Tras la decisión
tomada en el seno de la Red de Blog Comunistas de publicar y traducir
artículos propuestos por sus miembros con el fin de dar a conocer la
situación concreta de diferentes paises y regiones, hemos traducido, y
lo publicamos a continuación, el artículo del blog camarada Servir le
Peuple, en el que analiza la lucha de liberación en Occitania en el marco
de la lucha de clases:
¿Luchamos para resucitar al condado de Auvernia? Contribución de Servir le Peuple (Occitania) a la comprensión de la lucha de los Pueblos dentro del Estado francés.
Al
Estado francés centralizador, a lo largo de la Historia y hasta el
presente, se le ha asociado, en especial, con nociones como
“progreso” histórico, “modernidad” contra el “Medievo” e
incluso con conceptos mucho más politizados como son el
“progresismo”, el “universalismo”, las “Luces” etc.,
etc.; o, dicho de otro modo, con conceptos
de “izquierda”,
principalmente a partir de un discurso que pone en primer plano la
“República” o los “valores republicanos”, nociones que, en
el Estado español o en las naciones del Reino Unido, contienen aún
toda una carga subversiva y revolucionaria, pero que en el Hexágono
están vaciadas
de sustancia
y son completamente burguesas.
Es
necesario indicar que el Estado francés es, de todos los existentes
hasta la fecha, aquel en el que, sin duda, la burguesía se
desembarazó con menos
miramientos
de las instituciones monárquicas, aristocráticas y administrativas,
en cuyo seno había anidado desde finales de la Edad Media hasta la
“edad adulta” del siglo XVIII. Desde entonces, la burguesía
francesa puede revestirse con esta aura
ante sus propias masas populares y el mundo entero. Algún día, no
obstante, será menester, qué duda cabe, confrontar esta leyenda
áurea
con la realidad, en términos, por ejemplo, de radicalidad de la
revolución agraria (¿afectó
esto
a muchos aristócratas y grandes propietarios, quienes, en otros
casos, fueron simplemente sustituidos por “compradores”?)
mientras existió una amplia clase campesina (hoy en día apenas
quedan agricultores), o también en términos de importancia del
catolicismo galicano
en el pensamiento dominante que en la actualidad se declara “laico”.
En
el Reino Unido o en el Estado español, a los que ya nos hemos
referido, apenas sí quedan neofranquistas u orangistas que presenten
la unificación estatal como un “triunfo de la civilización
moderna sobre las obscuras edades medievales”. En Italia planeó
durante bastante tiempo un cierto “mito garibaldino” de la
Unidad, hasta el punto de que la Brigada internacionalista enviada
combatir en “España” o incluso varias unidades de partidarios
antifascistas (1943-45) llevaron el nombre de Garibaldi. Sin embargo,
el movimiento comunista analizó la Unidad, también desde el
principio (Gramsci), como una conquista
colonial del Sur. Actualmente
se observa una importante renovación de la conciencia sobre esta
cuestión, en una línea claramente progresista (véase, por ejemplo,
el sitio http://briganti.info/).
No
obstante, en el Estado
francés, cuando uno se aventura no
ya a
emitir una reivindicación independentista (sentimiento
muy minoritario entre los pueblos
del Estado francés, representando como
máximo un 20% en Córcega
), sino simplemente a
afirmar la existencia
de
los pueblos que hay en ese Estado, se le acusa muy a menudo de
“querer hacer girar la rueda de la historia en sentido inverso”,
de querer “resucitar el condado de Auvernia o el ducado de
Aquitania”, etc., etc.
Se
trata de un argumento tan estulto, que –como sucede a menudo ante
la estolidez– nos deja atónitos, con la boca abierta, sin saber
qué responder. Y
a pesar de ello, es
una cuestión que hay que estudiar a fondo ya que, como acabamos de
decir,
este
tipo de razonamiento es absolutamente hegemónico.
Así
pues, ¿qué podemos responder a dicho “argumento”? Pues bien,
respondemos simplemente que la cuestión no reside en el difunto
condado de Auvernia o el ducado de Aquitania, ni siquiera en la
Córcega republicana de Paoli, sino en este
mapa:
Aquí
reside la cuestión para nosotros.
Este mapa está extraído de un estudio “geosociológico”
reciente,
que dio lugar a un documental que se puede ver en francés en
http://www.youtube.com/watch?v=f8sqxkCnWnI.
