Vete a cagar, doctor Rodríguez
El sacrificio del perro Excalibur ha provocado una tormenta mediática que no por esperada ha resultado menos impactante y contradictoria. Una reacción humanitaria paradójicamente provocada por un animal, perro y chivo expiatorio, animal de compañía de una víctima también expiatoria y propiciatoria a la que Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de Madrid, en un ataque de insania, ha culpado de su mal y de todos los males, para exculparse y exculpar a los suyos de una catástrofe anunciada. Tal vez no hace falta hacer un máster para ponerse o quitarse un traje como dijo el taimado JR, ni al parecer tampoco hay que hacerlo para ejercer una Consejería comunitaria especialmente delicada y sensible que algún irresponsable puso un día, de rebajas y recortes, en manos de ese cabestro.
Los enterradores de Sierra Leona están en huelga y los perros se alimentan con los cadáveres del Ébola que trajeron los murciélagos de la fruta, probablemente perturbados en sus migraciones por los enclaves humanos, de humanos que se nutrían con las escuetas carnes de estos sombríos mamíferos voladores, una dieta infame y forzada por la extrema penuria de un continente infectado, explotado y marginado por el colonialismo europeo. Seguramente nadie come murciélagos por placer gastronómico, ni por el sabor de su carne, ni por sus suculentas proteínas, ni por el Omega 3, ni esas cosas que tanto preocupan a los hipocondríacos ciudadanos del primer mundo, aunque es posible que algún chef ávido de fama haya pensado ya cómo prepararlo en su jugo o al nitrógeno. Nosotros no comemos murciélagos, solo desayunamos sapos
Condenados a saberlo todo sobre el virus africano, todo menos lo imprescindible, tenemos que soportar como un batracio con estudios , el doctor JR, difunda sus especulaciones malevolentes y temerarias. “Yo refiero unos hechos que pueden ser verdad o no”, acabo de escuchar al consejero Rodríguez ante la Asamblea de Madrid, huelgan los comentarios. Estamos acostumbrados a las mentiras y a las manipulaciones de los políticos y a los malos consejos de los consejeros, pero las calumnias y las difamaciones vertidas por Javier Rodríguez dejan un poso demasiado amargo. Un residuo de veneno que solo tiene un antídoto, el cese inmediato del bicho que lo inocula antes de que sea demasiado tarde. JR sigue en la brecha: no es que al médico que trató a la auxiliar infectada le quedara pequeño el traje de protección, es que el galeno era demasiado alto y no había tiempo para hacerle uno a la medida… Tampoco hay traje a la medida de la incompetencia y de la prepotencia del consejero y de sus valedores. Sostenella y no enmendalla. Con este lema obtuso y mostrenco, tan nuestro y tan grato para los patriotas irreductibles, el Gobierno de Ignacio González trata de demostrar, una vez más, lo indemostrable: por mucho que repitas un error nunca se convertirá en un acierto y esta vez se trata de un error irreparable, irreversible, de una enfermedad que no tolera placebos ni parches. La salud es demasiado importante como para dejarla en manos de médicos enfermos. El doctor Rodríguez, nefrólogo y presidente del PP de Las Rozas, sigue hasta ahora envenenándonos la sangre, emponzoñando el aire enrarecido de la Sanidad pública.
A mediados del pasado siglo, Boris Vian, poeta, novelista y músico francés, dedicó un poema al doctor Albert Schweitzer, médico alemán, misionero luterano, teólogo, místico y músico, premio Nobel por su humanitaria labor en una leprosería africana. A su paternalismo colonialista, su autoritarismo y su fanatismo, se unía, si hemos de creer a Vian y a otros críticos, su incompetencia como médico, como teólogo y como músico. El poema de Boris Vian se titula (traduzco literalmente) Vete a cagar, doctor Schweitzer. Si me permiten la adaptación: Vete a cagar, doctor Rodríguez.
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