domingo, 24 de enero de 2021

CHILE: Reconocer la prisión política es tomar posición por la necesidad de seguir luchando (Periódico El Pueblo )

Movilizaciones en Santiago por la libertad de l@s pres@s políticos, 10 de diciembre de 2020. Fotografía: @folilpueller

 Editorial Periódico El Pueblo Nro. 93, enero 2021

En el momento actual de la lucha abierta el 18 de Octubre, entre otras muchas cosas, cobra especial importancia para enfrentar el discurso oficial el hecho que se reconozca que la revuelta popular es una lucha política, y que los presos de la revuelta son presos políticos.

Las cosas por su nombre

Hay una diferencia entre hablar de “estallido social” y hablar de revuelta o rebelión popular. No es casual que la denominación oficial adoptada por la prensa monopolista y el gobierno sea la de “estallido”. Ésta denominación tiene la significación de un momento fulminante, intenso, pero pasajero; que es consistente con la idea de que sólo se trataría de un hecho anecdótico, transitorio, dentro de la “estabilidad democrática” del país, tal como supuestamente lo sería el período de la Junta Militar fascista dentro de la “tradición democrática constitucional”. Concebir una revuelta o una rebelión popular, en cambio, considera reconocer un proceso político que se ha puesto en marcha, un inicio, un esfuerzo de transformación profunda empujado por la acción violenta y decidida de las masas del pueblo.

La creciente protesta popular que condujo a la revuelta de octubre ha permitido también ir recuperando poco a poco el lenguaje de la lucha. Pero unas palabras cuestan más que otras. El mismo concepto de popular o pueblo sigue siendo difícil de pronunciar para ciertas personas. Son de aquellas palabras proscritas del lenguaje “aceptado”, que han sido reemplazadas por otras más inocuas al régimen de explotación, como “ciudadanos”. Pasa con muchas más: clase obreracampesinadoburguesíaimperialismorevolución. Se abandonaron porque les resultan peligrosas. No es nada casual, es resultado de una ofensiva ideológica consciente para despojar a las masas de la ideología que les permite comprender con precisión la sociedad y el camino revolucionario para su transformación y reemplazarla por su “postmodernismo” y su “postverdad”.

El lenguaje aparece también como un terreno de disputa, y eso lo saben muy bien quienes han dado la lucha en el movimiento por los derechos de las mujeres y las disidencias. Esa disputa está dada porque las formas en que las cosas se nombran, las “categorías”, reflejan y transmiten concepciones. El lenguaje no crea realidad, pero sí refleja cómo ésta es concebida y qué posición se adopta frente a ella, y la palabra es capaz de movilizar a la acción cuando el acto de nombrar las cosas con precisión facilita a otros y otras verlas en su verdadera fisonomía.

Pero no es cuestión de cambiar las palabras para que las cosas cambien. El pueblo mapuche nos ha mostrado en forma aún más clara que sólo ha sido por medio de su lucha decidida que han conquistado el reconocimiento de las denominaciones correctas a sus reivindicaciones: pueblo nación mapuche, recuperación territorial, control territorial, autonomía. Y en lucha también han restablecido conceptos tan elementales como su propia denominación de mapuche y no “mapuches” o menos aún “araucanos”.

La lucha en el terreno de las ideas

En cualquier campo de la vida humana es necesario ese lenguaje certero que refleje las cosas con precisión. Un médico, por ejemplo, no puede simplemente hablar de un “dolor de guata” para referirse a las muchas diferentes patologías que pueden provocar dolor en la zona abdominal, sino que requiere especificar entre los tipos de dolor y distinguir con precisión entre órganos y partes de los órganos para distinguir la afección en forma precisa, darse a entender y alcanzar el objetivo que la afección sea tratada en forma adecuada. Y es esa precisión -resultado de una correcta relación entre el conocimiento y la práctica- la que distingue un verdadero médico de un charlatán.

Esto que parece tan obvio es negado, sin embargo, cuando se trata de observar y entender la sociedad y sus contradicciones en forma científica. Allí aparecen todo tipo de consideraciones para mantener un lenguaje lo más vago e impreciso posible. Y esto es aprovechado y promovido sistemáticamente por quienes desean perpetuar este viejo y podrido orden. Así por ejemplo, se oculta el carácter de clase de la sociedad cuando se habla de “democracia” a secas o de “dictadura” a secas, abriendo el espacio necesario para que cada quien lo interprete a su manera. Así se permite, por ejemplo, que se le diga “democracia” a la dictadura de grandes burgueses y terratenientes en la que actualmente vivimos.

Ahora bien, hablando aún con más precisión, cuando decimos que el lenguaje se convierte en terreno de disputa, lo que realmente debe entenderse es que lo que está en disputa son las ideas, la concepción de mundo que encierran determinadas palabras. Cuando se trata de luchas de clases en forma abierta, es cuando esto aparece con más evidencia. Para los reaccionarios, las personas que levantan demandas y críticas en algún terreno serán denominadas como ‘conflictivas’; a las y los luchadores del lado del pueblo se les llamará ‘violentistas’, ‘terroristas’ o ‘narcoterroristas’; y quienes sean puestos en prisión por luchar no se llamarán presos políticos, sino ‘delincuentes’ o ‘antisociales’.

