Frente a VOX, ¿habrá izquierda para la clase obrera?
Por el Socialismo y la disolución del resto de -ismos
(Publicado en el nº 372 de El Viejo Topo de enero de 2019)
Jon E. Illescas
Nota de El Viejo Topo: Es imposible leer este texto de Illescas y permanecer indiferente. A algunos/as va a indignarles; otros/as pensarán que ya era hora. Polémico a tope, en cualquier caso es un texto que quiere hacer pensar. Y de eso se trata, ¿no?
Los trabajadores no tienen partido político al que votar. Al menos, no tienen ninguno que represente sus intereses y ello tiene consecuencias graves. Una de ellas es el aumento de la derecha populista y filofascista por todo el orbe. También en España, como se certificó tras las elecciones andaluzas. Analicemos el fenómeno… El aumento de votos de Vox es consecuencia directa de dos factores principales: 1) la última crisis económica iniciada en 2007/8 y 2) el pésimo trabajo de los líderes de las organizaciones de izquierda. Como las consecuencias de la crisis son por todos conocidas, centraré el análisis en el segundo fenómeno que lleva al escenario que enfrentamos hoy.Desde la disolución de la URSS y los países de su órbita entre 1989 y 1991, la izquierda no reformista perdió su referente mayoritario y entró en un periodo de indefinición ideológica. Sin ningún enemigo importante al que enfrentar, la clase capitalista avanzó sus posiciones en la lucha de clases global. Esto permitió la ofensiva neoliberal que llega hasta nuestros días y ha posibilitado que, en lo económico, todo el espectro se haya desplazado hacia la derecha: los socialdemócratas se hicieron social-liberales incluso antes de arribar a los gobiernos y los comunistas, socialdemócratas (en el mejor de los casos). Al mismo tiempo, gracias al control de la industria cultural (medios de comunicación, industria editorial, musical, cinematográfica, etc.), el feminismo, el movimiento LGTB, el ecologismo y el animalismo se fueron infiltrando y agrandando en el “mercado de izquierdas”. Ello debido a que eran ideologías que 1) no podían ser mayoritarias al basarse en su especificidad y representar a colectivos concretos, lo que resultaba funcional para las élites porque dividía y consumía los esfuerzos de los explotados por emanciparse y 2) porque generaban un nicho de mercado capitalista (e institucional) que no entraba en contradicciones con el modo de producción actual en su conjunto. Por esas razones, tanto cierto feminismo ahora transformado en mainstream, como el ecologismo menos combativo, el movimiento LGTB y el animalismo consumista fueron promovidos desde los medios y las instituciones controlados directa o pasivamente por la burguesía.1
Justo en un momento en que la izquierda era impotente para llevar a cabo políticas de izquierda en lo económico, desde la industria cultural se podían hacer series con gays o lesbianas para aumentar el nicho de espectadores o promocionar cantantes con mensajes “feministas” sin que el sistema sufriera ningún varapalo. Al contrario: era una forma de ampliar el mercado por acumulación de nichos y asimilar para su hegemonía política (capitalista) a estos sectores bajo un barniz cultural supuestamente “de izquierdas”. En definitiva, todos esos “-ismos” eran ideologías políticas alternativas, pero no contrahegemónicas. Mucho más benévolas para la clase dirigente y su oligarquía que el marxismo o cualquier otra tendencia socialista o libertaria que buscara superar el sistema actual de donde esta élite extraía sus privilegios. Es algo que explica con acierto Daniel Bernabé en su ensayo La trampa de la diversidad (Akal, 2018).2 Todo ello supuso la sustitución en la izquierda de narrativas integrales y holísticas con potencial movilizador trasversal para la mayoría de la población (como el materialismo histórico) por el posmodernismo neoliberal y todas sus customizaciones identitarias de hipertrofia de la diferencia, mercantilizadas bajo un “activismo político” entendido como pasatiempo folclórico inofensivo para el dominio del capital. De hecho, todas estas organizaciones portadoras de “las ideologías de la diversidad” se multiplicarían como hongos con ayudas públicas de las diferentes administraciones locales, regionales, nacionales e internacionales. También encontrarían una generosa parcela de reproducción en las universidades tanto públicas como privadas.
