LA CUESTIÓN
NACIONAL EN EL ESTADO IMPERIALISTA ESPAÑOL: CATALUÑA
Aspectos
socioeconómicos de Cataluña
Cataluña cuenta, en una superficie de
32.114 km2, con una población actual de 7,4 millones de habitantes,
lo que representa un 16% del total del Estado español. De ese conjunto, un 13%
es de nacionalidad extranjera, sobre todo llegada desde América del Sur, Europa
del Este y África con el comienzo del nuevo siglo. La población se encuentra
muy concentrada: en la provincia de Barcelona vive casi las tres cuartas partes
de la población catalana (5,5 millones de habitantes; 3,1 millones se ubican en el área metropolitana
de Barcelona), en Girona vive un 10%, en Tarragona un 11% y en Lleida un 9%.
Geográficamente,
si dividimos la Cataluña litoral (urbana e industrial) de la Cataluña interior
(rural), resulta que el 90% de su población se asienta en la franja costera que
abarca menos de una tercera parte de su territorio (6,4 millones viven en 9.235
km2; densidad: 702 hab/km2), mientras que el interior
(71% de su superficie) sólo vive un 10% (0,8 millones de habitantes en 22.762
km2; 32 hab/km2). Con estas cifras se intuye claramente
la importancia y la diferencia del voto rural frente al voto urbano (ver mapa).
Cataluña
constituye una región altamente industrializada, liderando este sector en el
Estado español desde el siglo XIX. Aún hoy el peso de la economía catalana en
el conjunto del Estado representa un 19% del P.I.B., la más importante de todas
las comunidades autónomas. Cataluña es la responsable del 25% de las
exportaciones del Estado español. Considerando a Cataluña como un Estado, se
puede decir que exporta fuera de España por un valor de 60.000 millones de
euros, mientras que al resto del Estado español exporta por un valor de algo
más de 38.000 millones.
Sin
embargo, su PIB/per cápita lo sitúa en cuarta posición, detrás de vascos,
madrileños y navarros. Más atrás queda por su Índice de Desarrollo Humano
(0,958), ocupando el 8º lugar. Con estos dos datos se ve indirectamente la
relevancia que tiene el proletariado y las clases populares en Cataluña.
Aunque
los datos son criticables, Cataluña es, después de Madrid, la comunidad con
mayor peso de la inversión extranjera.
No
obstante, la economía catalana está enormemente terciarizada. Así el Valor
Añadido Bruto (V.A.B.) catalán se descompone en un 73% para los servicios, un
19% para la industria y sólo un 7% la construcción y el 1% la agricultura.
La
crisis económica desatada en 2008 ha afectado también a Cataluña, comenzando
por su primera institución, la Generalitat, que ha visto como incumple los
objetivos de déficit impuestos por el Estado español y se ha endeudado con el
mismo por valor de 37.000 millones en
concepto del plan de pago a proveedores y del fondo de liquidez (desde
el Gobierno del Estado se dice que ello ha sido ocasionado por el gobierno de
la Generalitat y desde el gobierno catalán se dice que esto no habría pasado si
los recursos generados en Cataluña se quedaran en la región). Las enormes
dificultades de las finanzas públicas ha llevado al Gobierno catalán a aplicar
drásticos recortes en sanidad y educación.
La
crisis económica ha afectado de forma parecida a Cataluña tanto como al resto
del Estado: en 2008 el Estado español tenía una tasa de paro del 10,4%,
mientras que en Cataluña era del 7,5%; después de 6 años de crisis, el
desempleo alcanza en España el 22,4%, situándose en Cataluña en el 19,1%.
Incluso en la clasificación según esta tasa, Cataluña se encuentra en el 9º
puesto de las comunidades con menos paro.
El tejido
empresarial catalán también se ha visto envuelto en la dinámica de la crisis,
sobre todo en lo referido a la pequeña y mediana empresa (PYMES), que
representa el grupo más numeroso en Cataluña. No hay que olvidar que las pymes
catalanas representan algo más del 95% del total de empresas radicadas en
Cataluña, y aglutinan el 75’2% del empleo. Ello pone de manifiesto un tejido
empresarial muy atomizado. Un estudio de 2011 (GD&A Business Brokers, 2011)
señalaba que el 60,3% de las empresas catalanas que facturan hasta 30 millones
de euros al año, presentan un endeudamiento superior al 60% de su activo, lo
que compromete seriamente su futura viabilidad.