La lucha de clases se desenvuelve en tres terrenos fundamentales, la lucha en el terreno político, la lucha en el terreno de la economía, y la lucha en el terreno de las ideas. Y estas últimas, en determinadas circunstancias, pueden definir el curso de la lucha en su conjunto, pues cuando las ideas se arraigan en las masas se convierten en una fuerza material.

En el momento actual de la lucha abierta el 18 de Octubre, entre otras muchas cosas, cobra especial importancia para enfrentar el discurso oficial el hecho que se reconozca que la revuelta popular es una lucha política, y que los presos de la revuelta son presos políticos. La defensa de los cientos de luchadores y luchadoras que siguen en las cárceles exige reivindicar su condición de prisioneros políticos, porque han sido encarcelados por luchar contra este régimen de opresión y explotación erigido en sistema. Los encarcela el Estado que hoy gobierna el genocida y vendepatria de Piñera, pero que ha sido sostenido por todos y cada uno de los gobiernos reaccionarios anteriores, haciendo necesario reivindicar también a las y los luchadores anteriores a la revuelta y a los weichafe encarcelados en la lucha mapuche.

Esta concepción y posición bien definida frente a las luchas que actualmente se dan en el país es precisamente aquello que Piñera, su gobierno, el conjunto del viejo Estado y hasta las instituciones internacionales de derechos humanos se han apresurado a negar. No pueden reconocer que las luchas actuales son expresión de la lucha de clases, de un proceso político que viene forjando una nueva generación de luchadores y luchadoras que desea barrer desde sus cimientos esta vieja sociedad, con un deseo tan profundo que no ha podido ser encausado en las ilusiones constitucionales y paulatinamente se va encaminando con perspectiva revolucionaria.

Sí son presos políticos

A medida que la consigna de “libertad a lxs presxs de la revuelta” fue convirtiéndose paulatinamente en “libertad a todxd lxs presxs políticxs”, mediante acciones de calle, mitines y actos de sabotaje, el Ministerio Público y el gobierno salieron rápidamente a levantar informes y declaraciones para tratar de sacar esa idea de la opinión pública cacareando lo más fuerte posible que “en Chile no hay presos políticos”. Amnistía Internacional salío prontamente a respaldar este argumento bajo la idea absurda de que un preso político es exclusivamente un preso “encarcelado por sus ideas”, una “prisión de conciencia”, esto es, para Amnistía Internacional una persona presa por hablar contra la represión sería un preso político, pero no quien actúe contra ésta.

Realmente, los argumentos que los reaccionarios tratan de levantar no tienen finalmente gran relevancia. La importancia está en si éstos logran imponerse finalmente o no. Como ha sido en cualquier lucha a lo largo de la historia, el que se reconozca la condición de presos políticos a las y los presos de la revuelta y a los presos políticos mapuche no será como resultado de un debate académico, sino que será resultado de la lucha concreta que se siga dando dentro y fuera de los penales. Y para que esa lucha desarrollada en acciones concretas de la lucha de clases se dé en forma más elevada y unificada, sí será necesaria la labor ineludible por esclarecer y unificar las ideas, criterios y propósitos entre las y los que luchan. La lucha en el terreno de las ideas no es para convencer al enemigo de clase, sino para evitar que las nefastas ideas y concepciones de la reacción y del revisionismo se desarrollen en el seno del pueblo.

Hoy debemos propagandizar y defender con fuerza que los presos de la revuelta, los presos de las luchas anteriores y los prisioneros mapuche son presos políticos, para esclarecer y reafirmar la voluntad de seguir luchando. Es una lucha en el terreno de las ideas que se debe dar principalmente en el seno del pueblo, pero que para imponerse debe desenvolverse principalmente en acciones de lucha concreta.

La voluntad de luchar se reafirma con convicciones y claridades que se van alcanzando en el curso mismo de la lucha, en forma progresiva y por saltos. Y así como no es lo mismo hablar de presos en general que de presos políticos, la experiencia de lucha permitirá ir esclareciendo parte por parte la confusión ideológica que se ha impuesto sobre el pueblo, y se irá comprendiendo también que no es lo mismo hablar de imperialismo que de ‘neoliberalismo’, hablar de ‘clase trabajadora’ que de clase obrera, o hablar de marxismo que de revisionismo, y se podrán alcanzar así las claridades ideológicas que nos ha heredado la historia del movimiento revolucionario internacional, sistematizadas en la ideología científica del proletariado: el marxismo-leninismo-maoísmo.

En medio de la lucha y diciendo las cosas por su nombre, serviremos así a la tarea que nos dejó Recabarren allá por 1917: “llevar a la mente obrera conocimientos científicos y filosóficos útiles … proporcionar los elementos de juicio y de examen para que todos los individuos se posesionen de las verdades necesarias para obtener el más claro concepto de la vida, la razón de ser de la existencia humana, la misión de la sociedad humana y la forma en que debe estar organizada para vivir libre y feliz”.

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