La insurrección proletaria de octubre de 1917, no fue un acto espontáneo ni provocado por
circunstancias puntuales del momento, sino que en ella se manifestaron de forma decisiva la acción consciente, dirigente y organizadora de un partido revolucionario de nuevo tipo que supo tomar la iniciativa que las circunstancias históricas exigían. El Partido Obrero Socialdemocrático de Rusia, organizado y dirigido por Lenin y por otros camaradas forjados de su mismo hierro, com José Stalin, Alexandra Kollontai, Vjatseslav Molotov, Jukka Rahja, Kliment Vorosilov, Feliks Dzerinski, Yakov Sverdlov Mihail Kalinin. Mihai Frunze y tantos otros.
Aunque sus causas objetivas fueron múltiples y con fuertes raíces, su primer antecedente se podría situar doce años antes, el 22 de enero de 1905, conocido como el Domingo Sangriento. Ese día una pacífica marcha de obreros que pedía mejoras laborales fue masacrada frente al Palacio de Invierno, tal y como retratara Máximo Gorki. Como respuesta a esta matanza, se convocaron masivas huelgas en San Petersburgo, que también fueron duramente reprimidas por el Gobierno. Posteriormente, las universidades fueron obligadas a cerrar y los estudiantes se unieron a los trabajadores. Por iniciativa de las masas, se crearon los consejos populares (soviets), que serían después la base del poder soviético. Otro símbolo de lucha y resistencia de 1905 lo constituye la rebelión del acorazado Potemkin, en el que murieron 2.000 marineros revolucionarios.
La situación de 1917 era de máxima tensión. Existía un enorme descontento social. La crisis económica era más grave que nunca antes, debido a que la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial requería que una parte importante de los campesinos y obreros abandonara su actividad productiva y nutrieran las filas del ejército. Todo ello, daría como resultado la aparición de una gran inflación, escasez de alimentos y una gran hambruna. A los problemas económicos se unían las constantes derrotas sufridas por los ejércitos rusos. Habían muerto entre 1,6 y 1,8 millones de soldados, a los que había que añadir dos millones de prisioneros de guerra y un millón de desaparecidos. El ánimo de las tropas no podía ser peor, las condiciones eran pésimas, carecían de calzado, munición e incluso de armas.
Ante esta realidad se hacía necesaria una revolución. Ésta se gestaría, no en un proceso lineal, sino en uno dinámico donde los avances y los retrocesos mantenían una lucha constante entre el viejo y el nuevo orden. Este encuentro antinómico entre la contrarrevolución y la revolución en ascenso, tuvo uno de sus puntos culminantes en la insurrección de febrero de 1917, que dió lugar al surgimiento, de hecho, de una excepcional Dualidad de Poderes, en la que convivían antagónicamente el gobierno provisional de la burguesía-nobleza zarista y los Soviets de Obreros, Campesinos y Soldados, todavía en manos de los partidos pequeñoburgueses.
Sin embargo, en julio y agosto de aquel año la correlación de fuerzas giraría hacia el lado de las fuerzas reaccionarias. Ya en abril, Lenin había pronunciado sus tesis en las que afirmaba que no había que dar ningún apoyo al gobierno provisional burgués, defendiendo la necesidad de pasar de la revolución democrática burguesa a la revolución proletaria, de sacudirse el polvo de la socialdemocracia menchevique y de los socialrevolucionarios, avanzando a la vez la consigna de “todo el poder a los Soviets”. Lo que Lenin había visto con claridad es que había llegado la hora de reemplazar al gobierno provisional por el poder organizado, ejecutivo y deliberativo del nuevo poder estatal, el poder soviético, verdadero organismo de participación política y asamblearia por parte de las clases trabajadoras de la población, como forma específica de la dictadura del proletariado.
Hubo períodos en que existieron progresos, como en los cuatro primeros meses de 1917, que se caracterizaron por la revolución democrático-burguesa y la caída del zar. Aquello había convertido a Rusia, en palabras del líder bolchevique, Lenin, “en la República más democrática del mundo”.
