miércoles, 4 de septiembre de 2019

Del olvido del 'Segundo período de desórdenes en Rusia', al olvido del 'Siglo de las humillaciones en China' — Domenico Losurdo


Extraído del libro de Domenico Losurdo “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra”
Libro completo en pdf aquí.
Del olvido del 'Segundo período de desórdenes en Rusia', al olvido del 'Siglo de las humillaciones en China' 
A partir sobre todo del estallido de la Guerra fría, durante decenios la campaña anticomunista de Occidente ha girado alrededor de la demonización de Stalin. Hasta el momento de la derrota de la Unión Soviética, no era el caso de exagerar en la polémica contra Mao, y ni siquiera contra Pol Pot, hasta el último momento apoyado por Washington contra los invasores vietnamitas y sus protectores soviéticos. El monstruo gemelo de Hitler era uno sólo [Stalin]: había dominado durante treinta años en Moscú y continuaba pesando de manera funesta sobre el país que se atrevía a desafiar la hegemonía de los EEUU.
El cuadro debía cambiar con el ascenso prodigioso de China: ahora es el gran país asiático el que debe ser atacado hasta perder su identidad y autoestima. Más allá de Stalin, la ideología dominante está volcada en identificar otros monstruos gemelos de Hitler. Y he aquí que el libro [Jung Chang y Jon Halliday: Mao. La historia desconocida] que obtiene un gran éxito internacional es el que describe a Mao Tse-Tung como el más grande criminal del siglo veinte, o quizás de todos los tiempos.
Los métodos de "demostración" son los que ya conocemos: se parte de la infancia del "monstruo" más que de la historia de China. Es necesario entonces intentar colmar esta laguna. Con una larga historia a sus espaldas, China, que había ocupado durante siglos o milenios una posición destacada en el desarrollo de la civilización humana, todavía en 1820 tenía un PIB que constituía el 32,4% del producto interior bruto mundial; en 1949, en el momento de su fundación, la República popular china es el país más pobre, o uno de los más pobres del mundo. Lo que determinó este hundimiento es la agresión colonialista e imperialista que comienza con las Guerras del Opio. Celebradas de manera entusiasta también por los más ilustres representantes del Occidente liberal (piénsese en Tocqueville y John Stuart Mili) estas guerras ignominiosas abren un capítulo decididamente trágico para el gran país asiático. El déficit del balance comercial chino, provocado por la victoria de los «narcotraficantes británicos», la terrible humillación sufrida («Mujeres chinas son reunidas y violadas» por los invasores; «las tumbas son violadas en nombre de la curiosidad científica»; «el minúsculo pie envuelto de una mujer es exhumado de su tumba») y la crisis, subrayada por la incapacidad del país a la hora de defenderse de agresiones externas, cumplen un papel de primer nivel a la hora de provocar la revuelta de los Taiping (1851-1864), que pone a la orden del día la lucha contra el opio. Es «la guerra civil más sangrienta en la historia mundial, estimada en alrededor de veinte y treinta millones de muertos». Después de haber contribuido fuertemente a provocarla, Occidente se convierte en su beneficiario, dado que puede extender su control sobre un país indefenso y amordazado por una crisis cada vez más profunda. Se abre un período histórico en el que se ve una «China crucificada» (a los asesinos occidentales se les unen Rusia y Japón):
A medida que se acerca el final del siglo XIX, China parece convertirse en la víctima de un destino contra el que no puede luchar. Es una conjura universal de los hombres y los elementos. La China de los años 1850-1950, la de las más terribles insurrecciones de la historia, objetivo de los cañones extranjeros, país de las invasiones y las guerras civiles, es también el país de los grandes cataclismos naturales. Sin duda el número de víctimas en la historia del mundo no ha sido nunca tan elevado.
La reducción general y drástica del nivel de vida, la disgregación del aparato estatal y gubernamental, junto a su incapacidad, corrupción, y creciente sometimiento y subalternidad respecto al extranjero: todo ello hace aún más devastador el impacto de inundaciones y hambrunas: «La gran hambruna de China del norte en 1877-1878 [...] mata a más de nueve millones de personas». Es una tragedia que tiende a producirse periódicamente: en 1928, los muertos suman «casi tres millones sólo en la provincia de Shanxi». No hay escapatoria del hambre ni del frío: «Queman las vigas de las casas para poderse calentar».
