La
Segunda Guerra de los Remensa (1482-1486)
En
la primavera de 1482 de un disparo de arco fue ejecutado uno de los esclavistas
más crueles de la provincia de Girona –Juan Desvern–. En el mismo lugar, en el
valle de Mieres, los remensa ejecutaron en el otoño de 1484 a un pariente del
noble Aymerich, quien, en venganza, comete una serie de atrocidades sobre el
campesinado. En respuesta, el campesinado de los alrededores se subleva bajo
el mando del campesino Pere Joan Sala.
A
pesar de todos los desengaños sufridos por los campesinos, la autoridad del
poder real y la esperanza en el rey que mantenían aún las masas campesinas,
hizo que Pere Joan Sala se invistiera con el manto de representante del poder
real, haciendo una gira por las aldeas y llamando a los remensas a la
insurrección contra los terratenientes, como si esta fuera la verdadera
voluntad del rey –liberar a los campesinos de la servidumbre–. El grupo mandado
contra los insurrectos se encontró con unos 300 campesinos armados capitaneados
por Pere Joan Sala, que los derrotó. En diciembre su sobrino Bartolomé de Sala
sublevó a los remensas del obispado de Vic. Éste logró derrotar al grupo
mandado desde Barcelona (los soldados de infantería que acompañaban a los
nobles no querían combatir a los campesinos).
Cerca
de Granollers los grupos del tío y sobrino se reunieron, contando entonces con
unos mil combatientes, apoderándose de esta ciudad por medio de una inteligente
estratagema. Los insurrectos más atrevidos, escondiendo sus armas y haciéndose
pasar por campesinos de la zona, lograron entrar en la ciudad como vendedores
de productos para el mercado local. En una determinada hora, fijada de
antemano, abrieron la puerta de la ciudad, que en pocos minutos quedó en manos
de Pere Joan Sala y sus combatientes. Poco tiempo después, desde Barcelona,
salían para allí nuevas fuerzas. La tentativa de los campesinos por tomar la
ciudad de Barcelona acabó en fracaso. Cuatro de los campesinos capturados
fueron inmediatamente colgados. Sin embargo, algunos de los insurrectos
pudieron realizar sabotajes en la ciudad y capturar uno de sus suburbios. En la
persecución de los insurrectos participó la caballería aragonesa, la cual
alcanzó a los campesinos esa misma noche en
en Llerona. Allí los campesinos fueron sorprendidos de improviso y
sufrieron una derrota aplastante. De los 1000 insurrectos, 800 participaron en
el combate, muriendo 200 y el resto hechos prisioneros, mientras que la
caballería perdió solamente 10 hombres. Pere Joan Sala había caído prisionero.
El
jefe campesino fue llevado a Barcelona para ser exhibido por sus calles. Al día
siguiente, Pere Sala fue atado a tres asnos y arrastrado hasta la costa, donde
fue descuartizado y decapitado. Para asustar al pueblo la cabeza se colocó en
la torre de la ciudad.
A
pesar de la desalmada y cruel ejecución de su jefe, los campesinos no se rindieron.
En las montañas y las regiones boscosas continuó la guerra de guerrillas de
diferentes grupos campesinos. En grupos de 100 a 200 personas atacaban los
castillos y monasterios matando a los opresores.
El
gobierno real inició entonces la tarea para, por medio de concesiones,
pacificar al campesinado. El representante del rey –Mendoza– fue autorizado
a comenzar las negociaciones con los jefes de los grupos campesinos, habiendo
recibido el consentimiento de los nobles. Entonces, una representación campesina
y la delegación de los terratenientes, a cuya cabeza iba Mendoza, como
intermediario del rey que se encontraba en Andalucía, se reunieron. Como
resultado de las negociaciones, el 21 de abril de 1486 en el monasterio de
Santa María de Guadalupe, Fernando Católico publicó la sentencia (decisión)
arbitral. Por esta sentencia el gobierno anulaba los llamados “malos usos” (un
número de 6), por medio de un rescate.
Así,
las formas más duras de la servidumbre en Cataluña fueron anuladas, aunque a
costa de grandes sacrificios. Esto, claro, no significaba que la dependencia
del campesinado de Cataluña de los señores feudales dejara de existir, puesto
que en el feudalismo el reconocimiento jurídico del campesino como “persona
libre” no lo liberaba de la explotación del terrateniente. Y en general,
la frontera entre “campesino libre” y la servidumbre oficial era muy vacilante
y se borraba fácilmente.
La
plebe de la ciudad, los pobres de la ciudad de aquel tiempo, que se compadecía
y apoyaba al campesinado, todavía era demasiado débil y no podía decidir por su
participación el destino de la heroica lucha de las masas campesinas contra la
explotación.