En agosto, los bolcheviques aprovecharon la fractura entre Kerenski (gobierno provisional) y Kornilov (general putchista ultrarreaccionario) para derrotar la ofensiva contrarrevolucionaria y aumentar su prestigio entre las masas. La conspiración de Kornilov, largamente preparada por la burguesía, los terratenientes y el imperialismo, fracasó frente a la respuesta de las masas revolucionarias lideradas por el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique), vanguardia de las masas populares, verdaderas protagonistas de la revolución. Finalmente, en octubre, Lenin plantearía la urgencia de la insurrección armada, como único medio de continuar el avance revolucionario, intuyendo que se habían agotado las posibilidades del desarrollo pacífico del proceso, y neutralizando de esta forma las tendencias pacifistas de algunos miembros del partido, como Kamenev o Zinoviev . El 25 de octubre, según el antiguo calendario ruso, los bolcheviques, que habían conquistado ya la mayoría en el Soviet Petrogrado y del Consejo Ejecutivo Central del Soviet de Toda Rusia desde un par de meses antes, luego de la toma del Palacio de Invierno por las masas populares de Petrogrado, entregaron el Poder conquistado por el Partido y la Guardia Roja al II Congreso de los Soviets de Toda Rusia, haciéndole entrega además de una importante declaración, „A Todos Los Ciudadanos De Rusia”; ante esto, los delegados mencheviques y los socialistas revolucionarios decidieron retirarse de la sesión en protesta y rechazo de la revolución triunfante.
Una vez los bolcheviques llegaron al poder, se decretaría el fin de la participación en la guerra
imperialista y el inicio de las negociaciones de paz, una acción de importante calado internacional, que constituyó un referente para los campesinos y trabajadores de otras naciones que no querían continuar una guerra que únicamente beneficiaba a una minoría capitalista e imperialista. Dentro del paquete de primeras medidas aplicadas estaban la nacionalización de los bancos, de los transportes y de las fábricas, el autogobierno de las nacionalidades y la desaparición de los terratenientes mediante la expropiación de sus tierras. La Revolución había triunfado.
Aquella noche histórica, cuando el Comité Militar Revolucionario del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia –encabezado por Lenin- hizo entrega al Comité Ejecutivo Central de los Soviets de toda Rusia del nuevo poder conquistado, se producía un radical viraje en la historia de la humanidad. Aquella noche del 7 de noviembre de 1917 –25 de octubre, según el viejo calendario ruso-, el proletariado ruso, al “tomar el cielo por asalto”, hizo realidad el sueño milenario de los explotados y oprimidos, dando respuesta concreta al interrogante de qué camino escoger para lograr la emancipación social de la clase productora
La Revolución Bolchevique marcó un hito en la historia de la humanidad, al dar a conocer a la clase trabajadora mundial los instrumentos para su liberación, adquiriendo desde su inicio un carácter internacional. El esfuerzo y el triunfo de los comunistas rusos, unidos en torno al Partido Bolchevique, dirigidos por Lenin y por Stalin, daría lugar al nacimiento del primer Estado de los trabajadores de la historia, sembrando el mundo de semillas revolucionarias, que extenderían la bandera roja de la Revolución a todos los pueblos de la tierra, lo que fomentaría también las luchas nacionales de liberación de las colonias contra el imperialismo. La Revolución Bolchevique inauguraró, efectivamente, la era de las revoluciones proletarias, dando confianza a los explotados del mundo de que lo que hicieron los proletarios rusos aquella resplandeciente noche de 1917 lo pueden volver a hacer los proletarios, los trabajadores y oprimidos del planeta, en cualquier lugar, en cualquier momento, continuando la lucha para alcanzar el objetivo al que está abocada la clase trabajadora: la emancipación de la clase capitalista que la somete, para lograr el fin al que lleva indefectiblemente el progreso de la humanidad, la construcción de una sociedad sin explotación del hombre por el hombre, la sociedad comunista.
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