El 20 de diciembre o el día que nada cambiará
(Posicionamiento personal ante las elecciones generales)
Jon
E. Illescas (Jon Juanma) *
Partamos de una cuestión clave: las elecciones
democráticas dentro del marco antidemocrático del capitalismo, es decir, de una
sociedad dividida en clases donde una (la capitalista) se lucra y decide dictatorialmente
del producto fruto del esfuerzo de otra (la asalariada) no pueden ser
democráticas ni decidir nada sustancial de la vida pública. Si así fueran no se
celebrarían. Así de simple. Del mismo modo, sería absurdo pensar que en la “democracia”
ateniense los amos de los esclavos permitieran votar a los mismos y de ese modo
pudieran acabar pacíficamente con la esclavitud. En la actualidad, los obreros a
diferencia de los esclavos votan, pero su voto debe ser inofensivo para que
nada importante cambie con él. Las leyes electorales dictadas por la élite distorsionan
el voto popular mediante circunscripciones provinciales, leyes que
sobredimensionan a los dos principales partidos, voto amplificado en las
poblaciones rurales, imposibilidad de sufragio para muchos inmigrantes o
jóvenes trabajadores menores de 18 años, etc. Tenemos un día de
medio-democracia y el resto del año de dictadura económica. Así las elecciones,
en nuestro sistema, se transforman en un modo de lograr el consenso. Hacen
creen a las mayorías que viven en una verdadera democracia cuando nada dista
más de la realidad. Mucho en ellas es falso, salvo los porcentajes de votos
emitidos que luego serán deformados por la ingeniera electoral diseñada para la
ocasión.
La leyenda afirma, por ejemplo, que la campaña
comienza quince días antes del día del sufragio, cuando en realidad dura los
365 días del año. Así es porque cada día nos bombardean desde sus medios de comunicación de modo
imperativo sobre a quiénes tenemos que votar y a quiénes no. Quiénes nos deben
caer mal y quiénes simpáticos. Quien reirá con Bertín Osborne y quien con Pablo
Motos. Un flujo audiovisual e ideológico que bañará a las masas y donde las
voces más disonantes con el proyecto de los poderosos, como la de Izquierda
Unida representada por Alberto Garzón, son infrarrepresentadas en las pantallas
y barridas del debate mediático. Donde dos partidos sin representación en las
pasadas elecciones generales (Podemos y Ciudadanos), es decir, sin
que el pueblo haya expresado democráticamente que desee que sean parte del
escenario político, llevan meses en las principales cadenas de
televisión gracias a las decisiones entre bambalinas de los magnates que forman
la oligarquía mediática de la clase
capitalista. ¿Quién convirtió si no de la noche a la mañana a unos
completamente desconocidos Pablo Iglesias o Albert Rivera en personajes tan populares
en el imaginario colectivo español?
Ante el hundimiento del PSOE y el aumento de la
intención de voto de Izquierda Unida en el período 2011/2014, la oligarquía
mediática tuvo que mover ficha. Por ello decidieron inflar una opción
competidora (Podemos) para dividir el voto de izquierdas, lo que con nuestro
sistema electoral significa disminuir la representación institucional de la
izquierda. Cuando Podemos creció demasiado movieron nueva ficha con Ciudadanos.
Así consiguieron dividir a la izquierda y neutralizarla a la par que construían
una muletilla para un bipartidismo en horas bajas. IU, pese a ser una
organización política con una praxis claramente socialdemócrata casi siempre
dispuesta a pactar con el PSOE (pese a su retórica intermitente
anticapitalista), siempre ha sido una opción electoral poco querida para la
élite (no en vano, dentro de ella la hegemonía actual la tiene el siempre molesto
Partido Comunista). Pese a sus idas y venidas y sus muchos defectos y excesos, IU
tenía y todavía tiene la militancia más numerosa consciente y contrahegemónica
de este país. Las políticas socialdemócratas que defiende (véase el anterior
gobierno andaluz), son demasiado a la izquierda para los límites y la
correlación de fuerzas del actual sistema-mundo capitalista. Un sistema donde
el capital es privilegiado ciudadano universal y los trabajadores estamos
divididos como el ganado engordando para el día de la matanza en diversos
establos perfectamente vallados llamados Estados-nación. Un sistema que asegura
retóricamente que cada Estado-nación es soberano cuando desde el Tratado de
París de 1763 no existe nada parecido a la soberanía nacional, menos desde que
el libre flujo de capitales es una realidad soberana y todos los productos y
servicios que consumimos son parte del mercado mundial.
Después de más de cinco siglos de desarrollo capitalista
y pese a los incuestionables avances del movimiento obrero entre el siglo XIX y
principios del XX o las mejoras científico-tecnológicas que continúan hasta la
fecha, todavía no hemos conquistado la democracia. Sólo tenemos elecciones distorsionadas
para las comarcas del mundo (es decir, los países) cuando todo lo sustancial
(política económica, medioambiental, derechos humanos, guerras, narcotráfico,
tráfico de armas, paraísos fiscales, etc.) se decide en la arena internacional.
El camino es luchar por la democratización de los organismos supranacionales y
como objetivo final, construir una Asamblea de Naciones Unidas con poderes
legislativos y ejecutivos elegida por sufragio universal por todos y cada uno
de los habitantes del mundo en circunscripción única. Mientras o después de
esto (según las posibilidades), habrá que cambiar el modo de producción
capitalista por uno socialista. Es decir, pasar de un sistema-mundo interestatal
capitalista a un sistema-mundo socialista que pueda enfrentar los graves retos
que tiene delante de sí el género humano y que con el capitalismo sólo irán a
peor por sus propias contradicciones: desempleo estructural, cambio climático,
hambre, guerras, migraciones, terrorismo, etc. La solución no es volver a
marcos pretéritos como la soberanía monetaria (como la peseta) ni buscar la
independencia política de ciertas regiones (como Cataluña), la solución es
globalizar las luchas y construir una nueva internacional socialista incluyente
que adopte lo mejor de las internacionales pretéritas y aprenda lo mejor de
organizaciones internacionalistas más inclusivas como el Foro Social Mundial.