El
mapa muestra, en blanco,
los territorios geográficos que, de acuerdo con toda una serie de
criterios (económicos, sociales, “conectivos” –de acceso a la
información, a la cultura– o de acceso a los servicios públicos)
son territorios de inclusión; y en azul, los territorios de
exclusión,
de desatención,
las periferias.
Muestra, esencialmente, dónde
se concentran en el Estado francés la riqueza,
el
poder y las repercusiones de ambos,
y dónde
se concentran la
explotación
y todas las formas de opresión.
Lo
que se dibuja con toda claridad es un cuadrilátero
de blancura, esquemáticamente
Ruán-Tours-Auxerre-Reims, con París en el centro, es decir, una
Cuenca
parisina
de la que, ya a mediados del siglo XIX, se decía (Jules Michelet)
que era la “verdadera Francia”, mientras que el resto no era “en
absoluto lo mismo”; o hacia 1940 (el fascista Louis-Ferdinand
Céline, antioccitano declarado), que sus “10
departamentos pagan más impuestos que el resto”
del Estado, lo que era sin duda cierto y traducía precisamente la
concentración de riqueza; y que resulta estar, también
precisamente, (¿por casualidad?) allí
donde el Estado se ha desplegado históricamente desde el siglo XIII.
Además de ello, se observan también en blanco las metrópolis-enlace
(Lyon, Toulouse, Burdeos, Nantes, Lille, etc.), enlaces
del poder central;
una serie de regiones costeras donde las vacaciones burguesas
producen algunas repercusiones económicas; o zonas como Alsacia o el
norte de los Alpes, que se benefician de la proximidad de Alemania y
Suiza (columna vertebral económica europea).
Y
en el resto… azul
más o menos oscuro: manchas
azules
en las metrópolis blancas que son las zonas
de exclusión urbanas
(suburbios “guetos”, “zonas urbanas sensibles”), cuya
población es hoy, en gran parte, de origen extraeuropeo (y que,
antaño, venía de otros países de Europa… ¡o simplemente del
campo y de otras regiones periféricas del Estado!); y sobre todo,
mucho menos visibles en los medios, una serie de zonas
relegadas en el ámbito rural,
así como antiguas
cuencas industriales, hoy en plena decadencia,
donde se da un nivel de proletarización asombroso… que
corresponden en gran medida a nuestras nacionalidades, cuya mera
mención es “querer volver a los ducados de la Edad Media”.
En
última instancia, lo que tenemos es, por
una parte, las zonas donde la fuerza de trabajo proletaria (o
campesina pobre) produce la riqueza y, por otra, las zonas donde la
burguesía y la pequeña burguesía la reciben, sacando
tajada
del
sistema:
el
orden social que refleja este mapa es precisamente el que queremos
derribar.
¿El
Estado francés centralizador, expresión del “progreso”
histórico? Sí,
en efecto… En el sentido en que es la
expresión,
el
producto y el instrumento del CAPITALISMO en tanto que fase histórica
posterior y “superior” al feudalismo.
¡Pero dicho capitalismo no ha existido nunca tampoco sin multiplicar
los crímenes contra el pueblo trabajador, y hoy, el orden del día
es precisamente derribarlo! ¿Cómo,
pues,
pretender
ser “anticapitalista” y conformarse con un estado de cosas que es
su
obra?
Como
fase histórica concreta, el capitalismo se enfrentó, en efecto, con
las fuerzas del feudalismo (aristócratas, religiosos y otros
“antimodernos”) pero también...
llevó
a cabo una guerra sin cuartel contra las masas populares para
aherrojarlas con las cadenas del Capital;
aspecto que (por supuesto) la Historia escrita por la burguesía se
ha esforzado en callar o en minimizar, pero que Marx describió
perfectamente en el caso particular de Gran Bretaña. Y una vez
ganada esta guerra, como sabemos todos, su base fue y sigue siendo la
explotación del trabajo y la extorsión de éste,
presión
que se ha ido redoblando sobre las masas populares del mundo entero
(ya que el capitalismo impera sobre todo o casi todo el planeta) a
medida que el sistema se ha ido hundiendo en la crisis desde finales
del siglo XIX (crisis de 1873 y siguientes).