Otra cuestión a señalar es que estos problemas de sectores por definición minoritarios no son prioritarios ni nunca lo serán para el conjunto de la clase trabajadora que, recordémoslo, sigue siendo el mayor y mejor agente del que dispone la izquierda para la transformación social (por número y por posicionamiento en el sistema productivo). Es más, estas preocupaciones relativas a la identidad suelen ser problemas del sector de los trabajadores más aburguesado ideológicamente que, una vez alcanzado un mínimo material, puede preocuparse por cuestiones de representación simbólica. Un sector de profesionales liberales y/o funcionarios con estudios universitarios y a menudo con varios idiomas que suele ser visto como privilegiado por gran parte de la clase trabajadora (que a su vez es estigmatizada por estos aspirantes a la inexistente “clase media” bajo los nombres de “chonis”, “garrulos”, etc.).
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Lo cierto es que incluso el trabajador gay o la trabajadora lesbiana de una cadena de montaje, de un supermercado o de un call center, no están preocupados todo el día cavilando sobre si en la cabalgata de los Reyes Magos el Ayuntamiento de Madrid sacará una carroza que visibilice la diversidad de género sino por cuándo podrán cogerse las vacaciones para disfrutar con su pareja o si les van a subir el salario y podrán llegar a fin de mes con su familia sin pedir un préstamo, por ejemplo. Pero aún más: de esas ideologías, la que aspira a apelar a un público mayor y ya se ha convertido en mainstream en gran parte de la izquierda no silenciosa (el feminismo), si se coloca en primer lugar como frecuentemente ocurre en los discursos de los políticos de la izquierda electoral (tanto Iglesias como Garzón apelaron al movimiento feminista antes que al obrero para luchar contra el avance de VOX),3 tiene la funcionalidad (para los poderosos) de dividir a los aplastadxs por el sistema. Cuando no enfrentarlos justo por su mitad: entre hombres y mujeres. Algo muy interesante para los interesados en que nada cambie.
Pese a lo que predica el feliz idealismo multiculturalista y posmodernista de la izquierda actual, que agota a la militancia con sus continuas ocurrencias y las dobles y triples militancias en sus “matrioskas de siglas”, hay que reconocer que no hay tiempo para todo. Por ejemplo, cuando un grupo de militantes de izquierda se está reuniendo semanalmente para discutir sobre feminismo y violencia de género, ocupando su tiempo y sus esfuerzos preparando la siguiente reunión y efectuando las tareas asignadas, es un tiempo que no se está dedicando a otros objetivos prioritarios como el brutal aumento de la desigualdad entre mujeres y hombres ricos y mujeres y hombres pobres a escala internacional. Recordemos que estamos en las cifras más altas de desigualdad jamás alcanzadas, con 8 personas que tienen la MISMA riqueza que la mitad de la población mundial.4 Es decir, 8 = 3.650.000.000. ¿Qué le parece? Si esas y esos militantes están dedicando su esfuerzo a combatir la violencia de algunos hombres contra algunas mujeres, que le ha costado la vida a 48 mujeres el año pasado en nuestro país,5 no están luchando contra la siniestralidad laboral capitalista que le costó la vida a 618 trabajadores y trabajadoras.6 Todavía menos por los más de 3.600 españoles que, desesperados, se suicidan anualmente por la alienación de una sociedad de mercado que les enferma el alma y las mentes.7 Y desde luego, tampoco están centrando su tiempo en ayudar a las más de 800 millones de personas que pasan hambre en este maltratado mundo,8 lo que afecta a 1 de cada 9 seres humanos del globo y explica muchos de los movimientos migratorios de los que tanto rédito electoral saca la derecha. Es una cuestión material: si dedicas la mayoría de tu tiempo a una cosa, no tienes tiempo para otra.