La Guerra de los Remensa
(1462-1486): El contexto de la crisis final del feudalismo en Cataluña
Las
regiones españolas que quedaron fuera del escenario de la Reconquista fueron
las que arrastraron el yugo más pesado de la explotación bajo la servidumbre.
No es asombroso que Cataluña en el siglo XV se inflamara con guerras
campesinas.
En
Cataluña, a medida que se acrecienta la presión de los señores feudales en los
siglos XII-XIII, se crea la categoría de campesinos sin ningún derecho llamados
“remensas”. Estos campesinos fueron sujetados a la tierra, la cual no podían
abandonar sin el pago de un rescate correspondiente -remensa-, además estaban
sometidos a una serie de pagos y humillaciones conocidos como “malos usos”.
Al
mismo tiempo, el intensivo desarrollo económico de Cataluña en los siglos
XIII-XIV, convertía a Barcelona en una de las ciudades comerciales esenciales
del Mediterráneo. La ciudad arrastró gradualmente a su órbita económica a la
mayor parte de Cataluña. Los señores feudales catalanes, después de
introducirse en la participación del comercio y el lujo, aspiraban a sacar del
campesinado el máximo de ingresos monetarios. Redoblando la coerción no
económica con el objeto aumentar la rentabilidad de las haciendas, sin embargo,
chocaron con la resistencia de los campesinos que respondieron al aumento de la
explotación feudal con insurrecciones.
El
desarrollo de las ciudades de Cataluña atraía a importantes masas del
campesinado de los alrededores y contribuía a la lenta liquidación de la servidumbre
personal. Pero la burguesía de la ciudad no aspiraba a la liberación del
campesinado y no le prestaba ayuda en su lucha contra los terratenientes.
Barcelona, Girona y otras ciudades aplicaban sus propios derechos señoriales
sobre una serie de aldeas con no menos
celo que los terratenientes.
En
el año 1448, una serie de comunidades se dirigieron al gobierno exigiendo la
liberación de los obstáculos para las reuniones de campesinos para la
organización de los rescates y la discusión de sus condiciones. Los nobles,
alarmados, enviaron a su delegado a la reina regente María, diciéndole:
“Estos, los que se llaman las
comisiones campesinas, vagaran por las diferentes zonas del principado catalán,
abusando de sus poderes. Provocaran disturbios, agitaciones y desordenes,
perturbaran el orden, predicando la liberación de los campesinos de la
servidumbre y declarando que los campesinos no están obligados a pagar más los
tributos ni otras obligaciones, a ellos se unirán otros campesinos como
cómplices en la rebelión; en las incesantes reuniones se preparan para la
sublevación, declarando que ellos o sus síndicos irán a las Cortes del
principado para la liberación de los impuestos establecidos por la diputación o
ellos mismos tomaran las riendas de la administración en sus manos, eligiendo a
uno, dos o tres diputados, en igualación con todas las demás clases. Y si
alguien tratara de obstaculizarlos en estas intenciones, dicen, romperán
relaciones con las partes… Y entonces se verá si osará alguien molestarlos en esto.
Nuestro dinero, dicen, se lo damos al rey con la esperanza de la libertad; pero
si pagamos y no recibimos la libertad, puesto que el rey nos traiciona los
vasallos se convertirán en traidores”
(Pellas
y Fordás “Historia de Ampurdan”. P. 667. Madrid 1883).
El
gobierno estaba desconcertado: por un lado no deseaba perjudicar los intereses
de los señores feudales, por el otro, estaba claro que poner obstáculos a los
rescates era provocar la sublevación total de las masas campesinas. La situación
era crítica. Algunos años después subió al trono Juan II (1458-1479), que
continúo con su política de doble juego de sus antecesores respecto al
campesinado.