No se trata solamente de una devastadora crisis económica: «El Estado es prácticamente destruido». Un dato es de por sí significativo: «se desarrollan 130 guerras entre 1.300 señores de la guerra en el período 1911-1928»; las enemistadas «bandas militares» son apoyadas en ciertos casos por una u otra potencia extranjera. Por otro lado, «las numerosas guerras civiles entre 1919 y 1925 pueden ser consideradas nuevas Guerras del opio. La apuesta es por el control de su producción y de su transporte»838. Más allá de los cuerpos armados de los señores de la guerra, se extiende el bandidaje puro y duro, alimentado por los desertores del ejército y por las armas vendidas a los soldados. «Se calcula que en torno a 1930 los bandidos en China alcanzan los 20 millones, el 10% de la población masculina total». Por otro lado es fácil imaginar el destino que les espera a las mujeres. En conjunto, supone la disolución de todo vínculo social: «En ocasiones el campesino vende a la mujer y los hijos. La prensa describe las filas de jóvenes mujeres vendidas que recorren las calles llevadas por los traficantes, en un Shanxi devastado por el hambre de 1928. Se convertirán en esclavas domésticas o prostitutas». Solamente en Shanghái hay «alrededor de 50.000 prostitutas habituales». Y tanto las actividades de bandidaje como el proxenetismo pueden contar con el apoyo o complicidad de las autoridades occidentales, que desarrollan a tal propósito «lucrativas actividades». La vida de los chinos vale ya bastante poco, y los oprimidos tienden a compartir este punto de vista con los opresores. En 1938, en un intento por frenar la invasión japonesa, la aviación de Chang Kai-Chek hace volar los diques del río Amarillo: 900.000 campesinos mueren ahogados mientras otros 4 millones son obligados a huir. Alrededor de quince años antes Sun Yat-Sen había expresado el temor de que se pudiese llegar «a la extinción de la nación y la aniquilación de la raza»; sí, los chinos quizás eran los siguientes en sufrir el fin infligido a los «pieles rojas» en el continente americano.
Esta trágica historia que antecede a la revolución se disuelve en la historiografía y en la propaganda que giran alrededor del culto negativo de los héroes. Si en la lectura de la historia de Rusia se procede a la ocultación del Segundo período de desórdenes, respecto al gran país asiático se sobrevuela el Siglo de las humillaciones (el período que va desde la Primera guerra del opio a la conquista comunista del poder). Como en Rusia, también en China quien salva la nación e incluso al Estado es en última instancia la revolución guiada por el partido comunista. En la biografía ya citada sobre Mao Tse-Tung no solamente se ignora el trasfondo histórico brevemente reconstruido aquí, sino que la primacía de los horrores imputados al líder comunista chino es conseguida adjudicándole las víctimas provocadas por el hambre y escasez que han sacudido China. Se guarda un riguroso silencio sobre el embargo infligido al gran país asiático inmediatamente después de la llegada al poder de los comunistas.
Sobre este último punto conviene ahora consultar el libro de un autor estadounidense que describe de manera favorable el papel principal que durante la Guerra fría juegan la política de asedio y estrangulamiento económico instaurados por Washington contra la República popular china. En otoño de 1949, ésta se encuentra en una situación desesperada. Mientras tanto hay que destacar que la guerra civil no había acabado en absoluto: el grueso del ejército del Kuomintang se había refugiado en Taiwán, y desde allí continuaba amenazando al nuevo poder con bombardeos aéreos e incursiones, mientras que continuaban existiendo bolsas de resistencia en el continente. Pero este no es el aspecto principal: «Después de decenios de guerras civiles e internacionales la economía nacional estaba al borde del colapso total». Al derrumbamiento de la producción agrícola e industrial se le une la inflación. Y no es todo: «Aquél año graves inundaciones habían devastado una gran parte de la nación y más de 40 millones de personas habían sido víctimas de este desastre natural».
Para hacer más catastrófica que nunca esta gravísima crisis económica y humanitaria, entra en juego el embargo decretado por los EEUU. Sus objetivos surgen con claridad de los estudios y proyectos de la administración Truman y de las admisiones o declaraciones de sus dirigentes: hacer que China «sufra la plaga» de «un nivel de vida general cerca o por debajo de la subsistencia»; provocar un «atraso económico», un «retraso cultural», una «primitiva y descontrolada tasa de natalidad», «desórdenes populares»; infligir «un coste pesado y prolongado a la entera estructura social» y crear, en última instancia, «un estado de caos». Es un concepto que es repetido de manera obsesiva: hay que llevar a un país desde una situación de «necesidades desesperadas» hacia una «situación económica catastrófica»: «hacia el desastre» y el «colapso». Esta «pistola económica» apuntada contra un país superpoblado es mortal, pero a la CIA no le basta: la situación provocada «por las medidas de guerra económica y bloqueo naval» podría verse agravada ulteriormente por una «campaña de bombardeos aéreos y navales contra puertos seleccionados, construcciones ferroviarias, estructuras industriales y depósitos»; con la asistencia de los EEUU, continúan los bombardeos del Kuomintang sobre las ciudades industriales, incluida Shanghái, de la China continental846.
