Túnez: la cara vergonzosa de las manipulaciones occidentales
René Naba /Rebelión
La detención del periodista Tufic Ben Brick el 29 de octubre, cinco días después de la reelección del presidente Zine El-Abidine Ben Ali, ha resonado como un bofetón a sus protectores occidentales y a los amables pensionistas de sus balnearios. Conlleva la condena de su complacencia y el descrédito de su discurso.
El 7 de noviembre de 2009, Túnez celebra el vigésimo segundo aniversario del golpe de Estado «médico» del general Zine El-Abdine Ben Ali contra el padre de la independencia tunecina, el combatiente supremo Habib Burguiba, en un ambiente de resignación de la población desolada por la perspectiva de una presidencia vitalicia de su «general presidente» debido a sus manipulaciones constitucionales dirigidas a asegurar su longevidad política con la complicidad silenciosa de sus protectores occidentales.
Régimen conocido por su utilización abusiva del nepotismo, la represión, la intimidación y la corrupción, Túnez sigue beneficiándose, sin embargo, de una sorprendente indulgencia por parte de los países occidentales, más rápidos para denunciar las violaciones de los derechos humanos en Irán o Siria que en el patio trasero de Francia (Túnez, Marruecos, Gabón o el Chad), más rápidos en indignarse por Darfur que por Gaza, por el Tíbet que por el Yemen. Más rápidos para denunciar el fraude electoral en Irán, con el refuerzo de grandes campañas mediáticas, que el fraude masivo en Afganistán, la mascarada de la democracia «a la tunecina» o la inmoralidad del feudalismo político del bloque parlamentario del multimillonario libanés-saudí Saad Hariri en Líbano. Más rápidos, en fin, para abrasar a un jefe de Estado «culpable» de prolongar su mandato de tres años, sólo tres años, el libanés Emile Lahud, que a sus clientes árabes reincidentes en el poder, como el egipcio Hosni Mubarak (28 años en el poder), el tunecino Ben Ali (22 años de mandato) o los dinosaurios de la Francáfrica.
Rodeado de una camarilla familiar que aglutina a los traficantes de drogas, los piratas de los mares y los depredadores de los bancos, el reyezuelo de Túnez comparte el trono con su avasalladora esposa Leila en el País del Jazmín, que se ha convertido al paso de los años en el podrido reino de la corrupción, en una parodia de democracia, en la coartada occidental de la lucha contra el fundamentalismo religioso, en el espejo deformado de Occidente, la cara vergonzosa de sus manipulaciones.
Para la renovación de su mandato, el geniecillo de Cartago se superó durante la última consulta electoral, el domingo 25 de octubre, dando pruebas de imaginación e innovación hasta el punto de que la mayoría de los observadores se pusieron de acuerdo al pensar que el escrutinio presidencial había sido una obra maestra de mascarada y arbitrariedad. Aunque Zine El-Abdine Ben Ali ha resultado reelegido oficialmente, sin sorpresas, para un quinto mandato con el 89,62% de los votos emitidos, según los resultados definitivos del ministerio del Interior, sin embargo, el «presidente saliente» no ha conseguido superar los 90% obtenidos en los dos escrutinios precedentes de 1999 y 2004.
Sin embargo, el hombre no había escatimado esfuerzos. Así, estuvo atento para dar la apariencia de una competición pluralista asegurándose la presencia de otros tres candidatos, dos de ellos figurantes, representantes de partidos próximos al poder: Mohamed Buchina, del Partido de la Unidad Popular, y Ahmed Inubli, de la Unión Democrática Unionista. El tercero era Ahmed Brahim, dirigente del partido Ettajdid (Renovado, ex comunista), el único rival verdadero en esta competición.
Preconizando una transparencia que marcará época en los anales de los escrutinios electorales en cuanto que podría ilustrar a más de un dirigente aspirante a la eternidad, el presidente Ben Ali ha dado la vuelta a la ecuación al establecer una transparencia no del escrutinio, sino de los votantes, gracias a los sobres que se depositarían en las urnas, de diferentes colores según los candidatos.
La razón oficial señalada para justificar los sobres de colores era facilitar la identificación de los candidatos en las zonas con fuertes tasas de analfabetismo y el recuento de los votos. Pero el «voto en tecnicolor» podría enmascarar una operación de clasificación de los «buenos votantes» y los demás, más raros, «malos votantes», abstencionistas u otros opositores. Naturalmente, la papeleta presidencial era de color rojo vivo, muy visible desde lejos, fácilmente reconocible a distancia y su portador, también, fácilmente identificable. ¡Ay de quien se arriesgue a salir de la cabina con el sobre rojo en la mano! La trampa marcará su destino. Es difícil imaginar, en efecto, que se inscribiera en la lista de los potenciales candidatos a las preocupaciones.