En esos mismos momentos existía en
Cataluña un ambiente de conflicto entre las mismas clases gobernantes. Las
Cortes estamentales de Cataluña1 estaban descontentas con las
crecientes tendencias absolutistas de los reyes aragoneses. La mujer del
rey Juan II formaba parte del gobierno catalán como regente –la reina Juana
Enríquez– que aspiraba a someter a la
obediencia absoluta de Cataluña al poder real.
Por toda Cataluña hubo reuniones de
campesinos. Por todo el país, los campesinos se negaban a pagar los tributos y
las obligaciones exigidas por los terratenientes, se aprovisionaban de armas y
elegían a sus jefes. En las asambleas de las localidades comenzaron las
agitaciones que iban creciendo hasta transformarse en revueltas. La nobleza de
Girona informó de los hechos a la capital: “Con gran horror les llevamos la
noticia sobre una gran multitud de campesinos, agitados por la circunstancia de
que los propietarios de tierras han exigido sus pagamentos. Si la caridad de
Dios no toma nuestra defensa, una inminente pérdida caerá sobre nuestro país”2.
La reina publicó una serie de decretos
exigiendo a los campesinos la obediencia a los terratenientes e indicando que
ningunas disposiciones reales sobre la anulación de sus obligaciones eran
válidas, así que, debían aportar todos los pagos como siempre. Pero el
campesinado no obedeció, afirmando que actuaban en nombre del rey.
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1 Generalidad:
estaban compuestas por los llamados tres brazos: el eclesiástico, el militar o
noble y el real o de las villas. El rey convocaba y abría las Cortes con una
proposición real mientras que los brazos eran los encargados de legislar,
siempre con el concurso del soberano.
2
"Levantamiento y guerra de Cataluña en tiempo de don Juan II". V. 18.
Col. de documentos inéditos del archivo de Aragón, publicada por D. M. de
Bofarull y de Sartorio.
La Primera
Guerra de los Remensa (1462-1472)
En
febrero de 1462 los campesinos hicieron liberar a dos de sus compañeros
recluidos en el calabozo del terrateniente Gilberto de Cruïlles por negarse a
pagar. En marzo, en la región del Ampurdán se llenó de grupos “Cuadrillas” de
insurrectos de 100, 200 y hasta 500 personas. Armados con cualquier cosa, los
insurrectos marchaban bajo los sonidos de los caramillos, las flautas, los
tambores, perturbando con las lanzas y amenazando de muerte a todos los
terratenientes que se atrevieran a exigirles las rentas. Estos grupos
mantuvieron un asedio a la ciudad de Besalú. Los campesinos exigían la puesta
en libertad de uno de sus compañeros, preso en la cárcel de la ciudad; la
exigencia se cumplió. La municipalidad de Besalú apeló a la ayuda de Girona,
pero la burguesía y nobleza gerundense temían por su propio pellejo y se limitó
al envío a la reina de la petición de ayuda de Besalú.
En la insurrección no sólo participaban
los remensa y los campesinos “libres”, sino también los jornaleros agrícolas y
todos los pobres rurales. En Cataluña crecía la guerra general campesina contra
los señores feudales.
A
la cabeza del movimiento campesino se situó el noble Francesc de Verntallat.
Este aventurero decidió utilizar el conflicto entre las Cortes catalanas y el
poder real a favor de los intereses de este último, por ello contó
posteriormente con el agradecimiento del rey y pudo trazar la vía de una
carrera personal.
La mano derecha de Verntallat –Serrolí,
notario del Concejo de Ciento, astuto caballero de la facción de la industria1– recorría
las aldeas persuadiendo a los campesinos para levantarse contra los señores
feudales y las ciudades, desobedeciendo la voluntad del rey como si éste fuera
a ser benevolente con los campesinos y esperaran su ayuda2.
Verntallat organizó de manera militar a
las masas de campesinos descontentos. Su plan estratégico perseguía el fin de
capturar Balaguer, Besalú, Moncada, San Celoni, y Vic, es decir todas aquellas
ciudades y lugares que se encontraban en la vía de Aragón a Cataluña para dejar
el camino expedito al rey. Los grupos mandados por él recomenzaron el asedio de
Besalú, asediaron Vic y otras ciudades.
