lunes, 26 de marzo de 2018

Argentina. 24 de marzo… ¿y la Triple A?



Argentina. 24 de marzo… ¿y la Triple A?

Por Rolando Astarita


Los 24 de marzo se han convertido en jornadas de movilización por las luchas en curso, de defensa de libertades democráticas y denuncia de los gobiernos y partidos políticos que desde 1983 han asegurado la impunidad del aparato represivo de la dictadura. En este último respecto se han denunciado, entre otras, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de Alfonsín; los indultos de Menem; la designación de Milani al frente del Ejército; o los intentos del actual gobierno de salvar a los genocidas (por ejemplo, aplicando el 2 x 1). Pero también es fundamental mantener la memoria de lo que fue la dictadura.
Sin embargo, existe un tema que apenas se menciona en las recordaciones, a saber, los asesinatos, secuestros y torturas a militantes de izquierda y populares, perpetrados por la Triple A, grupos parapoliciales y fuerzas represivas. En particular, pocas veces se habla (a excepción de la izquierda revolucionaria) de la responsabilidad de Perón, y de Isabel Perón, en estos hechos. Por ejemplo, el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, en sus documentos publicados en ocasión de los 24 de marzo entre 2011 y 2017, rutinariamente repite: “Denunciamos también los crímenes contra el pueblo que comenzaron a ensayarse antes del golpe, en el Operativo Independencia de Tucumán y en el accionar de la Triple A y demás bandas fascistas en todo el país”. Eso es todo. ¿Y la responsabilidad de los gobiernos de Perón y de Isabel Perón en el surgimiento y accionar de esas bandas? ¿Y la denuncia por la impunidad que garantizaron a los asesinos de la Triple A, y sus mentores, los gobiernos desde Alfonsín a la fecha? Nada, ni palabra.
La realidad, sin embargo, es que solo los asesinados por los grupos parapoliciales, o la Triple A, entre 1973 y marzo de 1976, que han sido registrados, suman 683 (véase http://www.desaparecidos.org/arg/victimas/listas/aaa.pdf).
Pero algunas estimaciones elevan la cifra total de asesinados a unos 900 compañeros. Según el Anexo del Nunca Más, edición 30 aniversario del golpe militar, hubo más de 1100 casos de desapariciones forzadas de personas y ejecuciones sumarias entre 1973 y marzo de 1976. Agreguemos que un ensayo general de represión por izquierda ocurrió en Ezeiza, el 20 de junio de 1973, cuando Perón volvió por segunda vez al país. CNU (Concentración Nacional Universitaria), Comando de Organización, la guardia militar de Osinde y elementos de la Juventud Sindical asesinaron a una cantidad no especificada de militantes de la Juventud Peronista. Oficialmente se reconocen 13 muertos y 356 heridos, aunque las cifras podrían ser mucho más elevadas. Pero nunca se hizo una investigación oficial de esta masacre.
Más en general, la historia “oficial” nos dice que Perón retornó para unir pacíficamente a los argentinos, y que la Triple A fue una creación exclusiva de López Rega, posterior a la muerte del líder. Pero lo cierto es que bajo su gobierno se desarrolló una intensa represión parapolicial, y hubo 63 asesinatos de militantes de izquierda y populares. Sergio Bufano hizo una cronología, incompleta, de ataques por parte de grupos parapoliciales que puede consultarse en Lucha Armada en la Argentina, N° 3, 2005, http://www.elortiba.org/old/pdf/Sergio_Bufano_Peron_y_la_Triple_A.pdf. Escribe: “Si la memoria requiere de insumos precisos, la siguiente cronología contribuye a registrar la violencia paraestatal producida durante la gestiones de Lastiri y de Perón. La lista fue elaborada por el Latin American Studies Association y publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1978. Es incompleta y sólo se registraron algunos de los atentados dirigidos contra los grupos de izquierda, particularmente las organizaciones de base del peronismo vinculado a la organización Montoneros. La lista culmina un día después de la muerte del Presidente Perón”.
Otro dato significativo: bajo el gobierno de Perón se editaba la revista El Caudillo, dirigida por Felipe Romeo, cuyo lema era “el mejor enemigo es el enemigo muerto”. El Caudillo recibía incontables fondos del Ministerio de Bienestar Social, y claramente era el vocero de los grupos fascistas y parapoliciales. Jamás Perón puso algún reparo; tampoco Isabel.
Después de la muerte de Perón los crímenes de la Triple A se multiplicaron. Según Inés Izaguirre, “a partir de su muerte y hasta el final del período constitucional, las bajas se multiplican por 25: los muertos por 17; los desaparecidos por 49” (“El mapa social del genocidio”, en Lucha de clases, guerra civil y genocidio en Argentina, 1973-1983, p. 94). Durante todo este período los ataques al clasismo estuvieron en el primer plano, no solo por parte de la Triple A, sino también de las patotas de la burocracia.