La arbitrariedad está incrustada en todos los estratos del Estado. Así, el ministro de comunicación ha pagado con su cargo el hecho de no haber sabido planificar un sorteo favorable al presidente Ben Ali para la presentación de su programa en la televisión, a pesar de que ya había acaparado el 97% del espacio dedicado a la campaña presidencial en la prensa escrita frente al 0,22% para su principal rival, Ahmed Brahim, y el 1,27 y 1,28% respectivamente para los otros dos candidatos, según un estudio conjunto de la Asociación de Mujeres Demócratas, la Liga de Defensa de los Derechos Humanos y «Reporteros sin Fronteras» (LeMonde.fr, 23 de octubre de 2009).
Sacrifiquémonos a la costumbre y deseemos una larga vida al presidente reelegido Ben Ali (73 años) y a sus protectores franceses: al hombre de la ruptura declarada y de la continuidad en la práctica, el presidente Nicolas Sarkozy; al presidente gaullista del Tribunal de Cuentas, Philippe Seguin, el veraneante de Bizerte; a Bertrand Delanoe, alcalde socialista de París, el residente de Sidi Bu Said; a Fréderic Mitterrand, ministro de Cultura; y a la retahíla de intelectuales mediáticos, pensionistas gratuitos de sus lugares de vacaciones, que aseguran su promoción y la de su paraíso infernal, en especial el equipo de Télé matin de France 2: William Leymergie, Sophie Davant, Françoise Laborde, así como los nativos de Túnez, el productor Richard Moatti y la presentadora Daniella Lombroso.
Su silencio sobre la detención del periodista Tufic Ben Brick el 29 de octubre, cinco días después de la reelección de Ben Ali, resuena como una burla hacia ellos. Conlleva la condena de su complacencia y el descrédito de su discurso.
Y en vez de llenarse la boca con las virtudes de la democracia a la tunecina, en vez de inflarse con los sempiternos rituales sobre el bastión contra el islamismo que representa esta «dictadura ilustrada», que esos autoproclamados grandes defensores de la democracia se sumerjan en la lectura saludable de dos obras que constituyen auténticas radiografías de las torpezas del régimen, una exposición de las desviaciones de ese estado policial, ojito derecho de Occidente:
- La régente de Carthage, main basse sur la Tunisie, de Nicolas Beau, director del sitio satírico bakchinch.info, y Catherine Gracier, periodista, Ed. La Découverte. Un libro encuesta sobre el régimen tunecino, del que lo mejor se puede consultar en este enlace: http://www.bakchich.info/La-regente-de-Carthage-main-basse,08817.html.
René Naba /Rebelión
La detención del periodista Tufic Ben Brick el 29 de octubre, cinco días después de la reelección del presidente Zine El-Abidine Ben Ali, ha resonado como un bofetón a sus protectores occidentales y a los amables pensionistas de sus balnearios. Conlleva la condena de su complacencia y el descrédito de su discurso.
El 7 de noviembre de 2009, Túnez celebra el vigésimo segundo aniversario del golpe de Estado «médico» del general Zine El-Abdine Ben Ali contra el padre de la independencia tunecina, el combatiente supremo Habib Burguiba, en un ambiente de resignación de la población desolada por la perspectiva de una presidencia vitalicia de su «general presidente» debido a sus manipulaciones constitucionales dirigidas a asegurar su longevidad política con la complicidad silenciosa de sus protectores occidentales.
Régimen conocido por su utilización abusiva del nepotismo, la represión, la intimidación y la corrupción, Túnez sigue beneficiándose, sin embargo, de una sorprendente indulgencia por parte de los países occidentales, más rápidos para denunciar las violaciones de los derechos humanos en Irán o Siria que en el patio trasero de Francia (Túnez, Marruecos, Gabón o el Chad), más rápidos en indignarse por Darfur que por Gaza, por el Tíbet que por el Yemen. Más rápidos para denunciar el fraude electoral en Irán, con el refuerzo de grandes campañas mediáticas, que el fraude masivo en Afganistán, la mascarada de la democracia «a la tunecina» o la inmoralidad del feudalismo político del bloque parlamentario del multimillonario libanés-saudí Saad Hariri en Líbano. Más rápidos, en fin, para abrasar a un jefe de Estado «culpable» de prolongar su mandato de tres años, sólo tres años, el libanés Emile Lahud, que a sus clientes árabes reincidentes en el poder, como el egipcio Hosni Mubarak (28 años en el poder), el tunecino Ben Ali (22 años de mandato) o los dinosaurios de la Francáfrica.
Rodeado de una camarilla familiar que aglutina a los traficantes de drogas, los piratas de los mares y los depredadores de los bancos, el reyezuelo de Túnez comparte el trono con su avasalladora esposa Leila en el País del Jazmín, que se ha convertido al paso de los años en el podrido reino de la corrupción, en una parodia de democracia, en la coartada occidental de la lucha contra el fundamentalismo religioso, en el espejo deformado de Occidente, la cara vergonzosa de sus manipulaciones.