Con lo apuntado, parece sensato estipular que sí hay niveles de importancia si partimos de la base que todas las vidas humanas valen igual. Si la mayoría de la militancia de izquierdas está centrada en cuestiones que afectan a muy pocas personas pero que están infladas emocionalmente en sus psiques por los grandes medios con intención de establecer la agenda (agenda-setting) para hacerla impotente contra sus privilegios y enfrentarla, la victoria ideológica está claro del lado de quien descansa. ¿Significa eso que hay que abandonar a su suerte a las mujeres que son víctimas de la violencia? No, significa que hay que establecer prioridades porque los recursos económicos y temporales de la izquierda son reducidos. No hay que dejar de hablar ni de analizar seriamente el tema, ni mucho menos, pero sí ponerlo en el lugar que racionalmente merece por su presencia en el mundo real fuera de la interesada manipulación mediática que de éste sufrimos día a día.
En realidad, la mayoría de los trabajadores ignoran la martilleante prédica feminista o de la diversidad posmoderna de otros “-ismos”. Incluso muchos (y muchas) militantes la critican en privado por miedo a reprimendas. Otros se cansan y vuelven a casa aumentando las cifras de la abstención, agotados de escuchar a una izquierda dogmática que ante su impotencia material se ha convertido en una especie de Nueva Inquisición con todo el poder para expedir y quitar carnets de lo “políticamente correcto”. Aplastando, incluso, la libertad de expresión que asegura defender en las únicas fronteras feudales que conserva con derecho a administrar por el imperio del capital: las simbólicas.9 Esta falta de seriedad y de un proyecto socialista coherente ha provocado, lógicamente, el hastío de la mayoría trabajadora y un ascenso importante de la extrema derecha en Europa y en el mundo.
La clase asalariada se encuentra desamparada, huérfana de ningún sueño global de emancipación. Como mucho, los sectores más conscientes se hallan a la defensiva en un escenario de recortes y/o recuperación económica sin restablecimiento de derechos donde el objetivo final parece ser quedarse como estábamos antes. Algo totalmente quimérico y a la vez deprimente en un mundo donde la tecnología y las posibilidades objetivas de reducción de la jornada laboral para la población no dejan de aumentar con los avances de la Inteligencia Artificial. En un mundo donde podríamos ser más felices que nunca ansiamos serlo “tanto” como nuestros padres y/o abuelos. En honor a la verdad, la izquierda actual no solo asiste impotente ante este derroche de posibilidades históricas queriendo que seamos “tan felices” como en los tiempos dorados del Estado del Bienestar pudiendo tener un trabajo fijo, comprarnos una vivienda o aspirar a un proyecto familiar; sino que realmente se conforma con “feminizar” toda esta precariedad sin cuestionar de raíz sus fundamentos materiales. Todo ello acaba colocando al hombre en una tramposa situación de elección binaria y mutuamente excluyente de 1) apoyo dogmático, ortodoxo y entusiasta cuando no fanático al feminismo sectario imperante o 2) expulsión a las filas del Hades del machismo y el patriarcado.
