jueves, 30 de octubre de 2008

Debate sobre el POUM (2)


esta es la siguiente parte del articulo de Albert Escusa tomado de kaosenlared. Invitamos a nuestros/as lectores/as a participar en este debate.



Un fantasma atemoriza a los anticomunistas de izquierda: el fantasma de la “burocracia”
Es evidente que el hecho de participar profesionalmente en política o en el movimiento sindical es una necesidad que tienen los representantes de la clase obrera para defender sus intereses, y así fue teorizado por Lenin, ya que es de sentido común que los dirigentes no se forman en dos días, y aún menos cuanto el apoliticismo del ciudadano común es la norma. Pero con la crítica permanente a lo que los anticomunistas de izquierda llaman «burocracia estaliniana», se consigue el efecto de trastocar la realidad por la ideología. El término “burocracia”, al ser tan indefinido, se puede instrumentalizar de forma demagógica como pueda serlo el de “estalinismo”. ¿Qué significa realmente la palabra “burocracia”? Como los anticomunistas de izquierda no osan dar ninguna definición para poder mantener la ambigüedad a su conveniencia, veamos qué se entiende corrientemente por “burocracia”. Según el Diccionari de la Llengua Catalana, “burocracia” es: 1) autoridad, influencia excesiva de los funcionarios públicos en los asuntos del Estado; 2) conjunto del personal administrativo, y 3) sistema de tareas, de procedimientos y de actividades a cargo de un cuerpo de personal administrativo. Así pues, transplantado el término “burocracia” a la época soviética, tan burócrata era el humilde conserje de una escuela de barrio, un policía municipal, el administrativo de un soviet urbano, el director de una empresa estatal (ya fuera honrado o corrupto), o el Comisario de Guerra León Trotsky, con el agravante de que éste último disponía de un poder infinitamente mayor sobre las cuestiones del Estado y del partido que el de la mayoría de la burocracia soviética a la que criticaba.
El falso antiburocratismo de Trotsky y del POUM
Los anticomunistas de izquierdas, al utilizar indiscriminadamente el concepto de “burocracia”, socavan la necesidad que tienen los trabajadores de tener representantes sindicales y políticos a tiempo completo, y desprestigian la necesidad de la participación política entre las masas, llevándolas al apoliticismo y haciéndolas presas de la reacción. Además, en el fondo, para los anticomunistas de izquierda el problema se reduce a nombres. Si son sus líderes los que ocupan los cargos, entonces no son burócratas, sino la personificación de la democracia pura. Si los cargos los ocupan los líderes del grupo rival, entonces son «burócratas degenerados». Pero puestos a analizar a la burocracia, ¿de qué vivían Trotsky, Andreu Nin, Julián Gorkin, Joaquín Maurín y tantos otros “antiburócratas”? No tenemos noticias que pasaran mucho tiempo de su vida en una cadena de producción de una fábrica, o doblando el espinazo en la agricultura, o haciendo los tipos de trabajo asalariado que realiza normalmente la clase obrera produciendo plusvalía. Por el contrario, vivieron como políticos profesionales en cuanto tuvieron la menor oportunidad. Trotsky en cuanto pudo fue un profesional de la revolución a tiempo completo (un burócrata de la revolución), que no vivía de su propio trabajo. Fue parte de la “nomenklatura”, alto dirigente del partido y el Estado, que creó asimismo una red clientelar de burocracia con la que ganar apoyos. Fue pues, un gran burócrata, que se volvió contra la “burocracia” no por ser “antiburócrata”, sino porque sus posiciones políticas fueron derrotadas por la mayoría. Cuando fue al exilio tampoco sudó una gota produciendo plusvalía para los burgueses, sino que pasó a ser miembro máximo de la “nomenklatura” en la corriente política formada por él, que se pasó a llamar IV Internacional.
Andreu Nin, Joaquín Maurín, Julián Gorkin y otros fueron, desde principio de los años veinte, altos dirigentes de sus organizaciones y llegaron a ser burócratas profesionales, “nomenklatura” en miniatura pero aspirantes a ser gran “nomenklatura”. Muchos cuadros de la CNT fueron altos funcionarios durante la guerra, además de ministros, y crearon sus propias redes de burocracia anarquista.
