La "enfermedad infantil" y el cretinismo parlamentario
A
continuación
presentamos el artículo “La “enfermedad infantil” y el cretinismo
parlamentario”,
el cual publicáramos en diciembre de 2011 para analizar algunas de las
posiciones que defiende el revisionismo para justificar su postración
ante los
procesos electorales de la clase dominante. En tanto trata cuestiones
generales sobre estrategia y táctica revolucionaria, las posiciones que
defendemos tienen plena vigencia y, con el objeto
de desenmascarar las consignas oportunistas que pretenden confundir al
proletariado en lo que a defensa de principios y flexibilidad táctica se
refiere, como si fuesen ambos elementos disociados, sigue siendo válido
para la confrontación con el vacuo electoralismo de buena parte del
revisionismo.
En lo que se refiere al
circo electoral del 25 de Mayo
convocado por el gran capital para repartir los escaños del Parlamento Europeo
entre los distintos estratos de las clases privilegiadas representadas en las
diversas candidaturas electorales, y entre las cuales hay numerosos
destacamentos que se proclaman así mismos “comunistas” (la UJCE en La Izquierda
Plural, el PTD+ en Podemos o el mismo PCPE), poco se juega la clase obrera.
Ninguna de las propuestas reformistas que acuden a las urnas sirve al proletariado,
ni para nuestros intereses más inmediatos frente al capital, ni resolver la
tarea de acumular fuerzas de vanguardia en torno a la reconstitución de los
instrumentos de la Revolución Socialista, por lo que la única consigna proletaria
que cabe ante esta farsa es:
¡Ni
un voto obrero en las urnas!
¡Boicot
al 25M!
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LA "ENFERMEDAD INFANTIL" Y EL CRETINISMO PARLAMENTARIO
Un discurso prefabricado
Ser
un dirigente revisionista, en cuanto a trabajo ideológico, ha de ser
sencillo. Debe ser similar a lo que hacen los curas. Basta con
representar a Lenin como a un dios y al marxismo como una biblia para
tener a la parroquia, léase militancia de base, ensimismada e impotente
para la crítica. Las herejías políticas del joven obrero se atajan bajo
la inquisitorial acusación de “izquierdismo”, convertido, hasta llegar
al absurdo, en el único y principal pecado capital del movimiento
comunista. Erradicada la capacidad ideológica de los bienaventurados
militantes, éstos ya se hayan dotados para difundir el revisionismo
entre las masas y capacitados para recoger firmas, “agitar” en las
elecciones o adentrarse en los sinfines del sindicalismo de salón,
aunque tengan que sufrir primero las pegadas en la calle y las esperas en la puerta de una fábrica para repartir el panfleto reformista de turno.
Para
cualquier marxista-leninista coherente es repugnante ver como
amparándose en V.I. Lenin y en la Revolución Proletaria Mundial,
oportunistas de todo pelaje ahondan en su cretinismo parlamentario y
emponzoñan a la clase obrera y a algunos de sus elementos más válidos
(la juventud que se interesa en la lucha y decide organizarse), con su
ilusionismo pequeñoburgués. Porque ante el debate sobre participar o no
en unas elecciones ¿quién no ha oído recitar de memoria alguna frase
descontextualizada de “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el
comunismo”?
En
este libro, el camarada Lenin exponía algunas cuestiones de orden
táctico, una vez la vanguardia se haya en el proceso de conquistar a
amplias capas de la clase proletaria. En este aspecto incidía en la
necesidad de combinar, por parte del Partido Comunista, el trabajo legal
con el ilegal, concretado ello en la posibilidad de participar en
algunas instituciones burguesas (sólo para tribuna, al estilo de K.
Liebknecht o los bolcheviques, y no para su gestión: eurocomunistas,
bolivarianos, reformistas pintados de m-l…) y en la obligación que tiene
la vanguardia revolucionaria de actuar, allí donde se encuentren las
que determine que son sus masas, que en la Europa occidental de inicios
del s.XX, era en los sindicatos[1],
dado que se daban por resueltas las tareas de constitución de los
partidos obreros de nuevo tipo. Pero antes de esa exposición táctica, y
durante el transcurso de la misma, Lenin enfatiza sobre el desarrollo y
largo proceso de construcción ideológica y política que han sido
necesarios para constituir el Partido bolchevique, el sujeto
revolucionario, y sólo así, con la existencia de un Partido que fusione
en un movimiento organizado a vanguardia y masas, se enfrenta a algunos
de éstos problemas de índole táctica con respecto al Estado burgués. La
táctica se somete a la estrategia. Cuando no existe Partido, la táctica
se concentra en la estrategia de constituirlo.