Para la renovación de su mandato, el geniecillo de Cartago se superó durante la última consulta electoral, el domingo 25 de octubre, dando pruebas de imaginación e innovación hasta el punto de que la mayoría de los observadores se pusieron de acuerdo al pensar que el escrutinio presidencial había sido una obra maestra de mascarada y arbitrariedad. Aunque Zine El-Abdine Ben Ali ha resultado reelegido oficialmente, sin sorpresas, para un quinto mandato con el 89,62% de los votos emitidos, según los resultados definitivos del ministerio del Interior, sin embargo, el «presidente saliente» no ha conseguido superar los 90% obtenidos en los dos escrutinios precedentes de 1999 y 2004.
Sin embargo, el hombre no había escatimado esfuerzos. Así, estuvo atento para dar la apariencia de una competición pluralista asegurándose la presencia de otros tres candidatos, dos de ellos figurantes, representantes de partidos próximos al poder: Mohamed Buchina, del Partido de la Unidad Popular, y Ahmed Inubli, de la Unión Democrática Unionista. El tercero era Ahmed Brahim, dirigente del partido Ettajdid (Renovado, ex comunista), el único rival verdadero en esta competición.
Preconizando una transparencia que marcará época en los anales de los escrutinios electorales en cuanto que podría ilustrar a más de un dirigente aspirante a la eternidad, el presidente Ben Ali ha dado la vuelta a la ecuación al establecer una transparencia no del escrutinio, sino de los votantes, gracias a los sobres que se depositarían en las urnas, de diferentes colores según los candidatos.
La razón oficial señalada para justificar los sobres de colores era facilitar la identificación de los candidatos en las zonas con fuertes tasas de analfabetismo y el recuento de los votos. Pero el «voto en tecnicolor» podría enmascarar una operación de clasificación de los «buenos votantes» y los demás, más raros, «malos votantes», abstencionistas u otros opositores. Naturalmente, la papeleta presidencial era de color rojo vivo, muy visible desde lejos, fácilmente reconocible a distancia y su portador, también, fácilmente identificable. ¡Ay de quien se arriesgue a salir de la cabina con el sobre rojo en la mano! La trampa marcará su destino. Es difícil imaginar, en efecto, que se inscribiera en la lista de los potenciales candidatos a las preocupaciones.
La arbitrariedad está incrustada en todos los estratos del Estado. Así, el ministro de comunicación ha pagado con su cargo el hecho de no haber sabido planificar un sorteo favorable al presidente Ben Ali para la presentación de su programa en la televisión, a pesar de que ya había acaparado el 97% del espacio dedicado a la campaña presidencial en la prensa escrita frente al 0,22% para su principal rival, Ahmed Brahim, y el 1,27 y 1,28% respectivamente para los otros dos candidatos, según un estudio conjunto de la Asociación de Mujeres Demócratas, la Liga de Defensa de los Derechos Humanos y «Reporteros sin Fronteras» (LeMonde.fr, 23 de octubre de 2009).
Sacrifiquémonos a la costumbre y deseemos una larga vida al presidente reelegido Ben Ali (73 años) y a sus protectores franceses: al hombre de la ruptura declarada y de la continuidad en la práctica, el presidente Nicolas Sarkozy; al presidente gaullista del Tribunal de Cuentas, Philippe Seguin, el veraneante de Bizerte; a Bertrand Delanoe, alcalde socialista de París, el residente de Sidi Bu Said; a Fréderic Mitterrand, ministro de Cultura; y a la retahíla de intelectuales mediáticos, pensionistas gratuitos de sus lugares de vacaciones, que aseguran su promoción y la de su paraíso infernal, en especial el equipo de Télé matin de France 2: William Leymergie, Sophie Davant, Françoise Laborde, así como los nativos de Túnez, el productor Richard Moatti y la presentadora Daniella Lombroso.
Su silencio sobre la detención del periodista Tufic Ben Brick el 29 de octubre, cinco días después de la reelección de Ben Ali, resuena como una burla hacia ellos. Conlleva la condena de su complacencia y el descrédito de su discurso.
Y en vez de llenarse la boca con las virtudes de la democracia a la tunecina, en vez de inflarse con los sempiternos rituales sobre el bastión contra el islamismo que representa esta «dictadura ilustrada», que esos autoproclamados grandes defensores de la democracia se sumerjan en la lectura saludable de dos obras que constituyen auténticas radiografías de las torpezas del régimen, una exposición de las desviaciones de ese estado policial, ojito derecho de Occidente:
- La régente de Carthage, main basse sur la Tunisie, de Nicolas Beau, director del sitio satírico bakchinch.info, y Catherine Gracier, periodista, Ed. La Découverte. Un libro encuesta sobre el régimen tunecino, del que lo mejor se puede consultar en este enlace: http://www.bakchich.info/La-regente-de-Carthage-main-basse,08817.html.
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