Andreu Nin mientras fue conseller de Justicia de la Generalitat ejercía como cualquier alto funcionario de cualquier Estado, a la manera burocrática. Nin había sido parte de la burocracia soviética y posteriormente burócrata de la Generalitat durante la guerra (Conseller de Justícia), Maurín fue corresponsal de Izvestia (“burócrata” soviético por lo tanto) y diputado por el Frente Popular (burócrata republicano); otros altos dirigentes también eran “burócratas”, como Juan Andrade, funcionario de correos, mientras que otro dirigente del POUM, Molins i Fàbrega, era presidente de la sección sindical de funcionarios de la UGT. Añadamos a esto, que el discurso más radical contra el «Estado burgués» se produjo a raíz de la expulsión de Nin del gobierno de la Generalitat por su política sectaria y provocadora. Todos estos hechos arrojan una perspectiva nueva y más concreta sobre algunos aspectos de lo que se ha venido en llamar “revolución” y “contrarrevolución”: la lucha por la hegemonía en los organismos de la Generalitat, incluyendo los surgidos de la “revolución” como el Comité de Milicias, colectividades y Patrullas de Control, cuyos miembros se convirtieron de hecho en funcionarios (o sea, burócratas) que cobraban su salario de la Generalitat. Los “revolucionarios” que se enfrentaron en mayo de 1937 contra la “burocracia estalinista” (el Frente Popular) distaban mucho de ser precisamente obreros, sino algo muy distinto: «aquellos sectores más beligerantes contra la supervivencia de la legalidad constitucional de 1931, como la agrupación anarquista radical Los Amigos de Durruti o el POUM, no estaban liderados por obreros manuales, sino por periodistas de segunda fila, aspirantes a intelectuales de opinión y empleados de servicios» (4).
Franco y la Falange querían destruir la República y sus instituciones, precisamente porque ya eran más populares que burguesas, mientras que el POUM quería destruir a la República y al Frente Popular por su imposibilidad en convertirse en burocracia dominante de forma pacífica, debido a sus actividades provocadoras y a su sectarismo. En diciembre de 1936 se cerraba definitivamente para el POUM la vía “pacífica” para conquistar la hegemonía burocrática con la exclusión de Nin del gobierno de la Generalitat, por la actitud sectaria y provocadora del POUM. Aislado voluntariamente de las demás fuerzas políticas y sindicales, abandonado incluso por la CNT y la FAI, el POUM se radicalizó desesperadamente y, en una fuga hacia delante, se alió con los grupos más extremistas y minoritarios como Los Amigos de Durruti, formado por libertarios que habían desertado del frente. Juntos entablaron un pulso armado con el Frente Popular y las instituciones republicanas en mayo de 1937 con el resultado de sobras conocido. Así nació la leyenda de la «burocracia estalinista» en España.
El dislate de la contradicción
Volvemos a leer frases acerca de los «horrores del estalinismo» en el más puro estilo del Libro Negro del Comunismo. Pero, ¿hubiera sido mejor el futuro si la pequeña “burocracia trotskista” se hubiera impuesto en su lucha contra la mayoritaria “burocracia estalinista”? Los pasos antes de que el trotskismo implantara el “verdadero” comunismo en el Sistema Solar, ¿habrían sido menos traumáticos y habrían derramado menos sangre que con Stalin? Las propuestas de Trotsky y la “oposición unificada” de 1926 no diferían gran cosa de las que se implantaron con Stalin años después: colectivización de la agricultura, industrialización y planes quinquenales. Hay que sumar a eso el odio constante de las potencias imperialistas, el enorme subdesarrollo del país, etc., etc. Podemos suponer pues, que Trotsky y su fracción minoritaria se hubieran enfrentado, al menos, con problemas de la envergadura que lidiaron la fracción mayoritaria del partido. No hay ningún motivo para suponer que la “burocracia trotskista” hubiera creado menos “horrores” que los que se le achacan a Stalin: de Trotsky partió la idea de secuestrar y fusilar a las familias de los “especialistas militares” zaristas que desertaran del Ejército Rojo; fue Trotsky el que reprimió duramente la