Hace un año por estos mismos días, las calles del país estaban colmadas de manifestantes, demostrando la verdadera fuerza del pueblo trabajador, por su cantidad, por su capacidad de bloquear y paralizar el funcionamiento normal de este podrido sistema de explotación, por sus ingeniosas formas de organizarse y enfrentar a los escuadrones asesinos guardianes del Estado.
La seguidilla de estallidos sociales en el 2019, 2020 y sobre todo, en el 2021, hicieron tambalear el gobierno del presidente títere, demostrando el profundo odio del pueblo contra el régimen uribista de la mafia y los paramilitares, en el fondo, el repudio de la sociedad al sistema capitalista opresivo y explotador, causante de sus insoportables sufrimientos.
Una fuerte crisis política se desató, en la forma de una situación especial donde confluyó la manifestación del pueblo trabajador que no quiere seguir siendo gobernado por la mafia uribista, y la incapacidad del régimen para seguir gobernando como antes. Crisis política que, dado el carácter mafioso del régimen, fue mitigada temporalmente mediante el uso sin cuartel de la fuerza armada del Estado —policía, ejército y paramilitares— contra los huelguistas desarmados. A sangre y fuego impusieron el orden, pero sin resolver los graves problemas que obligan al pueblo a rebelarse. Sigue ardiendo como brasas la indignación popular y en cualquier momento, nuevamente se transformará en incendio social.
Desde entonces, quedó rondando el fantasma del estallido social, frente al cual dos salidas se proponen al pueblo colombiano: el camino de los partidos reaccionarios y reformistas, que invita a desviar el descontento social hacia la lucha parlamentaria y electoral; y el camino revolucionario que aviva los levantamientos y llama a canalizar la rebelión del pueblo directamente contra el poder político estatal de los capitalistas.
La actual farsa electoral representa un triunfo temporal de los reaccionarios y reformistas, quienes lograron nublar la conciencia de muchos trabajadores con la fe en las instituciones burguesas y en su falsa democracia electoral.
Con la trampa de las urnas, las clases dominantes han logrado resolver transitoriamente su crisis gobernante, encontrando en Rodolfo Hernández un nuevo payaso archi-reaccionario, quien tras la máscara electoral de “lucha contra la politiquería y la corrupción”, aparenta representar un cambio de régimen gobernante, cuando en realidad, defiende la autoridad del actual Estado que es la dictadura de los capitalistas, y le permitirá a la mafia continuar gobernando sin que aparezca oficialmente como el partido gobernante.
Por su parte, los partidos reformistas y oportunistas de la oposición oficial, contribuyeron a calmar la crisis política de los ricos, infundiendo en los trabajadores el respeto sumiso al Estado burgués y su orden constitucional amenazado por los estallidos sociales, y convenciendo a muchos de ellos, sobre todo jóvenes, con el engaño de supeditar la lucha directa en las calles a las esperanzas en que el triunfo electoral de un politiquero como Gustavo Petro, puede resolver sus problemas desde la silla presidencial.
Aún con la gran votación obtenida, fracasaron en su objetivo de ganar en primera vuelta, y ahora, para enfrentar la gran coalición de los reaccionarios alrededor de Rodolfo Hernández, los jefes del Pacto Histórico están en una sin salida: facilitar el aumento de las ganancias de los explotadores para ganar al apoyo de algunos sectores capitalistas, lo cual los aparta de un sector de sus propios seguidores y aún más de los sectores populares abstencionistas, que pretenden conquistar para la segunda vuelta.
Las elecciones burguesas que los capitalistas presentan como la máxima expresión de su democracia, no son más que una farsa, un engaño, democracia hipócrita y mutilada, que en esta ocasión ha servido para alejar el fantasma del estallido social, enfriando la ardentía y fogosidad de la rebelión popular en el agua helada de las urnas.
A pesar de la intensa y costosa campaña contra la abstención y los medios utilizados por todos para atraer a las masas a las urnas, solo la pudieron reducir en un pequeño porcentaje, pues la gran mayoría de trabajadores no cayeron en la trampa electoral. Si se junta la abstención electoral, que es en buena parte una actitud política espontánea de las masas, en rechazo a la politiquería de todos los partidos, a las repetidas mentiras y promesas de campaña, al latrocinio de los corruptos cebados en las instituciones del Estado… con el voto de muchos trabajadores contra el régimen de la mafia, es evidente que el pueblo colombiano aborrece el gobierno de los capitalistas.
He ahí la fuerza viva del estallido social, adormecida temporalmente por el sopor de la farsa electoral, pero que pronto recuperará sus bríos, pues sus necesidades vitales se han agravado a tal extremo que todos los candidatos las usaron como banderas de campaña, pero ningún nuevo gobierno, sea con la presidencia del reaccionario Rodolfo Hernández o del reformista Gustavo Petro, podrá resolver, pues seguirá siendo un gobierno integrante del Estado burgués y como tal, comprometido en la defensa del orden capitalista.