En la Casa Blanca un presidente da paso a otro, pero el embargo continúa e incluye medicinas, tractores y fertilizantes847. A comienzos de los años sesenta un colaborador de la administración Kennedy, es decir Walt W. Rostow, señala que, gracias a esta política, el desarrollo económico de China se ha retrasado por lo menos «decenas de años», mientras los informes de la CIA subrayan «la grave situación agrícola de la China comunista» ya seriamente debilitada por la «sobrecarga de trabajo y malnutrición» (overwork and malnutrition). ¿Se trata entonces de reducir la presión sobre un pueblo reducido al hambre? Al contrario, no hay que reducir el embargo «ni siquiera por un impulso humanitario». Aprovechándose también del hecho de que China «carece de recursos naturales clave, en especial petróleo y terreno cultivable» y utilizando también la grave crisis en las relaciones entre China y la URSS, puede intentarse el golpe definitivo: se trata de «explotar las posibilidades de un embargo occidental total contra China» y bloquear en la mayor medida posible las ventas de petróleo y de trigo.
¿Tiene sentido entonces atribuir de manera exclusiva o principal a Mao la responsabilidad de la catástrofe económica que durante tanto tiempo afectó a China, lúcida y despiadadamente proyectada en Washington ya desde otoño de 1949? Empeñados en ofrecer un retrato caricaturesco de Mao y denunciar sus dementes experimentos, los autores del best-seller sobre el dirigente chino no se plantean este problema. Además los mismos dirigentes estadounidenses saben, desde el momento en que aplican el embargo, que será todavía más devastador a causa de la «inexperiencia comunista en el campo de la economía urbana». No por casualidad les hemos visto hablar explícitamente de «guerra económica» y de «arma económica».
Es una práctica que no desaparece ni siquiera después del final de la Guerra fría. Algún año antes del ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio, un periodista estadounidense describía así, en 1996, el comportamiento de Washington: «Los líderes americanos desenvainan una de las armas más pesadas de su arsenal comercial, apuntando abiertamente a China, para discutir después si apretar o no el gatillo». Una vez puesta en marcha, su amenaza de cancelación de las relaciones comerciales habría constituido, «en términos de dólares, la mayor sanción comercial en la historia de los EEUU, excluidas las dos Guerras mundiales»; habría sido «el equivalente comercial de un ataque nuclear». Esta era también la opinión de un ilustre politólogo estadounidense, Edward Luttwak: «Con una metáfora se podría afirmar que el bloqueo de las importaciones chinas es el arma nuclear que América apunta hacia China». Agitada como amenaza en los años noventa, el «arma nuclear» económica ha sido utilizada sistemáticamente contra el país asiático durante la Guerra fría, mientras Washington (explícitamente y repetidas veces) se reservaba el derecho a recurrir también a la auténtica arma nuclear.
Al llegar al poder Mao es consciente de que le espera la «difícil tarea de la reconstrucción económica»: sí, es necesario «emprender el trabajo en el campo industrial y económico» y «aprender de cada experto (quienquiera que sea)». En este contexto el Gran Salto adelante es un intento desesperado y catastrófico de afrontar el embargo. Esto vale en parte para la Revolución cultural, caracterizada por la ilusión de poder impulsar un rápido desarrollo instando a la movilización en masa y a los métodos adoptados con éxito en la lucha militar. Todo siempre en la esperanza de poner fin de una vez por todas a las devastaciones de la «guerra económica», detrás de la cual se vislumbraba la amenaza de una guerra total. En lo que respecta al comportamiento de Mao como un déspota oriental, sobre todo durante la Revolución cultural, desde luego contribuyen a explicarlo tanto la historia de China como la ideología y personalidad de quien ejerce el poder; el hecho es que no se ha visto nunca que se democratizase un país salvajemente agredido en el plano económico, aislado en el plano diplomático, y sometido a una terrible y constante amenaza en el plano militar. Siendo así las cosas, es doblemente grotesco imputar exclusivamente a Mao «más de setenta millones de personas [...] muertas en tiempo de paz a causa de su desgobierno».
En realidad, las «conquistas sociales de la era de Mao» han sido «extraordinarias», conquistas que consiguieron una clara mejora de las condiciones económicas, sociales y culturales, y un fuerte aumento de la «expectativa de vida» del pueblo chino. Sin estos presupuestos no se puede comprender el prodigioso desarrollo económico que a la postre liberó a cientos de millones de personas del hambre e incluso de la muerte por inanición. Sin embargo, en la ideología dominante los papeles se intercambian: el grupo dirigente que puso fin al siglo de las humillaciones se convierte en una banda de criminales, mientras que los responsables de una tragedia que duró un siglo, así como aquellos que con el embargo hicieron todo lo posible para prolongarla, aparecen como campeones de la libertad y la civilización. Hemos visto ya a Goebbels describir en 1929 a Trotsky como aquél que «quizás» puede ser considerado como el mayor criminal de todos los tiempos; en los años posteriores quizás hubiera asignado a Stalin el primer lugar en la lista. En cualquier caso la manera de argumentar del jefe del aparato de propaganda y manipulación del Tercer Reich debe haberles parecido demasiado problemática a los autores de la aclamada biografía sobre Mao. No tienen dudas: ¡la primacía absoluta entre los criminales de la historia universal ha pasado a ser la del líder chino!
Publicado en arrezafe.

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