insurrección anarquista de Krondstad en 1921 con medidas extremistas que incluían el terrorismo y los fusilamientos; fue Trotsky el que planteó militarizar los sindicatos y hacerlos un apéndice del Estado, es decir, burocratizarlos al máximo. ¿Por qué los “horrores” de Trotsky habrían de ser menores que los “horrores” de Stalin? ¿Por qué, de haber vencido el POUM y sus grupitos aliados en la lucha contra la República, los “horrores” hubieran sido menores que en el caso de los defensores de la República, conociendo la suerte que corrieron Desideri Trillas, Roldán Cortada, Sesé, y muchos otros? ¿Por qué los admiradores del POUM no publican nada sobre ello?
La historia coloca a cada uno en su lugar
El anticomunismo de izquierdas ha demostrado históricamente su incapacidad crónica para constituirse en alternativa y ser una fuerza de masas. La incapacidad se reveló con toda su crudeza cuando las últimas huellas de los «horrores estalinistas» dejaron de existir al desaparecer la URSS en 1991, dando paso a cambio a un nuevo tercer mundo con un infierno de millones de muertos, pobreza extrema, decenas de miles de niños viviendo en las cloacas, dictadura de las mafias, cientos de miles de prostitutas obligadas a venderse, millones de desempleados y guerras interétnicas instigadas por el imperialismo. Pero todos estos “detalles” nunca fueron del interés del anticomunismo de izquierdas, que sólo nació para “denunciar” los «horrores del estalinismo» o, como Franco y la Falange, las «víctimas de Negrín». Preocupado en esconder las causas de sus fracasos y sus evidentes limitaciones políticas, el anticomunismo de izquierdas desvió insistentemente sus críticas hacia el «estalinismo» y el antisovietismo, buscando chivos expiatorios de sus carencias y su escuálida capacidad de convocatoria. El anticomunismo de izquierdas y su hermano menor, el antisovietismo, han vivido una época dorada gracias a la división de los comunistas en el Estado español y a nivel internacional, y ha conseguido avergonzar a muchos comunistas, sobre todo dirigentes. El movimiento comunista ha cometido errores, algunos graves, y los seguirá cometiendo indudablemente, como corresponde a toda fuerza que interviene en la política práctica. Pero el saldo de la historia es enormemente favorable para el movimiento comunista. Los comunistas no tienen nada de lo que avergonzarse y tienen un pasado y un presente heroico de luchas y sacrificios, errores y aciertos, fracasos y triunfos, que constituyen un patrimonio del que deben de estar orgullosos.
Los tiempos cambian y es posible que asistamos al comienzo de una etapa histórica esperanzadora, donde se generen por fin las condiciones para un nuevo esfuerzo unitario entre las diferentes organizaciones comunistas. Para que la unidad tenga éxito, hay que perder la vergüenza de la propia historia, arrinconar sectarismos y recoger lo más positivo que cada corriente comunista ha generado a lo largo de su trayectoria, sin descartar además diferentes alianzas con otras capas progresistas de la población. Marx y Engels escribieron al respecto en el Manifiesto del Partido Comunista que «los comunistas no forman un partido especial opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios sectarios a los que quisieran amoldar el movimiento proletario» (5). Efectivamente, los comunistas no pueden aspirar, como dicen nuestros maestros, a encasillar el movimiento obrero bajo «principios sectarios», lo cual no quiere decir, por otra parte, que la ideología, la teoría y la doctrina dejen de ser importantes, pero en su justa medida, ayudando a impulsar el movimiento obrero y comunista y no poniendo trabas artificiales que frenan el movimiento y la unidad. Y siempre colocando por delante el estudio incansable de la historia, que es quien tiene la última palabra para juzgar los aciertos o errores de la práctica política, partiendo de la base de que no existen las personas infalibles y que la historia no la realizan los grandes hombres, sino las clases sociales y los dirigentes que surgen de estas clases sociales. Tales dirigentes se ven inmersos en múltiples contradicciones, conflictos e intereses de grupos sociales y nacionales diversos, que a veces los atrapan sin remedio como una fuerza gravitatoria, limitando sus márgenes de maniobra y sus posibilidades reales de aplicar las políticas deseadas.
