Cien años no es nada. La Revolución Rusa y la experimentación educativa politécnica.
Hablemos de la educación politécnica
bolchevique y su fase de experimentación en los primeros años de la
Revolución Rusa. No por nostalgia. Menos por un posicionamiento
pedagógico retornista, que cree encontrar en un pasado idealizado las
coordenadas para la superación de los problemas educativos actuales.
Hablemos, entonces, de la educación politécnica bolchevique por su
carácter disruptivo respecto de una educación burguesa que ya se juzgaba
escindida, fragmentada, partida.
En primera instancia, se debe decir que
los revolucionarios rusos no contaban con una teoría marxista rigurosa
sobre la educación politécnica. Tan sólo poseían un puñado de ideas
enunciadas en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Karl
Marx, el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, el
memorándum producido por Karl Marx para el Congreso de Ginebra de la
Internacional Socialista de 1866, y el Anti-Dühring de Friedrich Engels.
Entre todos esos textos, se configuró y circuló un núcleo de saberes
críticos que sostenían, a grandes rasgos, que la educación politécnica
socialista debía formar sujetos integrales vinculados al mismo tiempo
con los conocimientos intelectuales y manuales disponibles, con el
objetivo de neutralizar la división social del trabajo (que reforzaba
las desigualdades entre clases en las sociedades capitalistas y
burguesas) y eliminar los procesos de alienación de las conciencias
respecto a la naturaleza, la sociedad y la producción.
En segunda instancia, los políticos y
educadores bolcheviques debían enfrentarse con la formación de la
mayoría de los maestros, que se oponían a una educación socialista que
articulaba el trabajo productivo y la enseñanza, y los relegaba a la
posición de meros orientadores de sus alumnos. Resistencias que se
complementaban con algunos reclamos de impronta liberal sobre la
autonomía del trabajo docente y la descentralización del gobierno de las
unidades escolares.
Sobre estas condiciones de producción (en
términos de posibilidades y restricciones), el ministro de Instrucción
Pública nombrado por la Revolución Rusa, Anatoly Lunacharsky dispuso en
su primer informe anual de 1918 la separación entre la Iglesia y el
Estado en cuestiones educativas, la eliminación de la enseñanza
religiosa y la propiedad privada de las instituciones escolares, la
reconfiguración de la ortografía según principios de economía y
accesibilidad lingüísticas, y la creación de instituciones de formación
de trabajadores culturales/maestros para la nueva sociedad socialista.
El 6 de junio de 1918, por su parte, en la Declaración de los principios
de la escuela socialista, Lunacharsky decretó la abolición de la
escuela libresca y dio paso al nacimiento oficial de la politecnización:
la integración de lo manual y lo intelectual, de la enseñanza escolar y
el trabajo productivo.
Nadezhda Krupskaya se convirtió en la
pedagoga de referencia de esta fase de experimentación educativa
revolucionaria. En calidad de directora de la Comisión del Estado para
la Educación a partir de 1917, la esposa de Lenin consideraba que la
educación burguesa ahogaba la felicidad de los niños y promovía el
individualismo, la competencia y la desigualdad social a través de un
sistema (jerárquico) de premios y castigos, tales como las notas,
alabanzas y reprobaciones. A su juicio, los estudiantes debían jugar,
trabajar y compartir la vida comunitaria, y a partir del desarrollo de
sus acciones cotidianas construir aprendizajes basados en las prácticas
productivas y demandas sociales.
Tras la muerte de Lenin y con el ascenso
político de la figura de Stalin y sus pedagogos oficiales, como Antón
Makárenko, las orientaciones de la educación politécnica más abiertas y
democráticas fueron clausuradas. A comienzos de la década de 1930,
aquello que se denominaba como educación politécnica tan sólo contenía
un conjunto de ideas y prácticas educativas ortodoxas ancladas en
incentivos, recompensas y prohibiciones, con un currículum que escindía
la formación manual e intelectual y se encaminaba a consagrar circuitos
educativos diferenciados. De esta manera, la educación estalinista
sustituyó el objetivo primero de la formación subjetiva integral por una
meta orientada casi exclusivamente hacia la producción de personal
cualificado y de operarios para el desarrollo industrial forzoso y
acelerado.
En suma: la educación socialista
politécnica de Lunacharsky y Krupskaya cuestionó la educación burguesa y
su escisión entre lo intelectual y lo manual. La reproducción escolar
de esa escisión y sus contribuciones a la división social del trabajo y
las desigualdades entre grupos y clases sociales. Los refuerzos de los
sistemas educativos nacionales liberales sobre las estructuras sociales
diferenciadas y jerarquizadas. Y la formación de un sujeto mutilado
respecto a sus múltiples potencialidades (acalladas por la acción de la
historia, el poder, la cultura, la sociedad).
¡Le mort saisit le vif!, gritó Karl Marx
alguna vez. Aunque algunos digan lo contrario, la historia y sus muertos
siempre conllevan efectos (educativos) sobre las espaldas de los vivos.
¹ Hernán Mariano Amar. Docente-investigador
de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF, Argentina).
Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la FLACSO Argentina.
Magíster en Ciencias Sociales con Mención en Educación (FLACSO
Argentina). Especialista en Políticas Educativas (FLACSO Argentina).
Profesor en Ciencias Sociales (ISPSA). Licenciado en Ciencias de la
Comunicación (Universidad de Buenos Aires).
²
Este texto se basa en algunas ideas de un artículo del autor publicado
con el título Hacer socialistas en la URSS. Contribuciones de la
formación docente y los maestros/trabajadores culturales de la educación
primaria a la construcción del “Nuevo Hombre Soviético, en el número 7
(2009) de la Revista Formadores (provincia de Buenos Aires, Argentina).
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