La izquierda está totalmente perdida y ha cambiado
su internacionalismo marxista por un nacionalismo pequeño-burgués de carácter reaccionario
en lo económico y por ende, en lo político. La izquierda no puede defender “un nuevo
país” como hace Izquierda Unida o Podemos cuando los países no tienen ninguna
soberanía ya que el escenario de decisiones actual se desarrolla en el plano internacional (y está bien que así sea pues es
parte del progreso histórico que nos saca del endogámico provincialismo propio
de modos de producción anteriores mucho peores que el capitalismo). Además, el
alejamiento de la izquierda del marxismo coincide con su pérdida de la brújula
económica defendiendo la pequeña y mediana empresa que son claramente
regresivas desde un punto de vista tecnológico y laboral (pese a lo que pueda
parecer a primera vista, los índices de sobreexplotación son siempre mayores en
la pequeña empresa ya que para competir en el mercado frente a las grandes con
menores capitales, tecnología, etc., deben “apretar más las tuercas” a los
obreros que además tienen un grado de sindicación menor). Otro resultado de esta pérdida de
orientación ideológica en la izquierda se manifiesta en el aumento del oportunismo
político con desesperados acercamientos e importaciones ideológicas de opciones
minoritarias de carácter cada vez más dogmático, extremista y reaccionario como
el feminismo discriminatorio o el laicismo integrista que se están
estableciendo como dogmas intocables en parte de esta izquierda, precisamente
por su alejamiento de la mayoría social y su incapacidad de razonar con empatía
con los, en principio, alejados de sus filas.
Pese a todo esto y otros cuantiosos defectos (electoralismo
patológico, falta de autofinanciación, abandono de la formación, relación crédula
con los medios masivos, etc.) que hieren en lo más hondo de un marxista como
quien les escribe, el 20 de diciembre votaré a Izquierda Unida porque es la
opción respaldada por la mayoría de la clase trabajadora consciente de este
país, con la militancia que más ha luchado en favor de los oprimidos durante
todos estos años de recortes y porque tiene como cabeza de lista, hasta que se
demuestre lo contrario, al candidato más serio y menos oportunista de todos
cuantos se presentan: Alberto Garzón. Las elecciones son expresión simbólica
artificialmente disminuida del grado de conciencia de los oprimidos. Por algo
las organizan los opresores. Quien piense que después del 20D va a cambiar algo
sustancial en la estructura social es que vive en la inopia. Palabra de alguien
que el mismo día de las elecciones actuará de apoderado por respeto a las
luchas pasadas y los esfuerzos altruistas de sus compañeros por construir un mundo
mejor.
Así, pase lo que pase en estas elecciones con calculado sabor navideño, los
marxistas sabemos que en realidad no pasará nada. Los capitalistas seguirán
gobernando en la política y la economía, la sociedad seguirá dividida en clases
enfrentadas y las fronteras de los países harán todo lo posible para amargarnos
la vida a los desafortunados miembros de la clase trabajadora internacional.
Ocurra lo que ocurra el día de las elecciones generales los marxistas sabemos que
los beneficios tecnológicos seguirán sin redundar en una reducción de la
jornada laboral y que continuaremos compitiendo los unos con los otros por los
cada vez menos puestos de trabajo que queden en el mercado. Sin importar qué
alianzas de gobierno se alcancen en el ejecutivo español, sabemos que tendremos
que seguir haciendo mucha pedagogía para que no sólo esta izquierda errante sino
la mayoría de las personas (se consideren o no de izquierdas) entiendan que bajo
el capitalismo y su “gestión” (que gestiona a los gestores) no habrá futuro
digno posible, que la única solución para los peores males de este mundo se
llama socialismo democrático y que éste, sólo podrá implementarse
internacionalmente en una sociedad sin clases, donde todos seamos simultáneamente
ciudadanos y trabajadores.
Algunos pensarán al leerme que lo que propongo es un
programa maximalista e incluso utópico y que mientras tendremos que vivir el
día a día. Y lo viviremos, por supuesto. Pero lo podemos hacer de dos formas
muy diferentes. Engañándonos con esperanzas vanas que desemboquen continuamente
en la derrota y la desilusión (véase Grecia) o ilusionándonos con una guía
sólida y realista de construcción de un futuro superior. Cuanto antes sepamos
dónde está ese camino, antes llegaremos a nuestro destino. Mientras tanto,
seguiremos como hasta ahora, deambulando en el desierto de los moribundos y los
mil veces derrotados.
Por eso es hora de volver a estudiar a Marx, de
construir una nueva internacional de asalariados y de sembrar la buena nueva del
(posible) futuro socialista global. Sin miedo al que dirán, sin miedo a
conquistar un futuro verdaderamente humano para nuestra sociedad mundializada.
Jon
E. Illescas Martínez, también conocido bajo el seudónimo de “Jon Juanma” es
autor de los libros “Nepal, la revolución desconocida” (La Caída, 2012) y el
recientemente publicado “La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños
prefabricados” (El Viejo Topo, 2015). Doctor en Sociología y Comunicación y
Licenciado en Bellas Artes. Militante de IU y del P
C de España.
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