EDITORIAL. … Y con esto y un bizcocho se acabó el Régimen del 78.
Lo que nunca podremos agradecer lo suficiente al proceso separatista catalán, es haber corrido el telón de la obra teatral que desde hace décadas se venía representando en el Estado español.
Esa quita de máscaras deja a los personajes desnudos, sin los arropes de la mentira. Todos los personajes del drama se han visto obligados por el autor de la obra (¿el Ibex?) a reconocer que la pieza teatral se terminó. Que ahora toca mentar la Ley, el Tribunal Constitucional, la Fiscalía y a los antidisturbios con voz grave pero también explicar -cual epílogo- qué es en verdad la democracia, y cuan engañados estaban los ingenuos y crédulos que asistían a la función.
El Vicepresidente del Senado dice sin rubor que si el 21 de diciembre los resultados electorales en Catalunya no son los que espera el españolismo, no valen. Que si ganan los que llevan en su programa la independencia que no cumplan lo prometido y listo, al fin y al cabo, ellos mismos llevan haciéndolo desde hace cuarenta años con resultado óptimo en las masas, dicen.
Palizas a la gente sencilla que tenía una papeleta en la mano para votar, presos políticos y exiliados, ya no queda nada para completar esa frase tan afortunada que propagó el 15-M: “lo llaman democracia y no lo es”, pero que luego desde dentro de los comederos institucionales hubo que olvidar con urgencia.
Mientras, los catalanes y catalanas empiezan a barruntar que no ha habido independencia en país alguno que se haya producido respetando las leyes de la metrópoli. Es de lógica. Los actores de la función terminada lo saben, por eso van a aumentar el volumen de la represión y no solo en Catalunya. No quieren réplicas que cuestionen el modelo.
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