Como
producto, instrumento (el Estado en el sentido de sus instituciones)
y base
de acumulación fundamental (el
Estado en el sentido de su territorio) del capitalismo en desarrollo
y de su clase motriz, la burguesía, el Estado francés (absolutista,
luego, alternativamente, republicano y monárquico constitucional,
más tarde, definitivamente, republicano burgués) barrió,
efectivamente, los viejos feudos y “el Estado en el Estado” que
representaba la Iglesia… pero no
solamente:
también aplastó la miríada
de pequeñas repúblicas
populares
campesinas que constituían cada pueblo o valle de montaña, e
incluso las repúblicas burguesas de las ciudades, que coexistían
con la autoridad señorial o a las cuales ésta se superponía; y
sobre todo negó
la realidad de los pueblos
que se iba anexionando al compás de su expansión (occitanos,
bretones, arpitanos, vascos y catalanes, corsos, picardos y ch’tis,
alsacianos y de Lorena, etc.) para transformarlos en “súbditos”
del rey y, posteriormente, en “ciudadanos” de la República, es
decir, fuerza
de trabajo destinada a generar la plusvalía del Capital.
Explotó,
al servicio del Capital, a las masas trabajadoras y reprimió en
sangre sus levantamientos, revueltas campesinas del siglo XVII (los
Croquants
occitanos, los Gorros
rojos
bretones) hasta las Comunas de 1871 (de París, pero también de
Marsella, Lyon, Narbona, etc.).
Mucho
antes
y mucho
mejor
que muchos autoproclamados “marxistas” (incluso de nuestros
días), comprendió la
importancia política fundamental de la cultura;
y, en consecuencia, impuso
a las masas populares la lengua y la cultura de la clase dominante
(lengua que fabricó en su Academia
francesa
a partir del habla noble
y gran burguesa del Valle del Loira), a partir del siglo XVI (Edicto
de Villers-Cotterêts de 1539) en la administración y a partir de la
revolución burguesa (discurso del abate Grégoire de 1790) en la
vida social cotidiana: cuando, pensaba la burguesía, “ellos
(los
obreros y los campesinos) hablen
y piensen como nosotros,
sólo
se moverán dentro de los límites que les hayamos fijado…” Ése
fue, especialmente, el papel de la
escuela
–esa otra gran vaca
sagrada
de toda la “izquierda” burguesa, incluida la autoproclamada
“marxista”–, desempeñado desde el siglo XVII bajo la tutela de
la Iglesia, y que en 1880, con Jules Ferry (cantor, por otra parte,
de la conquista colonial), se transformó en “pública, gratuita,
laica y obligatoria”. Este último exponía, por cierto, las cosas
en los siguientes términos: “En
las escuelas confesionales, los jóvenes reciben una enseñanza
dirigida por entero contra las instituciones modernas”.
En este caso el ataque apuntaba contra la Iglesia… pero también y
sobre todo contra el contrapoder
que
ésta representaba para las masas campesinas, que había que someter
definitivamente a la República burguesa. Y añadía inmediatamente:
“Si
este estado de cosas se perpetúa, es de temer que se constituyan
otras escuelas, abiertas a los hijos de los obreros y campesinos,
donde se enseñarán principios
completamente opuestos,
inspirados quizá en un ideal socialista o comunista, tomado en
préstamo de tiempos más recientes,
por
ejemplo, de esa época violenta y siniestra comprendida entre el 18
de marzo y el 24 de mayo de 1871”.
¡En este caso, la alusión, alusión transparente, es a la Comuna de
París, primer ensayo de dictadura del proletariado en la Historia de
la humanidad!
Y
todo ello, lo que acabamos de ver, el Estado francés lo hizo al
servicio y en beneficio de un Capital formado por una pirámide
burguesa cuya cima es la burguesía parisina,
vinculada histórica y directamente al poder del Estado a su
servicio; un Capital cuyos pueblos conquistados y negados (una
“provincia”, de pro
vincia
en latín, a saber, un país “previamente vencido”, es decir,
¡conquistado!)
se convirtieron en la fuerza
de trabajo,
y el territorio estatal, en la base
primera de acumulación
(antes de lanzarse a la conquista de las colonias de ultramar) para
la producción de la riqueza; una
riqueza que se dirige y
concentra mecánicamente alrededor de París
donde mora la “burguesía-amo”, la burguesía principal;
lo cual da lugar a esta organización
social del territorio, dividido en centros y periferias,
que muestra a las claras el mapa.