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Ante este escenario, en España VOX conecta con parte del buen sentido común
de la gente corriente que Gramsci conceptualizaba como progresivo
(había otro que caracterizaba como regresivo, irracional y
supersticioso). Esta parte de “buen sentido común” gramsciano lleva a
los votantes de VOX a atender a preocupaciones reales y materiales que
cualquier trabajador entiende perfectamente. Así, desde lo que llamo “la
izquierda seria”, alejada de las “alertas anfifascistas” proclamadas a
modo rimbombante ante los medios que los parieron por personajes
públicos de errática trayectoria que viven en residencias señoriales en
la sierra madrileña,10 hemos de entender que los votantes de VOX no son
todos fascistas, al menos, de momento. Son gentes de distinta
procedencia que observan y denuncian problemas reales pero se apoyan en soluciones regresivas
y protofascistas predicadas por oportunistas personajes de derecha
populista auspiciados por una parte del gran capital que siempre
conserva la carta del fascismo como un as en la manga dispuesto a
ordenar el desorden creado por sus bacanales neoliberales.Los ejes de VOX son la unidad de España, efectivamente cuestionada por un nacional-independentismo regresivo y posfeudal como el catalán o el vasco; la locura del feminismo mainstream actual avivado por ciertos sectores de la clase capitalista para dividir a la clase trabajadora por sexos; o la duplicación de instituciones estatales como el Senado o las comunidades autónomas que, efectivamente, tienen una productividad muy baja y en muchos lugares producen más daño que beneficios a la población (por ejemplo, en el sistema nacional de salud o en ciertos sectores de la educación). Sin embargo, obsérvese como Vox no cuestiona una institución tan poco “productiva” para las gentes que moran y trabajan en España como la monarquía, es más: la celebran.11 Tampoco en lo económico aportan nada nuevo, son básicamente neoliberales sin complejos, muy parecidos a la mayoría de políticos del PP o Ciudadanos que pretenden conseguir el apoyo obrero en base a venderles la clásica moto de que si los empresarios pagan menos impuestos, ganarán más y sus salarios serán más grandes con lo cual todos se irán felices y contentos a comer perdices.
Así que, pese a sus serias limitaciones programáticas y discursivas,12 VOX conecta con parte de la población hastiada de muchas sandeces y omisiones de la izquierda posmoderna. ¿Ejemplos? El feminismo exaltado de algunas y algunos que como ya no se atreven a cuestionar el sistema económico porque no saben ni tienen formación (para tenerla no cuentan los tweets ni las horas de “activismo” en Facebook) ni planes alternativos (socialistas) que proponer a la población, deben entrar en el mercado (capitalista) de la diversidad para parecer diferentes a la derecha gobernante (diferentes en lo simbólico, no en lo material donde son del todo yermos). Así apoyan un feminismo productor de nuevas injusticias con su lamentable “discriminación positiva” que genera más resentimiento que afecto entre la clase obrera (políticas que hunden sus raíces en los gobiernos liberales estadounidenses de Kennedy y Nixon).13 Un feminismo hipertrofiado por la testosterona de hombres irrisoriamente acomplejados por algún pecado original que del mismo modo que no fue culpa ni autoría de ninguna Eva, tampoco lo fue de ningún Adán, sino de las limitaciones propias de un estadio concreto del desarrollo sociocultural del ser humano y la división sexual del trabajo.
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Llegados a este punto, quiero dejar claro (aunque seguro muchos lo obviarán intencionadamente) que no es que opine que no queden cuestiones por cambiar para conseguir la igualdad de la mujer respecto al hombre, el problema es que los métodos para conseguirla pueden producir nuevas injusticias y por otra parte es honesto reconocer que ya
la mujer se ha igualado en numerosos aspectos al hombre cuando no se ha
puesto por encima suyo en algunas cuestiones en los países
desarrollados.14 En este sentido, las políticas discriminatorias no
ayudarán a resolver los problemas donde efectivamente la mujer está por
debajo del hombre en estas sociedades donde la lógica del capitalismo
ha ayudado a que con la incorporación de la mujer al mercado laboral
ésta haya ganado una autonomía económica y política inédita en cualquier época anterior.
