacionalistas, sin embargo, siempre, siempre será oportunismo, y los comunistas no pueden, ni por táctica, asumir esas posiciones.
El problema del indígena pobre sin tierra es el problema de la tierra; el problema del campesinado pobre es el problema de la tierra, ese es el denominador común, el verdadero elemento de identidad que tienen los sin tierra, esto es independientemente de su composición étnica, y eso es lo que hay que atender, abordar y bregar por solucionar: la tierra para el que la trabajan, pero no solo eso, sino que la calidad de tierra sea buena para el campesino y que ese trabajo se desenvuelva por fuera de relaciones de producción semifeudales, es lo que corresponde para el período democrático burgués de nuevo tipo.
Es cómodo y hasta rentable políticamente vivificar al movimiento indígena, pero eso es reaccionario, oportunista, deben prevalecer los criterios de clase, reconocer entre los indígenas a los obreros, al campesinado pobre, al artesano pobre que trabaja con herramientas propias de la feudalidad; ese es el verdadero valor de clase que hace al indígena diferente uno de otro, y obvio, combatir al indígena reaccionario, revisionista y oportunista que se muestra prácticamente en toda su dirigencia.
Estamos con los indígenas que tienen claro que el problema central es el de la tierra, el de la semifeudalidad y que visualizan de manera consciente de que sólo con la revolución democrática de nuevo tipo, Nueva Democracia, será posible enterrar la semifeudalidad que hoy por hoy concentra las mejores tierra en manos privadas, en el Estado (que no es lo mismo, pero es igual porque sirve a grandes terratenientes), en las grandes empresas mineras, petrolíferas, agrícolas, madereras y turísticas. Para el ejercicio, una sola empresa turística ligada a los más grandes terratenientes del país tiene concesionada 26 mil hectáreas al hacendado Cobo, que bajo la figura de preservación del habitad maneja un programa turístico llamado Yanahurco dónde además se crían toros de lidia.
Estamos con los indígenas obreros, los que tienen la ideología del proletariado y que saben que su responsabilidad descansa en llevar o conducir el programa de la revolución agraria que no es otra cosa que la Revolución de Nueva Democracia donde la dirección ideológica del proletariado es clave y garantía de su continuidad al socialismo entendido única y exclusivamente como dictadura del proletariado.
¡LA TIERRA PARA EL QUE LA TRABAJA!
¡POR LA REVOLUCIÓN AGRARIA!
¡MUERTE AL LATIFUNDISMO!
¡A DESENMASCARAR AL OPORTUNISMO EN FILAS DEL MOVIMIENTO INDÍGENA!
¡A DESATAR LA REVOLUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA ¡
¡ENTERRAR LA SEMIFEUDALIDAD Y LA SEMICOLONIEDAD!
¡APLASTAR AL OPORTUNISMO Y AL REVISIONISMO!
¡MUERTE AL IMPERIALISMO!
Magnifico y necesario analisis, camaradas.
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