La
traición de una serie de alborotadores, personajes procedentes de un ambiente
extraño y hostil a las masas populares, que se conseguían hacer con la
dirección del movimiento sólo gracias a la oscuridad y a la desorganización del
campesinado, la extremadamente escasa experiencia política y la credulidad de
los jefes del propio ambiente, aceleraban la derrota de los campesinos
sublevados.
La
historia de las insurrecciones de los campesinos catalanes en el siglo XV, una
vez más, subraya el enorme significado históricamente progresivo de las guerras
campesinas en la Europa medieval. Al mismo tiempo, con brillo especial, ilustra
aquella posición, que indicaba Stalin: “Los levantamientos esporádicos de
campesinos, el «bandolerismo de carretera» y de tipo no organizado, como el
caso de Stepan Razin, no pueden llevar a nada de importancia. Las
insurrecciones campesinas sólo pueden tener éxito si son combinadas con las
insurrecciones de los obreros y si ellos son dirigidos por los trabajadores.
Sólo un levantamiento combinado encabezado por la clase obrera puede conseguir
su objetivo” (Stalin: “Conversación
con el escritor alemán Emil Ludwig”.
La lucha de los de abajo
continuó hasta hoy
Después
de las dos Guerras de los Remensa, en 1640 fueron los campesinos y las masas
pobres de la ciudad de Barcelona los que, armados, protagonizaron el Corpus de
Sangre para oponerse de nuevo a los abusos, otra vez los “malos usos”, de los
tercios de las tropas reales que se habían asentado en Cataluña (Guerra de los
Segadores).
Fue el pueblo armado, la milicia, la que
resistió más de ocho meses de sitio a las tropas del Borbón, meses resistiendo
al bombardeo de un ejército superior en tropas y equipo. En el bombardeo de
Barcelona cayeron más de 30.000 bombas. Cuando entran las tropas del Borbón se
cierran las universidades catalanas, se derogan las Constituciones Catalanas y
continúa el baño de sangre y la custodia de la ciudad rebelde mediante una
fortificación militar.
Con
la aparición del proletariado moderno además se va a plasmar en cada lucha los
dos caminos: el del pueblo y su parte más consecuente y combativa, el
proletariado, y el de la gran burguesía catalana. Ya Engels afirmaba en 1873
que Barcelona -el centro fabril más importante de España- tenía en su haber
histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad del mundo.
En
1909, cuando el gobierno español llama al reclutamiento para combatir en
Marruecos, estalla la rebelión en Barcelona al grito de ¡Abajo la guerra! ¡Que
vayan los ricos! La generosidad en la lucha y el heroísmo estuvieron nuevamente
del lado de la clase obrera y del pueblo, que fueron los que pusieron la
combatividad y los muertos.
En
1917, otra vez en medio de la crisis económica, política y social y de la
miseria para el pueblo, la clase obrera organizada en sus sindicatos, CNT y
UGT, convoca una huelga general, donde otra vez es el pueblo armado el que pone
los muertos. Mientras, Cambó, de la Lliga Regionalista, rápidamente informaba a
Madrid de que nada tenía que ver con la lucha de las masas. Vendrán los años de
los pistoleros de la patronal y el asesinato de sindicalistas.
En
1936 es otra vez el pueblo armado el que para a los fascistas. Con la derrota
de 1939 va a continuar la resistencia, años de guerrilla urbana y rural, de
huelgas (SEAT, textiles, transportes, estudiantes, etc.) y de movilizaciones.
Sobre
estas luchas se hace público en 1975 el
“pacto catalán”. Encabezan el “pacto” Jordi Pujol, Josep Pallach, Joan
Reventós, y la necesaria colaboración de la izquierda domesticada (el PSUC, con
Solé-Barberá). Es decir, los banqueros, grandes industriales y el revisionismo.
El contexto del “pacto catalán” es una profunda crisis política y económica del
Estado imperialista español. El “pacto catalán” tenía el objetivo de contener
la movilización de masas y dar una salida a sus luchas dentro del orden burgués
y negociar el lugar de la gran burguesía catalana dentro de la España “democrática”.
EN RESUMEN:
Es
necesario aprender de la historia para que las actuales luchas de las masas y
del proletariado no sirvan para volver a reeditar otro "pacto catalán”
(entre la gran burguesía española y catalana), y también para desenmascarar sistemáticamente a los partidos
nacionales burgueses y pequeñoburgueses: poner al descubierto la traición
abierta y descarada de los primeros, y la conducta vergonzosa y ambigua, que se
transforma también en traición a la
causa de la emancipación nacional, de los segundos.
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