Sin embargo, entre los insurrectos se
produjo una escisión. Una parte de los campesinos del Ampurdán y en algunas
zonas de otras regiones no deseaban someterse a Verntallat, ya que por lo visto
comprendían lo que pretendía este granuja. La burguesía barcelonesa y la
nobleza de su parte, trataban de desunir por todas las maneras a los
sublevados, dirigiendo las negociaciones hacia la promesa de concesiones
parciales en la cuestión de "los malos usos".
Serrolí llevaba, a su vez, acciones en
Aragón. La reina, en total inacción, se escondía en Girona. La burguesía
barcelonesa ahora reforzada imponía a los campesinos la intermediación.
Mientras tanto, el conflicto entre las
Cortes catalanas y el rey se agudizaba cada vez más. La diputación reunió un
ejército y los envió contra los campesinos con el objetivo de derrotar a
Verntallat, para luego capturar a la reina y el infante. El comandante del ejército
de la diputación, el conde de Pallars, derrotará a Verntallat, que trataba de
detener su avance, y ocupó Girona. La reina hubo de huir y esconderse en el
castillo obispal de Gironella. Serrolí había caído prisionero. El rey Juan II
en ese momento concluyó un tratado con el rey francés Luis XI. A cambio de su
ayuda contra los catalanes le prometió la sesión del Rosellón y Cerdeña. Poco
tiempo después, el rey con su ejército entraba en Cataluña. Ante todo, él
trataba de atravesar Girona y liberar a su familia, pero fracasó. Sin embargo,
las fuerzas del conde de Pallars se debilitaron por la deserción en masa y se
ven pronto reducidas apenas a 600 guerreros.
Verntallat, movilizando a las milicias
campesinas de las aldeas de los alrededores, hizo levantar el asedio del castillo Gironella al
conde de Pallars, liberando a la reina y asediando una serie de ciudades, pero
sólo pudo tomar Besalú, Olot y Bañolas. Ripoll y Vic resistieron los ataques
campesinos. La guerra civil revestía un carácter duradero.
La
diputación catalana declaró a Juan II destronado en Cataluña y se dirigió con
la proposición de la corona catalana al rey castellano, al rey portugués, y al
duque de Lorena sucesivamente, pero
todos fracasaron en sus intentos de ganar la guerra.
Con
todo, poco tiempo después, ante el miedo general ante la profundización de la
guerra campesina, ambas fracciones en disputa de las clases dominantes llegan a
un acuerdo. En octubre de 1471 se concluye un tratado de paz. Juan II concedía
la amnistía a los partidarios de la diputación y prometía respetar "las
libertades" del principado catalán. A cambio de esto, las Cortes catalanas
reconocen al rey de nuevo, entrando en Barcelona. Verntallat por
sus méritos traidores recibió el título del vizconde del Bas, el título de
miembro del consejo real y una serie de haciendas con campesinos esclavizados,
que explotaba más aún que otros terratenientes de Cataluña.
El
movimiento campesino fue traicionado porque se juntaron a él en calidad de
“jefes” los nobles y provocadores. Los campesinos sólo recibieron una
demora en los pagos de los tributos y un perdón parcial en el pago de los
atrasos. Las agitaciones continuaron.
El
rey (por el decreto de 1479) y las Cortes (por la decisión de 1481) (ya con el
nuevo rey, Fernando el Católico) restablecieron la anterior situación de
esclavización del campesinado. Los campesinos habían sido engañados y
traicionados, pero no habían sido doblegados.
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1 Se
refiere al partido de la burguesía barcelonesa La Busca, que se aliaba
coyunturalmente con las fuerzas reales tratando la democratización de las
instituciones catalanas frente a los partidarios de La Biga,
mayoritariamente la nobleza rentista. Por ello, La Biga aparecerá aliada
a muchas de las revueltas campesinas tratando de imponer sus intereses.
2 Al ser Serrolí
miembro de la Busca, hace que éste instigue a la rebelión de los
campesinos para usarlos en provecho de los intereses de su partido enfrentado a
los miembros de la Biga (nobleza terrateniente) y a su vez busque el apoyo del
rey también interesado en imponer su poder en Cataluña, esto encenderá
finalmente la guerra civil.
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