jueves, 26 de noviembre de 2009

¿Morir por Hamid Karzai? Un articulo de Le Monde Diplomatique (Perú)


Le Monde Diplomatique; Año III, Número 31 Noviembre 2009

¿Morir por Hamid Karzai?
por Serge Halimi*

Después de presentar los combates en Afganistán como una “guerra necesaria”, el presidente Barack Obama es presionado por el general Stanley McChrystal, que él mismo nombró a la cabeza de las fuerzas estadounidenses en ese país, para que despliegue allí unos cuarenta mil soldados de refuerzo. La guerra lleva ya ocho años.

En Indochina, Estados Unidos apoyó una pléyade de gobiernos corruptos, ilegítimos, percibidos como títeres por la población. Sin éxito. En Afganistán, ni los británicos, ni los soviéticos lograron imponerse, a pesar de los medios involucrados. Hoy, si bien las pérdidas militares estadounidenses son más bien modestas (880 muertos desde 2001, contra 1.200 por mes en Vietnam en 1968), y el movimiento antiguerra es débil, ¿con qué perspectivas de “victoria” pueden contar los ejércitos occidentales perdidos en las montañas afganas, entre los tráficos de droga (1), y sospechados de guerrear contra el islam?



El ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Bernard Kouchner, espera sin embargo “ganar los corazones con un chaleco antibalas” (2). Por su parte, el general McChrystal sostiene: “Nuestro negocio no es matar el máximo de talibanes, sino proteger a la población” (3). Una idea común sostiene estas proclamas, más allá del cinismo: la de que el desarrollo social y las operaciones bélicas pueden ser llevados a cabo en simultáneo en un territorio en el que sin embargo es imposible distinguir a los insurgentes de los civiles. En Vietnam, el periodista estadounidense Andrew Kopkind había resumido este tipo de “contrainsurgencia” con una fórmula “matadora”: “Bombones por la mañana, napalm por la tarde”.

A falta de la esperanza de vencer un día a unos combatientes nacionalistas y religiosos –cuya combatividad Washington pudo apreciar cuando, con su ayuda, se dedicaban a desangrar a la Unión Soviética–, Estados Unidos desea que se aflojen los lazos, ya frágiles, entre los talibanes y los militantes de Al Qaeda (4). Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, fue para aniquilar a estos últimos que Washington desplegó en Asia Central sus soldados y sus drones, no porque estaba preocupado por darles educación a los pequeños afganos o por defender los derechos humanos.

Si rechaza la escalada militar que reclaman los neoconservadores, el nuevo premio Nobel de la Paz deberá entonces explicar pronto a la opinión pública de su país que raramente se hace la felicidad de los pueblos bombardeándolos y sometiéndolos a una ocupación armada; que los discípulos de Osama Ben Laden ya no cuentan más que un puñado de sobrevivientes en Afganistán; por último, que un eventual compromiso con talibanes dispuestos a moderar su fanatismo de antaño (Polk y Porter, páginas 20 a 23) no constituye una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. Rusia, China, India, Pakistán, que no tienen ningún interés en que este foco de tensión regional siga siendo tan purulento, podrían trabajar en pos de un arreglo negociado. Comprometer su vida por la “democracia” en territorio extranjero representa de por sí una apuesta singular; ¿es realmente necesario morir por Hamid Karzai? Y tomar esa resolución justo cuando –según admitió el mismo general McChrystal– el “alcalde de Kabul”, que se mantiene en el cargo gracias al fraude electoral, realizó la proeza de volver a una parte del pueblo afgano “nostálgica de la seguridad y de la justicia del régimen talibán”...

Aunque casi 31.000 soldados británicos, alemanes, franceses, italianos, etc., combaten a los insurgentes junto a los militares estadounidenses, todas estas cuestiones no parecen importarles a los dirigentes europeos. Más que nunca, las decisiones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se toman en Washington. En París, el presidente Nicolas Sarkozy acaba de anunciar que no enviará “ni un soldado más” a luchar contra los talibanes. Pero agregó: “¿Debemos quedarnos en Afganistán? Mi respuesta es sí. Y quedarnos para ganar” (5). Oculta en una entrevista de dos páginas, su declaración no suscitó ningún comentario. Era la manera más generosa de reaccionar...

REFERENCIAS
(1) Afganistán estaría produciendo el 93% de la heroína mundial. Véase Ahmed Rashid, “The Afghanistan Impasse”, The New York Review of Books, 8-10-09. Véase también el mapa “L’opium, principal production afghane”, www.monde-diplomatique.fr/cartes/afghanopium2009

(2) Declaraciones reproducidas por la cadena de televisión francesa Canal +, 18-10-09.

(3) Le Figaro, París, 29-9-09.

(4) Syed Saleem Shahzad, “Al Qaeda contra los talibanes”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2007.

(5) Le Figaro, París, 16-10-09. Ségolène Royal, ex candidata a Presidenta por el Partido Socialista francés, se sumó al coro: “La guerra en Afganistán debe ser ganada, y lo será”.

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