Siria o el fin de la hegemonía estadounidense
Pablo Sapag Muñoz de la PeñaProfesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile
Desde hace medio siglo, con la crisis de los misiles en Cuba, que el mundo no vivía a una situación tan peligrosa. El por ahora frustrado intento de Estados Unidos por atacar Siria ha puesto al mundo en una situación límite porque a estas alturas es evidente que, más que a causas internas, la crisis siria responde a disputas de poder en los ámbitos regional y global. En el primer caso, las potencias suníes —Turquía, Arabia Saudí y Qatar— frente al Irán chií. En la arena global, Estados Unidos y sus aliados están igualmente comprometidos en horadar las capacidades de Irán y al tiempo garantizar la supervivencia de Israel. Una y otra cosa son vitales para que EEUU mantenga su hegemonía. Por eso choca con Rusia, China y potencias emergentes como India o Brasil. En una y otra esfera, y dado su valor estratégico, los muertos los pone Siria.
El empeño de la administración Obama por derribar al gobierno de Bachar al Assad ha sido explícito desde que a principios de 2011 y al calor de la mal llamada “primavera árabe”, apostó por la rápida caída del gobierno sirio. Por ahora no ha tenido éxito. La financiación de la dividida oposición exterior siria, dominada por la islamista Hermandad Musulmana, no ha dado los frutos esperados. Tampoco ha funcionado el traspaso de armamento que directa o indirectamente ha hecho llegar a quienes combaten al Estado sirio. En ese empeño EEUU ha utilizado a sus peones regionales, las dictaduras islamistas de Qatar y Arabia Saudí, y al islamista gobierno turco. Como nada de eso ha resultado y embarcado ya en una competencia abierta con una Rusia históricamente más coherente en su política siria —desde el siglo XVIII mantiene vínculos con el país—, la administración Obama ha dado el peligroso paso de las últimas semanas. Se ha entregado con armas y bagaje a los grupos terroristas que operan en Siria. Deseosos de forzar una intervención armada occidental que les permitiera ganar un conflicto que militar y políticamente tienen perdido, los grupos que actúan al este de Damasco han colaborado con EEUU en el muy sospechoso episodio del supuesto ataque con armas químicas. No parece creíble el uso de esas armas por parte del gobierno sirio cuando se imponía militarmente en casi todos los frentes y tres días después de recibir a observadores de la ONU que precisamente debían investigar el uso de esas armas por parte de los varios actores del conflicto. Ese tipo de armamento, además, no se suele usar en escenarios como el sirio, en el que los combatientes de uno y otro bando están separados por apenas metros: las armas químicas afectarían por igual a las fuerzas del Estado y a quienes lo combaten. A pesar de la evidencia, Washington pensó que sería secundado por sus aliados occidentales pero el pronto rechazo del Parlamento británico a un ataque contra Siria desnudó la confusión y debilidad del actual liderazgo estadounidense. Que no le siga un Reino Unido que tiene en la llamada “relación especial” con EEUU la piedra angular de su política exterior es muy revelador.
Sin embargo, el fracaso de EEUU también se debe a que los aliados de Siria, empezando por Rusia y siguiendo por China e Irán, han actuado de principio a fin con coherencia y responsabilidad. Mejor informados, supieron desde el principio que la única alternativa actual a Bachar al Assad era el integrismo islámico radical y violento. Por eso no se han movido de su posición. A ello hay que añadir la fortaleza del aconfesional Estado sirio, que ha sorprendido por su capacidad de resistencia. Sometido a una presión brutal por parte de sus muchos enemigos regionales y globales, ha logrado mantener el pulso político y militar. Ambos factores están relacionados y conviene tenerlos en cuenta. Sin respaldo político de la mayoría de la población ningún ejército puede sostener tanto tiempo un desafío como el que enfrenta Siria y su liderazgo. En Siria la mayoría de la población ha tenido claro desde el principio y pese a los muchos desafueros y errores que se puedan atribuir al gobierno, que la alternativa era una dictadura islamista contraria a la esencia de la sociedad siria, que es milenariamente multiconfesional. Ese es el verdadero armamento con que cuenta Siria, un sofisticado mosaico construido a la par por cristianos y musulmanes de muy distintas denominaciones. Por eso la posible renuncia de Siria a su arsenal químico no es tan relevante. Por eso también está desnudando la impotencia de unos Estados Unidos que en la crisis siria exhiben una incoherencia y debilidad que anuncia el fin de la hegemonía de la que ha gozado EEUU desde el fin de la guerra fría.
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