Continuará rondando el fantasma del estallido social, pues la crisis económica taladra sin cesar los cimientos del sistema, la crisis social crece y con ella, aumenta la explosividad de la lucha de clases, en la tendencia histórica hacia otro gran choque de clases, que llevará al pueblo colombiano más cerca de una insurrección, con la cual el fantasma tomará cuerpo en la «revolución, [que] en el sentido estricto de esta palabra —dice Lenin—, es justamente un período de la vida popular en el que la cólera acumulada durante siglos sale a la superficie en acciones, y no en palabras, en acciones de millones de seres de las masas populares, y no de individuos aislados, emplea la violencia contra los opresores, toma el poder sobre los opresores».
En las elecciones burguesas no se resuelve el problema del Estado actual, esto es, no se resuelve el problema de la dictadura de los capitalistas sobre el pueblo colombiano. Este problema solamente se puede resolver por medio de una revolución violenta, que derroque el poder reaccionario, a condición de que «Para triunfar sobre el poder de la burguesía, los terratenientes y el imperialismo, no basta con la destrucción de su aparato estatal; ésta es apenas la condición para el verdadero triunfo: la creación de un nuevo tipo de Estado, el Estado de la Dictadura del Proletariado, cuya razón de ser es anular la resistencia de los explotadores». [Del Programa para la Revolución en Colombia]
Las elecciones burguesas solo resuelven el problema del gobierno, a condición de dejar intacto el poder del Estado actual, esto es, solamente definen quiénes durante los próximos cuatro años van a comandar la ejecución del poder estatal actual, quiénes van a administrar el más rentable negocio de los capitalistas: la explotación de las masas trabajadoras.
Predicar que el pueblo puede tomar el poder político conquistando el gobierno mediante las elecciones burguesas, es un gran engaño, pues la elección del gobierno constitucional está condicionada a no tocar el actual poder estatal de los capitalistas.
De la misma manera, prometer a los trabajadores, que un gobierno distinto al del régimen de la mafia uribista —un gobierno presidido por un político reformista como Petro en cabeza de una coalición reformista como el Pacto Histórico— puede solventar los agudos problemas del pueblo, es un espejismo, pues la condición para gobernar constitucionalmente es respetar la propiedad privada de los grandes capitalistas, respetar su privilegio de acumular ganancias a expensas de la explotación del trabajo, que es la causa principal y profunda del hambre y la pobreza en Colombia. Y el programa de gobierno reformista no plantea atacar esa causa, sino lo contrario, conservarla, preservarla, salvaguardarla, rogando a los empresarios que se conduelan de los pobres.
Atacar el hambre del pueblo exige un alza general de salarios que disminuye las ganancias de todos los capitalistas, así como mejorar la salud y la educación públicas implica reducir las ganancias que otorgó su privatización, todo lo cual está descartado en el programa reformista que se propone la quimera de una “justicia social” sin ajusticiar las causas económicas de la desigualdad entre las clases.
En la situación actual de esquizofrenia electoral, los comunistas revolucionarios, como fieles defensores de los intereses inmediatos y objetivos futuros de la clase obrera, sabiendo que aún no están creadas las condiciones de conciencia y de organización entre las masas para boicotear la farsa electoral, continuaremos nuestra campaña anti-electoral centrada en la propaganda y la agitación, en la explicación paciente a los trabajadores de la falsedad que encubre la democracia electoral burguesa, de la esencia dictatorial de clase del Estado actual, de la necesidad que tiene el pueblo colombiano de unirse alrededor de un Programa inmediato cuyas sentidas reivindicaciones sean conquistadas de verdad ejerciendo un nuevo poder, no producto de las elecciones burguesas, no de acuerdo con la constitución burguesa, sino como órgano de un levantamiento armado contra el régimen de la mafia y los paramilitares.
Seguiremos difundiendo y explicando el Programa para la Revolución en Colombia, que señala el camino verdadero para que el pueblo tome el poder político y lo ejerza contra los capitalistas, suprima el privilegio de una minoría a explotar el trabajo de la mayoría, el privilegio de enriquecerse a cuenta del sojuzgamiento y el hambre de quienes producen la riqueza; el camino de la lucha revolucionaria ya no solo contra los patronos y el gobierno, sino contra todo el poder político y económico de los haraganes dueños del capital. No es el camino de la paz y conciliación de clases por el cual siempre ganan los explotadores. Es el camino de la rebelión en las calles, con paros y bloqueos, con huelgas políticas y levantamientos sociales, con insurrecciones y revoluciones que conduce a la real emancipación de los trabajadores.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Junio 1 de 2022
Cambiarle el collar al perro sin quitarle las garrapatas, en eso consisten la elecciones burguesas. Y en Colombia las garrapatas, grandes y voraces, tienen su cuartel general en Washington. Pacífica o no, Colombia necesita de manera urgente una revolución popular que logre someter a la propia oligarquía explotadora y expulsar al imperialismo yanqui del país. Si no se cumplen esas dos exigencias, la soberanía popular es pura demagogia engañosa.
ResponderEliminar¡Muerte al imperialismo!
Abajo el revisionismo electorero!
ResponderEliminarHace 4 anos del inicio de la guerra popular en el Brazil,es necesario combatir al oportunismo em toda america latina, el dessarroyo de la guerra popular en nuestro país necessita estar junto a la lucha revolucionaria e anti imperialista de Colombia, Venezuela , Peru e Chile.