Las mejoras que la situación de las mujeres han experimentado en los
países capitalistas desarrollados las últimas décadas ha sido
espectaculares y no reconocerlas es falsear la historia.El movimiento socialista debe luchar por la igualdad de los seres humanos, no por la desigualdad (y por eso hay que finiquitar las clases sociales que dividen y enfrentan a unos con otros). No se puede luchar izando la bandera de lo que nos hace diferentes sino con aquella que representa lo que nos iguala. No para obviar o marginar la diferencia, sino al contrario: para aceptarla como algo natural que no tiene ni aspira a tener más protagonismo del que posee. Además, hay que recordar a las y los comunistas que confunden churras con merinas que, tanto Marx como Engels afirmaron en un documento tan popular como el Manifiesto Comunista (que tantísimos autoproclamados “marxistas” ni han leído ni entendido) que el capitalismo era el máximo destructor de la sociedad patriarcal.15 Por tanto aquellas teorías del “feminismo marxista” donde se igualan el funcionamiento del capitalismo con el patriarcado son simplemente falsas, careciendo de todo rigor histórico y teórico suficiente excepto para las y los convencidos. En este sentido, es muy interesante leer las críticas que dos marxistas que no se consideraban feministas como Rosa Luxemburg o Aleksandra Kollontái dedicaban al movimiento sufragista.16
Muchos (y muchas) están cada vez más cansados de que se estigmatice a los hombres, que se implementen políticas de “discriminación positiva” como las “listas cremallera” y/u otras en base a diferencias de acceso o brechas salariales que en no pocos casos provienen de estudios tendenciosos con una metodología científica y heurística más que cuestionable.17 Hay que recordar que, en España, con la ley en la mano, a igual ocupación no puede existir diferente salario y, de hecho, no lo hay. Sumado a ello, cada vez más mujeres y hombres están hartos de que se privilegie a la mujer en el tratamiento de ciertas noticias por el mero hecho de ser “mujer” (como si eso fuera una debilidad) o se estigmatice a los hombres como protoacosadores, agresores, abusadores, violadores y proxenetas latentes en potencia (¿dónde dejó nuestra izquierda uno de sus mejores vástagos históricos como fue la presunción de inocencia?).18
En contraposición, la “izquierda de la diversidad” que baila al ritmo de las modas del capital, cada vez trata mejor a los animales a tenor del aumento de activismo “animalista. O eso dicen, pese a que cada vez observo a más animales por la calle castrados y/o zarandeados por el cuello con las correas de sus amos. En un mundo gobernado por la lógica del capital y el beneficio, donde la alienación social y el individualismo narcisista y competitivo no cesa de aumentar quebrando las relaciones de confianza y solidaridad entre las personas, las “mascotas” (que ya no animales) vienen a sustituir ese hueco emocional dejado por el marido que se marchó, la novia que no se encuentra, el amigo que no se tiene, la hermanita que no llega o el hijo que se fue a otro país para encontrar trabajo. El aumento del número de personas con animales-mascotas ha crecido exponencialmente al ritmo de una industria que ya mueve, solo en la Unión Europea, 36.500 millones de euros anuales (la mitad de lo que gasta en salud pública el gobierno de España).19 En un momento en que en nuestro país crece el número de hambrientos hasta las 600.000 personas,20 ya tenemos a 20 millones de mascotas entre nosotros (repartidas en 4 de cada 10 hogares).21 La gente del “primer mundo” se gasta más en mantener a animales que tienen esclavizados disponiendo de ellos como objetos de consumo o como juguetes biológicos de divertimento para intentar llenar su vacío existencial (más de 800 euros anuales en caso de los perros)22 que en alimentar a las más de 25.000 personas que se mueren de hambre al día (¿conoce usted a alguien que se gaste casi mil euros anuales para alimentar a los hambrientos?).23 Así es nuestra izquierda: cada vez más ducha en el conocimiento del Manifiesto Animalista de Pellunchon y menos en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Desconocemos el apoyo que recibirán de los animales que algunxs aspiran a transformar en sujetos con derechos políticos,24 pero que pensamos tendrá un pésimo efecto como reclamo para una clase trabajadora que verá, sobre todo si es blanca, heterosexual y masculina, cómo después de llamarla “eurocéntrica”, “machista” y “especista” se la trata peor que a todos los colectivos de la diversidad, incluidos los que aspiran a “liberar” al simpático gatito Michu y al perrito Bobby de las garras de sus (quizás veganos) propietarios. Ahí tenemos a una parte importante de nuestra izquierda: absolutamente desnortada.
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