Además, es un hecho que los principales miembros de la Triple A fueron nombrados por decreto, por Perón: Rodolfo Almirón y Juan Ramón Morales habían sido dados de baja en la Policía Federal (acusados de ilícitos con drogas) y fueron reincorporados y ascendidos. También los comisarios Alberto Villar y Luis Margaride fueron elevados a jefe y subjefe, respectivamente, de la Federal. Villar y Margaride fueron principales organizadores de la Triple A. Osinde y López Rega también fueron ascendidos por Perón.
Otro hecho significativo bajo la presidencia de Perón fue el llamado “Navarrazo”: el 28 de enero de 1974 el teniente coronel Antonio Domingo Navarro asaltó a mano armada a la casa de gobierno de Córdoba, apresó al gobernador Obregón Cano, al vicegobernador Atilio López y a todos los ministros, quienes permanecieron secuestrados. Hubo muertos y heridos, y el gobierno provincial fue depuesto. Sin embargo, Perón no condenó el golpe ni repuso a las autoridades, y Navarro fue premiado con el consulado argentino en Barcelona. Pero este solo fue el punto más alto del ataque a gobernadores izquierdistas. Izaguirre escribe:
“En realidad, desde la obligada renuncia de Cámpora, ya estaba planteada la ofensiva contra los gobernadores más afines a la izquierda peronista. Todos ellos eran viejos peronistas reconocidos por su lealtad a Perón, que habían sido permeables a la incorporación de miembros radicalizados del peronismo, en especial de la JP. Todos habían sido electos en las elecciones del 11 de marzo de 1973 y eran cuadros políticos reconocidos en sus provincias. El papel de la CGT fue decisivo en la caída de estos gobernadores –Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz y Salta– pero también hubo denuncias y “depuraciones” en otras gobernaciones” (p. 92).
Agreguemos la postura de Perón ante gobiernos de derecha en América Latina. Cuando el golpe contra Allende, el gobierno de Lastiri reconoció inmediatamente a la dictadura de Pinochet, y hubo maltrato a refugiados que llegaban a Ezeiza. Perón no abrió la boca. En mayo de 1974 Perón recibió a Pinochet y le dio su apoyo. Según Eduardo Luis Duhalde este encuentro, lejos de ser protocolar, fue un antecedente del plan Cóndor. En las Naciones Unidas Argentina fue uno de los pocos países que rechazaron proyectos de condena a la violación de los derechos humanos en Chile en las Asambleas Generales de 1974 y 1975. El 30 de septiembre fue asesinado en Buenos Aires el general chileno Carlos Prats, refugiado en Argentina. En 1975 el gobierno de Isabel condecoró a Pinochet con la Gran Cruz de la Orden de Mayo al Mérito Militar. Por otra parte, el gobierno de Perón también tuvo una actitud de colaboración con la dictadura de Stroessner, de Paraguay; con la de Bordaberry, de Uruguay; y de Banzer, de Bolivia. El sistema Cóndor nació a fines de 1975, con activa participación argentina.
Todas estas cuestiones deberían entrar en los ejercicios de la Memoria, y en los reclamos de justicia y castigo de los genocidas. Sin embargo, amplios sectores del progresismo bienpensante evitan ahondar en esta historia, y en especial en las responsabilidades de Perón. Además, cuando se planteó, hace unos años, investigar su participación en la creación de la Triple A, la dirigencia sindical puso el veto: “no jodan con Perón”. Desde entonces el tema se ha convertido en absoluto tabú. Por eso, cuando en los documentos ad usum se menciona el terrorismo de derecha previo al golpe, no se menta siquiera lo que hicieron los gobiernos peronistas, entre 1973 y 1976, amparando ese terrorismo. O sea, se trata de “Memoria” en dosis limitadas. De ahí que, frente a tanta hipocresía (¿no les da un poquito de náuseas?), necesitamos contar esta vieja historia. Hay que decirlo con todas las letras: cuando volvió al país Perón se rodeó de un montón de fachos asesinos con el fin de atacar y aniquilar a la vanguardia obrera y a la izquierda. Lo cual no impidió que el Partido Comunista y la izquierda nacional y popular votaran, en 1973, alegremente por Perón. Esto es, por el equipo conformado por los López Rega, Lastiri, Osinde, Lorenzo Miguel, Norma Kennedy, Yessi, Villar, Victorio Calabró, Brito Lima, Giovenco y similares. Más, por supuesto, Isabelita. Todo con el cuento de la “liberación nacional”. ¿Será por esto que se sigue tapando toda esta inmundicia? ¿O es que estos recuerdos echan demasiado vinagre en el menjunje de la unidad patriótica?
En cualquier caso, el tema es ineludible a la hora de hablar de los antecedentes que pavimentaron el camino al golpe de 1976.
Rolando Astarita
Veterano militante de la izquierda alternativa argentina, es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires.

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