El trabajo doméstico sólo acabará si termina el sistema de explotación
Bolivia, 22 de marzo de 2009 (CEP).- A pesar de los intentos legales por ampliar los derechos de las mujeres, nada cambia la realidad de opresión que pesa sobre millones de ellas y que se desenvuelve en nuestras narices. El trabajo doméstico de las mujeres, tan útil para el sistema de explotación de los asalariados, será eliminado sólo por la acción y lucha política de las propias mujeres y las clases populares que actúen unidas para transformar la sociedad.
La “nueva” Constitución Política dice que “el Estado reconoce el valor económico del trabajo del hogar como fuente de riqueza y deberá cuantificarse en las cuentas públicas”. Según la propaganda gubernamental, nunca antes una norma había sido tan avanzada en reconocer la labor de las mujeres en la familia.
Por el momento, sin embargo, ni el gobierno ni nadie saben cómo cuantificar ese trabajo realizado generalmente por las mujeres. Las investigadoras en temas de género plantean que esa medición sólo será posible a través de una encuesta de uso del tiempo en el hogar, que en algunos países ya ha ayudado a estimar cuánto, en minutos y horas, aportan los miembros de la familia a los quehaceres domésticos.
¿Para qué cuantificar el trabajo en tareas domésticas? Algunos tecnócratas tienen la ilusión de que algún día el Estado pueda ponerle un precio a la labor de las mujeres y retribuirles con una paga. Es decir convertir a las mujeres en asalariadas.
Aun si alguna vez lograran su cometido, lo máximo que podrían alcanzar es que las mujeres continuaran laborando entre cuatro paredes a cambio de unas monedas por su contribución a las cuentas públicas. En otros términos una palmadita en la espalda para que aguanten con algún entusiasmo la opresión que el sistema les impone.
El paquete, sin embargo, no viene sólo. Junto con él está un cúmulo de aspectos que van desde la violencia ejercida por sus compañeros contra ellas hasta la imposibilidad de participar en actividades políticas. Los funcionarios atribuyen a la “desigualdad” y a la “pobreza” esta situación, pero en términos correctos la opresión hacia las mujeres constituye un factor capital que aparece con la sociedad dividida en clases.
Por eso la emancipación de las mujeres sólo puede estar en la supresión del patriarcado, la finalización de la división sexual del trabajo e incluso en la eliminación de la división profunda entre trabajo manual e intelectual propia de esta vieja sociedad. En la actualidad esto significa que hay que acabar con el sistema económico de explotación vigente.
En nuestro país implica incluso combatir uno de los rasgos de la semifeudalidad que es la servidumbre. Miles de mujeres y niñas de los sectores populares se emplean en hogares urbanos para realizar estas tareas domésticas. La jornada laboral de las “trabajadoras del hogar” puede superar las 12 horas diarias, a cambio de un salario menor al mínimo oficial. En muchos casos implica incluso no recibir remuneración, principalmente cuando se trata de mujeres y niñas llegadas del campo a insertarse de alguna forma a la vida en la ciudad. Y hasta ha adoptado formas de lo que la legislación del viejo Estado llama “trata y tráfico de personas”.
Las leyes, tratados y convenciones sobre los derechos de las mujeres no muestran resultados porque, desde una visión liberal, intentan normar una sociedad de rasgos fuertemente semifeudales. Por eso los tecnócratas y funcionarios del viejo Estado están atrapados en su marco institucional, y en su negativa a identificar relaciones de clase en este problema.
La abolición de la opresión hacia las mujeres sólo puede venir de la lucha política e ideológica contra el patriarcado y sus fundamentos. Una lucha que demanda la participación de las propias mujeres, pero no únicamente. Los sectores populares tienen la responsabilidad de luchar para transformar estas relaciones, y los compañeros, la tarea de renunciar a los privilegios que la vieja sociedad les otorga respecto del trabajo en el hogar.
Centro de Estudios Populares
Bolivia, 22 de marzo de 2009 (CEP).- A pesar de los intentos legales por ampliar los derechos de las mujeres, nada cambia la realidad de opresión que pesa sobre millones de ellas y que se desenvuelve en nuestras narices. El trabajo doméstico de las mujeres, tan útil para el sistema de explotación de los asalariados, será eliminado sólo por la acción y lucha política de las propias mujeres y las clases populares que actúen unidas para transformar la sociedad.