Los comunistas han escrito sus páginas históricas más brillantes luchando unidos y sabiendo conectar con el sentir de las masas, de las que deben formar parte. Así fue en Octubre de 1917, en la construcción del socialismo en la URSS y en otros países, en la defensa de las conquistas sociales, en la guerra civil, en la lucha antifranquista, en las revoluciones antiimperialistas y en tantas otras ocasiones en las que, por lo demás, el anticomunismo de izquierda estaba ausente o era adversario de tales luchas. El movimiento comunista ha jugado un papel, en solitario o junto con otras fuerzas progresistas, claramente decisivo para el avance de las conquistas sociales de las masas explotadas e incluso para la humanidad en su conjunto. Por el contrario, la etapa histórica donde se vivió la división del movimiento comunista en numerosos fragmentos, condujo a los comunistas en muchos lugares al declive, y en otros como en el Estado español, casi a la extinción.
En España tenemos ejemplos históricos de unidad comunista, como la unidad del PCE y del PCOE en 1921, y la de los colectivos socialistas y comunistas en una sola formación política (las Juventudes Socialistas Unificadas a nivel estatal, y el Partit Socialista Unificat de Catalunya, PSUC), unidos sobre bases revolucionarias en 1936. Tal unidad, que se estaba fraguando también entre el PCE y del PSOE para constituir un partido proletario revolucionario unido, no pudo culminar con éxito por la división interna del partido socialista, lo que provocó una influencia muy negativa en el desarrollo de la guerra civil y la lucha antifranquista.
Cuando se perciba el grave momento histórico que estamos viviendo, será posible reemprender el camino de la unidad, unidad imprescindible para derrotar al enemigo: el fascismo, el imperialismo y la burguesía. Unidad sin renunciar a los principios pero renunciando a los sectarismos y a las exclusiones, y anteponiendo la resolución de los graves problemas de la clase obrera antes que una pureza doctrinaria extremista. Será entonces cuando el anticomunismo de izquierdas volverá a tener en la historia el papel residual y anecdótico que le corresponde ocupar. Sólo así, con la unidad y la voluntad de luchar por la clase obrera ante todo, los comunistas podrán volver a tener una determinante capacidad de influencia entre las masas y podrán aspirar a llevar tras de sí a la clase obrera y a los pueblos oprimidos en la lucha por un mundo mejor.
Notas:
(1) http://www.kaosenlared.net/noticia/noticia/que-hay-que-rescatar-del-poum
(2) http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=273460
(3) Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo: Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1931-1936. Editorial Planeta, Barcelona 1999, pp. 351-375.
(4) David Martínez Fiol: Estatisme i antiestatisme a Catalunya, 1931-1939: rivalitats polítiques i funcionarials a la Generalitat. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2008, p. 290.
(5) Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Edicions PCC, 1983, cap. 2, p.15.

1 comentario:

Luis Tejero González dijo...

El espantajo del "estalinismo", agitado con la mano del anticomunismo de izquierdas por la burguesía y el imperialismo, es uno de los más eficaces instrumentos de que disponen éstos para apartar a las masas obreras y populares del camino revolucionario. Películas como "Tierra y Libertad" de K. Loach o "Libertarias" de V. Aranda pudieron filmarse y distribuirse masivamente en el mercado español en razón de su furibundo ataque al comunismo y al papel de los comunistas durante la Guerra civil española 1936-1939, y ello, a pesar de su supuesto "contenido revolucionario". O quizá por eso mismo.
Se impone una defensa de la trayectoria política del camarada Stalin y una crítica de la misma en la línea que emprendieron el PCCh y el Presidente Mao a finales de los 50 y principios de los 60. Sólo así esa trayectoria podrá servir, en manos de la clase obrera, para los objetivos de la Revolución.

Salud a todos.