En
el sentido de la comprensión del sujeto revolucionario, del “núcleo
sólido del partido revolucionario”, Lenin criticará a un sector, dentro
del movimiento revolucionario, que denominará “izquierdista”[2]. El “izquierdismo” se caracteriza por su incomprensión de las tareas objetivas que en cada
momento ha de resolver la vanguardia proletaria para su propio
desarrollo político y acercamiento a las masas, concepto, el de masas,
que varía conforme lo hace el propio estado de la vanguardia. El
“izquierdismo” se desentiende de las mediaciones necesarias entre el
proletariado como clase social y el Comunismo, esto es, se olvida o
deforma, los organismos sociales y las configuraciones políticas que ha
de desarrollar el proletariado revolucionario (Partido Comunista,
Dictadura del Proletariado…) para hacer la revolución y transformar
radicalmente la sociedad. El líder bolchevique desarrolla lucha
ideológica, como hizo siempre, contra el “izquierdismo” para que sus
mejores elementos retornen a la justa línea de la Revolución y para
desenmascarar al confusionismo pequeñoburgués que tarde o temprano se
pondrá junto al revisionismo y contra la revolución. En medio de esta
polémica Lenin, diferenciando al reformismo socialdemócrata del
“izquierdismo” que defiende el Poder Soviético, escribe:
“Pero
en el fuego de la lucha revolucionaria, los hombres que se dedican a
conciliar lo inconciliable no serán más que pompas de jabón. Así lo
mostraron todos los adalides “socialistas” de 1848, así lo mostraron sus
hermanos carnales, los mencheviques y socialistas-revolucionarios de
Rusia, en 1917-1919, así lo muestran todos los paladines de la II
Internacional de Berna o amarilla. Las discrepancias entre los
comunistas son de otro género. La diferencia radical sólo pueden dejar
de verla quienes no deseen ver. Son discrepancias entre los
representantes de un movimiento de masas que ha crecido con rapidez
inusitada. Son discrepancias sobre una base fundamental común, firme
como la roca: sobre la base del reconocimiento de la revolución
proletaria, de la lucha contra las ilusiones democrático-burguesas y el
parlamentarismo democrático-burgués, del reconocimiento de la dictadura
del proletariado y del Poder de los Soviets.” [3]
Un discurso que hay que combatir
De
la cuestión parlamentaria, tal y como es comprendida por la amplia
mayoría de nuestro movimiento, se desgajan dos problemas que están
necesariamente unidos. Primero, que el revisionismo da por sentada la
existencia del sujeto revolucionario y, segundo, que el revisionismo
pretende que el sujeto revolucionario gestione el Estado capitalista.
El
discurso contra el “izquierdismo”, como ya hemos dicho, se sobresalta
con cada cita electoral. Un epíteto, el de izquierdista, que igual que
se usa contra los marxista-leninistas que llamamos al boicot de las
elecciones, se utiliza contra organizaciones electoralistas de corte
posmoderno como Izquierda Anticapitalista, con un programa keynesiano
parejo al de IU y el PCE. Multitud de organizaciones comunistas llaman a
la participación escudándose ante los elementos más avanzados de
nuestra clase en viejas palabras pues temen analizar la verdad objetiva.
Y ocurre que los revisionistas, el derechismo y el centrismo que supura
nuestro movimiento, se convierten en los principales solidarios con el
“izquierdismo”. En la actualidad las tareas de la militancia comunista
son de orden interno, en cuanto a que, lo que necesita el comunismo es
reconstituirse como referente político para las masas obreras, siendo
primordial su previa reconstitución como ideología de vanguardia. Sólo
resolviendo éstos problemas, el proletariado organizado podrá ir
directamente al derrocamiento del Estado imperialista y preguntarse,
sobre la estrategia de tomar el Poder político, cual es la táctica
adecuada y si puede o no aprovecharse de alguna institución para
desarrollar la lucha revolucionaria.
Una
táctica que deberá desarrollarse a través de los organismos que el
Partido construya concéntricamente en torno a una línea revolucionaria,
sobre unas bases ideológicas independientes del movimiento espontáneo de
las masas, es decir, sobre el marxismo-leninismo.
Contra esto el revisionismo, que se esconde bajo los símbolos de la
clase obrera, da por finiquitada la construcción del Partido Comunista
(que no ve como una unidad dialéctica y objetiva entre la vanguardia y
las masas) o la reduce a un proceso de unificación voluntarista entre
los que ya se autodenominan comunistas, mandando al movimiento obrero
espontáneo a enfrentarse con el Estado, no para destruirlo sino para
reformarlo a base de programas “tácticos” o “estratégicos” de
confrontación sindical/electoral. Y en éstas al no poder dotar al
movimiento de programa revolucionario, por no haber abordado con
sinceridad las tareas de construcción ideológica y política que
corresponden a nuestro tiempo, las organizaciones revisionistas se
presentan ante la clase sobre unas bases reformistas alimentadas por el
devenir de las luchas espontáneas de la clase que para colmo ni
encabeza ni puede influenciar. Es decir, que bajo el discurso
parlamentarista, más allá del programa que se envíe por correspondencia
al electorado, lo que está es la incomprensión de las tareas actuales del movimiento revolucionario, reconstituirse como tal, que se desarrolla políticamente en una vulgarización de la Revolución Proletaria convertida en mera suma de reformas del capital
y en una re-estatalización del orden burgués, es decir, se pasa de
luchar por la dictadura revolucionaria del proletariado al Estado del
bienestar con tintes “rojos”. Siendo generosos es como pasar de la URSS
de Lenin a la del XX Congreso del PCUS y de la China de la Revolución
Cultural Proletaria a la de Deng Xiao Ping.[4]
El
revisionismo se contenta con la teorización fosilizada y la práctica
reformista cuyo máximo exponente lo encontramos en el parlamentarismo,
en el trabajo legal convertido en culto del institucionalismo y el
posibilismo bajo el Estado burgués. Cuestión ésta para la que no es
necesario estar integrado en el Estado, como ocurre con IU y el PCE/UJCE
los mejores practicantes del parlamentarismo desde ayuntamientos,
consejos de juventud y otros órganos burocráticos del Estado…, sino que
éste se puede cultivar desde la teoría programática como ocurre con el
resto de camaradas que siguen viendo en las elecciones una fuente de
acumulación de fuerzas para la Revolución Socialista.
