Todo se apagó de forma súbita
con un disparo en la cabeza. Antes hubo mucho; canciones, versos,
bordados, tapices, brochazos y cerámicas. Incansable creadora, la vida
fértil de Violeta Parra no cesó de imaginar un mundo mejor con la mirada
puesta en el folclore de los pueblos y en la justicia social. Este
miércoles se cumplen 100 años del nacimiento de su genio
incontestable y contestatario. El mismo que le hizo recorrer Chile
pertrechada apenas con una guitarra y un cuaderno para no dejar morir un
legado cultural que sin ella se hubiese perdido para siempre.
Como en su día dijo su hermano el poeta Nicanor Parra
—último premio Cervantes— Violeta resultó ser “un corderillo disfrazado
de lobo”. Así fue ella y así su particular cruzada para con los
convencionalismos de su época, una búsqueda constante que terminó por
marcar el destino de la poesía y el canto popular chileno. Dicen de ella
que su forma de vestir, de hablar, de comer, de amar, aglutinaba una
idea de Chile, un Chile popular y famélico pero que iba sobrado de
colores y contrastes.
En efecto, Parra era una mujer enérgica, una mujer
que no se resignó a la melancolía y que —se viene la obviedad
(necesaria)— le cantó a la vida. Pero lo hizo sin caer en
nostalgias vacuas, lo hizo en pie de guerra con el mundo, eternamente
incómoda. Su legado, del que se nutren decenas de músicos, escritores y
poetas, sigue vigoroso como su canto orgulloso, el mismo que cuestiona nuestras certezas y desempolva nuestros pasados, pero siempre desde el somos y no tanto desde el yo.
Cuando en París, durante una gira, le preguntaron qué
arte escogería si tuviera que elegir entre la pintura, la música, la
poesía o los tapices, Violeta respondió: “Escogería quedarme con la
gente”. Una declaración de intenciones de alguien que entendió su arte
siempre como una contribución a su gente, a su adorado país del que
terminó por convertirse en símbolo. No en vano, su identificación con
Chile fue tal que, cuando los funcionarios diplomáticos le negaban
subvenciones y apoyo, solía responder: “No me lo hace a mí, se lo hace a Chile”. Y lo cierto es que, visto con distancia, no anda equivocada.
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