Una organización
socioterritorial en centros y periferias, producto de un orden social
capitalista con el que precisamente pretendemos acabar…
Todo
ello,
hay que decirlo no obstante, no
ha dejado nunca de suscitar resistencias, como
lo muestra, por ejemplo, este otro mapa:
Este
mapa muestra las rebeliones colectivas
(es decir, los motines populares) por cantones contra las fuerzas del
orden burgués entre 1800 y 1859, época de la “revolución
industrial” en que la subsunción
de las masas populares por el capitalismo se efectuó de manera
especialmente brutal. Y si se observa, por supuesto, una
concentración de estos levantamientos en los suburbios obreros de
París, que hacen que, eventualmente, se tambaleen los regímenes,
como en 1830, 1848, etc. (el París obrero donde se amontona, por lo
demás, un proletariado… inmigrante proveniente de todas las
“provincias” del Estado), también se
ve con toda claridad que es en la PERIFERIA
–en particular en Occitania, Bretaña y las regiones limítrofes,
tierras de la Chuanería y también el Norte minero– donde
se concentran las resistencias insurreccionales contra el orden
capitalista triunfante…
Territorios que corresponden en gran medida al azul
del primer mapa; un azul
que representa hoy ni más ni menos que los “CAMPOS” de la GUERRA
POPULAR que queremos emprender.
El
Estado francés no es ni una “expresión del progreso” entendida
de manera abstracta e idealista
(idea, desgraciadamente, compartida por gentes que se reclaman
“marxistas”), ni tampoco una entidad
“flotante” por encima de las clases y de su lucha:
es –orgánicamente
identificado con ella–
el
aparato político-militar e ideológico-cultural de la clase que
combatimos,
¡la
burguesía!
Nuestra
lucha no es una lucha “para resucitar” el condado de Auvernia o
el ducado de Aquitania: es
una lucha para derribar
este Estado,
los
muros
de esta prisión,
y
liberar a los pueblos y a sus trabajadores en ella encerrados.
No
somos, para ser sinceros, “independentistas”, ni siquiera
“autonomistas”: sencillamente
no
aceptamos ese paradigma burgués.
Somos
revolucionarios que queremos el socialismo. Queremos arrebatar la
mayor cantidad de territorios posible,
así como los hombres y las mujeres que los pueblan, al orden
capitalista para instaurar en ellos el socialismo, que es el proceso
que debe conducir al comunismo. Y sobre estos espacios geográficos
liberados, donde habremos abolido el orden social capitalista,
empezando por sus instituciones guardianas, el
Estado burgués,
pretendemos establecer nuevas
relaciones sociales
y, en particular, nuevas
relaciones entre los territorios y sus poblaciones,
entre
los pueblos
nacionales
(las nacionalidades sin sus burguesías); relaciones que no sean ya
de dominación de unos y de subordinación de otros (pues la primera
de las formas de dominación, la del Capital, habrá sido derribada),
sino de federación
democrática,
fraternal y cooperativa entre los pueblos,
hasta que el mundo
entero,
arrancado de las garras del capitalismo, entre en el comunismo.
Una
federación de pueblos que, como decía Lenin y lo repetirá Argala,
supone pueblos
libres;
liberados
de sus Estados-prisión y de toda relación de dominación,
opresión
o negación nacional:
“Internacionalismo
obrero significa la solidaridad de clase, expresada en el mutuo
apoyo, entre los trabajadores de las diferentes naciones, pero
respetándose en su peculiar forma de ser nacional.”
(Argala).
Lo
que queremos, en definitiva… es simplemente
lo que imaginaba Lenin para la joven URSS que nacía bajo sus ojos,
aunque desgraciadamente se fuera al traste por el “espíritu
policíaco gran ruso”,
como señalaba ya el gran dirigente bolchevique en sus últimos
escritos, así como por los nacionalismos burgueses chovinistas y
reaccionarios (muy especialmente en Ucrania), exacerbados por los
enemigos de la “Patria de los Trabajadores” (la Alemania nazi y,
más tarde, la Alianza Atlántica)1
Por
todo
lo anterior,
nuestra afirmación del pueblo occitano, lejos ser una manifestación
más nostálgica,
“romántica”, del
pasado
medieval, es indisociable del ser comunistas.
"Como
ya hemos escrito en varias ocasiones, NO HAY (sobre todo dentro de
nuestro Estado metrópolis imperialista) "luchas de liberacion nacional",
por un lado, y una lucha social, de clase, por otro, entre las cuales
se trataría de encontrar una buena articulación, sino que nuestra
afirmación y voluntad de liberación, como Pueblos negados por la
construccion histórica de nuestro explotador, que es el Estado francés, son la expresión específica de la lucha de clases en nuestra situación concreta".
En
definitiva, un poquito de
patriotismo (en el sentido de apego a nuestros Pueblos
reales, no de lealdad a la entidad "Francia"), quizás
pueda parecer que nos aleja de
la lucha de clases..., pero en realidad nos hace recuperarla!
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