La “nueva” Constitución Política dice que “el Estado reconoce el valor económico del trabajo del hogar como fuente de riqueza y deberá cuantificarse en las cuentas públicas”. Según la propaganda gubernamental, nunca antes una norma había sido tan avanzada en reconocer la labor de las mujeres en la familia.
Por el momento, sin embargo, ni el gobierno ni nadie saben cómo cuantificar ese trabajo realizado generalmente por las mujeres. Las investigadoras en temas de género plantean que esa medición sólo será posible a través de una encuesta de uso del tiempo en el hogar, que en algunos países ya ha ayudado a estimar cuánto, en minutos y horas, aportan los miembros de la familia a los quehaceres domésticos.
¿Para qué cuantificar el trabajo en tareas domésticas? Algunos tecnócratas tienen la ilusión de que algún día el Estado pueda ponerle un precio a la labor de las mujeres y retribuirles con una paga. Es decir convertir a las mujeres en asalariadas.
Aun si alguna vez lograran su cometido, lo máximo que podrían alcanzar es que las mujeres continuaran laborando entre cuatro paredes a cambio de unas monedas por su contribución a las cuentas públicas. En otros términos una palmadita en la espalda para que aguanten con algún entusiasmo la opresión que el sistema les impone.
El paquete, sin embargo, no viene sólo. Junto con él está un cúmulo de aspectos que van desde la violencia ejercida por sus compañeros contra ellas hasta la imposibilidad de participar en actividades políticas. Los funcionarios atribuyen a la “desigualdad” y a la “pobreza” esta situación, pero en términos correctos la opresión hacia las mujeres constituye un factor capital que aparece con la sociedad dividida en clases.
Por eso la emancipación de las mujeres sólo puede estar en la supresión del patriarcado, la finalización de la división sexual del trabajo e incluso en la eliminación de la división profunda entre trabajo manual e intelectual propia de esta vieja sociedad. En la actualidad esto significa que hay que acabar con el sistema económico de explotación vigente.
En nuestro país implica incluso combatir uno de los rasgos de la semifeudalidad que es la servidumbre. Miles de mujeres y niñas de los sectores populares se emplean en hogares urbanos para realizar estas tareas domésticas. La jornada laboral de las “trabajadoras del hogar” puede superar las 12 horas diarias, a cambio de un salario menor al mínimo oficial. En muchos casos implica incluso no recibir remuneración, principalmente cuando se trata de mujeres y niñas llegadas del campo a insertarse de alguna forma a la vida en la ciudad. Y hasta ha adoptado formas de lo que la legislación del viejo Estado llama “trata y tráfico de personas”.
Las leyes, tratados y convenciones sobre los derechos de las mujeres no muestran resultados porque, desde una visión liberal, intentan normar una sociedad de rasgos fuertemente semifeudales. Por eso los tecnócratas y funcionarios del viejo Estado están atrapados en su marco institucional, y en su negativa a identificar relaciones de clase en este problema.
La abolición de la opresión hacia las mujeres sólo puede venir de la lucha política e ideológica contra el patriarcado y sus fundamentos. Una lucha que demanda la participación de las propias mujeres, pero no únicamente. Los sectores populares tienen la responsabilidad de luchar para transformar estas relaciones, y los compañeros, la tarea de renunciar a los privilegios que la vieja sociedad les otorga respecto del trabajo en el hogar.
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1 comentario:
bueno como siempre el cep no hace más que ayudar a la derecha reaccionaria criticando las actitudes pequeñoburguesas pro trotskistas teniendo su horizonte olvidado ya no son marxistas leninistas maoísta sino más bien son los más grandes trotskistas pero bueno que vamos hacer los intelectualidad que no trabajan con las masas obreras campesinas no tienen más que seguir soñando con su revolución en simples paredes cuando el trabajo de masas está en la calle salgan a trabajar de sus rincones de sus cuevas vuélvanse obreros de la revolución abierta no de las revoluciones de salón viva el marxismo leninismo maoísmo por que salvo el poder todo es ilusión ojala algún día puedan decir esto hemos hecho como no hicieron nada no tienen por qué criticar hacia el socialismo carajo
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