Para
la clase obrera las elecciones burguesas tan solo muestran una
actividad más a través de la cual la burguesía pretende alienar a los
explotados. Solo la aristocracia obrera y sus representantes pueden
obtener de la participación electoral una “acumulación de fuerzas” que
sirva a sus intereses de clase. Las elecciones burguesas no sirven para
acumular fuerzas con vistas a la Revolución. La participación en las
elecciones, al no existir un referente revolucionario fuera de las
instituciones solo sirve para ahondar en las ilusiones pequeñoburguesas
de las masas obreras. Lo ejemplifica bien la nefasta consigna
electoral del PCPE que con su “¡Todo para la clase obrera!” sólo está
dando a entender a los obreros que con su delegación electoral pueden
alcanzarlo “todo”, algo, bajo el punto de vista marxista, falso pues
para alcanzarlo “todo” la clase obrera ha de destruir la máquina del
Estado burgués y constituir uno sobre nuevas bases, las de la dictadura
proletaria emanada de organismos ajenos al Estado burgués, es decir,
surgidos del Nuevo Poder. Y para salvar esta oportunista consigna
electoral, esperemos que no haya camaradas que se remitan a los
bolcheviques y su ¡Todo el Poder a los Soviets! pues en el Estado
español ni hay partido obrero de nuevo tipo, ni Soviets que actúen como
Nuevo Poder. Aquí lo que hay, lo que demanda el momento político que
atraviesa el proletariado no es ni desgastarse en el economicismo ni
justificar el cretinismo parlamentario de las direcciones revisionistas,
sino enfrentarse a la lucha por la reconstitución de la teoría
marxista-leninista en aras de hacerla converger con las masas de la
clase para constituir Partido Comunista.
[1] En
España, por ejemplo, cuando se constituye el P.C., la CNT y la UGT
cuentan con varios centenares de miles de afiliados. Ambas
organizaciones habían participado en la Huelga General de 1917 y otros
sucesos revolucionarios. La condición inequívocamente proletaria de sus
masas de afiliados era clara, a pesar de, por ejemplo, la dirección
reformista de la UGT. Hoy no hay partido de nuevo tipo. Las centrales
mayoritarias de nuestro tiempo, CCOO y UGT, poco o nada tienen que ver
con aquellos sindicatos. Los sindicatos modernos agrupan, en su mayoría,
a una amplia gama de sectores de la aristocracia obrera, bien acomodada
y sólo interesada en acaparar más poder bajo el régimen burgués.
[2] Cuando
Lenin escribe “La enfermedad infantil…” se está desarrollando todavía
un grave enfrentamiento entre los comunistas, forjadores de la
Comintern, y las organizaciones socialdemócratas, tanto las derechistas
como las centristas. En ese contexto de combate con el revisionismo los
bolcheviques entienden que el “izquierdismo” es una enfermedad de
crecimiento que se da en el seno de la Revolución frente a la decrepitud del revisionismo reformista, principal enemigo de la Revolución Socialista.
[3] V.I. Lenin, “Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes”. Publicado en el nº 6 de “La Internacional Comunista” en octubre de 1919. Obras Completas, t. X, Progreso. Moscú 1973.
[4] No
resulta extraño que quienes exponen ante la clase un programa
reformista, sean los mismos que defienden a capa y espada el
parlamentarismo, los mismos que conciben el Partido Comunista como la
unificación formal de los diferentes destacamentos comunistas, los
mismos que siguen admirando al revisionismo soviético de los Breznev,
Kosygin, Podgorni y cía. Y los mismos que ponen mil excusas para
conciliar con el social-imperialismo chino. Y todos, por supuesto, son
los primeros en gritar contra lo que denominan, en ausencia de análisis
marxista, “izquierdismo” que para ellos es la línea política
marxista-leninista que hace boicot a las elecciones o se preocupa por
aplicar el marxismo al movimiento comunista, defendiendo principios
básicos del marxismo como la dictadura del proletariado y la violencia
revolucionaria.
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